Desde este blog se pretende facilitar el aprendizaje de la predicación y la oración personal. Todos los que tratamos a Dios podemos aprender y mejorar, usando este blog, nuestra amistad con el Señor.
Luke y Hasley no eran el prototipo de
la pareja perfecta, sin embargo, ambos le pusieron definición a lo que
ellos crearon.Una historia en donde dos adolescentes crean su propio
Bo...
Luke y Hasley no
eran el prototipo de la pareja perfecta, sin embargo, ambos le pusieron
definición a lo que ellos crearon.Una historia en donde dos adolescentes
crean su propio Boulevard ante la llovizna que hay en sus corazones,
con un cielo pintado de azul cálido en una parte y otra de un azul
eléctrico, tiñéndose este por completo de un grisáceo nostálgico.
Tras
los fatales acontecimientos sucedidos en la primera parte, la familia
Abbot (Emily Blunt, Millicent Simmonds y Noah Jupe) debe enfrentarse a
los peligros del mundo exterior mientras luchan en silencio por
sobrevivir. Forzados a aventurarse en lo desconocido, pronto se dan
cuenta de que las criaturas que cazan orientadas por el sonido no son la
única amenaza que acecha más allá del camino de arena. Secuela de la
exitosa producción "Un lugar tranquilo"
"Una
nueva, pavorosa y vibrante película, que esta vez aumenta las escenas
de acción. El director ha vuelto a conseguirlo, y la excelente Blunt
también: que la pasemos otra vez canutas. Aunque se pierda el elemento
sorpresa primigenio, hay inteligencia en las nuevas situaciones
planteadas, atravesadas de genuino suspense, con sustos y hallazgos de
buena ley. (Almudí JD). Decine21: AQUÍ
En la Catequesis de hoy, el Papa ha
continuado con su ciclo sobre la Carta de San Pablo a los Gálatas, la
cual −ha dicho− “es el anuncio de Pablo que nos da vida a todos”
Tras una breve pausa en el mes de julio,
el Santo Padre ha reanudado esta mañana su tradicional Audiencia
general de los miércoles en el Aula Pablo VI.
Catequesis del Santo Padre en español
Texto completo de la catequesis del Santo Padre traducida al español
Cuando se trata del Evangelio y de la
misión de evangelizar, Pablo se entusiasma, sale fuera de sí. Parece no
ver otra cosa que esa misión que el Señor le ha confiado. Todo en él
está dedicado a ese anuncio, y no posee otro interés que el Evangelio.
Es el amor de Pablo, el interés de Pablo, el oficio de Pablo: anunciar.
Incluso llega a decir: «Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio»
(1Cor 1,17). Pablo interpreta toda su existencia como una llamada a
evangelizar, a dar a conocer el mensaje de Cristo, a dar a conocer el
Evangelio: «¡Ay de mí −dice− si no predicara el Evangelio» (1Cor 9,16). Y escribiendo a los cristianos de Roma, se presenta sencillamente así: «Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios»
(Rm 1,1). Esa es su vocación. En definitiva, es consciente de haber
sido “apartado” para llevar el Evangelio a todos, y no puede hacer otra
cosa que dedicarse con todas sus fuerzas a esa misión.
Se comprende por tanto la tristeza, la
desilusión e incluso la amarga ironía del apóstol con los Gálatas, que a
sus ojos están tomando un camino equivocado, que los llevará a un punto
sin retorno: se han equivocado de camino. El eje en torno al cual todo
gira es el Evangelio. Pablo no piensa en los “cuatro
evangelios”, como es espontáneo para nosotros. De hecho, mientras está
enviando esta Carta, ninguno de los cuatro evangelios había sido escrito
todavía. Para él el Evangelio es lo que él predica, eso que se llama el
kerygma, es decir el anuncio. Y ¿qué anuncio? De la muerte y
resurrección de Jesús como fuente de salvación. Un Evangelio que se
expresa con cuatro verbos: «que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas»
(1Cor 15,3-5). Ese es el anuncio de Pablo, el anuncio que nos da vida a
todos. Ese Evangelio es el cumplimiento de las promesas y es la
salvación ofrecida a todos los hombres. Quien lo acoge es reconciliado
con Dios, es acogido como un verdadero hijo y obtiene en herencia la
vida eterna.
Ante un don tan grande que se les ha
dado a los Gálatas, el apóstol no logra explicarse por qué están
pensando en acoger otro “evangelio”, quizá más sofisticado, más
intelectual… otro “evangelio”. Hay que notar, sin embargo, que estos
cristianos todavía no han abandonado el Evangelio anunciado por Pablo.
El apóstol sabe que están todavía a tiempo para no dar un paso en falso,
y les advierte con fuerza, con mucha fuerza. Su primer argumento apunta
directamente al hecho de que la predicación realizada por los nuevos
misioneros −esos que predican la novedad− no puede ser el Evangelio. Es
más, es un anuncio que distorsiona el verdadero Evangelio porque impide
alcanzar la libertad −una palabra clave− que se adquiere desde la fe.
Los Gálatas son todavía “principiantes” y su desorientación es
comprensible. No conocen aún la complejidad de la Ley mosaica y el
entusiasmo por abrazar la fe en Cristo les empuja a escuchar a esos
nuevos predicadores, bajo la ilusión de que su mensaje es complementario
con el de Pablo. Y no es así.
El Apóstol, sin embargo, no puede
arriesgarse a que se creen compromisos en un terreno tan decisivo. El
Evangelio es solo uno y es el que él ha anunciado; no puede existir
otro. ¡Atención! Pablo no dice que el verdadero Evangelio es el suyo
porque lo ha anunciado él, ¡no! Eso no lo dice. Eso sería presuntuoso,
sería vanagloria. Afirma más bien, que “su” Evangelio, el mismo que los
otros apóstoles iban anunciando en otros lugares, es el único auténtico,
porque es el de Jesucristo. Escribe así: «Os hago saber, hermanos,
que el Evangelio anunciado por mí no es de orden humano, pues yo no lo
recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo»
(Gal 1,11). Se comprende entonces por qué Pablo utiliza términos muy
duros. Hasta dos veces usa la expresión “anatema” que indica la
exigencia de tener lejos de la comunidad lo que amenaza sus fundamentos.
Y ese nuevo “evangelio” amenaza los fundamentos de la comunidad. En
resumen, sobre este punto el apóstol no deja espacio a la negociación:
no se puede negociar. Con la verdad del Evangelio no se puede negociar. O
recibes el Evangelio como es, como fue anunciado, o recibes otra cosa.
Pero no se puede negociar con el Evangelio. No se puede llegar a
componendas: la fe en Jesús no es mercancía para negociar: es salvación,
es encuentro, es redención. No se vende barata.
Esta situación descrita al principio de
la Carta parece paradójica, porque todos los sujetos en cuestión parecen
animados por buenos sentimientos. Los Gálatas que escuchan a los nuevos
misioneros piensan que con la circuncisión podrán estar aún más
entregados a la voluntad de Dios y, por tanto, agradar aún más a Pablo.
Los enemigos de Pablo parecen estar animados por la fidelidad a la
tradición recibida por los padres y consideran que la fe genuina
consiste en la observancia de la Ley. Ante esa gran fidelidad justifican
incluso las insinuaciones y las sospechas sobre Pablo, considerado poco
ortodoxo respecto a la tradición. El mismo apóstol es bien consciente
de que su misión es de naturaleza divina −¡le ha sido revelada por
Cristo a él!− y, por tanto, le mueve el total entusiasmo por la novedad
del Evangelio, que es una novedad radical, no una novedad pasajera: no
hay evangelios “de moda”, el Evangelio es siempre nuevo, es la novedad.
Su inquietud pastoral lo lleva a ser severo, porque ve el gran riesgo
que se cierne sobre los jóvenes cristianos. En definitiva, en ese
laberinto de buenas intenciones es necesario desprenderse, para acoger
la verdad suprema que se presenta como la más coherente con la Persona y
la predicación de Jesús y su revelación del amor del Padre. Esto es
importante: saber discernir. Muchas veces hemos visto en la historia, y
también lo vemos hoy, algún movimiento que predica el Evangelio con una
modalidad propia, a veces con carismas verdaderos, propios; pero luego
exagera y reduce todo el Evangelio al “movimiento”. Y ese no es el
Evangelio de Cristo: ese es el Evangelio del fundador, de la fundadora y
eso sí, podrá ayudar al principio, pero al final no da frutos porque no
tiene raíces profundas. Por esto, la palabra clara y decidida de Pablo
fue provechosa para los Gálatas y es provechosa también para nosotros.
El Evangelio es el don de Cristo para nosotros, es Él mismo quien lo
revela. Eso es lo que nos da vida.
Saludos
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa.
Hermanos y hermanas, pidamos por todos los Pastores para que, siguiendo
el ejemplo de san Juan María Vianney, lleven a sus hermanos y hermanas
en dificultad el Evangelio vivo de su testimonio de amor, de
misericordia y de solidaridad.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua inglesa.
Espero que las próximas vacaciones estivales sean un momento de
descanso y de renovación espiritual para vosotros y para vuestras
familias. Sobre todos invoco la alegría y la paz del Señor. ¡Dios os
bendiga!
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua alemana.
En este tiempo de vacaciones procuremos dedicarnos más a las personas
de nuestro alrededor manifestando el amor que Dios nutre por toda la
humanidad. Que el Espíritu Santo nos guíe en nuestro camino.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española.
Pidamos al Señor que nos conceda la gracia de perseverar en el
seguimiento del Señor Jesús, para que nuestra vida sea, a los ojos de
nuestros hermanos y hermanas, un testimonio gozoso del amor de Dios por
toda la humanidad. Que Dios os bendiga. Muchas gracias.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua portuguesa.
Queridos hermanos y hermanas, al retomar nuestros encuentros semanales,
hoy, memoria de San Juan María Vianney, os invito a rezar de modo
particular por vuestros párrocos y por todos los sacerdotes. Que,
inspirados por el ejemplo del Santo Cura de Ars, puedan entregar sus
vidas a la misión de predicar el Evangelio de la salvación. Dios os
bendiga.
Saludo a los fieles de lengua árabe.
El Evangelio es la Buena Nueva y es la fuerza que cambia a mejor
nuestra vida y nuestro corazón. Por eso os pido que leáis cada día el
Evangelio y meditar un pequeño párrafo para nutrirse de esa fuente
inagotable de salvación. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja
siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los polacos.
Con viva memoria del tiempo de gracia que hace cinco años vivimos en
Cracovia durante la Jornada Mundial de la Juventud, animo a todos –y
sobre todo a los jóvenes– q que con fuerza del Espíritu Santo lleven con
coraje y entusiasmo el Evangelio de Cristo a las futuras generaciones.
¡Os bendigo de corazón!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana.
En particular a los niños de la Escuela Primaria de Montalto Uffugo, a
los adolescentes de Bovisio Masciago, a los alumnos de cuarto grado de
Volpago del Montello, a la Asociación “I Sorrisi degli Ultimi” y a los
peregrinos que han venido de Brno en bicicletta: ¡bravo!
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, que son nuestra sabiduría, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
Os encomiendo a la maternal protección de la Virgen María, que la
Liturgia de mañana, fiesta de la dedicación de la Basílica de Santa
María Mayor, nos invita a contemplar en la imagen de la Salus Populi Romani. A todos mi Bendición.
Llamamiento por el Líbano
A un año de la terrible explosión en el
puerto de Beirut, capital del Líbano, que causó muerte y destrucción,
llevo en mis pensamientos a ese amado País, sobre todo a las víctimas, a
sus familias, a los numerosos heridos y a cuantos han perdido la casa y
el trabajo. Y son muchos los han perdido la ilusión de vivir.
En la jornada de reflexión y oración por
el Líbano, del pasado 1 de julio, junto con los líderes religiosos
cristianos, hicimos nuestras las aspiraciones y expectativas del pueblo
libanés, cansado y decepcionado, e invocamos de Dios la luz de la
esperanza para superar esa dura crisis. Hoy dirijo un llamamiento a la
comunidad internacional, pidiéndole que ayude al Líbano a emprender un
camino de “resurrección”, a través de gestos concretos, no sólo con
palabras, sino con gestos concretos. En este sentido, espero que la
conferencia, promovida por Francia y las Naciones Unidas, que se está
ahora celebrando, sea fructífera.
Queridos libaneses, mi deseo de ir a
visitaros es grande. No me canso de rezar por vosotros, pidiendo que
Líbano vuelva a ser un mensaje de fraternidad, un mensaje de paz para
todo Oriente Medio.
«En aquel tiempo,
los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: Yo soy el pan bajado
del cielo, y decían: -¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a
su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo? Jesús
tomó la palabra y les dijo: -No critiquéis. Nadie puede venir a mí si
no lo atrae el Padre que me ha enviado, y yo lo resucitaré en el último
día. Está escrito en los Profetas: Y serán todos enseñados por Dios.
Todo el que ha escuchado al que viene del Padre, y ha aprendido viene a
mí. No es que alguien haya visto al Padre, sino aquél que procede de
Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo que el que
cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros
padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que
baja del Cielo para que si alguien come de él no muera. Yo soy el pan
vivo que he bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá eterna-
mente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. Discutían, pues, los judíos entre ellos diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» (Juan 6, 44-52)
I. Leemos en la Primera lectura de la
Misa que el Profeta Elías, huyendo de Jetsabel, se dirigió al Horeb, el
monte santo. Durante el largo y difícil viaje se sintió cansado y deseó
morir. Basta, Yahvé. Lleva ya mi alma, que no soy mejor que mis padres. Y
echándose allí, se quedó dormido. Pero el Angel del Señor le despertó,
le ofreció pan y le dijo: Levántate y come, porque te queda todavía
mucho camino. Elías se levantó, comió y bebió, y anduvo con la fuerza de
aquella comida cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios.
Lo que no hubiera logrado con sus propias fuerzas, lo consiguió con el
alimento que el Señor le proporcionó cuando más desalentado estaba.
El monte santo al que se dirige el
Profeta es imagen del Cielo; el trayecto de cuarenta días lo es del
largo viaje que viene a ser nuestro paso por la tierra, en el que
también encontramos tentaciones, cansancio y dificultades. En ocasiones,
sentiremos flaquear el ánimo y la esperanza. De manera semejante al
Angel, la Iglesia nos invita a alimentar nuestra alma con un pan del
todo singular, que es el mismo Cristo presente en la Sagrada Eucaristía.
En Él encontramos siempre las fuerzas necesarias para llegar hasta el
Cielo, a pesar de nuestra flaqueza.
A la Sagrada Comunión se la llamó
Viático, en los primeros tiempos del Cristianismo, por la analogía entre
este sacramento y el viático o provisiones alimenticias y pecuniarias
que los romanos llevaban consigo para las necesidades del camino. Más
tarde se reservó el término Viático para designar el conjunto de
auxilios espirituales, de modo particular la Sagrada Eucaristía, con que
la Iglesia pertrecha a sus hijos para la última y definitiva etapa del
viaje hacia la eternidad. Fue costumbre en los primeros cristianos
llevar la Comunión a los encarcelados, sobre todo cuando ya se avecinaba
el martirio. Santo Tomás enseña que este sacramento se llama Viático en
cuanto prefigura el gozo de Dios en la patria definitiva y nos otorga
la posibilidad de llegar allí. Es la gran ayuda a lo largo de la vida y,
especialmente, en el tramo último del camino, donde los ataques del
enemigo pueden ser más duros. Ésta es la razón por la que la Iglesia ha
procurado siempre que ningún cristiano muera sin ella. Desde el
principio se sintió la necesidad (y también la obligación) de recibir
este sacramento aunque ya se hubiera comulgado ese día.
También podemos recordar hoy en nuestra
oración la responsabilidad, en ocasiones grave, de hacer todo lo que
está de nuestra parte para que ningún familiar, amigo o colega muera sin
los auxilios espirituales que nuestra Madre la Iglesia tiene preparados
para la etapa última de su vida.
Es la mejor y más eficaz muestra de
caridad y de cariño, quizá la última, con esas personas aquí en la
tierra. El Señor premia con una alegría muy grande cuando hemos cumplido
con ese gratísimo deber, aunque en alguna ocasión pueda resultar algo
difícil y costoso.
Hemos de agradecer con obras al Señor
tantas ayudas a lo largo de la vida, pero especialmente la de la
Comunión. El agradecimiento se manifestará en una mejor preparación,
cada día, y en que al recibirle lo hagamos con la plena conciencia de
que se nos dan, más aún que al Profeta Elías, las energías necesarias
para recorrer con vigor el camino de nuestra santidad.
II. Yo soy el pan de vida, nos dice
Jesús en el Evangelio de la Misa (...). Si alguno come de este pan
vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del
mundo.
Hoy nos recuerda el Señor con fuerza la
necesidad de recibirle en la Sagrada Comunión para participar en la vida
divina, para vencer en las tentaciones, para que crezca y se desarrolle
la vida de la gracia recibida en el Bautismo. El que comulga en estado
de gracia, además de participar en los frutos de la Santa Misa, obtiene
unos bienes propios y específicos de la Comunión eucarística: recibe,
espiritual y realmente, al mismo Cristo, fuente de toda gracia. La
Sagrada Eucaristía es, por eso, el mayor sacramento, centro y cumbre de
todos los demás. Esta presencia real de Cristo da a este sacramento una
eficacia sobrenatural infinita.
No hay mayor felicidad en esta vida que
recibir al Señor. Cuando deseamos darnos a los demás, podemos entregar
objetos de nuestra pertenencia como símbolo de algo más profundo de
nuestro ser, o dar nuestros conocimientos, o nuestro amor..., pero
siempre encontramos un límite. En la Comunión, el poder divino sobrepasa
todas las limitaciones humanas, y bajo las especies eucarísticas se nos
da Cristo entero. El amor llega a realizar su ideal en este sacramento:
la identificación con quien tanto se ama, a quien tanto se espera. «Así
como cuando se juntan dos trozos de cera y se los derrite por medio del
fuego, de los dos se forma una cosa, así también, por la participación
del Cuerpo de Cristo y de su preciosa Sangre». Verdaderamente, no hay
mayor felicidad, ni bien mayor, que recibir dignamente en la Sagrada
Comunión a Cristo mismo.
El alma no cesa en su agradecimiento si
-combatiendo toda rutina‑ trae a menudo a su mente la riqueza de este
sacramento. La Sagrada Eucaristía produce en la vida espiritual efectos
parecidos a los que el alimento material produce en el cuerpo. Nos
fortalece y aleja de nosotros la debilidad y la muerte: el alimento
eucarístico nos libra de los pecados veniales, que causan la debilidad y
la enfermedad del alma, y nos preserva de los mortales, que le
ocasionan la muerte. El alimento material repara nuestras fuerzas y
robustece nuestra salud. También «por la frecuente o diaria Comunión,
resulta más exuberante la vida espiritual, se enriquece el alma con
mayor efusión de virtudes y se da al que comulga una prenda aún más
segura de la eterna felicidad». Del mismo modo como el alimento natural
permite crecer al cuerpo, la Sagrada Eucaristía aumenta la santidad y la
unión con Dios, «porque la participación del Cuerpo y Sangre de Cristo
no hace otra cosa sino transfigurarnos en aquello que recibimos».
La Comunión nos facilita la entrega en
la vida familiar; nos impulsa a realizar el trabajo diario con alegría y
con perfección; nos fortalece para llevar con garbo humano y sentido
sobrenatural las dificultades y tropiezos de la vida ordinaria.
El Maestro está aquí y te llama, se nos
dice cada día. No desatendamos esa invitación; vayamos con alegría y
bien dispuestos a su encuentro. Nos va mucho en ello.
III. Son muchas nuestras flaquezas y
debilidades. Por eso ha de ser tan frecuente el encuentro con el Maestro
en la Comunión. El banquete está preparado y son muchos los invitados; y
pocos los que acuden. ¿Cómo nos vamos a excusar nosotros? El amor
desbarata las excusas.
El deseo y el recuerdo de este
sacramento podemos mantenerlo vivo a lo largo del día mediante la
Comunión espiritual, que «consiste en un deseo ardiente de recibir a
Jesús Sacramentado y en un trato amoroso como si ya lo hubiésemos
recibido». Nos trae muchas gracias y nos ayuda a vivir mejor el trabajo y
las relaciones con los demás. Nos facilita tener la Santa Misa como el
centro del día.
También es muy provechosa la Visita al
Santísimo, que es «prueba de gratitud, signo de amor y expresión de la
debida adoración al Señor». Ningún lugar como la cercanía del Sagrario
para esos encuentros íntimos y personales que requiere la permanente
unión con Cristo. Es allí donde el coloquio con el Señor encuentra el
clima más apropiado, como lo muestra la historia de los santos, y donde
nace el impulso para la oración continuada en el trabajo, en la
calle..., en todo lugar. El Señor presente sacramentalmente nos ve y nos
oye con una mayor intimidad, pues su Corazón, que sigue latiendo de
amor por nosotros, es «la fuente de la vida y de la santidad»; nos
invita cada día a devolverle esa visita que Él nos ha hecho viniendo
sacramentalmente a nuestra alma. Y nos dice: Venid también vosotros
aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco.
Junto a Él encontramos la paz, si la
hubiéramos perdido, fortaleza para cumplir acabadamente la tarea y
alegría en el servicio a los demás. «Y ¿qué haremos, preguntáis, en la
presencia de Dios Sacramentado? Amarle, alabarle, agradecerle y pedirle.
¿Qué hace un pobre en la presencia de un rico? ¿Qué hace un enfermo
delante del médico? ¿Qué hace un sediento en vista de una fuente
cristalina?».
Jesús tiene lo que nos falta y
necesitamos. Él es la fortaleza en este camino de la vida. Pidámosle a
Nuestra Señora que nos enseñe a recibirlo «con aquella pureza, humildad y
devoción» con que Ella lo recibió, «con el espíritu y fervor de los
santos».
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
(1 Re 19,4-8) "Caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb"
(Ef 4,30-5,2) "Sed imitadores de Dios"
(Jn 6,41-51) "El que cree tiene vida eterna"
Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
“Levántate y come, porque te queda
todavía mucho camino”. Estas palabras que el Ángel del Señor le dijo al
profeta Elías cuando se sintió cansado y deseó morir, nos las podría
dirigir hoy a nosotros invitándonos también a alimentarnos con el pan de
la Eucaristía. Y lo que el profeta no hubiera conseguido con sus
propias fuerzas , lo obtuvo con la ayuda del Señor: Elías “se levantó,
comió y bebió, y anduvo con la fuerza de aquella comida cuarenta días y
cuarenta noches hasta el monte de Dios”.
¡Nos cansamos y no tenemos un tónico recuperante que nos devuelva el
entusiasmo por las cosas de Dios! Las contrariedades van abriendo una
brecha por la que entra el desaliento, una visión más practica y
realista se va adueñando de la situación pues nuestro mundo es
endiabladamente difícil y comienzan las compensaciones, el regateo y las
componendas. El mismo paso del tiempo, que no transcurre sin pasar
factura, nos golpea y se alía de nuestros hábitos que se convierten
entonces en cómplices de nuestra rutina.
“Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no le atrae”, nos dice
el Señor en el Evangelio de hoy. La comunión frecuente con el Cuerpo y
la Sangre de Cristo es lo que nos permite levantarnos cuando el
cansancio se apodera de nosotros. Un inmensa corriente vital que brota
del seno de Dios, como esa agua viva de la que habla Jesús, inunda el
corazón del cristiano proporcionándole la fuerza necesaria para recorrer
el camino. “Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os
aliviaré” (Mt 11, 28), dice el Señor.
En la Sagrada Eucaristía recibimos el manantial de donde brota toda la
ayuda que precisamos, en Ella recibimos al autor mismo de la gracia: “El
que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él”. No hay
ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los
pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia
de todos los dones espirituales. S. Josemaría Escrivá, al hablar de la
Sagrada Comunión, veía al Señor como “el Amigo: vos autem dixi amicos,
dice. Nos llama amigos y El fue quien dio el primer paso; nos amó
primero. Sin embargo, no impone su cariño: lo ofrece… Era amigo de
Lázaro y lloró por él, cuando lo vio muerto: y lo resucitó. Si nos ve
fríos, desganados, quizá con la rigidez de una vida interior que se
extingue, su llanto será para nosotros vida: “Yo te lo mando, amigo mío,
levántate y anda”, sal fuera de esa vida estrecha, que no es vida”.