Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

03 febrero 2023

Homilía Domingo 5º t.o. (A)

 (Cfr. www.almudi.org)

 


(Is 58,7-10) "Parte con el hambriento tu pan"
(1 Cor 2,1-5) "Mi predicación no fue en palabras persuasivas de humano saber"
(Mt 5,13-16) "Vosotros sois la sal de la tierra"

Homilía con textos de homilías pronunciadas por san Juan Pablo II

Homilía en la parroquia de San Carlos y San Blas

--- Necesidad de vivir las virtudes cristianas
--- El apostolado
--- Vivir el misterio de Cristo

--- Necesidad de vivir las virtudes cristianas

“Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,13-14). Con estas palabras Cristo definió a sus discípulos y, al mismo tiempo, les asignó una tarea: explicó cómo deben ser, puesto que se trata de sus discípulos.

¿Por qué el Señor Jesús ha llamado a sus discípulos “la sal de la tierra”? Él mismo nos da la respuesta si consideramos, por una parte, las circunstancias en que pronuncia estas palabras y, por otra, el significado inmediato de la imagen de la sal. Como sabéis la afirmación de Jesús se inserta en el sermón de la montaña, cuya lectura comenzó el domingo pasado con el texto de las ocho bienaventuranzas: Jesús rodeado de una gran muchedumbre, está enseñando a sus discípulos (cfr. Mt 5,1), y precisamente a ellos, como de improviso, les dice no que “deben ser”, sino que “son” la sal de la tierra. En una palabra, se diría que Él, sin excluir obviamente el concepto de deber, designa una condición normal y estable del discipulado: no se es verdadero discípulo suyo, si no se es sal de la tierra.

Por otra parte, resulta fácil la interpretación de la imagen: la sal es la sustancia que se usa para dar sabor a las comidas y para preservarlas, además, de la corrupción. El discípulo de Cristo, pues, es sal en la medida en que ofrece realmente a los otros hombres, más aún, a toda la sociedad humana, algo que sirva como un saludable fermento moral, algo que dé sabor y que tonifique. Este fermento solo puede ser el conjunto de las virtudes indicadas en la serie de las bienaventuranzas.

Se comprende, pues, cómo estas palabras de Jesús valen para todos los discípulos. Por tanto, es necesario, que cada uno de nosotros las entienda como referidas a sí mismo. Ahora, después de la explicación que de estas palabras he hecho, debéis sentiros comprendidos en ellas todos. ¡Porque todos sois discípulos de Cristo!

--- El apostolado

Y ahora la segunda pregunta: ¿Por qué el Señor llamó a sus discípulos la “luz del mundo”? Él mismo nos da la respuesta, basándonos siempre en las circunstancias a que hemos aludido y en el valor peculiar de la imagen. Efectivamente la imagen de la luz se presenta como complementaria e integrante respecto a la imagen de la sal: si la sal sugiere la idea de la penetración en profundidad, la de la luz sugiere la idea de la difusión en sentido de extensión y de amplitud, porque -diré con las palabras del gran poeta italiano y cristiano- “La luz rápida cae como lluvia de cosa en cosa, y suscita varios colores dondequiera que se posa” (A. Manzoni).

El cristiano, pues, para ser fiel discípulo de Cristo, debe iluminar con su ejemplo, con sus virtudes, con esas “bellas obras” (Kala Erga), de las que habla el texto evangélico de hoy (Mt 5,16), y las cuales puedan ser vistas por los hombres. Debe iluminar precisamente porque es seguidor de Aquél que es “la luz verdadera que viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre” (Jn 1,9), y que se autodefine “luz del mundo” (Jn 8,12). El lunes pasado hemos celebrado la fiesta de “La Candelaria”, cuyo nombre exacto es el de “Presentación del Señor”. Al llevar al Niño al templo, fue saludado proféticamente por el anciano Simeón como “luz para alumbrar a las naciones” (Luc 2,32). Ahora bien, ¿no nos dice nada esta “persistencia de imagen” en la óptica de los evangelistas? Si Cristo es luz, el esfuerzo de la imitación y la coherencia de nuestra profesión cristiana jamás podrá prescindir de un ideal y, al mismo tiempo, de la semejanza real con Él.

También esta segunda imagen configura una situación normal y universal, válida para la vida cristiana: se presenta y se impone como una obligación de estado y debe tener, por tanto, una realización práctica y detallada, de modo que en ella se encuentren todos. Igual que todos están invitados a hacerse discípulos de Cristo, así también todos pueden y deben hacerse, en sus obras concretas, sal y luz para los demás hombres.

--- Vivir el misterio de Cristo

Y ahora escuchemos la confesión del auténtico discípulo de Cristo.

He aquí que habla San Pablo con las palabras de su carta a los Corintios. Lo vemos mientras se presenta a sus destinatarios, y oímos que lo ha hecho “débil y temeroso” (1 Cor 2,3). ¿Por qué?

Esta actitud de debilidad y temor nace del hecho de que él sabe que choca con la mentalidad corriente, la sabiduría puramente humana y terrena, que sólo se satisface con las cosas materiales y mundanas. Él, en cambio, anuncia a Cristo y a Cristo crucificado, esto es, predica una sabiduría que viene de lo alto. Para hacer esto, para ser auténtico discípulo de Cristo, vive interiormente todo el misterio de Cristo, toda la realidad de su cruz y de su resurrección. Además, es preciso notar que así también la intensa vida interior se convierte, casi de modo natural en lo que el Apóstol llama “el testimonio de Dios” (1Cor 2,1). Así, pues, en la vida práctica, un auténtico discípulo de Cristo debe siempre ser tal en el sentido de la aceptación interior del misterio de Cristo, que es algo totalmente “original”, no mezclado con la ciencia “humana” y con la “sabiduría de este mundo.

Viviendo de este modo tendremos ciertamente el “conocimiento” de él y también la capacidad de actuar según él. Pero es necesario que en relación con los compromisos de naturaleza laical, nuestra fe no se funde en sabiduría humana, sino en el poder de Dios (1 Cor 2,5).

¿Qué consecuencias prácticas nos conviene sacar de las lecturas litúrgicas de hoy? Me parece que deben ser éstas: ante todo, la profundización en la fe y en la vida interior; en segundo lugar, un empeño serio en la actividad apostólica: “para que los hombres vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el Cielo” (Mt 5,16); y finalmente la disponibilidad de ayudar a los otros, como bien dice la primera lectura con las palabras de Isaías: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia carne. Entonces romperá tu luz con la aurora, enseguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamarás al Señor y te responderá. Gritarás y te dirá: Aquí estoy” (Is. 58,7-9).

Ante todo, deseo que renovéis en vosotros la conciencia personal y comunitaria: soy discípulo, quiero ser discípulo de Cristo. Esto es una cosa maravillosa: ¡Ser discípulo de Cristo! ¡Seguir su llamada y su Evangelio! Os deseo que podáis sentir esto más profundamente, y que la vida de cada uno de vosotros y de todos adquiera, gracias a esta conciencia, su pleno significado.

En las palabras de Isaías se contiene una promesa particular: el Señor escucha  a los que le obedecen. El responde “Aquí estoy” a los que se hallan ante Él con la misma disponibilidad y dicen con su conducta el mismo “aquí estoy”. Os deseo que vuestra relación con Jesucristo nuestro Señor, Redentor y Maestro, se regule de este modo. Deseo que Cristo esté con vosotros, y que, mediante vosotros esté con los demás: y que se realice así la vocación de sus verdaderos discípulos, los cuales deben ser “la sal de la tierra”

 

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