Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

12 agosto 2022

Meditación Domingo 20º t. o. (C)

 (Cfr. www.almudi.org)

 


El fuego del amor divino

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que be venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra” (Lucas 12,49-53).

I. El fuego aparece frecuentemente en la Sagrada Escritura como símbolo del Amor de Dios, que purifica a los hombres de todas sus impurezas (J DHELLY, Diccionario Bíblico). El amor, como el fuego nunca dice basta (Proverbios 30, 16), tiene la fuerza de las llamas y se enciende en el trato con Dios. Jesús nos dice en el Evangelio de hoy: Fuego he venido a traer a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda? (Lucas 12, 49). En Cristo alcanza su expresión máxima el amor divino: Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito. El Señor quiere que su amor prenda en nuestro corazón y provoque un incendio que lo invada todo. Él nos ama a cada uno con amor personal e individual, como si fuera el único objeto de su caridad. En ningún momento ha cesado de amarnos, de ayudarnos, de protegernos, de comunicarse con nosotros; ni siquiera en los momentos de mayor ingratitud de nuestra parte. Este misterio de amor se realizó de una manera absolutamente particular en su Madre, Santa María, y Ella nos enseña a creer en el amor sin límites de Dios.

II. El amor pide más amor, y éste se demuestra en las obras, en el empeño diario por tratar a Dios y por identificar nuestra voluntad con la suya. Muchas veces hemos de decir sí al Amor: al negarnos a nosotros mismos para servir a quienes conviven con nosotros; en la mortificación pequeña, que nos ayuda a guardar la templanza; en la puntualidad a la hora de comenzar nuestros deberes; en el orden en que dejamos las cosas; en el esfuerzo que frecuentemente supone hacer un rato de oración, diciéndole al Señor muchas veces que le amamos; en la aceptación alegre de la voluntad de Dios. El amor también se expresa en el dolor de los pecados, en la contrición, pues tantas veces –casi sin darnos cuenta- decimos no al amor. Son muchas las mociones del Espíritu Santo para corresponder a ese Amor infinito con que Jesús nos ama.

III. Los cristianos hemos de ser fuego que encienda, como Jesús encendió a sus discípulos. Nadie que nos haya conocido deberá quedar indiferente; nuestro amor debe ser lumbre viva que convierte en puntos de ignición, otras fuentes de amor y de apostolado, a quienes tratamos. El amor verdadero a Dios se manifiesta enseguida en apostolado, en deseos de que otros conozcan y amen a Cristo: fuego que se robustece en el trato íntimo con Cristo. Le decimos a Jesús que cuente con nosotros: ecce ego quia vocasti me, aquí estoy porque me has llamado. La Virgen nos ayudará a ser audaces en el apostolado.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal

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