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Desde este blog se pretende facilitar el aprendizaje de la predicación y la oración personal. Todos los que tratamos a Dios podemos aprender y mejorar, usando este blog, nuestra amistad con el Señor.

Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

03 febrero 2023

PELICULA DE LA SEMANA (3 Feb): Aftersun

 (Cfr. www.filmaffinity.com)

 


Aftersun

Título original
Aftersun
Año
2022
Duración
98 min.
País
Reino Unido Reino Unido
Dirección
Charlotte Wells
Guion
Charlotte Wells
Música
Oliver Coates
Fotografía
Gregory Oke
Reparto
Paul Mescal, Francesca Corio, Celia Rowlson-Hall, Kayleigh Coleman, Sally Messham, Harry Perdios, Ethan Smith
Compañías
Coproducción Reino Unido-Estados Unidos;
BBC Film, Creative Scotland, AZ Celtic Films, PASTEL, Unified Theory, BFI Films. Productor: Barry Jenkins. Distribuidora: A24
Género
Drama | Años 90. Adolescencia
Sinopsis
Sophie (Francesca Corio / Celia Rowlson-Hall como la Sophie adulta) reflexiona sobre la alegría compartida y la melancolía privada de unas vacaciones que hizo con su padre (Paul Mescal) 20 años atrás. Los recuerdos reales e imaginarios llenan los espacios entre las imágenes mientras intenta reconciliar al padre que conoció con el hombre que no conoció. (FILMAFFINITY)
Posición en rankings FA
  • 8 Ranking: Top 100 películas del 2022
  • 73 Mejores películas británicas
Premios
2022: Premios Oscar: Nominada a mejor actor (Paul Mescal)
2022: Premios BAFTA: 4 nominaciones, incl. mejor film británico y actor (Mescal)
2022: National Board of Review (NBR): Mejor dirección novel y Top películas del año
2022: Premios del Cine Europeo: Nominado a Mejor actor (Paul Mescal)
2022: Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor ópera prima
2022: Critics Choice Awards: Nominada a mejor guion original, actor e intérprete joven
Mostrar 6 premios más
Críticas
  • "Hermosísima, sin duda una de las mejores películas del año (...) la opacidad que rodea a ese padre cordial y enigmático (...) es lo que carga de significado a todo el filme, un precioso poema (...) Puntuación: ★★★★★ (sobre 5)" 
    Sergi Sánchez: Diario La Razón
  • "Un filme cargado de sutileza y madurez sobre las relaciones paternofiliales, el recuerdo, la ausencia, el descubrimiento y el reconocimiento (...) Puntuación: ★★★★ (sobre 5)" 
    Quim Casas: Diario El Periódico
  • "Una brillante historia sobre la madurez (...) bajo la superficie luminosa de un film estival va emergiendo una de las películas más devastadoras de la temporada. (...) Puntuación: ★★★★★ (sobre 5)" 
    Eulàlia Iglesias: Fotogramas
  • "No es una película larga, pero lo disimula bien por su ritmo contemplativo, lento y por ofrecer una corteza ‘bonita’, incluso poética, pero más bien sosa (...) Puntuación: ★★ (sobre 5)" 
    Oti Rodríguez Marchante: Diario ABC
  • "Una nostálgica pero dolorosa carta a un padre de un verano en el que todo cambió. (...) Puntuación: ★★★½ (sobre 5)" 
    David Pardillos: Cinemanía
  • "El hecho de que una directora pueda reunir semejante madurez emocional y una gran originalidad narrativa en su primer trabajo, sobre todo desde un punto de vista profundamente personal, resulta sorprendente" 
    Carlos Aguilar: The Wrap
  • "Una luminosa delicia (...) es un retrato sutil y complejo sobre la paternidad tras el divorcio (...) La película de Wells se ondula y ofrece destellos como una piscina llena de misterio (...) Los detalles se acumulan; las imágenes reverberan (…) Puntuación: ★★★★★ (sobre 5)" 
    Peter Bradshaw: The Guardian

 

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Etiquetas: Aftersun, Charlotte Wells, Película, Reino Unido

LIBRO DE LA SEMANA (3 Feb): Habitos atómicos

 (Cfr. www.todostuslibros.com)

 

 


Hábitos atómicos

Autor/a: Clear, James
Traductor/a: Moya, Gabriela

MÁS DE 100.000 EJEMPLARES VENDIDOS EN ESPAÑA. «Sumamente práctico y útil.» MARK MANSON, autor de El sutil arte de que (casi todo) te importe una mi*rda «Paso a paso, cambiará tu...
978-84-18118-03-6 / Diana Editorial
17,95€
(17,26€ sin IVA) 
 
 

Sinopsis

MÁS DE 100.000 EJEMPLARES VENDIDOS EN ESPAÑA.

«Sumamente práctico y útil.» MARK MANSON, autor de El sutil arte de que (casi todo) te importe una mi*rda

«Paso a paso, cambiará tu rutina.» Financial Times

A menudo pensamos que para cambiar de vida tenemos que pensar en hacer cambios grandes. Nada más lejos de la realidad. Según el reconocido experto en hábitos James Clear, el cambio real proviene del resultado de cientos de pequeñas decisiones: hacer dos flexiones al día, levantarse cinco minutos antes o hacer una corta llamada telefónica.

Clear llama a estas decisiones “hábitos atómicos”: tan pequeños como una partícula, pero tan poderosos como un tsunami. En este libro innovador nos revela exactamente cómo esos cambios minúsculos pueden crecer hasta llegar a cambiar nuestra carrera profesional, nuestras relaciones y todos los aspectos de nuestra vida.

«De mis libros favoritos de todos los tiempos.» ARIANNA HUFFINGTON, fundadora de The Huffington Post

«Un discurso que se apoya en bases científicas, manual de instrucciones para implantar cambios a nuestro favor.» IMA SANCHÍS, La Vanguardia

 «Te harás fan.» CECILIA MÚZQUIZ, directora de Cosmopolitan

«Demuestra que cualquier meta está al alcance de la mano, siempre y cuando empecemos desde lo más simple.» ABC Bienestar

«Profundiza en todos aquellos aspectos necesarios para llevar una vida ordenada, productiva y orientada a disfrutar de los procesos, no solo de los resultados.» Xataka

Ficha Técnica

Materias:
Mente, cuerpo y espíritu: pensamiento y práctica | Afirmación personal, motivación y autoestima | APLICACIONES EMPRESARIALES | Estrategias y políticas educativas | Autoayuda y desarrollo personal
Editorial:
Diana Editorial
Traductor/a: :
Moya, Gabriela
Colección:
Autoconocimiento
Encuadernación:
Tapa blanda o Bolsillo
País de publicación :
España
Idioma de publicación :
Castellano
Idioma original :
Inglés
Autor/a: :
Clear, James
ISBN:
978-84-18118-03-6
EAN:
9788418118036
Dimensiones:
230 x 150 mm.
Peso:
370 gramos
Nº páginas:
336
Fecha publicación :
08-09-2020
Más sobre el autor

Clear, James

James Clear es especialista en formación de hábitos de larga duración. Su web, JamesClear.com, recibe dos millones de visitas mensuales, y su curso online Habits Academy es seguido por miles de estudiantes. Es conferenciante en universidades de todo el mundo, orador habitual de Fortune 500 y consultor de la NFL, NBA y MLB. Colabora regularmente en medios como Time, Entrepreneur, Business Insider y Lifehacker
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Etiquetas: Diana Editorial, Kames Clear

Cerveza Urbi et Orbi

 (Cfr. www.almudi.org)

 


Hay cinco cosas que los jóvenes chestertonianos reverencian: el chuletón, la ordinariez, la Iglesia, el lío y la cerveza

La invitación a prologar La opción cervecera (HomoLegens, 2022) me extrañó. Mucho. Sólo bebo cerveza en casos de extrema necesidad, antes de caer en el agua mineral, ante un golpe de calor. Después resulta que, como vivo en el tórrido sur de largos veranos, bebo bastante cerveza, todo hay que confesarlo. Pero, en condiciones generales, me dedico al vino y, más específicamente, al jerez, gran rival comercial de la cerveza a la hora del aperitivo.

Teniendo la más alta consideración por los responsables de la editorial, decidí dejar los aspavientos vitivinícolas hasta después de leer el manuscrito. Como mínimo, les daría el voto de confianza de tratar de entender por qué me invitaban a esta fiesta precisamente a mí. Leerlo no me costaba ningún esfuerzo, porque el cocktail entre catolicismo y alcohol que prometía el título siempre me ha interesado muchísimo. ¡Cuánto me divierte el enfado sordo del abstemio y vegetariano H. G. Wells con G. K. Chesterton, H. Belloc y compañía por su afición a beber, con especial dedicación, desde luego, a la cerveza! Él detestaba lo que llamó con involuntaria frase feliz: «theboozy halo of Catholicism», esto es, «el aura borrachuza del catolicismo». Luego vino Evelyn Waugh e hizo áurea el aura.

Jared Staudt superó mis expectativas en lo referente a la cerveza, al catolicismo y, sobre todo, al maridaje de ambos milagros. Cumple al pie de la letra aquel epigrama que, según recogía una divertida DorothyL. Sayers, se marcó un oxoniense contrariado por la proliferación de seguidores de Chesterton:

Hay cinco cosas que los jóvenes chestertonianos reverencian: el chuletón, la ordinariez, la Iglesia, el lío y la cerveza. Staudt reverencia las cinco cosas sin dejarse fuera ni una. Lo del lío no se refiere a embarrullar la ortodoxia, sino a enfrentar al mundo y a los valores dominantes con un talante gallardo, que todo hay que explicarlo, ay, en estos tiempos. Lo punzante de ese epigrama es lo que más incomoda a un lector español: la ordinariez. Porque en nuestra patria, quien más, quien menos, todos tenemos un punto de hidalguía. En realidad, los chestertonianos con eso de la ordinariez estaban vacilando a los dandis que esnobeaban cosas tan «vulgares» como el sentido común, la democracia, las clases populares, los chistes tremebundos, el amor conyugal o, por supuesto, una buena cerveza. ¿Iba yo a renegar de ese placer por un prurito de elegancia vinícola? Estaba claro, a esas alturas, tras las primeras catas, que yo no iba a renunciar a mi prólogo ni loco.

Releí El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida de Philippe Delern para coger impulso y acepté el reto encantado. Chin-chin, y vámonos que nos vamos.

Una magnífica humildad

Además, si Staudt hubiese echado un pulso al vino, me habría forzado a escoger bando; pero no sólo es demasiado inteligente y culto para eso, sino que también es humilde. En numerosos pasajes de este libro, cada vez que tiene ocasión, reconoce la superioridad histórica, cultural y teológica del vino.

Levanta acta de la querencia vitivinícola de las Sagradas Escrituras: «Según los Salmos, el vino es un signo de la bendición de Dios: “Vino que alegra el corazón” y “mi copa rebosa” (Sal 104, 15; 23, 5)». Y sigue apuntando: «Claramente, en Israel se daba preferencia al vino, y esta tradición llegaría al Nuevo Testamento, […] tanto los griegos como los romanos preferían el vino. Se despreciaba la cebada por ser una fuente alimenticia de las clases más bajas». Y más aún: «Las fuentes históricas indican una jerarquía, con el “vino como la bebida de los ricos, la cerveza para los pobres y el agua para los miserables”». Todo lo cual queda en nada ante la jerarquía sacramental: «Podemos usar agua bendita para bendecir la cerveza, no para hacerla. […] Sin embargo, en la Nueva Alianza, sin vino no tenemos Eucaristía y sin la Eucaristía perdemos la fuente y la cumbre de nuestra fe», confiesa Staudt. Amén.

No se limita a reconocer, honesto y ortodoxo, los datos de la historia y los de la fe. El autor, apasionado de la cerveza, es incluso capaz de corregir una cita muy conocida, prestigiosa y favorable a la bebida de su predilección, pero falsa: «Se ha atribuido a Benjamin Franklin la frase: “La cerveza es la prueba de que Dios nos ama y quiere que seamos felices”. No podemos encontrar pruebas de esa cita, pero Franklin sí que escribió en una carta a André Morellet lo siguiente: “Contemplemos la lluvia que desciende del cielo sobre nuestros viñedos, entrando en las raíces de las viñas, para ser transformada en vino, una prueba constante de que Dios nos ama y quiere vernos felices”». Tiene mérito que no se lleve el agua a su molino.

No piensen que recolecto estas menciones por el hecho de justificar mi conciencia de bebedor de vino. Sencillamente las pongo porque estremece que este libro a la cerveza, escrito con el fervor del firme partidario, sea también, de forma indirecta, uno de los más apasionados cantos de amor al vino que he leído, pues se le pone por encima de lo que se ama con locura. La humildad es tan admirable que nos ha ganado para siempre a la cerveza. No es el único motivo, pero sí el primero.

A beber, a beber y a apurar

Otra razón por las que este ensayo es una lanzadera para la afición a la cerveza: la extensísima información que nos da de modos de elaboración, tipos, historias y anécdotas. Para amar algo, es fundamental conocerlo a fondo, porque el trato fermenta (sic) el cariño.

En estas páginas hay un trato muy estrecho con la cerveza. Estrecho y, en buena medida, desordenadísimo. Esto podría ser un defecto si estuviésemos ante tratado de metafísica kantiana, pero, tratándose de un ensayo cervecero, la forma adquiere una perfecta adecuación al fondo. El amor no conoce cuadros sinópticos. Por momentos, la prosa remeda a la perfección la animada conversación en un grupo de amigos, entre cervezas, donde el hilo viene y va, se pierde y vuelve, siempre avivado por el calor de la reunión y por el interés compartido en lo que se nos cuenta.

Hay mucho de dejar correr la tertulia, confiando en que los lectores, sobre todo si hemos tenido la muy recomendable prudencia de prepararnos una buena jarra de cerveza para maridar con la lectura, no nos hallaremos mejor en ningún otro sitio. Staudt, confiado en los poderes encantatorios en partes alícuotas de sus anécdotas, de su prosa y de la misma cerveza, nos escancia mil y una historias.

Una me ha emocionado particularmente. Cuando está repasando las cervezas que conservan o recuperan sus raíces monacales, trae a colación «otra cooperativa abacial, Óvila, que toma su nombre del monasterio medieval español, Santa María de Óvila, fundado en 1181 en Trillo, Guadalajara. Las piedras de la sala capitular del monasterio fueron exportadas a San Francisco por el magnate de la prensa William Randolph Hearst, para incorporarlas en una de sus fantasiosas casas. Después de permanecer inutilizadas durante décadas en un parque público de San Francisco, la abadía de New Clairvaux adquirió las piedras para restaurar su capilla. Con el fin de financiar el proyecto, se asoció con la fábrica cervecera Sierra Nevada para producir una serie de cervezas de estilo monástico de alta calidad. Es un claro ejemplo de recuperación de las cervezas monásticas y de renovación de la cultura católica, que está literalmente reconstruyendo sus estructuras caídas». ¿No les resulta maravilloso que las piedras de Santa María de Óvila hayan encontrado su camino, a pesar de los magnates anti-hispánicos y de los parques públicos, para volver a ser un lugar sagrado de oración? ¿Y que lo hayan encontrado a través de la cerveza?

Batalla cultural

La anécdota anterior nos adelanta el tema axial de este libro. La relación de la cerveza con la vida monástica, y las enseñanzas que se pueden extraer de ahí para la vida en el siglo. El padre Nivakoff, que fue el encargado del laboratorio de la cerveza del monasterio de Nursia y ahora es el prior, explicó en una entrevista: «La cerveza es un catalizador […] puesto que hace que la gente se sienta cómoda y empiece a hablar. Unos monjes que elaboran cerveza parecen más accesibles a cualquier persona. Además, los monjes les enseñan cómo pedir bien una cerveza […] Si la oración no es lo primero, la cerveza sufrirá». Y nadie, por muy ateo que sea, quiere que su cerveza sufra lo más mínimo.

Staudt se complace en que nuestro santo Domingo, fundador de la Orden de Predicadores, hiciese su primera conversión hablando con un hereje toda la noche en una taberna. Cuando los dominicos crean una cerveza artesanal están volviendo a sus raíces. Y también nos cuenta que la santa irlandesa Brígida de Kildare (451–525) rezó para que hubiese cerveza en el Cielo. Dios oiga sus preces.

No caigamos tontamente en una sospecha de frivolidad. Es todo lo contrario: una alegría con las raíces más profundas, sólo que bajo tierra. Y no está sola. Al observador atento del panorama cultural no se le escapará la abundancia de libros recientes sobre el buen beber y el buen comer desde una óptica cristiana. La opción cervecera se suma a esa comunidad.

Sin apurar las jarras, esto es, sin ánimo de ser exhaustivos, tenemos los clásicos de Bela Hamvás (La filosofía del vino, Acantilado, 2014), el Bebo luego existo de sir Roger Scruton (Rialp, 2018) y el magistral El alma hambrienta de Leon R. Kass (Ediciones Cristiandad, 2006). Y luego, más divulgativos, pero con la misma intención última, TheBadCatholic’s Guide toWine, Whiskey, and Song (2007) de John Zmirak; La mesa católica, de Emily Stimpson Chapman (CEU, 2021) y Drinking with the Saints, de Michael P. Foley (2015). A estos libros habría que sumar Loa a la tierra (Herder, 2021), de Byung-Chul Han, un curioso ensayo, quizá el mejor de todos los suyos. Allí, a partir de la afición de cuidar un pequeño jardín urbano en el frío Berlín, el filósofo coreano-alemán entra en contacto con la realidad, con las raíces, también con las de su lejana familia católica y, finalmente, con la fe. Que todo culmine bebiendo un vino siciliano que se llama «Sangre de Cristo» más que metáfora es signo.

Ese camino ascensional es el que hacen todos los libros citados. En una sociedad cada día más aquejada de virtualidad y falta de contacto con las cosas como son, la comida y la bebida juegan un papel esencial. Contaba José María Pemán de su encuentro con el filósofo argentino César Pico: «Santa Teresa veía al Amado hasta entre los pucheros de la cocina. Pico lo ve hasta entre las mejores salsas francesas. Cuando se le rechaza un puro o una jarra de cerveza, suele amonestar: «¿Cuándo será usted del todo ortodoxo?»». Además de alimentar nuestros cuerpos, las salsas y las cervezas han de sustentar nuestras mentes, para que no olvidemos que somos naturaleza y que tenemos los pies en la tierra. La opción cervecera no se queda atrás. Puede avanzar más lenta hacia la Teología porque se recrea en cada paso del camino, de la verdad y de la vida, disfrutando muy demoradamente de itinerario tan ortodoxo como ameno. La cerveza se convierte en la poción mágica de Astérix para una de las batallas culturales más acuciantes de nuestro tiempo. La defensa de la carnalidad, del gozo, de la alegría de vivir, de las tradiciones y de la vida en comunidad. Hace honor la cerveza a la petición con que se la bendice según el Rituale Romanum(1615), de Paulo V: «quicumque ex eabiberint, sanitatem corpus et animae tutelam percipiant», o sea, «que quien beba de ella pueda obtener la salud del cuerpo y darse cuenta de cómo cuida de su alma».

Cosmos y cerveza

Recuerda el poeta Javier Rodríguez Marcos que «Martín López-Vega le preguntó a Seamus Heaney en una entrevista para El Mundo cuál era la mezcla ideal en poesía. El Nobel irlandés le contestó que la que había visto en la casa que compartían Mandelstam y Ajmátova: la mezcla entre cocina y cosmos». La respuesta es excelente, porque en esa mezcla encontramos lo íntimo y lo infinito, lo personal y lo inabarcable, la elaboración y la contemplación, lo comestible y lo inconcebible. Es lo que ha intentado y ha conseguido hacer —si me permiten el spoiler— Staudt en estas páginas que aparentan ser tan poco ambiciosas: ha fundido en un brindis universal la cerveza y el cosmos. De nuevo, la bendición del Ritual Romano no da puntada sin hilo: «ut sitre medium salutare humano generi», que sea «un remedio saludable para toda la raza humana», pide con un aliento cósmico, universal.

A estas alturas, Staudt confiesa: «La opción cervecera es una extensión de La opción benedictina». Esto es, del exitoso ensayo de R. O. Dreher (Ediciones Encuentro, 2018). Se fija, pues, en el modelo de la tradición monástica para la renovación cultural: oración y trabajo unidos en una visión orgánica. Pero Staudt añade este factor del fervor cervecero, del pequeño placer del primer trago de cerveza, como decíamos; y se produce un oportuno prodigio. Como él advierte, «La opción benedictina ha sido en gran medida malinterpretada como un alejamiento o una retirada del mundo». La cerveza es un antídoto, un bálsamo de Fierabrás contra esa tentación o malinterpretación, porque es un multiplicador de la convivencia e implica una apertura a la sociedad por su propia naturaleza. La cerveza añade unas gotas de alegría y de optimismo a esas tesis de Dreher tan dignas de consideración y que Staudt admira y sigue. La cerveza las refresca. En ese espíritu, este libro también se podría haber titulado La opción benedictina 16, guiñando a la majestuosa afición a la cerveza de Benedicto XVI. Busquen, por favor, en internet fotografías del papa bebiendo cerveza, y ya verán qué disfrute.

Por eso, no puedo estar de acuerdo con una afirmación que hace el autor, llevado quizá en volandas de su ya ponderada humildad: «Ahora que hemos llegado al final de este libro, tengo que hacer una confesión. Este libro no es, en última instancia, sobre la cerveza. De hecho, si usted elimina la cerveza del mismo, el relato seguirá siendo coherente». Qué va. Si le quitas la cerveza a este libro, pierde toda la gracia. Lo que La opción cervecera sostiene (la Iglesia, la comunidad, la recuperación de una cultura cristiana…) no se caerá, por supuesto; pero nuestros ánimos no se levantarán tan instantánea y alborozadamente.

La cerveza se constituye así, como quien no quiere la cosa, en un argumento apologético de primera importancia. Ya la usó Chesterton memorablemente: «Si creemos que el cosmos es una broma, consideramos que la catedral de San Pablo es una broma. Si todo es malo, entonces debemos creer (si creer tal cosa fuera posible) que la cerveza es mala…».

Enrique García-Máiquez, en revistacentinela.es

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Meditacion Domingo 5º t.o. (A)

 (Cfr. www.almudi.org)

 


Ser luz con el ejemplo

“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo” (Mateo 5,13-16).

I. En el Evangelio de la Misa de este domingo nos habla el Señor de nuestra responsabilidad ante el mundo: Vosotros sois la sal de la tierra...Vosotros sois la luz del mundo. Y nos lo dice a cada uno, a quienes queremos ser sus discípulos.

La sal da sabor a los alimentos, los hace agradables, preserva de la corrupción y era un símbolo de la sabiduría divina. En el Antiguo Testamento se prescribía que todo lo que se ofreciera a Dios llevase la sal, significando la voluntad del oferente de que fuera agradable. La luz es la primera obra de Dios en la creación, y es símbolo del mismo Señor, del Cielo y de la Vida. Las tinieblas, por el contrario, significan la muerte, el infierno, el desorden y el mal.

Los discípulos de Cristo son la sal de la tierra: dan un sentido más alto a todos los valores humanos, evitan la corrupción, traen con sus palabras la sabiduría a los hombres. Son también luz del mundo, que orienta y señala el camino en medio de la oscuridad. Cuando viven según su fe, con su comportamiento irreprochable y sencillo, brillan como luceros en el mundo, en medio del trabajo y de sus quehaceres, en su vida corriente. En cambio, ¡cómo se nota cuando el cristiano no actúa en la familia, en la sociedad, en la vida pública de los pueblos! Cuando el cristiano no lleva la doctrina de Cristo allí donde se desarrolla su vida, los mismos valores humanos se vuelven insípidos, sin trascendencia alguna, y muchas veces se corrompen.

Cuando miramos a nuestro alrededor nos parece como si, en muchas ocasiones, los hombres hubieran perdido la sal y la luz de Cristo. «La vida civil se encuentra marcada por las consecuencias de las ideologías secularizadas, que van, desde la negación de Dios o la limitación de la libertad religiosa, a la preponderante importancia atribuida al éxito económico respecto a los valores humanos del trabajo y de la producción; desde el materialismo y el hedonismo, que atacan los valores de la familia prolífica y unida, los de la vida recién concebida y la tutela moral de la juventud, a un "nihilismo" que desarma la voluntad para afrontar problemas cruciales como los de los nuevos pobres, emigrantes, minorías étnicas y religiosas, recto uso de los medios de información, mientras arma las manos del terrorismo». Hay muchos males que se derivan de «la defección de bautizados y creyentes de las razones profundas de su fe y del vigor doctrinal y moral de esa visión cristiana de la vida, que garantiza el equilibrio a personas y comunidades». Se ha llegado a esta situación -en la que es preciso evangelizar de nuevo a Europa y al mundo- por el cúmulo de omisiones de tantos cristianos que no han sido sal y luz, como el Señor les pedía.

Cristo nos dejó su doctrina y su vida para que los hombres encuentren sentido a su existencia y hallen la felicidad y la salvación. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende una luz para ponerla debajo del celemín, sino sobre un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa, nos sigue diciendo el Señor en el Evangelio de la Misa. Alumbre así vuestra luz ante los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. Y para eso es necesario, en primer lugar, el ejemplo de una vida recta, la limpieza de conducta, el ejercicio de las virtudes humanas y cristianas en la vida sencilla de todos los días. La luz, el buen ejemplo, ha de ir por delante.

II. Frente a esa marea de materialismo y de sensualidad que ahoga a los hombres, el Señor «quiere que de nuestras almas salga otra oleada -blanca y poderosa, como la diestra del Señor-, que anegue, con su pureza, la podredumbre de todo materialismo y neutralice la corrupción, que ha inundado el Orbe: a eso vienen -y a más- los hijos de Dios», a llevar a Cristo a tantos que conviven con nosotros, a que Dios no sea un extraño en la sociedad.

Transformaremos de verdad el mundo -comenzando por ese mundo quizá pequeño en el que se lleva a cabo nuestra actividad y en el que se despiertan nuestras ilusiones- si la enseñanza comienza con el testimonio de la vida personal: si somos ejemplares, competentes y honrados en el trabajo profesional; en la familia, dedicando a los hijos, a los padres, el tiempo que necesitan; si nos ven alegres, también en medio de la contradicción y del dolor; si somos cordiales..., «creerán a nuestras obras más que a cualquier otro discurso» y se sentirán atraídos a la vida que muestran nuestras acciones. El ejemplo prepara la tierra en la que fructificará la palabra. Sin nada que no sea propio de cristianos corrientes, podemos mostrar lo que significa seguir de verdad al Señor en el quehacer cotidiano, como hicieron los primeros cristianos. San Pablo lo urgía así a los fieles de os conjuro a que os portéis de una manera digna de la vocación a la que habéis sido llamados.

Nos han de conocer como hombres y mujeres leales, sencillos, veraces, alegres, trabajadores, optimistas; nos hemos de comportar como personas que cumplen con rectitud sus deberes y que saben actuar en todo momento como hijos de Dios, que no se dejan arrastrar por cualquier corriente. La vida del cristiano constituirá entonces una señal por la que conocerán el espíritu de Cristo. Por eso, debemos preguntarnos con frecuencia en nuestra oración personal si nuestros compañeros de trabajo, nuestros familiares y amigos, al presenciar nuestras acciones, se ven movidos a glorificar a Dios, porque ven en ellas la luz de Cristo: será un buen signo de que hay luz en nosotros y no oscuridad, amor a Dios y no tibieza. «Él -nos dice el Papa Juan Pablo II- tiene necesidad de vosotros... De algún modo le prestáis vuestro rostro, vuestro corazón, toda vuestra persona, convencidos, entregados al bien de los demás, servidores fieles del Evangelio. Entonces será Jesús mismo el que quede bien; pero si fueseis flojos y viles, oscureceríais su auténtica identidad y no le haríais honor». No perdamos nunca de vista esta realidad: los demás han de ver a Cristo en nuestro sencillo y sereno comportamiento diario: en el trabajo, en el descanso, al recibir buenas o malas noticias, cuando hablamos o permanecemos en silencio... Y para esto es necesario seguir muy de cerca al Maestro.

III. En la Primera lectura, el Profeta Isaías enumera una serie de obras de misericordia, que darán al cristiano la posibilidad de manifestar la caridad de su corazón, y que consisten en amar a los demás como nos ama el Señor: compartir el pan y el techo, vestir al desnudo, desterrar los gestos amenazadores y las maledicencias. Entonces -canta el Salmo responsorial- romperá tu luz como la aurora (...), brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía. La caridad ejercida a nuestro alrededor, en las circunstancias más diferentes, será un testimonio que atraerá a muchos a la fe de Cristo, pues Él mismo dijo: En esto conocerán que sois mis discípulos. Las mismas normas corrientes de la convivencia, que para muchas personas se quedan en algo exterior y sólo las practican porque hacen más fácil el trato social, para los cristianos deben ser fruto también de la caridad -de su unión con Dios, que llena de contenido sobrenatural esos gestos-, manifestación externa de aprecio y de interés. «Ahora adivino -escribe Santa Teresa de Lisieux- que la verdadera caridad consiste en soportar todos los defectos del prójimo, en no extrañar sus debilidades, en edificarse con sus menores virtudes; pero he aprendido especialmente que la caridad no debe quedar encerrada en el fondo del corazón, pues no se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa. Me parece que esta antorcha representa la caridad que debe iluminar y alegrar no sólo a aquellos que más quiero, sino a todos los que están en la casa», a toda la familia, a cada uno de los que comparten nuestro trabajo... Caridad que se manifestará en muchos casos a través de las formas usuales de la educación y de la cortesía.

Otro aspecto importante, en el que los cristianos hemos de ser esa sal y luz de la que nos habla el Señor, es la templanza y la sobriedad. Nuestra época «se caracteriza por la búsqueda del bienestar material a cualquier coste, y por el correspondiente olvido -mejor sería decir miedo, auténtico pavor- de todo lo que pueda causar sufrimiento. Con esta perspectiva, palabras como Dios, pecado, cruz, mortificación, vida eterna..., resultan incomprensibles para gran cantidad de personas, que desconocen su significado y su contenido». Por ello, es particularmente urgente dar testimonio generoso de templanza y de sobriedad, que manifiestan el señorío de los hijos de Dios, utilizando los bienes «según las necesidades y deberes, con la moderación del que los usa, y no del que los valora demasiado y se ve arrastrado por ellos».

Le pedimos hoy a la Virgen que sepamos ser sal, que impide la corrupción de las personas y de la sociedad, y luz, que no sólo alumbra sino que calienta, con la vida y con la palabra; que estemos siempre encendidos en el amor, no apagados; que nuestra conducta refleje con claridad el rostro amable de Jesucristo. Con la confianza que Ella nos inspira, pidamos en la intimidad de nuestro corazón: Señor Dios nuestro, tú que hiciste de tantos santos una lámpara que a la vez ilumina y da calor en medio de los hombres, concédenos caminar con ese encendimiento de espíritu, como hijos de la luz.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

 

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Homilía Domingo 5º t.o. (A)

 (Cfr. www.almudi.org)

 


(Is 58,7-10) "Parte con el hambriento tu pan"
(1 Cor 2,1-5) "Mi predicación no fue en palabras persuasivas de humano saber"
(Mt 5,13-16) "Vosotros sois la sal de la tierra"

Homilía con textos de homilías pronunciadas por san Juan Pablo II

Homilía en la parroquia de San Carlos y San Blas

--- Necesidad de vivir las virtudes cristianas
--- El apostolado
--- Vivir el misterio de Cristo

--- Necesidad de vivir las virtudes cristianas

“Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,13-14). Con estas palabras Cristo definió a sus discípulos y, al mismo tiempo, les asignó una tarea: explicó cómo deben ser, puesto que se trata de sus discípulos.

¿Por qué el Señor Jesús ha llamado a sus discípulos “la sal de la tierra”? Él mismo nos da la respuesta si consideramos, por una parte, las circunstancias en que pronuncia estas palabras y, por otra, el significado inmediato de la imagen de la sal. Como sabéis la afirmación de Jesús se inserta en el sermón de la montaña, cuya lectura comenzó el domingo pasado con el texto de las ocho bienaventuranzas: Jesús rodeado de una gran muchedumbre, está enseñando a sus discípulos (cfr. Mt 5,1), y precisamente a ellos, como de improviso, les dice no que “deben ser”, sino que “son” la sal de la tierra. En una palabra, se diría que Él, sin excluir obviamente el concepto de deber, designa una condición normal y estable del discipulado: no se es verdadero discípulo suyo, si no se es sal de la tierra.

Por otra parte, resulta fácil la interpretación de la imagen: la sal es la sustancia que se usa para dar sabor a las comidas y para preservarlas, además, de la corrupción. El discípulo de Cristo, pues, es sal en la medida en que ofrece realmente a los otros hombres, más aún, a toda la sociedad humana, algo que sirva como un saludable fermento moral, algo que dé sabor y que tonifique. Este fermento solo puede ser el conjunto de las virtudes indicadas en la serie de las bienaventuranzas.

Se comprende, pues, cómo estas palabras de Jesús valen para todos los discípulos. Por tanto, es necesario, que cada uno de nosotros las entienda como referidas a sí mismo. Ahora, después de la explicación que de estas palabras he hecho, debéis sentiros comprendidos en ellas todos. ¡Porque todos sois discípulos de Cristo!

--- El apostolado

Y ahora la segunda pregunta: ¿Por qué el Señor llamó a sus discípulos la “luz del mundo”? Él mismo nos da la respuesta, basándonos siempre en las circunstancias a que hemos aludido y en el valor peculiar de la imagen. Efectivamente la imagen de la luz se presenta como complementaria e integrante respecto a la imagen de la sal: si la sal sugiere la idea de la penetración en profundidad, la de la luz sugiere la idea de la difusión en sentido de extensión y de amplitud, porque -diré con las palabras del gran poeta italiano y cristiano- “La luz rápida cae como lluvia de cosa en cosa, y suscita varios colores dondequiera que se posa” (A. Manzoni).

El cristiano, pues, para ser fiel discípulo de Cristo, debe iluminar con su ejemplo, con sus virtudes, con esas “bellas obras” (Kala Erga), de las que habla el texto evangélico de hoy (Mt 5,16), y las cuales puedan ser vistas por los hombres. Debe iluminar precisamente porque es seguidor de Aquél que es “la luz verdadera que viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre” (Jn 1,9), y que se autodefine “luz del mundo” (Jn 8,12). El lunes pasado hemos celebrado la fiesta de “La Candelaria”, cuyo nombre exacto es el de “Presentación del Señor”. Al llevar al Niño al templo, fue saludado proféticamente por el anciano Simeón como “luz para alumbrar a las naciones” (Luc 2,32). Ahora bien, ¿no nos dice nada esta “persistencia de imagen” en la óptica de los evangelistas? Si Cristo es luz, el esfuerzo de la imitación y la coherencia de nuestra profesión cristiana jamás podrá prescindir de un ideal y, al mismo tiempo, de la semejanza real con Él.

También esta segunda imagen configura una situación normal y universal, válida para la vida cristiana: se presenta y se impone como una obligación de estado y debe tener, por tanto, una realización práctica y detallada, de modo que en ella se encuentren todos. Igual que todos están invitados a hacerse discípulos de Cristo, así también todos pueden y deben hacerse, en sus obras concretas, sal y luz para los demás hombres.

--- Vivir el misterio de Cristo

Y ahora escuchemos la confesión del auténtico discípulo de Cristo.

He aquí que habla San Pablo con las palabras de su carta a los Corintios. Lo vemos mientras se presenta a sus destinatarios, y oímos que lo ha hecho “débil y temeroso” (1 Cor 2,3). ¿Por qué?

Esta actitud de debilidad y temor nace del hecho de que él sabe que choca con la mentalidad corriente, la sabiduría puramente humana y terrena, que sólo se satisface con las cosas materiales y mundanas. Él, en cambio, anuncia a Cristo y a Cristo crucificado, esto es, predica una sabiduría que viene de lo alto. Para hacer esto, para ser auténtico discípulo de Cristo, vive interiormente todo el misterio de Cristo, toda la realidad de su cruz y de su resurrección. Además, es preciso notar que así también la intensa vida interior se convierte, casi de modo natural en lo que el Apóstol llama “el testimonio de Dios” (1Cor 2,1). Así, pues, en la vida práctica, un auténtico discípulo de Cristo debe siempre ser tal en el sentido de la aceptación interior del misterio de Cristo, que es algo totalmente “original”, no mezclado con la ciencia “humana” y con la “sabiduría de este mundo.

Viviendo de este modo tendremos ciertamente el “conocimiento” de él y también la capacidad de actuar según él. Pero es necesario que en relación con los compromisos de naturaleza laical, nuestra fe no se funde en sabiduría humana, sino en el poder de Dios (1 Cor 2,5).

¿Qué consecuencias prácticas nos conviene sacar de las lecturas litúrgicas de hoy? Me parece que deben ser éstas: ante todo, la profundización en la fe y en la vida interior; en segundo lugar, un empeño serio en la actividad apostólica: “para que los hombres vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el Cielo” (Mt 5,16); y finalmente la disponibilidad de ayudar a los otros, como bien dice la primera lectura con las palabras de Isaías: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia carne. Entonces romperá tu luz con la aurora, enseguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor y te responderá. Gritarás y te dirá: Aquí estoy” (Is. 58,7-9).

Ante todo, deseo que renovéis en vosotros la conciencia personal y comunitaria: soy discípulo, quiero ser discípulo de Cristo. Esto es una cosa maravillosa: ¡Ser discípulo de Cristo! ¡Seguir su llamada y su Evangelio! Os deseo que podáis sentir esto más profundamente, y que la vida de cada uno de vosotros y de todos adquiera, gracias a esta conciencia, su pleno significado.

En las palabras de Isaías se contiene una promesa particular: el Señor escucha  a los que le obedecen. El responde “Aquí estoy” a los que se hallan ante Él con la misma disponibilidad y dicen con su conducta el mismo “aquí estoy”. Os deseo que vuestra relación con Jesucristo nuestro Señor, Redentor y Maestro, se regule de este modo. Deseo que Cristo esté con vosotros, y que, mediante vosotros esté con los demás: y que se realice así la vocación de sus verdaderos discípulos, los cuales deben ser “la sal de la tierra”

 

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Etiquetas: Apostolado, Evangelizar, Homilía Domingo 5º t.o. (A), Misterio de Cristo, Virtudes cristianas
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