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Desde este blog se pretende facilitar el aprendizaje de la predicación y la oración personal. Todos los que tratamos a Dios podemos aprender y mejorar, usando este blog, nuestra amistad con el Señor.

Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

24 febrero 2023

LIBRO DE LA SEMANA (24 Feb): Nosotros

 (Cfr. www.todostuslibros.com)

 

Nosotros

Irene cree haber vivido el matrimonio más perfecto del mundo. Años de absoluta entrega y pasión entre dos seres humanos, así evoca ella su amor con Marcelo, su difunto marido. Ten...
978-84-233-6275-2 / Ediciones Destino
21,50€
(20,67€ sin IVA
 
 

Sinopsis

Irene cree haber vivido el matrimonio más perfecto del mundo. Años de absoluta entrega y pasión entre dos seres humanos, así evoca ella su amor con Marcelo, su difunto marido.

Tenían una conexión que maravillaba y extrañaba a su círculo más cercano: era una pareja que vivía el uno para el otro, como si cada día fuera el primero. Esta relación, la mayor de las historias de amor, los mantuvo aislados de su entorno, en los márgenes de la realidad común.

Con la pérdida de Marcelo, el mundo de Irene se rompe, pero ella descubre una insólita forma de seguir viviendo junto a él para salir adelante. Esa manera de recordar e invocar a quien fue el amor de su vida construye esta fantasía literaria.

Nosotros es una novela que explora los límites del sentimiento amoroso y a su vez un viaje a las profundidades del alma de una mujer atrapada en una utopía íntima, imaginativa y mortal. Sin embargo, poco a poco iremos descubriendo que la soledad impone su ley y su desgarro. 

Ficha Técnica

Materias:
Narrativa romántica | Ficción moderna y contemporanea
Editorial:
Ediciones Destino
Colección:
Áncora & Delfín
Encuadernación:
Cartoné
País de publicación :
España
Idioma de publicación :
Castellano
Idioma original :
Castellano
Autor/a: :
Vilas, Manuel
ISBN:
978-84-233-6275-2
EAN:
9788423362752
Dimensiones:
230 x 133 mm.
Peso:
596 gramos
Nº páginas:
368
Fecha publicación :
01-02-2023
Más sobre el autor

Vilas, Manuel

Manuel Vilas (Barbastro, 1962) es autor de seis poemarios y su obra lírica se ha compilado en Amor (2010), en Poesía completa (2016) y en Una sola vida (2022). Su obra narrativa la inicia España, a la que le siguen Aire nuestro, Los inmortales, El luminoso regalo y los libros de relatos Zeta y Setecientos millones de rinocerontes. Es autor del libro de viajes América, de Listen to me y de Lou Reed era español. Su novela Ordesa (2018) fue traducida a más de veinte lenguas y elegida libro del año por Babelia y obtuvo el Premio Femina, concedido en Francia a la mejor novela extranjera. Alegría (2019), traducida a varias lenguas, fue novela finalista del Premio Planeta. En 2021 publica Los besos. Nosotros es su novela más reciente y ha sido galardonada con el Premio Nadal de Novela 2023. Colabora en El País y otros medios. Twitter: @Granvilas  Facebook: @ManuelVilas Instagram: @manuel.vilas

 

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Etiquetas: Manuel Vilas, Nosotros, Novela, Premio Nadal 2023

PELICULA DE LA SEMANA (24 Feb): El cielo no puede esperar

 (Cfr. www.filmaffini


El cielo no puede esperar

Título original
El cielo no puede esperar
Año
2022
Duración
78 min.
País
España España
Dirección
José María Zavala
Guion
José María Zavala
Música
Luis Mas
Fotografía
Miguel Gilaberte
Reparto
Documental
Género
Drama. Documental | Religión. Biográfico
Sinopsis
Película biográfica sobre el beato Carlo Acutis, un estudiante italiano y aficionado programador de informática, conocido por documentar milagros eucarísticos alrededor del mundo y catalogarlos en un sitio web que creó antes de su muerte por leucemia a los 15 años. Acutis fue beatificado por la Iglesia Católica en el 2020.
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Etiquetas: El cielo puede no puede esperar, Pelicula, San Carlo Acutis

La Penitencia y el Ayuno en la Iglesia primitiva

 (Cfr. www.almudi.org)

 


Los primeros cristianos procuraron revivir en sus vidas la Pasión de Cristo, tomando la propia cruz para seguirle, identificándose con Él mediante el espíritu de sacrificio y de penitencia.

Supieron encontrar la mortificación en su vida ordinaria, en el cumplimiento de sus deberes, en lo pequeño de cada día. Vivían la sobriedad.

La Iglesia de los primeros tiempos también conservó la práctica del ayuno, siguiendo el ejemplo de Jesús en el desierto. Los Hechos de los Apóstoles mencionan celebraciones de culto acompañadas de ayuno.

San Pablo, en su misión apostólica, no se conforma con sufrir hambre y sed cuando las circunstancias lo exigen, sino que añade repetidos ayunos. La Iglesia ha permanecido fiel a esta tradición, procurando mediante el ayuno disponernos a recibir mejor las gracias del Señor.

Presentamos a continuación algunos textos de los primeros escritores cristianos que reflejan cómo vivían el ayuno y la penitencia.

Necesidad de la mortificación

El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar. (Epístola a Diogneto, 5-6)

Hermoso es mortificar el cuerpo. De ello te persuada Pablo, que sin cesar lucha y se sujeta con violencia (cfr. 1Co 9, 27), e inspira santo temor, con el ejemplo de Israel, a cuantos confían en sí mismos y condescienden con su cuerpo. Que te persuada el mismo Jesús, con su ayuno, su sometimiento a la tentación y su victoria sobre el tentador (cfr. Mt 4, 1 ss). (San Gregorio Nacianceno, Discurso 14, 2-5)

No creamos que es suficiente un fervor pasajero de la fe, porque es preciso que cada uno lleve continuamente su cruz, para dar a entender de este modo, que es incesante nuestro amor a Jesucristo. (San Jerónimo, Comentario a San Mateo, 10, 96)

El camino por el que viene el Señor, penetrando hasta dentro del hombre, es la penitencia, por la cual Dios baja a nosotros. De aquí el principio de la predicación de Juan: haced penitencia. (San Jerónimo, Comentario sobre el libro del profeta Joel, 25)

(La mortificación…) purifica el alma, eleva el pensamiento, somete la carne propia al espíritu, hace al corazón contrito y humillado, disipa las nebulosidades de la concupiscencia, apaga el fuego de las pasiones y enciende la verdadera luz de la castidad. (San Agustín,  Sermón 73, 5)

Si eres miembro de Cristo, tú, quienquiera que seas […], debes saber que todo lo que sufres por parte de aquellos que no son miembros de Cristo es lo que faltaba a la pasión de Cristo. Por esto la completas, porque faltaba; vas llenando la medida, no la derramas; sufres en la medida en que tus tribulaciones han de añadir en parte a la totalidad de la pasión de Cristo, ya que Él, que sufrió como cabeza nuestra, continúa ahora sufriendo en sus miembros, es decir, en nosotros. (San Agustín, Comentario sobre el Salmo 61, 7)

Sobre el Ayuno

El libro del Pastor de Hermas refleja el estado de la cristiandad romana a mediados del siglo II. Tras una larga pausa de tranquilidad sin sufrir persecución, parece que no era tan universal el buen espíritu de esos primeros tiempos. Junto a cristianos fervorosos, había muchos tibios; y esto en todos los niveles de la Iglesia. No es de extrañar, pues, que el libro gire en torno a la necesidad de la penitencia y el ayuno…

Los ayunos agradables a Dios son: no hagas mal y sirve al Señor con corazón limpio; guarda sus mandamientos siguiendo sus preceptos y no permitas que ninguna concupiscencia del mal penetre en tu corazón […]. Si esto haces, tu ayuno será grato en la presencia de Dios. (Hermas, “El Pastor”, Comparaciones, 3)

Este ayuno es sobremanera bueno, a condición de que se guarden los mandamientos del Señor. Así pues, el ayuno que vas a practicar lo observarás de este modo: ante todas las cosas, guárdate de toda palabra mala y de todo deseo malo y limpia tu corazón de todas las vanidades de este siglo. Si esto guardares, este ayuno tuyo será perfecto. (Hermas, “El Pastor”, Comparaciones, 4)

Por lo demás, lo harás de esta manera: después de cumplido lo que queda escrito, el día que ayunes no tomarás sino pan y agua, y de la comida que habías de tomar calcularás la cantidad de gasto que correspondería a aquel día y lo entregarás a una viuda, a un huérfano o a un necesitado. Y te humillarás de manera que quien tomare de tu humillación sacie su alma y ruegue por ti al Señor. (Hermas, “El Pastor”, Comparaciones, 5, 1-4)

Alegrad, pues, vuestros rostros. (…) ayuna, y ayuna con alegría. (San Basilio el Grande, Homilía sobre el ayuno, 1)

Así como es peligroso pasar los límites de la templanza en el comer, también está fuera de razón abatir demasiado el cuerpo con abstinencias excesivas, inutilizándole para todo lo bueno por haberle enflaquecido demasiado. Estamos, pues, obligados a cuidar de nuestros cuerpos. (San Basilio el Grande, Sobre la verdadera virginidad, 27)

En otros tiempos del año hay algunos ayunos por los cuales se merece premio si se observa: mas en Cuaresma peca el que deja de ayunar. Los otros ayunos son voluntarios; pero los de Cuaresma son de obligación: a los otros nos convidan; pero a estos nos obligan: y no tanto son precepto de la Iglesia, como del mismo Dios. (San Ambrosio, Sermón 3, 148)

Hablaba del ayuno del alimento como una práctica necesaria para ser caritativo, del ayuno constituido por la continencia con vistas a la santidad, del ayuno de las palabras vanas o detestables, del ayuno de la cólera, del ayuno de la propiedad de los bienes con vistas al ministerio, y del ayuno del sueño para dedicarse a la oración. (Benedicto XVI presenta a San Afraates el Sabio, 21 noviembre 2007)

Gabriel Larrauri en primeroscristianos.com

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Meditación Domingo 1º Cuaresma (A)

 (Cfr. www.almudi.org)

 

Las tentaciones de Jesús

 “En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al final sintió hambre. Y el tentador se le acercó y le dijo: -Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. Pero él le contestó diciendo: -Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Entonces el diablo lo lleva a la Ciudad Santa, lo pone en el alero del templo y le dice: -Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus manos para que tu pie no tropiece con las piedras. Jesús le dijo: -También está escrito: No tentarás, al Señor, tu Dios.
Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y mostrándole todos los reinos del mundo y su esplendor le dijo: -Todo esto te daré si te postras y me adoras. Entonces le dijo Jesús: -Vete, Satanás, porque está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto. Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y lo servían” (Mateo 4,1-11).

I. «La Cuaresma conmemora los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto, como preparación de esos años de predicación, que culminan en la Cruz y en la gloria de la Pascua. Cuarenta días de oración y de penitencia. Al terminar, tuvo lugar la escena que la liturgia de hoy ofrece a nuestra consideración, recogiéndola en el Evangelio de la Misa: las tentaciones de Cristo (Cfr. Mt 4, 111).

»Una escena llena de misterio, que el hombre pretende en vano entender -Dios que se somete a la tentación, que deja hacer al Maligno-, pero que puede ser meditada, pidiendo al Señor que nos haga saber la enseñanza que contiene».

Es la primera vez que interviene el diablo en la vida de Jesús, y lo hace abiertamente. Pone a prueba a Nuestro Señor; quizá quiere averiguar si ha llegado ya la hora del Mesías. Jesús se lo permitió para darnos ejemplo de humildad y para enseñarnos a vencer las tentaciones que vamos a sufrir a lo largo de nuestra vida: «como el Señor todo lo hacía para nuestra enseñanza -dice San Juan Crisóstomo‑, quiso también ser conducido al desierto y trabar allí combate con el demonio, a fin de que los bautizados, si después del bautismo sufren mayores tentaciones, no se turben por eso, como si no fuera de esperar». Si no contáramos con las tentaciones que hemos de padecer abriríamos la puerta a un gran enemigo: el desaliento y la tristeza.

Quería Jesús enseñarnos con su ejemplo que nadie debe creerse exento de padecer cualquier prueba. «Las tentaciones de Nuestro Señor son también las tentaciones de sus servidores de un modo individual. Pero su escala, naturalmente, es diferente: el demonio no va a ofreceros a vosotros ni a mí -dice Knox- todos los reinos del mundo. Conoce el mercado y, como buen vendedor, ofrece exactamente lo que calcula que el comprador tomará. Supongo que pensará, con bastante razón, que la mayor parte de nosotros podemos ser comprados por cinco mil libras al año, y una gran parte de nosotros por mucho menos. Tampoco nos ofrece sus condiciones de modo tan abierto, sino que sus ofertas vienen envueltas en toda especie de formas plausibles. Pero si ve la oportunidad no tarda mucho en señalarnos a vosotros y a mí cómo podemos conseguir aquello que queremos si aceptamos ser infieles a nosotros mismos y, en muchas ocasiones, si aceptamos ser infieles a nuestra fe católica».

El Señor, como se nos recuerda en el Prefacio de la Misa de hoy, nos enseña con su actuación cómo hemos de vencer las tentaciones y además quiere que saquemos provecho de las pruebas por las que vamos a pasar. Él «permite la tentación y se sirve de ella providencialmente para purificarte, para hacerte santo, para desligarte mejor de las cosas de la tierra, para llevarte a donde Él quiere y por donde Él quiere, para hacerte feliz en una vida que no sea cómoda, y para darte madurez, comprensión y eficacia en tu trabajo apostólico con las almas, y... sobre todo para hacerte humilde, muy humilde». Bienaventurado el varón que soporta la tentación -dice el Apóstol Santiago- porque, probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que le aman.

II. El demonio tienta aprovechando las necesidades y debilidades de la naturaleza humana.

El Señor, después de haber pasado cuarenta días y cuarenta noches ayunando, debe encontrarse muy débil, y siente hambre como cualquier hombre en sus mismas circunstancias. Este es el momento en que se acerca el tentador con la proposición de que convierta las piedras que allí había en el pan que tanto necesita y desea.

Y Jesús «no sólo rechaza el alimento que su cuerpo pedía, sino que aleja de sí una incitación mayor: la de usar del poder divino para remediar, si podemos hablar así, un problema personal (...).

»Generosidad del Señor que se ha humillado, que ha aceptado en pleno la condición humana, que no se sirve de su poder de Dios para huir de las dificultades o del esfuerzo. Que nos enseña a ser recios, a amar el trabajo, a apreciar la nobleza humana y divina de saborear las consecuencias del entregamiento».

Nos enseña también este pasaje del Evangelio a estar particularmente atentos, con nosotros mismos y con aquellos a quienes tenemos una mayor obligación de ayudar, en esos momentos de debilidad, de cansancio, cuando se está pasando una mala temporada, porque el demonio quizá intensifique entonces la tentación para que nuestras vidas tomen otros derroteros ajenos a la voluntad de Dios.

En la segunda tentación, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles de que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra. Y le respondió Jesús: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.

Era en apariencia una tentación capciosa: si te niegas, demostrarás que no confías en Dios plenamente; si aceptas, le obligas a enviar, en provecho personal, a sus ángeles para que te salven. El demonio no sabe que Jesús no tendría necesidad de ángel alguno.

Una proposición parecida, y con un texto casi idéntico, oirá el Señor ya al final de su vida terrena: Si es el rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él.

Cristo se niega a hacer milagros inútiles, por vanidad y vanagloria. Nosotros hemos de estar atentos para rechazar, en nuestro orden de cosas, tentaciones parecidas: el deseo de quedar bien, que puede surgir hasta en lo más santo; también debemos estar alerta ante falsas argumentaciones que pretendan basarse en la Sagrada Escritura, y no pedir (mucho menos exigir) pruebas o señales extraordinarias para creer, pues el Señor nos da gracias y testimonios suficientes que nos indican el camino de la fe en medio de nuestra vida ordinaria.

En la última de las tentaciones, el demonio ofrece a Jesús toda la gloria y el poder terreno que un hombre puede ambicionar. Le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: -Todas estas cosas te daré si postrándote delante de mí, me adoras. El Señor rechazó definitivamente al tentador.

El demonio promete siempre más de lo que puede dar. La felicidad está muy lejos de sus manos. Toda tentación es siempre un miserable engaño. Y para probarnos, el demonio cuenta con nuestras ambiciones. La peor de ellas es la de desear, a toda costa, la propia excelencia; el buscarnos a nosotros mismos sistemáticamente en las cosas que hacemos o proyectamos. Nuestro propio yo puede ser, en muchas ocasiones, el peor de los ídolos.

Tampoco podemos postrarnos ante las cosas materiales haciendo de ellas falsos dioses que nos esclavizarían. Los bienes materiales dejan de ser bienes si nos separan de Dios y de nuestros hermanos los hombres.

Tendremos que vigilar, en lucha constante, porque permanece en nosotros la tendencia a desear la gloria humana, a pesar de haberle dicho muchas veces al Señor que no queremos otra gloria que la suya. También a nosotros se dirige Jesús: Adorarás al Señor Dios tuyo; y a Él solo servirás. Y eso es lo que deseamos y pedimos: servir a Dios en la vocación a la que nos ha llamado.

III. El Señor está siempre a nuestro lado, en cada tentación, y nos Confiad: Yo he vencido al mundo. Y nosotros nos apoyamos en Él, porque, si no lo hiciéramos, poco conseguiríamos solos: Todo lo puedo en Aquel que me conforta. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?.

Podemos prevenir la tentación con la mortificación constante en el trabajo, al vivir la caridad, en la guarda de los sentidos internos y externos. Y junto a la mortificación, la oración: Velad y orad para no caer en la tentación. También debemos prevenirla huyendo de las ocasiones de pecar, por pequeñas que sean, pues el que ama el peligro perecerá en él, y teniendo el tiempo bien ocupado, principalmente cumpliendo bien nuestros deberes profesionales, familiares y sociales.

Para combatir la tentación «habremos de repetir muchas veces y con confianza la petición del padrenuestro: no nos dejes caer en la tentación, concédenos la fuerza de permanecer fuertes en ella. Ya que el mismo Señor pone en nuestros labios tal plegaria, bien estará que la repitamos continuamente.

»Combatimos la tentación manifestándosela abiertamente al director espiritual, pues el manifestarla es ya casi vencerla. El que revela sus propias tentaciones al director espiritual puede estar seguro de que Dios otorga a éste la gracia necesaria para dirigirle bien».

Contamos siempre con la gracia de Dios para vencer cualquier tentación. «Pero no olvides, amigo mío, que necesitas de armas para vencer en esta batalla espiritual. Y que tus armas han de ser éstas: oración continua; sinceridad y franqueza con tu director espiritual; la Santísima Eucarístia y el Sacramento de la Penitencia; un generoso espíritu de cristiana mortificación que te llevará a huir de las ocasiones y evitar el ocio; la humildad del corazón, y una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen: Consolatrix afflictorum et Refugium peccatorum, consuelo de los afligidos y refugio de los pecadores. Vuélvete siempre a Ella confiadamente y dile: Mater mea, fiducia mea; ¡Madre mía, confianza mía!».

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

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Etiquetas: 40 días de Jesús en el desierto, Meditación Domingo 1º Cuaresma, Tentaciones de Jesús

Homilía Domingo 1º Cuaresma (A)

 (Cfr. www.almudi.org)

 



(Gen 2,7-9;3,1-7) "Formó el Señor al hombre del barro de la tierra”
(Rom 5,12-19) "Serán muchos hechos justos por la obediencia de uno"
(Mt 4,1-11) "No sólo de pan vive el hombre"

 

Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la parroquia de S. Juan Bautista de los Florentinos, en Roma (8-III-1981)

-

--- Debilidad del hombre y llamada de Dios

“Al Señor, tu Dios, adorarás, y a Él sólo darás culto” (Mt 4,10).

Estas categóricas palabras, dirigidas por nuestro Señor Jesucristo a Satanás, tentador, y colocadas por la liturgia en los umbrales de la Cuaresma, son un programa incisivo y perenne de vida para el hombre, llamado por la fuerza del Amor eterno al servicio de Dios y sólo de Dios, y sin embargo, desde el comienzo de su existencia contingente y durante toda su vida, tan expuesto y susceptible a todas las “tentaciones”, a las que le impulsan continuamente el “reino” de este mundo y el “príncipe de este mundo” (cfr. Jn. 12,31; 14,30; 16,11), que hacen todo lo posible para dominar y manipular al hombre tratando de ponerle en oposición a Dios.

Frente a Satanás, que le promete incluso “todos los reinos del mundo y su esplendor”, en contrapartida de la adoración, Jesús responde con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios, el cual había puesto en guardia al pueblo elegido contra la fascinante y peligrosa tentación de la idolatría: “ Guárdate de olvidarte de Yavé, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre. Teme a Yavé, tu Dios; sírvele a Él... haz lo que es recto y bueno a los ojos de Yavé” (Dt. 6,12-13.18).

La Cuaresma, tiempo litúrgico privilegiado, es tiempo de conversión interior. La Sagrada Escritura presenta la vida del hombre en sus relaciones con Dios como una continua conversión interior, en cuanto que Dios, en su infinito amor, llama al hombre a vivir en comunión con El. Pero el hombre es frágil, débil, pecador; por lo tanto, para ponerse en comunión con Dios, tiene necesidad de una actitud de humildad y de penitencia; debe orientarse hacia Dios, “buscar el rostro de Dios” (cfr. Os. 5,15; Sal 24,6); debe invertir el camino que lo lleva hacia el mal; cambiar el propio comportamiento ético; cambiar incluso concepciones y modos de pensar individuales, que estén en oposición a la voluntad y a la palabra de Dios.

Y Jesús, el Hijo de Dios encarnado, ya desde el comienzo de su ministerio mesiánico lanza a los hombres su llamada a la conversión: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cercano; convertios y creed en el Evangelio” (Mc 1,15; cfr. Mt 4,17).

La Cuaresma representa en la vida de la Iglesia como un grito a la conversión: “¡ojalá escuchéis hoy su voz; no endurezcáis vuestro corazón!” (Sal 94(95),8). Este "hoy" se refiere precisamente a la Cuaresma, que en la extraordinaria riqueza evocativa de sus textos litúrgicos es una continua, apremiante llamada a la urgencia de la auténtica conversión interior.

--- Alejarse del pecado mortal y venial con la gracia

La conversión es fundamentalmente un alejarse del pecado, y un dirigirse, un retornar al Dios viviente, al Dios de la Alianza. “Venid y volvamos a Yavé; Él desgarró, Él nos curará; Él hirió, Él nos vendará” (Os. 6,1): es la invitación del profeta Oseas, que insiste sobre el carácter interior de la auténtica conversión, que siempre debe estar animada e inspirada por el amor y por el conocimiento de Dios. Y el Profeta Jeremías, el gran maestro de la religiosidad interior, anuncia de parte de Dios una extraordinaria transformación espiritual de los miembros del Pueblo elegido: “Les daré un corazón capaz de conocerme, de saber que yo soy Yavé; y ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios, pues se convertirán a mí de todo corazón” (Jer. 24,7).

La conversión es un don de Dios, que el hombre debe pedir con ferviente oración y que nos ha merecido Cristo “nuevo Adán”. Esto es lo que la liturgia de hoy nos ha hecho meditar en el pasaje de la Carta de San Pablo a los Romanos: por la desobediencia del primer Adán el pecado y la muerte entraron en el mundo y dominan al hombre. Pero si es verdad que “por la culpa de aquél, que era uno solo (es decir Adán), la muerte inauguró su reino, mucho más los que reciben a raudales el don gratuito de la amnistía vivirán y reinarán gracias a uno solo, Jesucristo” (cfr. Rom 5,17).

El cristiano, fuerte con la fuerza que le viene de Cristo, se aleja cada vez más del pecado, de los pecados concretos, mortales o veniales, superando las malas inclinaciones, los vicios, el pecado habitual y, al obrar así, hará cada vez más débil el “fomes” del pecado, esto es, la triste herencia de la desobediencia originaria. Esto ocurre en la medida en que abunda en nosotros cada vez más la gracia, don de Dios, concedido por los méritos “de un solo hombre, Jesucristo” (cfr. Rom 5,15). De este modo, la conversión es un paso casi gradual, eficaz, continuo, del “viejo” Adán, al “nuevo”, que es Cristo. Este exaltante proceso espiritual, en el período de la Cuaresma, debe hacerse en cada cristiano particularmente consciente e incisivo.

--- Tentaciones

Pero la conversión sólo es posible basándose en la superación de las tentaciones, como pone en clara evidencia la Liturgia de la Palabra de este primer domingo de Cuaresma.

La pluralidad y multiplicidad de las tentaciones encuentran su fundamento en esa triple concupiscencia, de la que habla la primera carta de San Juan: “No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo ‑ la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas ‑ no viene del Padre, sino del mundo (1 Io 2:15-16)”.

Como es sabido, en la concepción de San Juan, el “mundo” del que debe alejarse el cristiano, no es la creación, la obra de Dios, que ha sido confiada al dominio del hombre; sino que es el símbolo y el signo de todo lo que nos separa de Dios o que quiere excluir a Dios, esto es, lo opuesto al “Reino de Dios”.

Por tanto, son tres los aspectos del mundo del que debe mantenerse alejado el cristiano para ser fiel al mensaje de Jesús: los apetitos sensuales; el ansia excesiva de los bienes terrenos, sobre los cuales el hombre cree ilusoriamente poder construir toda su vida; y finalmente la autosuficiencia orgullosa en relación con Dios (cfr 1 Jn 2,15 las tres concupiscencias).

En las tres “tentaciones” con las que Satanás incita a Cristo en el desierto, se pueden encontrar fácilmente las “tres concupiscencias” ya mencionadas; son las tres grandes tentaciones, a las cuales también el cristiano será sometido en el curso de su vida terrena.

Pero en la base de esta triple tentación encontramos de nuevo la primitiva y omnicomprensiva tentación, dirigida por el mismo Satanás a nuestros progenitores: “Seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal” (cfr. Gen 3,5). Satanás promete al hombre la Omnipotencia y la Omnisciencia de Dios, es decir,, la total autosuficiencia e independencia. Ahora bien, el hombre no es así sino por su posibilidad de “elegir” a Dios, a cuya imagen fue creado. Pero el mismo Adán se elige a sí mismo en lugar de Dios; cede a la tentación y se encuentra miserable, frágil, débil, “desnudo”, “esclavo del pecado” (cfr. Jn 8,34). El segundo Adán, Cristo, en cambio, afirma de nuevo contra Satanás la fundamental, estructural y ontológica dependencia del hombre en relación con Dios. El hombre -nos dice Cristo- no es humillado, sino más bien exaltado en su misma dignidad cada vez que se postra para adorar al Ser infinito, su Creador y Padre: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto” (Mt 4,10).

Esta llamada cuaresmal a la conversión comporta un continuo y paciente trabajo sobre sí mismo, trabajo que llega al conocimiento de los motivos escondidos y de los resortes ocultos del amor propio, de la sensualidad, del egoísmo.

A este trabajo, que requiere empeño y constancia, estamos llamados todos y cada uno, sin excepción, tanto a nivel personal, como a nivel comunitario, a fin de que podamos ayudarnos mutuamente en el camino de la conversión, la cual es siempre fruto de “volver a encontrar” a Dios Padre, rico en misericordia. “El auténtico conocimiento de Dios -he escrito en mi segunda Encíclica-, Dios de la misericordia y del amor benigno, es una constante e inagotable fuente de conversión, no solamente como momentáneo acto interior, sino también como disposición estable, como estado de ánimo. Quienes llegan a conocer de este modo a Dios, quienes lo “ven” así, no pueden vivir sino convirtiéndose sin cesar a Él. Viven, pues, in statu conversionis; es este estado el que traza la componente más profunda de la peregrinación de todo hombre en la tierra in statu viatoris” (Dives in misericordia, 13)
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