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Desde este blog se pretende facilitar el aprendizaje de la predicación y la oración personal. Todos los que tratamos a Dios podemos aprender y mejorar, usando este blog, nuestra amistad con el Señor.

Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

25 febrero 2022

LIBRO DE LA SEMANA (25 Feb):

 (Cfr. www.todostuslibros.com)

 

 

Trilogía Fuego 1. Ciudades de humo

¡Enamórate de la obra más sorprendente de la autora de Antes de diciembre! Alice nunca ha salido al mundo. Su cena es a las nueve en punto, su sueño dura exactamente ocho horas,...
Materias:
Edad de interés: a partir de 14 años | Ciencia Ficción
Editorial:
Crossbooks
Encuadernación:
Tapa blanda o Bolsillo
País de publicación :
España
Idioma de publicación :
Castellano
Idioma original :
Castellano
ISBN:
978-84-08-25185-9
EAN:
9788408251859
Dimensiones:
225 x 145 mm.
Peso:
746 gramos
Nº páginas:
496
Fecha publicación :
16-02-2022
 
Sinopsis

Sinopsis de: "Trilogía Fuego 1. Ciudades de humo"

¡Enamórate de la obra más sorprendente de la autora de Antes de diciembre!

Alice nunca ha salido al mundo.

Su cena es a las nueve en punto, su sueño dura exactamente ocho horas, jamás tiene una sola arruga en la ropa, parpadea 86400 veces al día, respira 30000 veces al día, solo habla cuando le preguntan, jamás ha levantado la voz y, lo más importante, jamás se ha preguntado qué pasaría si todo cambiara.

Pero, ¿y si eso ocurriera?

En un mundo donde la libertad está controlada, ¿hasta dónde serías capaz de llegar para recuperarla?

¿Hasta dónde serías capaz de llegar para sobrevivir?

Más sobre

Marcús, Joana

Joana Marcús (Mallorca, 2000). Actualmente estudia Psicología y vive con su familia en un pequeño pueblo de la isla. Se inició como escritora en Wattpad, donde sus novelas han obtenido diversos reconocimientos y premios.
 
 
 
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Etiquetas: Ed. Crossbooks, Joana Marcús, Libro, Trilogía Fuego 1. Ciudades de humo

PELICULA DE LA SEMANA (25 Feb): El triunfo

 (Cfr. www.filmaffinity.com)

 

El triunfo



El triunfo

Título original
Un triomphe aka
Año
2020
Duración
105 min.
País
Francia Francia
Dirección
Emmanuel Courcol
Guion
Emmanuel Courcol, Thierry de Carbonnières
Música
Fred Avril
Fotografía
Yann Maritaud
Reparto
Kad Merad, Marina Hands, Laurent Stocker, Saïd Benchnafa, Lamine Cissokho, Sofian Khammes, Pierre Lottin, Wabinlé Nabié, Alexandre Medvedev, Mathilde Courcol-Rozès, Catherine Lascault, Yvon Martin, Vladimir Golicheff, Thierry de Carbonnières, Elise Berthelier, Olivier Foubert
Productora
Agat Films, Les Productions du Ch'Timi, Memento Films, MK2 Films
Género
Comedia | Teatro. Drama carcelario
Sinopsis
Aunque esté en el paro con frecuencia, Etienne (Kad Meran) es un entrañable actor que dirige un taller de teatro en un centro penitenciario. Allí reúne a un grupo insólito de internos para representar la famosa obra de Samuel Beckett 'Esperando a Godot'. Cuando consigue la autorización para realizar una gira fuera de la cárcel con su pintoresca troupe de actores, a Etienne se le presenta finalmente la ocasión de prosperar. (FILMAFFINITY)
Premios
2020: Premios del Cine Europeo: Mejor comedia europea
2020: Festival de Valladolid - Seminci: Sección Oficial
Críticas
  • "Simplemente, me parece una buena película. Con planteamiento y desarrollo agradables (...) Courcol describe con sentimiento y gracia los intentos de un actor (...) por implicar a cinco presos para que interpreten una obra de teatro" 
    Carlos Boyero: Diario El País
  • "El verdadero triunfo, o al menos logro, es hacer una película que conserva al tiempo lo dramático, lo cómico, lo trivial, lo profundo, lo conmovedor y eso irresistible que tiene allí a lo lejos lo patético. (…) Puntuación: ★★★ (sobre 5)" 
    Oti Rodríguez Marchante: Diario ABC
  • "Es una película coral (con un casting perfecto multicultural), entusiasta, dinámica, humana y esperanzadora que utiliza la cultura como puente para dinamitar prejuicios y para sanar heridas vitales. (…) Puntuación: ★★★ (sobre 5)" 
    Beatriz Martínez: Diario El Periódico
  • "Courcol lo apuesta todo a esta troupe de actores sobradísimos de talento y pone la cámara a su servicio en una puesta en escena austera pero efectiva con la que consigue emocionarnos (…) Puntuación: ★★★½ (sobre 5)" 
    Andrea G. Bermejo: Cinemanía
  • "Aúna a dos colectivos (los reos y los intérpretes) para entender al primero y para desglamurizar al segundo. (...) Unas oportunas críticas sociales redondean una cinta que nos demuestra que todos tenemos un Godot que esperar" 
    Pere Vall: Fotogramas
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Etiquetas: El Triunfo, Emmanuel Courcol, Pelicula

Catequesis del Papa sobre la vejes: 1. La gracia del tiempo y la alianza de las edades de la vida

 (Cfr. www.almudi.org)


El Papa ha comenzado un nuevo ciclo de catequesis sobre el sentido y el valor de la vejez

Catequesis del Santo Padre en español

Texto completo de la catequesis del Santo Padre traducida al español

Hemos terminado las catequesis sobre San José. Hoy empezamos una tanda de catequesis que busca inspiración en la Palabra de Dios sobre el sentido y el valor de la vejez. Haremos una reflexión sobre la vejez. Desde hace unos decenios, esa edad de la vida afecta a un auténtico y propio “nuevo pueblo” que son los ancianos. Nunca hemos sido tan numerosos en la historia humana. El riesgo de ser descartados es aún más frecuente: nunca tan numerosos como ahora, y nunca el riesgo como ahora de ser descartados. Los ancianos son vistos a menudo como “un peso”. En la dramática primera fase de la pandemia fueron ellos los que pagaron el precio más alto. Ya eran la parte más débil y olvidada: no los mirábamos demasiado como vivos, y ni siquiera los hemos visto morir. He encontrado también una Carta por los derechos de los ancianos y los deberes de la comunidad: esto lo editaron los gobiernos, no los editó la Iglesia, es una cosa laica: es buena, es interesante, para conocer que los ancianos tienen derechos. Vendrá bien leerlo.

Junto a las migraciones, la vejez se encuentra entre los temas más urgentes que la familia humana está llamada a enfrentar en este momento. No es solo un cambio cuantitativo; está en juego la unidad de las edades de la vida: es decir, el verdadero punto de referencia para la comprensión y aprecio de la vida humana en su totalidad. Nos preguntamos: ¿hay amistad, hay alianza entre las distintas edades de la vida o prima la separación y el rechazo?

Todos vivimos en un presente donde conviven niños, jóvenes, adultos y ancianos. Pero la proporción ha cambiado: la longevidad se ha masificado y, en amplias regiones del mundo, la niñez se distribuye en pequeñas dosis. También hemos hablado del invierno demográfico. Un desequilibrio que tiene muchas consecuencias. La cultura dominante tiene como modelo único al adulto joven, es decir, un individuo hecho a sí mismo que permanece siempre joven. Pero, ¿es cierto que la juventud contiene todo el sentido de la vida, mientras que la vejez representa simplemente su vaciamiento y pérdida? ¿Es eso cierto? ¿Solo la juventud tiene el sentido pleno de la vida, y la vejez es el vaciamiento de la vida, la pérdida de la vida? La exaltación de la juventud como única edad digna de encarnar el ideal humano, combinada con el desprecio de la vejez vista como fragilidad, degradación o invalidez, fue la marca dominante de los totalitarismos del siglo XX. ¿Hemos olvidado esto?

El alargamiento de la vida tiene un impacto estructural en la historia de los individuos, las familias y las sociedades. Pero debemos preguntarnos: ¿su calidad espiritual y su sentido comunitario son objeto de pensamiento y de amor coherentes con este hecho? ¿Quizás los ancianos deben disculparse por su obstinación en sobrevivir a costa de los demás? ¿O pueden ser honrados por los dones que conducen al sentido de la vida de todos? De hecho, en la representación del sentido de la vida −y precisamente en las llamadas culturas “desarrolladas”− la vejez tiene poca incidencia. ¿Por qué? Porque se considera una edad que no tiene contenidos especiales que ofrecer, ni significados propios que vivir. Además, falta el estímulo de la gente para buscarlos, y falta la educación de la comunidad para reconocerlos. En definitiva, para una edad que ahora es parte decisiva del espacio comunitario y se extiende a un tercio de toda la vida, hay −a veces− planes de asistencia, pero no proyectos de existencia. Planes de asistencia, sí; pero no proyectos para hacerlos vivir plenamente. Y esto es un vacío de pensamiento, imaginación, creatividad. Bajo este pensamiento, lo que crea el vacío es que los ancianos son material de descarte: en esta cultura del descarte, los ancianos entran como material de desecho.

La juventud es bellísima, pero la eterna juventud es una alucinación muy peligrosa. Ser viejo es tan importante −y hermoso−, tan importante como ser joven. Recordémoslo. La alianza entre generaciones, que restaura al humano todas las edades de la vida, es nuestro don perdido y debemos recuperarlo. Hay que buscarlo en esta cultura del descarte y en esta cultura de la productividad

La Palabra de Dios tiene mucho que decir acerca de esa alianza. Hace poco escuchamos la profecía de Joel: “Tus ancianos tendrán sueños, tus jóvenes tendrán visiones” (3,1). Se puede interpretar así: cuando los ancianos resisten al Espíritu, enterrando sus sueños en el pasado, los jóvenes ya no son capaces de ver las cosas que hay que hacer para abrir el futuro. En cambio, cuando los mayores comunican sus sueños, los jóvenes ven lo que tienen que hacer. A los jóvenes que ya no se cuestionan los sueños de los viejos, apuntando con la cabeza gacha a visiones que no van más allá de sus narices, les costará llevar su presente y soportar su futuro. Si los abuelos vuelven a caer en su tristeza, los jóvenes se aferrarán aún más a sus teléfonos móviles. La pantalla puede incluso permanecer encendida, pero la vida se apaga prematuramente. ¿La consecuencia más grave de la pandemia no está precisamente en la pérdida de los más jóvenes? Los viejos tienen recursos de vida ya vividos a los que pueden recurrir en cualquier momento. ¿Nos quedaremos mirando a los jóvenes que pierden su visión o los acompañaremos caldeando sus sueños? Ante los sueños de los viejos, ¿qué harán los jóvenes?

La sabiduría del largo camino que acompaña a la vejez hasta su partida debe ser vivida como ofrecimiento del sentido de la vida, no consumida como la inercia de su supervivencia. La vejez, si no se le devuelve la dignidad de una vida humanamente digna, está destinada a encerrarse en un abatimiento que quita el amor a todos. Este desafío de la humanidad y de la civilización requiere nuestro compromiso y la ayuda de Dios, pidámoslo al Espíritu Santo. Con estas catequesis sobre la vejez quisiera animar a todos a invertir pensamientos y afectos en los dones que ella trae consigo y para las otras edades de la vida. La vejez es un regalo para todas las edades de la vida. Es un don de madurez, de sabiduría. La Palabra de Dios nos ayudará a discernir el sentido y el valor de la vejez; que el Espíritu Santo también nos conceda los sueños y visiones que necesitamos. Y me gustaría recalcar, como escuchamos en la profecía de Joel, al principio, que lo importante no es sólo que el anciano ocupe el lugar de sabiduría que tiene, de historia vivida en la sociedad, sino que también haya un coloquio, que hable con los jóvenes. Los jóvenes tienen que hablar con los mayores y los mayores con los jóvenes. Y este puente será la transmisión de la sabiduría en la humanidad.

Espero que estas reflexiones sean de utilidad para todos nosotros, para llevar adelante esta realidad que dijo el profeta Joel, que en el diálogo entre jóvenes y mayores, los mayores pueden dar sueños y los jóvenes pueden recibirlos y llevarlos adelante. No olvidemos que tanto en la cultura familiar como en la social los ancianos son como las raíces del árbol: allí tienen toda la historia, y los jóvenes son como las flores y los frutos. Si no llega el jugo, si no llega ese “goteo” −por así decirlo− desde las raíces, nunca podrán florecer. No olvidemos a aquel poeta del que tantas veces he citado: “lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado” (Francisco Luis Bernárdez). Todo lo bello de una sociedad está relacionado con las raíces de los ancianos. Por eso, en estas catequesis quisiera que se destacara la figura del anciano, para entender bien que los ancianos no son un desecho: son una bendición para una sociedad.

Saludos

Me alegra saludar a los peregrinos provenientes de los países francófonos, en particular a la Escuela Lacordaire de Marsella y a los peregrinos de la diócesis de Lyon. Invocando al Espíritu Santo sobre las familias, animo a cada uno a discernir el sentido y el valor de la vejez y acoger con gratitud a los ancianos, para recibir su testimonio de sabiduría, necesario a las jóvenes generaciones. ¡A todos mi Bendición!

Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Irlanda y Estados Unidos de América. Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. ¡Dios os bendiga!

Saludo de corazón a los peregrinos de lengua alemana. Espero que pueda crecer un trato más familiar entre los jóvenes y los ancianos para hacer más humana toda la sociedad. Que el Espíritu Santo os acompañe a vosotros y a vuestras familias.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Que la Palabra de Dios nos ayude a discernir el valor de la vejez, y que el Espíritu Santo conceda a cada uno de nosotros los sueños y las visiones que necesitamos para que nuestra vida tenga un profundo sentido cristiano. Dios los bendiga. Muchas gracias.

Queridísimos fieles de lengua portuguesa, ¡bienvenidos! Al saludaros, os invito a haceros peregrinos en espíritu a la Catedra del Apóstol Pedro y con él encontrar al Señor Jesús que dice a todos: ¡Sígueme! Recordemos que seguirlo significa salir de nosotros mismos y ofrecer la vida por todos: de modo especial dedicar tiempo al abuelo, a la abuela, a los ancianos. ¡Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor!

Saludo a los fieles de lengua árabe. Cuando los ancianos y los jóvenes se unen, los ancianos sueñan, sueñan un futuro para los jóvenes; y los jóvenes pueden recoger esos sueños y profetizar, llevarlos adelante. Pidamos al Espíritu Santo que nos conceda los sueños y visiones que necesitamos para construir un mundo mejor.

Saludo cordialmente a los peregrinos polacos y en particular a los estudiantes aquí presentes. Queridos hermanos y hermanas, al empezar el ciclo de reflexiones sobre el sentido y el valor de la vejez, os animo a todos, sobre todo a los jóvenes, a invertir pensamientos y afectos en los dones que ella trae consigo, y a demostrar cada día respeto y amor a vuestros abuelos, padres y a todas las personas en edad avanzada, para aprender de ellos la sabiduría de la vida y crear juntos un futuro feliz. ¡Dios os bendiga!

Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a la comunidad de los ítalo-albaneses de Roma, a la Liga nacional a los aficionados de fútbol cinco, y a los fieles de Castellabate.

Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados. Hoy celebramos la memoria litúrgica de San Policarpo, discípulo de los Apóstoles y Obispo de Esmirna. Que su fidelidad a Cristo, hasta el martirio, suscite en cada uno el deseo de seguir al divino Maestro cooperando generosamente en su obra de reconciliación y de paz. ¡A todos mi bendición!

Llamamiento

Tengo un gran dolor en el corazón por el empeoramiento de la situación en Ucrania. A pesar de los esfuerzos diplomáticos de las últimas semanas se están abriendo escenarios cada vez más alarmantes. Como yo, tanta gente, en todo el mundo, está sintiendo angustia y preocupación. Una vez más la paz de todos está amenazada por intereses partidistas. Quisiera apelar a cuantos tienen responsabilidades políticas, para que hagan un serio examen de conciencia ante Dios, que es Dios de la paz y no de la guerra; que es Padre de todos, no solo de algunos, que nos quiere hermanos y no enemigos. Pido a todas las partes involucradas que se abstengan de toda acción que provoque aún más sufrimiento a las poblaciones, desestabilizando la convivencia entre las naciones y desacreditando el derecho internacional.

Y ahora quisiera apelar a todos, creyentes y no creyentes. Jesús nos enseñó que a la insensatez diabólica de la violencia se responde con las armas de Dios, con la oración y el ayuno. Invito a todos a hacer del próximo 2 de marzo, miércoles de ceniza, una Jornada de ayuno por la paz. Animo de modo especial a los creyentes para que en ese día se dediquen intensamente a la oración y al ayuno. Que la Reina de la paz preserve el mundo de la locura de la guerra.

Fuente: vatican.va / romereports.com

Traducción de Luis Montoya

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Meditación Domingo 8º t.o. (C)

 (Cfr. www.almudi.org)

 

El triunfo sobre la muerte

«Les dijo también una parábola: —¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? No está el discípulo por encima del maestro; todo aquél que esté bien instruido podrá ser como su maestro.» ¿Por qué te fijas en la mota del ojo de tu hermano y no reparas en la viga que hay en tu propio ojo? ¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que saque la mota que hay en tu ojo», no viendo tú mismo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita: saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad cómo sacar la mota del ojo de tu hermano.» Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni tampoco árbol malo que dé buen fruto. Pues cada árbol se conoce por su fruto; no se recogen higos de los espinos, ni se vendimian uvas del zarzal. El hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca lo bueno, y el malo de su mal saca lo malo: porque de la abundancia del corazón habla su boca..» (Lucas 6, 39-45)

I. Nos enseña San Pablo en la Segunda lectura de la Misa que cuando el cuerpo resucitado y glorioso se revista de inmortalidad, la muerte será definitivamente vencida. Entonces podremos preguntar: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? Pues el aguijón de la muerte es el pecado... Fue el pecado quien introdujo la muerte en el mundo. Cuando Dios creó al hombre, junto con los dones sobrenaturales de la gracia le otorgó también otros dones que perfeccionaban la naturaleza en su mismo orden. Entre ellos figuraba el de la inmortalidad corporal, que nuestros primeros padres debían transmitir con la vida a su descendencia. El pecado de origen llevó consigo la pérdida de la amistad con Dios y de este don de la inmortalidad. La muerte, estipendio y paga del pecado, entró en un mundo que había sido concebido para la vida. La Revelación nos enseña que Dios no hizo la muerte ni se goza en la pérdida de los vivientes.
Pero, con el pecado, la muerte llegó para todos: «lo mismo muere el justo y el impío, el bueno y el malo, el limpio y el sucio, el que ofrece sacrificios y el que no. La misma suerte corre el bueno y el que peca. El que jura, lo mismo que el que teme el juramento. De igual modo se reducen a pavesas y a cenizas hombres y animales». Todo lo material se acabará: cada cosa a su hora. El mundo corpóreo y cuanto existe en él está abocado a un fin. También nosotros.
Con la muerte, el hombre pierde todo lo que tuvo en la vida. Como al rico de la parábola, el Señor dirá al que sólo ha pensado en sí mismo, en su bienestar y comodidad: ¡Insensato!... ¿De quién será cuanto has acumulado?. Cada uno llevará consigo, solamente, el mérito de sus buenas obras y el débito de sus pecados. Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor. Ya desde ahora dice el Espíritu que descansen de sus trabajos, puesto que sus obras los acompañan. Con la muerte termina la posibilidad de merecer para la vida eterna, según advertía el Señor: luego viene la noche, cuando nadie puede trabajar. Con la muerte, la voluntad se fija en el bien o en el mal para siempre; queda en la amistad con Dios o en el rechazo de su misericordia por toda la eternidad.
La meditación de nuestro final en este mundo nos mueve a reaccionar ante la tibieza, ante la posible desgana en las cosas de Dios, ante el apegamiento a las cosas de aquí abajo, que bien pronto hemos de dejar; nos ayuda a santificar el trabajo y a comprender que esta vida es un tiempo, corto, para merecer.
Recordamos hoy que somos barro que perece, pero también sabemos que hemos sido creados para la eternidad, que el alma no muere jamás y que nuestros propios cuerpos resucitarán gloriosos un día para unirse de nuevo al alma. Y esto nos llena de alegría y de paz y nos mueve a vivir como hijos de Dios en el mundo.

II. Con la Resurrección de Cristo, la muerte ha sido vencida: ya no tiene esclavizado al hombre; es éste quien la tiene bajo su dominio. Y esta soberanía la alcanzamos en la medida en que estamos unidos a Aquel posee las llaves de la muerte. La auténtica muerte la constituye el pecado, que es la tremenda separación -el alma separada de Dios-, junto a la cual la otra separación, la del cuerpo y el alma, es menos importante y, además, provisional. Quien cree en mí -dice el Señor-, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. «En Cristo, la muerte ha perdido su poder, le ha sido arrebatado su aguijón, la muerte ha sido derrotada. Esta verdad de nuestra fe puede parecer paradójica cuando a nuestro alrededor vemos todavía hombres afligidos por la certeza de la muerte y confundidos por el tormento del dolor. Ciertamente, el dolor y la muerte desconciertan al espíritu humano y siguen siendo un enigma para aquellos que no creen en Dios, pero por la fe sabemos que serán vencidos, que la victoria se ha logrado ya en la muerte y resurrección de Jesucristo, nuestro Redentor».
El materialismo, en sus diversos planteamientos a lo largo de los tiempos, al negar la subsistencia del alma después de la muerte, trata de calmar el ansia de eternidad que Dios ha puesto en el corazón humano, aquietando las conciencias con el consuelo de pervivir a través de las obras que se hayan dejado, y en el recuerdo y el afecto de los que aún viven en el mundo. Es bueno que quienes vengan detrás nos recuerden, pero el Señor nos enseña más: No temáis a los que matan el cuerpo, y no pueden matar el alma: temed más bien al que puede arrojar alma y cuerpo en el infierno. Éste es el santo temor de Dios, que tanto nos puede ayudar en ocasiones a alejarnos del pecado.
Para toda criatura, la muerte es un trance difícil, pero después de la Redención obrada por Cristo, ese momento tiene una significación completamente distinta. Ya no es sólo el duro tributo que todo hombre ha de pagar por el pecado como justa pena por la culpa; es, sobre todo, la culminación de la entrega en manos de nuestro Redentor, el tránsito de este mundo al Padre; el paso a una vida nueva de eterna felicidad. Si somos fieles a Cristo, podremos decir con el Salmista: aunque haya de pasar por un valle tenebroso, no temo mal alguno, porque Tú estás conmigo. Esta serenidad y optimismo ante el momento final nacen de la firme esperanza en Jesucristo, que quiso asumir íntegramente la naturaleza humana, con sus flaquezas, a excepción del pecado, para destruir por su muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a aquellos que por el temor de la muerte andaban sujetos a servidumbre. Por eso enseña San Agustín que «nuestra herencia es la muerte de Cristo»: por ella podemos alcanzar la Vida.
La incertidumbre de nuestro fin debe empujarnos a confiar en la misericordia divina y a ser muy fieles a la vocación recibida, gastando nuestra vida en servicio de Dios y de la Iglesia allí donde estemos. Siempre debemos tener presente, y de modo particular cuando llegue ese momento último, que el Señor es un buen Padre, lleno de ternura por sus hijos. ¡Es nuestro Padre Dios quien nos dará la bienvenida! ¡Es Cristo quien nos dice: Ven, bendito de mi Padre...! La amistad con Jesucristo, el sentido cristiano de la vida, el sabernos hijos de Dios, nos permitirán ver y aceptar la muerte con serenidad: será el encuentro de un hijo con su Padre, a quien ha procurado servir a lo largo de esta vida. Aunque haya de pasar por un valle tenebroso, no temo mal alguno, porque Tú estás conmigo.

III. La Iglesia recomienda la meditación de los Novísimos, pues de su consideración podemos sacar muchos frutos. El pensamiento de la brevedad de la vida no nos aleja de los asuntos que el Señor ha puesto en nuestras manos: familia, trabajo, aficiones nobles... Nos ayuda a estar desprendidos de los bienes, a situarlos en el lugar que les corresponde, y a santificar todas las realidades terrenas, con las que hemos de ganarnos el Cielo. Cuando muera un amigo, un familiar, una persona querida, puede ser un momento oportuno, entre otros, para llevar a nuestra consideración estas verdades ineludibles.
El Señor se presentará quizá cuando menos lo pensemos: vendrá como ladrón en la noche, y debe hallarnos dispuestos, vigilantes, desprendidos de lo terreno. Aferrarse a las cosas de aquí abajo cuando hemos de dejarlas tan pronto sería un grave error. Hemos de caminar con los pies en la tierra, estamos en medio del mundo y a eso nos llama la vocación de cristianos, pero sin olvidar que somos caminantes que tienen la vista en Cristo y en su Reino, que será lo definitivo. Debemos vivir todos los días con la conciencia de ser peregrinos que se dirigen -muy deprisa- hacia el encuentro de Dios. Cada mañana damos un paso más hacia Él, cada tarde nos encontramos más cerca. Por eso viviremos como si el Señor fuera a llamarnos enseguida. La incertidumbre en que quiso dejar el Señor el fin de nuestra vida terrena nos ayuda a vivir cada jornada como si fuera la última, preparados siempre y dispuestos a «cambiar de casa». De todas formas, ese día «no puede estar muy lejos»; cualquier día puede ser el último. Hoy han muerto miles de personas en circunstancias diversísimas; posiblemente, muchas jamás imaginaron que ya no tendrían más tiempo para merecer.
Cada día nuestro es una hoja en blanco en la que podemos escribir maravillas o llenarla de errores y manchas. Y no sabemos cuántas páginas faltan para el final del libro, que un día verá nuestro Señor.
La amistad con Jesucristo, el amor a nuestra Madre María, el sentido cristiano con que nos hemos empeñado en vivir la existencia, nos permitirán ver con serenidad nuestro encuentro definitivo con Dios. San José, abogado de la buena muerte, que tuvo a su lado la dulce compañía de Jesús y María a la hora de su tránsito de este mundo, nos enseñará a preparar día a día ese encuentro inefable con nuestro Padre Dios.
San Pablo se despide de los primeros cristianos de Corinto con estas palabras consoladoras con las que termina la Primera lectura. Podemos considerarlas nosotros como dirigidas a cada uno en particular: Por tanto, amados hermanos míos, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, sabiendo que vuestro trabajo no es en vano en el Señor. Madre nuestra -acudimos, para terminar nuestra oración, a la Virgen Santísima-, alcánzanos de tu Hijo la gracia de tener siempre presente la meta del Cielo en todos nuestros quehaceres: trabajar con empeño, con la mirada puesta en la eternidad: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal

 

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Etiquetas: Domingo8º t.o. (C), Meditación, Muerte sentido, Paso a la Vida, Triunfo sobre la muerte

Homilía Domingo 8º t.o. (C)

 (Cfr. www.almudi.org)

 

 


Homilía de Fernández Carvajal en "Hablar con Dios" Tomo III

            -Victoria sobre la muerte

            -La muerte para el insensato

            -La muerte para el creyente

Nos enseña San Pablo en la Segunda lectura de la Misa que cuando el cuerpo resucitado y glorioso se revista de inmortalidad, la muerte será definitivamente vencida. Entonces podremos preguntar: ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? Pues el aguijón de la muerte es el pecado...Fue el pecado quien introdujo la muerte en el mundo. Cuando Dios creó al hombre, junto con los dones sobrenaturales de la gracia le otorgó también otros dones que perfeccionaban la naturaleza en su mismo orden. Entre ellos figuraba el de la inmortalidad temporal, que nuestros primeros padres debían transmitir con la vida a su descendencia. El pecado de origen llevó consigo la pérdida de la amistad con Dios y de este modo de la inmortalidad. La muerte, estipendio y paga del pecado, entró en un mundo que había sido concebido para la vida. La Revelación nos enseña que Dios no hizo la muerte ni se goza en la pérdida de los vivientes (Sab 1,13-14).

            Pero (San Jerónimo, Epístola 39,3) con el pecado, la muerte llegó para todos: «lo mismo muere el justo y el impío, el bueno y el malo, el limpio y el sucio, el que ofrece sacrificios y el que no. La misma suerte corre el bueno y el que peca. El que jura, lo mismo que el que teme el juramento. De igual modo se reducen a pavesas y a cenizas hombres y animales». Todo lo material se acabará: cada cosa a su hora.

            Con la muerte el hombre pierde todo lo que tuvo en la vida. Como al rico de la parábola, el Señor nos dirá al que sólo ha pensado en sí mismo, en su bienestar y comodidad: ¡Insensato!...¿De quién será cuanto has acumulado. Cada uno llevará consigo, solamente el mérito de sus buenas obras y el débito de sus pecados. (Apoc 14,13) «Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor. Ya desde ahora dice el Espíritu que descansen de sus trabajos, puesto que sus obras los acompañan». Con la muerte termina la posibilidad de merecer para la vida eterna, según advertía el Señor: (Jn 9,4) «luego viene la noche, cuando nadie puede trabajar». Con la muerte, la voluntad se fija en el bien o en el mal para siempre; queda en la amistad con Dios o en el rechazo de su misericordia para toda la eternidad.

            La meditación de nuestro final en este mundo nos mueve a reaccionar ante la tibieza, ante la posible desgana de las cosas de Dios, ante el apegamiento a las cosas de aquí abajo, que bien pronto hemos de dejar; nos ayuda a santificar el trabajo y a comprender que esta vida es un tiempo, corto, para merecer.

            Recordamos hoy como somos de barro que perece, pero también sabemos que hemos sido creados para la eternidad, que el alma no muere jamás y que nuestros propios cuerpos resucitarán gloriosos un día para unirse de nuevo al alma. Y esto nos llena de alegría y de paz y nos mueve a vivir como hijos de Dios en el mundo.

            Con la Resurrección de Cristo, la muerte ha sido vencida: ya no tiene esclavizado al hombre; es éste quien la tiene bajo su dominio. Y esta soberanía la alcanzamos en la medida que estamos unidos a Aquel que posee las llaves de la muerte (Apoc 1,18). La auténtica muerte la constituye el pecado, que es la tremenda separación -el alma se separa de Dios-, junto a la cual la otra separación, la del cuerpo y el alma, es menos importante y, además, provisional. "Quien cree en mí -dice el Señor-, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás" (Jn 11,25-26). (Juan Pablo, Homilía II 16-2-1981) «En Cristo la muerte ha perdido su poder, le ha sido arrebatado su aguijón, la muerte ha sido derrotada. Esta verdad de nuestra fe puede parecer paradójica cuando a nuestro alrededor vemos todavía hombres afligidos por la certeza de la muerte y confundidos por el tormento del dolor. Ciertamente, el dolor y la muerte desconciertan al espíritu humano y siguen siendo un enigma para aquellos que no creen en Dios, pero por la fe sabemos que serán vencidos, que la victoria se ha logrado ya en la muerte y resurrección de Jesucristo, nuestro Redentor».

            El materialismo, en sus diversos planteamientos a lo largo de los tiempos, al negar la subsistencia del alma después de la muerte, trata de calmar el ansia de eternidad que Dios ha puesto en el corazón humano, aquietando las conciencias con el consuelo de pervivir a través de las obras que hayan dejado, y en el recuerdo y el afecto de los que aún viven en el mundo. Es bueno que quienes venga detrás nos recuerden, pero el Señor nos enseña más: (Mt 10,28) «No temáis a los que matan el cuerpo, y no pueden matar el alma: temed más bien al que puede arrojar alma y cuerpo en el infierno». Éste es el santo temor de Dios.

            Si somos fieles a Cristo, podremos decir con el Salmista: (Sal 22,4) «aunque haya de pasar por un valle tenebroso, no temo mal alguno, porque Tú estás conmigo». Esta serenidad y optimismo ante el momento final nacen de la firme esperanza en Jesucristo, que quiso asumir íntegramente la naturaleza humana, con sus flaquezas, a excepción del pecado, para destruir por su muerte (Hebr 2,14-15) «al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a aquellos que por el temor de la muerte andaban sujetos a servidumbre». Por eso enseña San Agustín que «nuestra herencia es la muerte de Cristo»: por ella podemos alcanzar la Vida.

La incertidumbre de nuestro fin debe empujarnos a confiar en la misericordia divina y a ser fieles a la vocación recibida, gastando nuestra vida al servicio de Dios y de la Iglesia allí donde estamos.

La amistad con Jesucristo, el sentido cristiano de la vida, el sabernos hijos de Dios, nos permitirán ver y aceptar la muerte con serenidad: será el encuentro de un hijo con su Padre, a quien ha procurado servir a lo largo de esta vida.

El pensamiento de la brevedad de la vida nos ayuda a estar desprendido de los bienes, a situarlos en el lugar que les corresponde.

El Señor se presentará cuando menos lo pensemos: vendrá como ladrón en la noche (1 Tes 5,2), y debe hallarnos dispuestos, vigilantes, desprendidos de lo terreno
Publicado por predicanet en 5:18 p. m. 0 comentarios
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Etiquetas: Creyente, Domingo 8º t.o. (C), Insensato, Muerte, Voctiria
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