predicanet

Desde este blog se pretende facilitar el aprendizaje de la predicación y la oración personal. Todos los que tratamos a Dios podemos aprender y mejorar, usando este blog, nuestra amistad con el Señor.

Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

12 junio 2021

LIBRO DE LA SEMANA (11 Jun): Boulevard

 (Cfr. www.todostuslibros.com)

Boulevard

Luke y Hasley no eran el prototipo de la pareja perfecta, sin embargo, ambos le pusieron definición a lo que ellos crearon.Una historia en donde dos adolescentes crean su propio Bo...
Materias:
Ficción de crimen y misterio (infantil/juvenil) | Thriller (infantil/juvenil) | Ficción general (infantil/juvenil)
Editorial:
Editorial Naranja
Colección:
AUTOR
Encuadernación:
No definida.
País de publicación :
España
Idioma de publicación :
Español
Idioma original :
Español
ISBN:
978-980-7909-06-8
EAN:
9789807909068
Dimensiones:
229 x 152 mm.
Peso:
400 gramos
Nº páginas:
316
Fecha publicación :
01-05-2020
 
Sinopsis

Sinopsis de: "Boulevard"

Luke y Hasley no eran el prototipo de la pareja perfecta, sin embargo, ambos le pusieron definición a lo que ellos crearon.Una historia en donde dos adolescentes crean su propio Boulevard ante la llovizna que hay en sus corazones, con un cielo pintado de azul cálido en una parte y otra de un azul eléctrico, tiñéndose este por completo de un grisáceo nostálgico
 


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Etiquetas: Boulevard, Ed Naranja, Flor Guadal, Libro, Mojarraz Salvador

PELICULA DE LA SEMANA (11 Jun): Land (En un lugar salvaje)

 (Cfr. www.almudi.org)

 

  películas

En un lugar salvaje

  • Drama
  • Público apropiado: Jóvenes
  • Valoración moral: Adecuada
  • Año: 2021
  • País: EE.UU.
  • Dirección: Robin Wright

  • Dirección: Robin Wright
  • Intérpretes: Robin Wright, Demián Bichir, Sarah Dawn Pledge, Kim Dickens, Warren Christie, Finlay Wojtak-Hissong, Brad Leland, Jordan Bullchild, Dave Trimble, Rikki-Lynn Ward, Mia McDonald, Barb Mitchell
  • Guión: Jesse Chatham, Erin Dignam
  • Música: Ben Sollee, Time for Three
  • Fotografía: Bobby Bukowski
  • Producción: Robin Wright
  • Distribuye en cine: Universal

Reseña: 

La impactante historia de una mujer que busca sentido a su existencia enfrentándose a la inmensidad y la hostilidad de la naturaleza en estado puro. Tras una tragedia indescriptible, Edee se siente incapaz de conectar con el mundo que conocía y, ante la incertidumbre, decide retirarse al imponente y despiadado paraje de las Montañas Rocosas. A punto de morir y tras ser rescatada por un cazador local, Edee deberá encontrar el modo de aprender a vivir de nuevo.

La sencilla trama escrita por Jesse Chatham y Erin Dignam indaga en las situaciones duras que toca encajar en la vida, que a veces nos sobrepasan, podemos carecer de los recursos necesarios para saber seguir adelante, y tener reacciones inesperadas. Frente a otras historias donde la comunión con el entorno natural sirven para reconciliarse con uno mismo, aquí se subraya el valor y la necesidad de contar con otros seres humanos.

La búsqueda de la soledad puede convertirnos aún más en el ombligo del mundo, y hacer más profundo nuestro problema, en cambio tener a alguien al lado, que no nos presiona, capaz de empatizar y simplemente estar ahí, supone una ayuda, e invita también a salir del cascarón e interesarse por su historia, a replantearse, en definitiva, las cosas. (Almudí JD). Decine21: AQUÍ

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Etiquetas: En un lugar salvaje, Land, Película, Ron¡bin Wright

11 junio 2021

La paternidad aparece más que nunca como algo prodigioso

 (Cfr. www.almudi.org)

 

 


Fabrice Hadjadi da testimonio de su experiencia de la paternidad y desarrolla una profunda reflexión sobre la figura del padre.

En un nuevo ensayo, tan brillante como divertido, ‘Ser padre con San José. Pequeña guía del aventurero de los tiempos posmodernos’, publicado por Éditions Magnificat, el escritor y filósofo Fabrice Hadjadi da testimonio de su experiencia de la paternidad y desarrolla una profunda reflexión sobre la figura del padre.

¿A quién va dirigido su libro? ¿Intenta justificarse por tener nueve hijos ante los adeptos del «childfree» (los que deciden no tener hijos) o del «one child, one planet» (un solo hijo para no contaminar)?

Es cierto que soy un genitor en serie. Peor que los asesinos en serie, según algunos: mientras los asesinos ponen remedio a la superpoblación y proporcionan un rico fertilizante, yo contribuyo al «suicidio del planeta». Para entender la intención de mi libro hay que remitirse al subtítulo: Pequeña guía del aventurero de los tiempos posmodernos. En su época, Charles Péguy hablaba de los «hombres casados» y de los «padres de familia» como de «los grandes aventureros del mundo moderno». Pero ya no estamos en la modernidad, sino en la posmodernidad. La modernidad fue progresista y humanista. La posmodernidad es catastrofista y poshumanista (ya se trate del antiespecismo, del transhumanismo o del fundamentalismo religioso).

Es cierto que el fantasma del Gran Día aún es utilizado, de forma residual, por el «gran reset» liberal y el «mundo de después» de la colapsología de izquierdas. Pero este fantasma no se aguanta ante la posibilidad real de la extinción. En la época de Péguy, por tanto, la aventura de la paternidad era sobre todo entrar en la carne de la historia para resistir al imperio del dinero y de la ideología. Hoy en día, esta aventura consiste en consentir dar vida a un mortal en una época en la que esto ya no se da por sentado. ¿Por qué seguir teniendo hijos carnalmente en una época de extinción y biotecnología? ¿Por qué convertirse en padre y no contentarse con ser un experto?

¿Echa de menos el «mundo de antes»?

Lo que digo no es ni reaccionario ni revolucionario. No echo de menos la paternidad tal y como la concebía el código napoleónico, donde se trataba de ser el gran propietario de tu mujer y de tus hijos y de ocuparse sobre todo del varón primogénito, por cuestiones menos paternales que patrimoniales. Creo que los desafíos que traen el neofeminismo, el individualismo, el tecnologismo o la esterilidad de los «childfree» son de una innegable utilidad. Derribamos la estatua del general. Nos libramos de los tópicos del hombre del saco y del padre gallina clueca. Pero cuando los puntos de referencia se derrumban, la figura del padre puede aparecer en su desnudez.

Estoy hablando de la figura, no del rol. El papel de padre puede ser interpretado muy bien por una mujer, y con mayor eficacia porque se trata precisamente de una cuestión de actuación. Pero la paternidad humana no es una cuestión de rendimiento. Se logra a través de tus propios fallos. Es una aventura: el riesgo de un futuro para el otro, contra cualquier programa preconcebido. La pérdida de los puntos de referencia de antaño la hacen aún más sorprendente. En un mundo donde solo hay drones, el pájaro más pequeño aparece como una maravilla de la gracia. Es posible que hoy, en un mundo de calculadoras y consumidores desencarnados, el padre más insignificante aparezca por fin en todo lo que de prodigioso tiene.

Es muy difícil ser hijo o hija de. Hay que ser bastante viejo y tener una gran conciencia de la historia. Un niño no se ve nunca completamente como el hijo de sus padres

¿Qué puede, hoy en día, motivarte a elegir ser padre?

¿En qué sentido podemos hablar de una elección? Si un hombre recurre a una mujer para ser padre, la reduce a ser una porta-matriz, la convierte en la incubadora de su delfín. La paternidad es siempre oblicua. Sucede, comienza con algo distinto a sí misma, a saber, el deseo del otro sexo, un movimiento de integridad hacia su misterio, sin preservarse nada. Toda la moral sexual (y especialmente la de la Iglesia) se resume en este precepto: cuando lo hagas, hazlo a fondo. Sin retorno, por así decirlo. Ya sé que en los cursos de Social y Natural se presenta un vínculo mecánico entre el acto sexual y el engendramiento. Pero desde el punto de vista existencial, el hombre ama a su mujer y he aquí que se convierte en padre, como por arte de magia. Esa relación no tiene nada de evidente.

Jules Supervielle lo expresa en un poema: «Este niño puro, rosa de la castidad/ ¿Qué tiene que ver con la voluptuosidad?/ ¿Y era necesario que en lujo de inocencia/ terminara el furor de nuestros sentidos?» Además, la entrada en la paternidad no puede decidirse en función de las anticipaciones de un proyecto parental. Ningún hombre puede decirse a sí mismo: «Ya está, tengo todas las habilidades para ser un buen padre y hacer que mi hijo sea perfectamente feliz». Por eso, a propósito del padre, he desarrollado el concepto de «autoridad sin competencia». Un experto comunica lo que ha entendido en un ámbito muy concreto de la vida: es competente. Un padre transmite la vida entera, en la medida en que no la comprende, se le escapa, es entregado incluso a la muerte, al sufrimiento, a la injusticia…

¿Es entonces la paternidad siempre irresponsable?

La responsabilidad no es la capacidad de controlar, sino la capacidad de responder. Si para dar vida tuviéramos que controlarla, asegurarnos de que está libre de riesgos y defectos, nos conformaríamos con fabricar robots. El hombre responsable es el que responde a la vida que ha recibido para responder a la vida que va a transmitir. De hecho, la vida ya está siempre dada. Nos la han transmitido nuestros padres. Decir sí a la vida que va a nacer es decir sí al hecho de haber nacido. La paternidad es, en primer lugar, el consentimiento a la vida recibida y entregada, aunque esta vida esté herida y expuesta al mal. El signo de esto es la transmisión del nombre de la familia: el padre da a sus hijos el nombre de sus padres, asume y en cierto modo agradece lo ya vivido hasta ahora.

La mujer accede a la maternidad a través de una progresiva transformación física. Su vientre se dilata para formar la primera habitación de su pequeño hombre

¿Es por esta razón que escribe: «Renunciar a ser hijo es renunciar a ser padre»?

Es muy difícil ser hijo o hija de. Hay que ser bastante viejo y tener una gran conciencia de la historia. Un niño no se ve nunca completamente como el hijo de sus padres. De niño, yo creía que era un superhéroe abandonado en medio de una familia corriente. Más tarde, pensé que era el hijo de Nietzsche y no de Bernard y Danielle Hadjadj. En el fondo, fue al convertirme en padre cuando tomé conciencia de lo que había recibido de mis padres en mi ingratitud, y fue al creer en la providencia divina que me dije que no había nada mejor para mí que ser hijo de Bernard y Danielle. Es bastante curioso: me parece que hay que creer en un Dios creador y salvador para aceptar ser carnal; y hay que aceptar ser padre para ser plenamente hijo.

Hoy en día se habla de paternidad en general. ¿Qué nos dice la diferencia de sexos al respecto?

La mujer accede a la maternidad a través de una progresiva transformación física. Su vientre se dilata para formar la primera habitación de su pequeño hombre. Sus pechos se vuelven más pesados para producir la primera fuente de leche. Es una metamorfosis increíble que la convierte en morada y alimento. Además de los diversos inconvenientes del embarazo, porque ese florecimiento no está exento de náuseas, está también el difícil paso del parto, porque el feliz acontecimiento no está exento de dolor.

¿Y qué ocurre con el hombre? La paternidad no deja marca en su carne. Su cuerpo sigue siendo el mismo. Su participación en la fertilidad común ha sido breve, externa y agradable. En la sala de partos maneja el ambientador o ajusta el volumen de la música relajante; en resumen, es ridículo. Así que la maternidad es un hecho físico, mientras que la paternidad no aparece nunca como algo físico. Te cae encima. Pasa a través de un acto de reconocimiento verbal. La teología cristiana identifica el Hijo con el Verbo. Esto también tiene un significado antropológico. Recuerda el famoso adagio del derecho romano: Mater certissima, pater semper incertus. La madre es segura, el padre es siempre incierto; desde el punto de vista de la evidencia sensible. Por lo tanto, es la madre la que instituye al padre: «Eres tú, te lo digo, créeme». El padre es reconocido en primer lugar por la mujer antes de reconocer al niño. Con la paternidad se pasa de un régimen de evidencia inmediata a un régimen de mediación por la palabra dada. El psicoanalista Charles Melman considera que, en relación con el matriarcado, el patriarcado constituye «un progreso espiritual, un progreso mental, ya que se pasa de las reglas de la evidencia a las de la creencia». Pero debemos recordar que este patriarcado se funda en la palabra de la madre.

José siente que lo ha perdido todo: la misma alegría de la Pascua le ha abandonado, ha perdido al Hijo de Dios, pero incluso cuando un padre falla, puede hacerlo mejor que cuando un experto triunfa.

Por lo tanto, ¿es el padre quien opera una separación?

Tradicionalmente, corta el cordón y da su nombre. Él, que es tan nulo en el orden físico de la fecundidad, solo puede asumir ser la bisagra entre la naturaleza y la cultura. Pero, a través de él, el niño no solo se separa de la madre, sino que también se separa del padre, e incluso de sí mismo. Yo no era más que un ser aún en gestación cuando ya era Fabrice Hadjadj. El apellido me vincula a un pasado que desborda la célula familiar. En cuanto al nombre de pila, que sin duda recuerda a La Cartuja de Parma, hace referencia al futuro: ¿quién está detrás de este nombre propio? Se necesita toda una vida bajo esta enseña para cumplir su misteriosa misión. Por último, si el padre es por supuesto guardián y protector, también es, más específicamente, quien expone al niño al mundo.

La madre forma un recinto. El padre abre la puerta y da la patada en el culo. Afirma la dimensión del riesgo, de la libertad, del sacrificio, de la aventura de la vida. En la Biblia, la primera vez que un hijo llama a quien le ha engendrado «padre» es en el momento del sacrificio de Abraham. Ambos caminaban juntos. Entonces Isaac, dirigiéndose a su padre, Abraham, dijo: «¡Padre mío!». Y éste respondió: «¡Aquí estoy, hijo mío!». Isaac replica: «Aquí están el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?». Abraham responde: «Dios mismo proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío». El padre y el hijo suben juntos la montaña. El hijo tiene ante sus ojos todos los instrumentos del sacrificio; se pregunta para qué vino al mundo, si es para sufrir y morir y perderse. El padre responde que por su parte no ve nada, pero que el Señor proveerá.

San Pablo resume este drama diciendo que Abraham (el padre de las naciones) esperó contra toda esperanza, y al hacerlo se convirtió en padre. Esta es la fuerza, la virilidad del padre, que es lo contrario del funcionamiento mecánico: esperar contra toda la desesperación del mundo, relanzar la aventura de la vida recibida y así sostener a la mujer y animar al niño.

¿Por qué ha elegido a José de Nazaret como ejemplo de padre, cuando precisamente no es padre más que muy imperfectamente?

O más que perfectamente. José no es un simple padre adoptivo. Un padre adoptivo se vincula al hijo de otro hombre. Ahora bien, aquí no hay otro hombre. Y es Dios mismo, a través de su ángel, quien inviste a José con su paternidad. Yo soy padre por las fuerzas de la naturaleza, José es padre por el Creador de esas fuerzas de la naturaleza y, por lo tanto, lo es más radicalmente que yo. Su ejemplaridad proviene sobre todo del hecho de que rompe la imagen del padre ideal. Su situación le impide por completo ser un experto o un pedagogo. La Madre y el Hijo lo superan completamente. ¿Cómo hacerse obedecer por Dios (y sin gritarle)? ¿Cómo pretender que todo está bajo control con el Incomprensible en casa?

Es, pues, el aventurero por excelencia. Todo le cae encima, más allá de toda planificación, y debe responder sin cesar a este imprevisto. Sabe que el Hijo está condenado a muerte, pero también está seguro de que es Él, la Vida. Pienso en el verso de Philippe Jaccottet: «Mi ocultamiento es mi forma de brillar». La gloria del padre, dice de modo similar San Juan, es que sus hijos e hijas den fruto. El padre se esconde empujando a sus hijos hacia adelante. Pero de forma oblicua, una vez más. Lo que más me gusta de la iconografía de san José es que no está vuelto hacia Jesús, sino hacia la tabla de carpintero. No sobreprotege al niño. Le muestra su trabajo de adulto y así le hace desear crecer y marcharse de casa para asumir su propia tarea en el mundo. Y luego está la gran escena de la pérdida de Jesús y de su hallazgo en el Templo. En ese intervalo, José siente que lo ha perdido todo: la misma alegría de la Pascua lo ha abandonado, ha perdido al Hijo de Dios… Pero incluso cuando un padre falla, puede hacerlo mejor que cuando un experto triunfa: puede ponerse de rodillas, pedir perdón, dirigir a su hijo hacia el Padre de las misericordias, mostrar que aunque la vida sea dramática, no es menos bella.

Entrevista de Aziliz Le Corre, en eldebatedehoy.es (Publicada originariamente en lefigaro.fr)

Traducción de Jorge Soley

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Etiquetas: Fabrice Hadjadi, Paternidad, prodigioso

Meditación Domingo 11º t.o. (B)

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El grano de mostaza

“En aquel tiempo decía Jesús a las turbas: -‘El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega’.
Dijo también: —‘¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas’.
Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado” (Marcos 4,26-34).

I. Esto dice el Señor Dios: Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré. De sus ramas más altas arrancaré una tierna y la plantaré en la cima de un monte elevado: la plantaré en la montaña más alta de Israel, para que eche brotes y dé fruto y se haga un cedro noble. Anidarán en él aves de toda pluma, anidarán al abrigo de sus ramas. Con estas bellas imágenes nos recuerda el profeta Ezequiel, en la Primera lectura de la Misa, cómo Dios se vale de lo pequeño para actuar en el mundo y en las almas. Es también la enseñanza que Jesús nos propone en el Evangelio. El Reino de Dios se parece a un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.

El Señor eligió a unos pocos hombres para instaurar su reinado en el mundo. Eran la mayoría de ellos humildes pescadores con escasa cultura, llenos de defectos y sin medios materiales: eligió la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes. Con miras humanas es incomprensible que estos hombres llegaran a difundir la doctrina de Cristo por toda la tierra en tan corto tiempo y teniendo enfrente innumerables trabas y contradicciones. Con la parábola del grano de mostaza -comenta San Juan Crisóstomo- les mueve Jesús a la fe y les hace ver que la predicación del Evangelio se propagará a pesar de todo.

Somos nosotros también ese grano de mostaza en relación a la tarea que nos encomienda el Señor en medio del mundo. No debemos olvidar la desproporción entre los medios a nuestro alcance, nuestros escasos talentos y la magnitud del apostolado que hemos de realizar; pero tampoco debemos dejar a un lado que tendremos siempre la ayuda del Señor. Surgirán dificultades, y seremos entonces más conscientes de nuestra poquedad. Esto nos debe llevar a confiar más en el Maestro y en el carácter sobrenatural de la obra que nos encomienda. «En las horas de lucha y contradicción, cuando quizá "los buenos" llenen de obstáculos tu camino, alza tu corazón de apóstol: oye a Jesús que habla del grano de mostaza y de la levadura. -Y dile: "edissere nobis parabolam"- explícame la parábola.

»Y sentirás el gozo de contemplar la victoria futura: aves del cielo, en el cobijo de tu apostolado, ahora incipiente; y toda la masa fermentada».

Si no perdemos de vista nuestra poquedad y la ayuda de la gracia, nos mantendremos siempre firmes y fieles a lo que Él espera de cada uno; si no mirásemos a Jesús, encontraríamos pronto el pesimismo, llegaría el desánimo y abandonaríamos la tarea. Con el Señor lo podemos todo.

II. Los Apóstoles y los cristianos de los comienzos encontraron una sociedad minada en sus cimientos, sobre la que era prácticamente imposible construir ningún ideal. San Pablo describe así la sociedad romana y el mundo pagano en general, que había oscurecido enormemente, en muchos aspectos, la luz natural de la razón y se había quedado como ciego para verla misma dignidad del hombre: Por lo cual, Dios los abandonó a los deseos de su corazón, a los vicios de la impureza (...). Por eso los entregó Dios a pasiones infames (...). Pues como no quisieron reconocer a Dios, los entregó a un réprobo sentido, de suerte que han hecho cosas indignas de hombre, quedando atestados de toda suerte de iniquidad, de malicia, de fornicación, de avaricia, de perversidad, llenos de envidia, homicidas, pendencieros, fraudulentos, malignos, chismosos, infamadores, enemigos de Dios, ultrajadores, soberbios, altaneros, inventores de vicios, desobedientes a sus padres, desgarrados, desamorados, desleales, despiadados. Y desde el seno de esta sociedad los cristianos la transformaron; allí cayó la semilla, y de ahí al mundo entero, y aunque era insignificante llevaba una fuerza divina, porque era de Cristo. Los primeros cristianos que llegaron a Roma no eran distintos de nosotros, y con la ayuda de la gracia ejercieron un apostolado eficaz, trabajando codo a codo, en las mismas profesiones que los demás, con los mismos problemas, acatando las mismas leyes, a no ser que fueran directamente en contra de las de Dios. Verdaderamente, la primitiva Cristiandad, en Jerusalén, Antioquía o Roma, era como un grano de mostaza, perdido en la inmensidad del campo.

Los obstáculos del ambiente no nos deben desanimar, aunque veamos en nuestra sociedad signos semejantes, o iguales, a los del tiempo de San Pablo. El Señor cuenta con nosotros par transformar el lugar donde se desenvuelve nuestro vivir cotidiano. No dejemos de llevar a cabo aquello que está en nuestra mano, aunque nos parezca poca cosa -tan poca cosa como unos insignificantes granos de mostaza-, porque el Señor mismo hará crecer nuestro empeño, y la oración y el sacrificio que hayamos puesto dará sus frutos. Quizá ese «poco» que sí está a nuestro alcance puede ser aconsejar a la vecina o al compañero de Facultad un buen libro que hemos leído; ser amable con el cliente, con el pasajero, con el subordinado; comentar un buen artículo del periódico; prestar esos pequeños servicios que entraña toda convivencia; rezar por el amigo enfermo (o por el hijo del amigo), pedir que recen por nosotros, facilitar la Confesión... y, siempre, una vida ejemplar y sonriente. Toda vida puede y debe ser apostolado discreto y sencillo, pero audaz. Y esto será posible, como quiere el Señor, si nos mantenemos bien unidos a Él, si procuramos huir seriamente del aburguesamiento, de la tibieza, de la desgana: «Este tiempo que nos ha tocado vivir requiere de modo especialísimo que sintamos seriamente el deber de mantenernos siempre vibrantes y encendidos. Pero lo lograremos, únicamente, si luchamos. Sólo el que se esfuerza con tenacidad se hace idóneo para este servicio de paz ‑de la paz de Cristo- que hemos de prestar al mundo».

III. El anuncio del Evangelio, realizado las más de las veces por compañeros de profesión, de oficio o de vecindad, significó para familias enteras un cambio radical de vida y la salvación eterna; para otros resultó escándalo y, para muchos, necedad. San Pablo declara a los cristianos de Roma que él no se avergüenza del Evangelio, porque es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree. Y comenta San Juan Crisóstomo: «Si hoy alguien se te acerca y te pregunta: "Pero ¿adoras a un crucificado?", lejos de agachar la cabeza y sonrojarte de confusión, saca de este reproche ocasión de gloria, y que la mirada de tus ojos y el aspecto de tu rostro muestren que no tienes vergüenza. Si vuelven a preguntarte al oído: "¡Cómo!, ¿adoras a un crucificado?", contesta: "¡Sí!, yo lo adoro" (...). Yo adoro y me glorío de un Dios crucificado que, con su Cruz, redujo al silencio a los demonios y eliminó toda superstición: ¡para mí su Cruz es el trofeo inefable de su benevolencia y de su amor!». Es una bella respuesta, que podemos hacer nuestra.

De los primeros cristianos debemos aprender nosotros a no tener falsos respetos humanos, a no temer el «qué dirán», a mantener viva la preocupación de dar a conocer a Cristo en cualquier situación en la que nos encontremos, con la conciencia clara de que es el tesoro que hemos hallado, la perla preciosa que encontramos después de mucho buscar. La lucha contra los respetos humanos no debe cesar en ningún momento, pues no será infrecuente el encontrar un clima adverso, cuando no escondemos nuestra condición de cristianos que siguen a Jesús de cerca y quieren ser consecuentes con la doctrina que profesan. Muchos que se dicen cristianos, pero con una postura poco valiente a la hora de dar testimonio de su fe, parecen valorar más la opinión de los demás que la de Jesucristo, o se dejan llevar por la fácil comodidad de seguir la corriente, de no significarse, etc. Esta actitud revela debilidad de carácter, falta de convicciones profundas, poco amor a Dios. Es lógico que alguna vez nos cueste comportarnos como somos, como cristianos que quieren vivir la fe que profesan en todos los momentos y situaciones de su vida; y ésas serán excelentes ocasiones para mostrar nuestro amor al Señor, dejando a un lado los respetos humanos, la opinión del ambiente, etc., pues no nos ha dado Dios un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de templanza. No te avergüences jamás del testimonio de nuestro Señor, exhortaba San Pablo a Timoteo, a quien él mismo había acercado a la fe.

Ésta fue siempre la actitud de quienes nos precedieron en la tarea de cristianizar el mundo. Y antes incluso. Tenemos el ejemplo de Judas Macabeo, en momentos muy difíciles, cuando el santuario quedó desolado como el desierto y muchos en Israel se acomodaron a este culto, sacrificando a los ídolos y profanando el sábado. Judas, al frente de sus hermanos, siguiendo el ejemplo de su padre, Matatías, se rebeló contra aquella iniquidad y, por el honor de Dios, supieron combatir alegremente los combates de Israel. Judas Macabeo nos dejó la razón de su victoria: Al cielo le da lo mismo salvar con muchos que con pocos; que en la guerra no depende la victoria de la muchedumbre del ejército, sino de la fuerza de unos cuantos. Siempre ha sido así en las cosas de Dios; desde los principios de la Iglesia hasta nuestros días. Dios se vale de lo poco para sus obras. Tampoco a nosotros nos faltará su ayuda. Él hará que lo poco se vuelva una fuerza grande allí donde estamos.

En la Cruz encontraremos también nosotros el poder y la valentía que necesitamos. Miramos a Santa María: «No le arredra el clamor de la muchedumbre, ni deja de acompañar al Redentor mientras todos los del cortejo, en el anonimato, se hacen cobardemente valientes para maltratar a Cristo.

»Invócala con fuerza: "Virgo fidelis!" -¡Virgen fiel!, y ruégale que los que nos decimos amigos de Dios lo seamos de veras y a todas las horas»

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

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Etiquetas: Meditación, Mostaza, Paciencia, Semilla, Simiente

Homilía Domingo 11º t.o. (B)

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(Ez 17,22-24) "Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré"
(2 Cor 5,6-10) "Caminamos sin verlo guiados por la fe"
(Mc 4,26-34) "A sus discípulos se lo explicaba todo en privado"

 Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

 Cuando estamos iniciando un nuevo milenio, una pregunta podría abrirse paso en medio de la alegría por la celebración de estos dos siglos de cristianismo: ¿para qué han servido tantos años de esfuerzos por difundir el mensaje de Jesucristo cuando observamos a tantos que no le conocen o viven como si no le conocieran? Querríamos disfrutar ya de un mundo más humano y justo, más cristiano, y al no ser así aunque es mucho lo que se ha hecho en todos estos años, nos impacientamos y el desaliento nos quita la esperanza.

La Iglesia, sin embargo, nos recuerda hoy que la semilla cristiana tiene un dinamismo tan silencioso como imparable. Ella es como esa rama de la que habla el profeta Ezequiel en la 1ª Lectura que, plantada por el Señor, se convierte en un cedro frondoso en el que “anidarán aves de toda pluma”; o como esa semilla que crece sin que el hombre lo advierta a pesar de que su comienzo sea tan modesto como los diminutos granos de que está hecha la mostaza.

Vivimos en un tiempo en el que nos hemos acostumbrado a obtener las cosas en menos tiempo que antes, a acortar distancias, y así como hoy podemos acelerar procesos que en otro tiempo requerían un tratamiento más lento, así querríamos que las metas espirituales no fueran el fruto de largas esperas y pacientes esfuerzos. El Señor nos recuerda hoy que la paciencia es necesaria en esta labor que, en colaboración con el Espíritu Santo, hemos de hacer en nosotros mismos y en los que nos rodean. Hemos de trabajar para que Jesucristo sea conocido y querido con visión de eternidad, con sentido de futuro, y esto, sin paciencia, es imposible.

La paciencia es una virtud propia del que espera llegar a una meta, el requisito de cualquier logro valioso. Pretender obtener enseguida un resultado e impacientarse por no conseguirlo manifiesta una actitud parecida a la colérica. La diferencia está en que el colérico no se adapta a las personas y a las cosas con las que convive y el impaciente se queja de la tardanza en lograr algo de las personas o de las cosas. Es un inadaptado con respecto al tiempo como el colérico lo es a la realidad. La paciencia, en cambio, se acomoda al compás de las personas y de las cosas sin acelerarlo.

Un cristiano que viva la recia virtud de la paciencia no se desconcertará al advertir la indiferencia de algunos por las cosas de Dios porque sabe que hay personas que en capas subterráneas guardan, como en la bodega los buenos vinos, un ansia grande de Dios que es preciso sacar afuera a su debido tiempo, respetando sus ritmos, como el labrador respeta las estaciones. El hombre paciente se asemeja al labrador que acomoda su tarea al ritmo propio de la naturaleza, al arado, la siembra, el riego..., una serie de tareas que llevan meses hasta lograr el pan para los suyos y otros muchos. El impaciente querría comer sin sembrar. Si abandonamos la lucha por mejorar como cristiano y por ayudar a que otros mejoren porque no vemos resultados, estamos cediendo a la impaciencia, desconfiamos de Dios, de las personas y de nosotros mismos, que necesitan y necesitamos un tiempo para que la semilla del Reino de Dios se convierta en un árbol que da fruto.

 

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