Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

22 octubre 2021

Meditación Domingo 30º t.o. (B)

 (Cfr. www.almudi.org)

 

Es Cristo que pasa

“En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: - «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.» Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: - «Hijo de David, ten compasión de mí.» Jesús se detuvo y dijo: - «Llamadlo.» Llamaron al ciego, diciéndole: - «Ánimo, levántate, que te llama.» Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: - «¿Qué quieres que haga por ti?» El ciego le contestó: - «Maestro, que pueda ver.» Jesús le dijo: - «Anda, tu fe te ha curado.» Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino” (Marcos 10,46-52).

I. Dios pasa por la vida de los hombres dando luz y alegría. En Jesús se cumplen todas las profecías. Pasó por el mundo haciendo el bien (Hechos 10, 38), incluso a quien no le pedía nada. En Él se manifestó la plenitud dela misericordia divina con quienes estaban más necesitados: Curó a los enfermos, alimentó a la muchedumbre hambrienta, expulsó a los demonios..., se acercó a los que más padecían en el alma o en el cuerpo. Nosotros, que andamos con tantas enfermedades, hemos de acudir al Médico divino. Existen momentos en nuestra vida en los que experimentamos con más fuerza nuestras dolencias. Acudiremos entonces a Jesús, siempre cercano, con una fe humilde y sincera, como la de tantos enfermos y necesitados que aparecen en los Evangelios.

II. Cristo, siempre al alcance de nuestra voz, de nuestra oración, pasa a veces más cerca para que nos animemos a llamarle con fuerza. Temo –comenta San Agustín- que Jesús pase y no vuelva (San Agustín, Sermón). No podemos dejar que pasen las gracias como el agua de lluvia sobre la tierra dura. Hemos de gritarle a Jesús muchas veces, como lo hizo el ciego Bartimeo en el Evangelio de la Misa (Marcos 10, 46-52); le gritamos ahora en el silencio de nuestra intimidad en una oración encendida: ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí! Hemos de gritarle, afirma San Agustín, con la oración y con las obras que han de acompañarla (San Agustín, Sermón). Las buenas obras, especialmente la caridad, el trabajo bien hecho, la limpieza del alma en una Confesión contrita de nuestros pecados avalan ese clamor ante Jesús que pasa.

III. Nuestras dolencias, nuestra oscuridad quizá, pueden ser ocasión de un nuevo encuentro con Jesús, de un seguirle de un modo nuevo –más humildes, más purificados- por el camino de la vida, de convertirnos en discípulos que caminan más cerca de Él. Entonces podremos decir a muchos de parte del Señor: ¡Animo!, Levántate, te llama. “También ahora pasa Cristo con tu vida cristiana y, si le secundas, cuántos le conocerán, le llamarán, le pedirán ayuda y se les abrirán los ojos a las luces maravillosas de la gracia” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja). Domine, ut videam: Señor que vea lo que quieres de mí. Domina ut videam: Señora, que vea lo que tu Hijo me pide ahora, en mis circunstancias, y se lo entregue.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Homilía Domingo 30º t.o. (B)

 (Cfr. www.almudi.org)



 

 Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"He sido enviado... a dar la vista a los ciegos"

Jr 31,7-9: "Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos"
Sal 125,1-2ab.2cd-3.4-5.6: "El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres"
Hb 5,1-6: "Tú eres sacerdote eterno según el orden de Melquisedec"
Mc 10,46-52: "Maestro, haz que pueda ver"

Jeremías invita en nombre de Dios a celebrar gozosamente el retorno de los desterrados. Será completo, alcanzará a todos, incluso a los que padezcan algo. Se entusiasma el Señor ensalzando por boca de su profeta el número de los que vuelven: "¡Una gran multitud retorna!" Al contraponer cómo salieron, "llorando" y cómo regresan, "entre consuelos", Yavé se ofrece para ser su custodio en el desierto para que no les falte de nada.

Es la primera vez que una persona corriente (no un endemoniado) proclama la mesianidad de Jesús. A Jesús no le molesta; son otros los que quieren que se calle. La pregunta que Jesús hace al ciego: ¿Qué quieres que haga por ti?, está redactada en los mismos términos que la que hizo a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, cuando le pidieron algo muy distinto. Para san Marcos el seguimiento es más importante que la curación en sí misma.

La manifestación pública de la fe no suele encontrar muchos adeptos. Varias pueden ser las causas: desde la más estricta reserva de la privacidad personal, hasta el principio de que la religiosidad pertenece al ámbito íntimo y no comunicable. Cuando alguien tiene serias convicciones, no las esconde.

— Confianza de los que se acercan a Jesús:

"Con mucha frecuencia, en los Evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole  «Señor». Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de Él socorro y curación. Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús. En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración:  «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28). Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana:  «¡Es el Señor!» (Jn 21,7)" (448).

— Invocar el Nombre de Jesús:

"Esta invocación de fe bien sencilla ha sido desarrollada en la tradición de la oración bajo formas diversas en Oriente y en Occidente. La formulación más habitual, transmitida por los espirituales del Sinaí, de Siria y del Monte Athos es la invocación:  «Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ¡ten piedad de nosotros, pecadores!» Conjuga el himno cristológico de Flp 2,6-11 con la petición del publicano y del mendigo ciego. Mediante ella, el corazón está acorde con la miseria de los hombres y con la misericordia de su Salvador" (2667).

— "La confianza filial se pone a prueba cuando tenemos el sentimiento de no ser siempre escuchados. El Evangelio nos invita a conformar nuestra oración al deseo del Espíritu" (2756).

— "Ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos del espíritu. Porque todo el mundo tiene ojos, pero algunos los tienen oscurecidos y no ven la luz del sol. Y no porque los ciegos no vean ha de decirse que el sol ha dejado de lucir, sino que esto hay que atribuírselo a sí mismos y a sus propios ojos. De la misma manera tienes tú los ojos de tu alma oscurecidos a causa de tus pecados y malas acciones" (San Teófilo de Antioquía, Lib 1,2-7).

A Bartimeo no le curaron sus gritos sino la fe en Jesús; grita el nombre de Jesús y termina siguiéndole.