Texto completo de la catequesis del Santo Padre traducida al español
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Seguimos tratando el tema del
discernimiento. La vez pasada consideramos la oración como su elemento
indispensable, entendida como familiaridad y confidencia con Dios.
Oración, no como los loros, sino como familiaridad y confidencia con
Dios; oración de los hijos al Padre; oración con el corazón abierto.
Esto lo vimos en la última catequesis. Hoy quisiera, de forma casi complementaria, subrayar que un buen discernimiento requiere también el conocimiento de uno mismo.
Conocerse a sí mismo. Y esto no es fácil. El discernimiento de hecho
involucra a nuestras facultades humanas: la memoria, el intelecto, la
voluntad, los afectos. A menudo no sabemos discernir porque no nos
conocemos lo suficiente, y así no sabemos qué queremos realmente. Habéis
escuchado muchas veces: “Pero esa persona, ¿por qué no arregla su vida?
Nunca ha sabido lo que quiere…”. Sin llegar a ese extremo, pero a
nosotros también nos sucede que no sabemos bien qué queremos, no nos
conocemos bien.
En la base de dudas espirituales y crisis vocacionales suele haber un diálogo insuficiente entre la vida religiosa y nuestra dimensión humana, cognitiva y afectiva.
Un autor de espiritualidad señaló que muchas dificultades en materia de
discernimiento remiten a problemas de otro tipo, que deben ser
reconocidos y explorados. Así escribe este autor: «He llegado a la
convicción de que el obstáculo más grande al verdadero discernimiento (y
a un verdadero crecimiento en la oración) no es la naturaleza
intangible de Dios, sino el hecho de que no nos conocemos
suficientemente a nosotros mismos, y no queremos ni siquiera
conocernos por cómo somos verdaderamente. Casi todos nosotros nos
escondemos detrás de una máscara, no solo frente a los otros, sino
también cuando nos miramos al espejo» (Th. Green, La cizaña entre el trigo, Roma, 1992, 25). Todos tenemos la tentación de enmascararnos también delante de nosotros mismos.
El olvido de la presencia de Dios en
nuestra vida va a la par que la ignorancia sobre nosotros mismos
−ignorar a Dios e ignorarnos a nosotros−, la ignorancia sobre las
características de nuestra personalidad y sobre nuestros deseos más
profundos.
Conocerse a uno mismo no es difícil, pero es fatigoso: implica un paciente trabajo de excavación interior.
Requiere la capacidad de detenerse, de “apagar el piloto automático”,
para adquirir conciencia sobre nuestra forma de hacer, sobre los
sentimientos que nos habitan, sobre los pensamientos recurrentes que nos
condicionan, y a menudo sin darnos cuenta. Requiere también distinguir
entre las emociones y las facultades espirituales. “Siento” no es lo
mismo que “estoy convencido”; “tengo ganas de” no es lo mismos que
“quiero”. Así se llega a reconocer que la mirada que tenemos sobre
nosotros mismos y sobre la realidad a veces está un poco distorsionada.
¡Darse cuenta de esto es una gracia! De hecho, muchas veces puede
suceder que convicciones erróneas sobre la realidad, basadas en
experiencias del pasado, nos influyen fuertemente, limitando nuestra
libertad de jugárnosla por lo que realmente cuenta en nuestra vida.
Viviendo en la era de la informática,
sabemos lo importante que es conocer las “contraseñas” para poder entrar
en los programas donde se encuentran las informaciones más personales y
valiosas. Pero también la vida espiritual tiene sus “contraseñas”: hay
palabras que tocan el corazón porque remiten a aquello por lo que somos
más sensibles. El tentador, es decir el diablo, conoce bien estas
palabras-clave, y es importante que las conozcamos también nosotros,
para no encontrarnos ahí donde no quisiéramos. La tentación no sugiere
necesariamente cosas malas, sino a menudo desordenadas, presentadas con
una importancia excesiva. De esta manera nos hipnotiza con lo atractivo
que estas cosas suscitan en nosotros, cosas bellas pero ilusorias, que
no pueden mantener lo que prometen, y así nos dejan al final con un
sentido de vacío y de tristeza. Ese sentido de vacío y de tristeza es
una señal de que hemos tomado un camino que no era justo, que nos ha
desorientado. Pueden ser, por ejemplo, el título de estudio, la carrera,
las relaciones, todas cosas en sí loables, pero hacia las cuales, si no
somos libres, corremos el riesgo de nutrir expectativas irreales, como
por ejemplo la confirmación de nuestro valor. Tú, por ejemplo, cuando
piensas en un estudio que estás haciendo, ¿lo piensas solamente para
promoverte a ti mismo, por tu interés, o también para servir a la
comunidad? Ahí se puede ver cuál es la intencionalidad de cada uno de
nosotros. De este malentendido derivan a menudo los sufrimientos más
grandes, porque ninguna de esas cosas puede ser la garantía de nuestra
dignidad.
Por esto, queridos hermanos y hermanas,
es importante conocerse, conocer las contraseñas de nuestro corazón,
aquello a lo que somos más sensibles, para protegernos de quien se
presenta con palabras persuasivas para manipularnos, pero también para
reconocer lo que es realmente importante para nosotros, distinguiéndolo
de las modas del momento o de eslóganes llamativos y superficiales.
Muchas veces lo que se dice en un programa en televisión, en alguna
publicidad que se hace, nos toca el corazón y nos hace ir a esa parte
sin libertad. Estad atentos a eso: ¿soy libre o me dejo llevar por los
sentimientos del momento, o por las provocaciones del momento?
Una ayuda para esto es el examen de conciencia,
pero no hablo del examen de conciencia que todos hacemos cuando vamos a
la confesión, no. Esto es: “He pecado de esto, eso…”. No. Examen de
conciencia general de la jornada: ¿qué ha sucedido en mi corazón en este
día? “Han pasado muchas cosas…”. ¿Cuáles? ¿Por qué? ¿Qué huellas
dejaron en el corazón? Hacer el examen de conciencia, es decir, la buena
costumbre de releer con calma lo que sucede en nuestra jornada,
aprendiendo a notar en las valoraciones y en las decisiones aquello a lo
que damos más importancia, qué buscamos y por qué, y qué hemos
encontrado al final. Sobre todo aprendiendo a reconocer qué sacia mi
corazón. Porque solo el Señor puede darnos confirmación de lo que
valemos. Nos lo dice cada día desde la cruz: ha muerto por nosotros,
para mostrarnos cuánto somos valiosos a sus ojos. No hay obstáculo o
fracaso que pueda impedir su tierno abrazo. El examen de conciencia
ayuda mucho, porque así vemos que nuestro corazón no es un camino donde
pasa de todo y nosotros no sabemos. No. Ver: ¿qué ha pasado hoy? ¿Qué ha
sucedido? ¿Qué me ha hecho reaccionar? ¿Qué me ha puesto triste? ¿Qué
me ha puesto contento? Qué ha sido malo y si he hecho mal a los otros.
Se trata de ver el recorrido de los sentimientos, de las atracciones en
mi corazón durante la jornada. ¡No os olvidéis! El otro día hablamos de
la oración; hoy hablamos del conocimiento de uno mismo.
La oración y el conocimiento de uno
mismo consienten crecer en la libertad. ¡Esto es para crecer en la
libertad! Son elementos básicos de la existencia cristiana, elementos
preciosos para encontrar el propio lugar en la vida. Gracias.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa,
en particular a los fieles de la diócesis de Metz y a los jóvenes del
Colegio San José. Hermanos y hermanas, en este mes de oración por las
misiones, aprendamos a cultivar momentos de silencio y de encuentro con
el Señor para que nos inspire caminos y medios para ser siempre fieles a
nuestra vocación de discípulos misioneros. ¡Dios os bendiga!
Doy la bienvenida a todos los peregrinos de lengua inglesa
presentes en la audiencia de hoy, especialmente a los de Escocia,
Noruega, Suecia, Australia, India, Vietnam y Estados Unidos de América.
Dirijo un saludo especial a los nuevos alumnos del Colegio Pontificio
Beda y a los miembros de la Asociación Católica de Predicadores de
Inglaterra. Sobre todos invoco la alegría y la paz de Cristo nuestro
Señor. ¡Dios os bendiga!
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua alemana,
en particular a los monaguillos de Colonia, así como a los
participantes en la semana de información de la Guardia Suiza
Pontificia. ¡Os deseo a vosotros, jóvenes, una buena y fructífera
estancia espiritual en Roma! ¡Que el Señor os ayude a todos a crecer en
el amor y os proteja siempre!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española.
Pidamos a Jesús que nos enseñe a orar para poder conocer su Corazón, y
que nos ayude a conocernos a nosotros mismos. Así seremos capaces, con
su gracia, de seguir sus huellas con libertad y sencillez de corazón.
Que Dios os bendiga y la Virgen Santa os cuide. Muchas gracias.
Queridos peregrinos de lengua portuguesa,
¡bienvenidos! Al saludaros a todos, en particular a los grupos
brasileños de Goiânia y de la archidiócesis de São Paulo, así como a los
fieles portugueses de Alcanena y de la parroquia de São Paolo en
Setúbal, os invito a pedir al Señor una gran fe para ver la realidad con
la mirada de Dios, y una gran caridad para acercarse a las personas con
su corazón misericordioso. ¡Fiaos de Dios, como la Virgen María! Que la
bendición del Señor descienda sobre vosotros y vuestras familias.
Saludo a los fieles de lengua árabe.
La oración y el conocimiento de sí mismo son elementos básicos de la
existencia cristiana, elementos preciosos para encontrar el propio lugar
en la vida. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo
mal!
Saludo cordialmente a los polacos
presentes en esta audiencia. Hoy recordamos a Santa Faustina Kowalska
en la liturgia. A través de ella, Dios señaló al mundo a que buscase la
salvación en su misericordia. Recordemos esto especialmente hoy,
pensando especialmente en la guerra en Ucrania. Como dije el domingo
pasado en el Ángelus, confiemos en la misericordia de Dios, que puede
cambiar los corazones, y en la maternal intercesión de la Reina de la
Paz. Os bendigo de corazón.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana.
En particular, saludo a los fieles de la parroquia de Santo Tomás
Apóstol de Roma y a los de la parroquia de Santiago Apóstol de
Grugliasco. Saludo además a los representantes de Caritas de
Teramo-Atri, acompañados por su obispo, al grupo de los Servicios
Sociales Salesianos y a los alumnos de la escuela Sagrado Corazón de
Francavilla Fontana. Invito a todos a imitar a san Francisco, patrón de
Italia, cuya fiesta celebramos ayer: que su ejemplo de consagración a
Dios, de servicio a los hombres y de fraternidad con las criaturas guíe
vuestro camino.
Y no olvidemos rezar por la atormentada Ucrania, pidiendo siempre al Señor el don de la paz.
Mi pensamiento se dirige, por último, como siempre, a los jóvenes, enfermos, ancianos y recién casados. Os animo también a vosotros ir a la escuela del Poverello de Asís, imitándolo en el amor y en la contemplación del Crucifijo. A todos mi bendición.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya