Desde este blog se pretende facilitar el aprendizaje de la predicación y la oración personal. Todos los que tratamos a Dios podemos aprender y mejorar, usando este blog, nuestra amistad con el Señor.
Tras el éxito prolongado de Lluvia
fina, Luis Landero retoma la memoria y las lecturas de su particular
universo personal donde las dejó en El balcón en invierno. Y lo hace en
este...
Tras el éxito
prolongado de Lluvia fina, Luis Landero retoma la memoria y las lecturas
de su particular universo personal donde las dejó en El balcón en
invierno. Y lo hace en este libro memorable, que vuelve a trenzar de
manera magistral los recuerdos del niño en su pueblo de Extremadura, del
adolescente recién llegado a Madrid o del joven que empieza a trabajar,
con historias y escenas vividas en los libros con la misma pasión y
avidez que en el mundo real. En El huerto de Emerson asoman personajes
de un tiempo aún reciente, pero que parecen pertenecer a un ya lejano
entonces, y tan llenos de vida como Pache y su boliche en medio de la
nada, mujeres hiperactivas que sostienen a las familias como la abuela y
la tía del narrador, hombres callados que de pronto revelan secretos
asombrosos, o novios cándidos como Florentino y Cipriana y su enigmático
cortejo al anochecer. A todos ellos Landero los convierte en pares de
los protagonistas del Ulises, congéneres de los personajes de las
novelas de Kafka o de Stendhal, y en acompañantes de las más brillantes
reflexiones sobre escritura y creación en una mezcla única de humor y
poesía, de evocación y encanto. Es difícil no sentirse transportado a un
relato contado junto al fuego.
Más sobre
Landero, Luis
Luis Landero (Alburquerque, Badajoz
1948) se dio a conocer con Juegos de la edad tardía en 1989, novela a la
que siguieron Caballeros de fortuna (1994), El mágico aprendiz (1998),
El guitarrista (2002), Hoy, Júpiter (2007), Retrato de un hombre
inmaduro (2010), Absolución (2012, mejor novela española del año según
El País), El balcón en invierno (2014, Premio Libro del Año de los
libreros de Madrid en 2015) y La vida negociable (2017). Traducido a
varias lenguas, Landero es ya uno los nombres esenciales de la narrativa
española.
Historia inspirada en hechos reales de dos
niños, uno cristiano y otro judío, cuya amistad logra sobrevivir por
encima de los prejuicios, el odio y el paso del tiempo. Unos niños a los
que les tocó vivir los convulsos acontecimientos de la Revolución Rusa y
las atrocidades de la Primera Guerra Mundial.
Conmovedora
última película del realizador georgiano Zaza Urushadze, responsable de
Mandarinas, y fallecido prematuramente a la edad de 54 años. Adapta una
novela del escritor canadiense Dale Eisler, que se inspira en hechos
reales ocurridos a su propia familia.
Hay
películas en las que se reconoce su buen pulso desde el primer
fotograma, y Anton, su amigo y la revolución es una de ellas. La cinta
funciona muy bien en su humanidad, al pintar familias cuyos miembros se
quieren y que tratan de llevar una vida feliz, pero la alargada sombra
de la tiranía despótica hace mella, e invita a la resistencia.
El
film utiliza bien la predicación inicial de un sacerdote, que comenta
el pasaje evangélico en que Jesús habla de “hacerse como niños”, como
subtexto que choca con la realidad de un astuto personaje que se
aprovecha de la inocencia y bondad de unos pequeños. (Almudí JD).
Decine21: AQUÍ
En su catequesis semanal, durante la
audiencia general de hoy, el Papa ha dicho que “el que reza es como un
enamorado que lleva siempre en el corazón a la persona amada, vaya donde
vaya”
Texto de la catequesis del Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
Reflexionamos hoy sobre la oración en la
vida cotidiana. El que reza es como un enamorado: lleva siempre en el
corazón a la persona amada, vaya donde vaya. Por eso, podemos rezar en
cualquier momento, en los acontecimientos de cada día: en la calle, en
la oficina, en el tren; con palabras o en el silencio de nuestro
corazón. Incluso un pensamiento aparentemente “profano” puede estar
impregnado de oración. El Espíritu del Señor siempre se nos ofrece para
que brote el diálogo con Él.
La oración nos va transformando: calma
la ira, mantiene el amor, multiplica la alegría, infunde la fuerza de
perdonar. En la oración se nos concede la gracia para afrontar cada día
con esperanza y valentía, como llamadas de Dios y ocasiones para
encontrarnos con Él. Además, la oración nos ayuda a amar a los demás,
conscientes de que todos somos pecadores y, al mismo tiempo, amados
personalmente por el Señor. Somos seres frágiles, pero sabemos rezar:
esta es nuestra mayor dignidad.
Por tanto, recemos por todo y por todos:
por nuestros seres queridos, y también por las personas que no
conocemos, incluso por nuestros enemigos. Recemos especialmente por los
que más sufren a causa del dolor y la enfermedad, de la soledad y la
precariedad. Rezando y amando así este mundo, amándolo con compasión y
ternura, como Jesús, descubriremos que cada día lleva escondido en sí un
fragmento del misterio de Dios.
Texto completo de la catequesis del Santo Padre taducida al español
En la catequesis anterior
vimos cómo la oración cristiana está “anclada” en la Liturgia. Hoy
destacaremos cómo desde la Liturgia vuelve siempre a la vida diaria: por
la calle, en la oficina, en los medios de transporte… Y ahí continúa el
diálogo con Dios: quien reza es como el enamorado, que lleva siempre en
el corazón a la persona amada, donde quiera que esté.
De hecho, todo es asumido en ese diálogo
con Dios: toda alegría se convierte en motivo de alabanza, toda prueba
es ocasión para pedir ayuda. La oración está siempre viva en la vida,
como una brasa, también cuando la boca no habla pero habla el corazón.
Todo pensamiento, hasta el aparentemente “profano”, puede ser impregnado
de oración. También en la inteligencia humana hay un aspecto orante; es
como una ventana asomada al misterio: ilumina los pocos pasos que están
delante de nosotros y después se abre a toda la realidad, realidad que
la precede y la supera. Este misterio no tiene un rostro inquietante o
angustiante, no: el conocimiento de Cristo nos hace confiar en que allí
donde nuestros ojos y los ojos de nuestra mente no pueden ver, no está
la nada, sino alguien que nos espera, una gracia infinita. Y así la
oración cristiana infunde en el corazón humano una esperanza invencible:
cualquier experiencia que toque nuestro camino, el amor de Dios puede
convertirlo en bien.
Al respecto, el Catecismo dice: «Aprendemos
a orar en ciertos momentos escuchando la Palabra del Señor y
participando en su Misterio Pascual; pero, en todo tiempo, en los
acontecimientos de cada día, su Espíritu se nos ofrece para que brote la
oración. […] El tiempo está en las manos del Padre; lo encontramos en
el presente, ni ayer ni mañana, sino hoy» (n. 2659). Hoy encuentro a Dios, siempre está el hoy del encuentro.
No existe otro maravilloso día que el hoy que estamos viviendo. La gente que vive siempre pensando en el futuro −“Bueno, el futuro será mejor…”−
pero no asume el hoy como viene, es gente que vive en la fantasía, no
sabe aceptar lo concreto de la realidad. Y el hoy es real, el hoy es
concreto. Y la oración sucede en el hoy. Jesús nos sale al encuentro
hoy, este hoy que estamos viviendo. Y la oración transforma este hoy en
gracia, o mejor, nos transforma: apacigua la ira, sostiene el amor,
multiplica la alegría, infunde la fuerza para perdonar. En algún momento
nos parecerá que ya no somos nosotros los que vivimos, sino que la
gracia vive y actúa en nosotros mediante la oración. Y cuando nos venga
un pensamiento de rabia, de descontento, que nos lleve a la amargura,
detengámonos y digamos al Señor: “¿Dónde estás? ¿Y adónde estoy yendo yo?”.
El Señor está ahí, el Señor nos dirá la palabra justa, el consejo para
ir adelante sin este zumo amargo de lo negativo. Porque la oración
siempre, usando una palabra profana, es positiva. Siempre. Te lleva
adelante. Cada día que empieza, si es llevado a la oración, va
acompañado de valentía, de forma que los problemas que afrontamos no
sean un estorbo a nuestra felicidad, sino llamadas de Dios, ocasiones
para nuestro encuentro con Él. Y cuando uno es acompañado por el Señor,
se siente más valiente, más libre, e incluso más feliz.
Por tanto, recemos siempre por todo y por todos, también por los enemigos. Jesús nos aconsejó: “Rezad por vuestros enemigos”.
Recemos por nuestros seres queridos, pero también por los que no
conocemos; incluso por nuestros enemigos, como he dicho, como a menudo
nos invita a hacer la Escritura. La oración dispone a un amor
sobreabundante. Recemos sobre todo por las personas infelices, por los
que lloran en la soledad y dudan de que todavía haya un amor que late
por ellos. La oración hace milagros; y entonces los pobres intuyen, por
la gracia de Dios, que, también en esa situación suya de precariedad, la
oración de un cristiano hace presente la compasión de Jesús: Él miraba con gran ternura a la multitud cansada y perdida como ovejas sin pastor (cfr. Mc
6,34). El Señor es −no lo olvidemos− el Señor de la compasión, de la
cercanía, de la ternura: tres palabras para no olvidar nunca. Porque es
el estilo del Señor: compasión, cercanía, ternura.
La oración nos ayuda a amar a los demás,
a pesar de sus errores y pecados. La persona siempre es más importante
que sus actos, y Jesús no juzgó al mundo, sino que lo salvó. Es fea la
vida de las personas que siempre están juzgando a los otros, siempre
condenando, juzgando: es una vida fea, infeliz. Jesús vino a salvarnos:
abre tu corazón, perdona, justifica a los demás, entiende, sé tú también
cercano a los otros, ten compasión, ternura como Jesús. Es necesario
querer a todos y cada uno recordando, en la oración, que todos somos
pecadores y al mismo tiempo amados por Dios uno a uno. Amando así este
mundo, amándolo con ternura, descubriremos que cada día y cada cosa
lleva escondido en sí un fragmento del misterio de Dios.
Escribe también el Catecismo: «Orar
en los acontecimientos de cada día y de cada instante es uno de los
secretos del Reino revelados a los “pequeños”, a los servidores de
Cristo, a los pobres de las bienaventuranzas. Es justo y bueno orar para
que la venida del Reino de justicia y de paz influya en la marcha de la
historia, pero también es importante impregnar de oración las humildes
situaciones cotidianas. Todas las formas de oración pueden ser la
levadura con la que el Señor compara el Reino» (n. 2660).
El hombre −la persona humana, el hombre y la mujer− es semejante a un soplo, como una brizna de hierba (cfr. Sal 144,4; 103,15). El filósofo Pascal escribía: «No es necesario que el universo entero se arme para aplastarlo: un vapor, una gota de agua bastan para matarlo» (Pensamientos,
186). Somos seres frágiles, pero sabemos rezar: esa es nuestra dignidad
más grande, también nuestra fortaleza. Ánimo. Rezar en cada momento, en
cada situación, porque el Señor está cerca de nosotros. Y cuando una
oración es según el corazón de Jesús, obra milagros.
Saludos
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa.
Hermanos y hermanas, pidamos al Señor que nos dé el gusto de la oración
diaria, para que haga posible el milagro del encuentro con el prójimo
en su sufrimiento y en sus necesidades. ¡Imparto a todos mi bendición!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua inglesa.
Invito a todos, especialmente en este tiempo de pandemia, a acercarse
al Señor en la oración diaria, llevándole nuestras necesidades y las del
mundo que nos rodea. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la
alegría y la paz de Cristo. ¡Dios os bendiga!
Dirijo un cordial saludo a los hermanos y hermanas de lengua alemana.
La oración es la levadura con la que se mezcla toda la vida, incluso
las humildes circunstancias diarias. Así podemos vivir siempre en
presencia de Dios que nos quiere felices. El Señor os bendiga a todos.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española.
Mañana celebramos la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, patrona de
los enfermos. Pidamos por su intercesión que el Señor conceda la salud
del alma y cuerpo a todos los que sufren a causa de alguna enfermedad y
de la actual pandemia, y fortalezca a quienes los asisten y los
acompañan en este tiempo de prueba que atraviesan en sus vidas. Que Dios
los bendiga a todos.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua portuguesa.
Queridos hermanos, la oración transforma nuestra mirada y nos ayuda a
acercarnos a todos, incluso a los que son diferentes a nosotros. Que la
Virgen María vele sobre vuestro camino y os ayude a ser ese signo
incondicional de amor en medio de vuestros hermanos. Que la bendición de
Dios descienda sobre vosotros y vuestras familias.
Saludo a los fieles de lengua árabe.
Somos seres frágiles, pero sabemos rezar: esa es nuestra mayor
dignidad. Y cuando una oración está de acuerdo con el corazón de Jesús,
obra milagros. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo
mal!
Saludo cordialmente a los polacos.
Pensando en la oración diaria, espero que en cada situación de la vida
os acompañe una conversación con Cristo de corazón a corazón; no solo
ante el Santísimo Sacramento, la cruz o una imagen sagrada, sino también
de camino al trabajo, de viaje y durante las tareas diarias. Que esa
oración se convierta en vuestra buena costumbre. Os bendigo de corazón.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana.
En una sociedad que sigue herida por contrastes y divisiones, sed signo
de un plan de reconciliación y fraternidad que hunda sus raíces en el
Evangelio y en la ayuda indispensable de la oración.
Finalmente, mi pensamiento se dirige, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados.
Mañana celebraremos la memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes.
Espero que imitéis a Nuestra Señora en plena disponibilidad a la
voluntad de Dios. Gracias.
Llamamiento
1. Expreso mi cercanía a las víctimas de la calamidad ocurrida hace
tres días en el norte de la India, donde parte de un glaciar se
desprendió provocando una violenta inundación, que destruyó dos
centrales eléctricas en construcción. Rezo por los trabajadores difuntos
y por sus familiares, y por todas las personas heridas y dañadas.
2. En Extremo Oriente y en varias partes del mundo, el próximo
viernes 12 de febrero muchos millones de hombres y mujeres celebrarán el
Año Nuevo Lunar. A todos ellos y a sus familias deseo enviar mi cordial
saludo, junto al deseo de que el nuevo año traiga frutos de fraternidad
y solidaridad. En este momento particular, en el que son fuertes las
preocupaciones para afrontar los desafíos de la pandemia, que toca no
solo el físico y el alma de las personas, sino que influye también en
las relaciones sociales, formulo el deseo de que cada uno pueda gozar de
buena salud y serenidad de vida. Mientras invito, finalmente, a rezar
por el don de la paz y de todos los demás bienes, recuerdo que estos se
obtienen con bondad, respeto, amplitud de miras y valentía, sin olvidar
nunca tener un cuidado preferencial por los más pobres y débiles.
«Y vino hacia él un
leproso que, rogándole de rodillas, le decía: Si quieres, puedes
limpiarme. Y compadecido, extendió la mano, le tocó y le dijo: Quiero,
queda limpio. Y al momento desapareció de él la lepra y quedó limpio. Le
conminó y enseguida lo despidió, diciéndole: Mira, no digas nada a
nadie; pero anda, preséntate al sacerdote y ofrece por tu purificación
lo que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio. Sin embargo, una
vez que se fue, comenzó a proclamar y a divulgar la noticia, hasta el
punto de que ya no podía entrar abiertamente en ciudad alguna, sino que
se quedaba fuera, en lugares apartados. Pero acudían a él de todas
partes» (Marcos 1,40-45).
I. La curación de un leproso que narra
el Evangelio de la Misa debió de conmover mucho a las gentes y fue
objeto frecuente de predicación en la catequesis de los Apóstoles. Así
nos lo hace ver el hecho de ser recogido con tanto detalle por tres
Evangelistas. De ellos, San Lucas precisa que el milagro se realizó en
una ciudad, y que la enfermedad se encontraba ya muy avanzada: estaba
todo cubierto de lepra, nos dice.
La lepra era considerada entonces como
una enfermedad incurable. Los miembros del leproso eran invadidos poco a
poco, y se producían deformaciones en la cara, en las manos, en los
pies, acompañadas de grandes padecimientos. Por temor al contagio, se
les apartaba de las ciudades y de los caminos. Como se lee en la Primera
lectura de la Misa, se les declaraba por este motivo legalmente
impuros, se les obligaba a llevar la cabeza descubierta y los vestidos
desgarrados, y habían de darse a conocer desde lejos cuando pasaban por
las cercanías de un lugar habitado. Las gentes huían de ellos, incluso
los familiares; y en muchos casos se interpretaba su enfermedad como un
castigo de Dios por sus pecados. Por estas circunstancias, extraña ver a
este leproso en una ciudad. Quizá ha oído hablar de Jesús y lleva
tiempo buscando la ocasión para acercarse a Él. Ahora, por fin, le ha
encontrado y, con tal de hablarle, incumple las tajantes prescripciones
de la antigua ley mosaica. Cristo es su esperanza, su única esperanza.
La escena debió de ser extraordinaria.
Se postró el leproso ante Jesús, y le dijo: Señor, si quieres puedes
limpiarme. Si quieres... Quizá se había preparado un discurso más largo,
con más explicaciones..., pero al final todo quedó reducido a esta
jaculatoria llena de sencillez, de confianza, de delicadeza: Si vis,
potes me mundare, si quieres, puedes... En estas pocas palabras se
resume una oración poderosa. Jesús se compadeció; y los tres
Evangelistas que relatan el suceso nos han dejado el gesto sorprendente
del Señor: extendió la mano y le tocó. Hasta ahora todos los hombres
habían huido de él con miedo y repugnancia, y Cristo, que podía haberle
curado a distancia -como en otras ocasiones-, no sólo no se separa de
él, sino que llegó a tocar su lepra. No es difícil imaginar la ternura
de Cristo y la gratitud del enfermo cuando vio el gesto del Señor y oyó
sus palabras: Quiero, queda limpio. El Señor siempre desea sanarnos de
nuestras flaquezas y de nuestros pecados. Y no tenemos necesidad de
esperar meses ni días para que pase cerca de nuestra ciudad, o junto a
nuestro pueblo... Al mismo Jesús de Nazaret que curó a este leproso le
encontramos todos los días en el Sagrario más cercano, en la intimidad
del alma en gracia, en el sacramento de la Penitencia. «Es Médico y cura
nuestro egoísmo, si dejamos que su gracia penetre hasta el fondo del
alma. Jesús nos ha advertido que la peor enfermedad es la hipocresía, el
orgullo que lleva a disimular los propios pecados. Con el Médico es
imprescindible una sinceridad absoluta, explicar enteramente la verdad y
decir: Domine, si vis, potes me mundare (Mt 8, 2), Señor, si quieres -y
Tú quieres siempre-, puedes curarme. Tú conoces mi flaqueza; siento
estos síntomas, padezco estas otras debilidades. Y le mostramos
sencillamente las llagas; y el pus, si hay pus»; todas las miserias de
nuestra vida.
Hoy debemos recordar que las mismas
flaquezas y debilidades pueden ser la ocasión para acercarnos más a
Cristo, como le ocurrió a este leproso. Desde aquel momento sería ya un
discípulo incondicional de su Señor. ¿Nos acercamos nosotros con estas
disposiciones de fe y de confianza a la Confesión? ¿Deseamos vivamente
la limpieza del alma? ¿Cuidamos con esmero la frecuencia con que hayamos
previsto recibir este sacramento?
II. Los Santos Padres vieron en la lepra
la imagen del pecado por su fealdad y repugnancia, por la separación de
los demás que ocasiona... Con todo, el pecado, aun el venial, es
incomparablemente peor que la lepra por su fealdad, por su repugnancia y
por sus trágicos efectos en esta vida y en la otra. «Si tuviésemos fe y
si viésemos un alma en estado de pecado mortal, nos moriríamos de
terror». Todos somos pecadores, aunque por la misericordia divina
estemos lejos del pecado mortal. Es una realidad que no debemos olvidar;
y Jesús es el único que puede curarnos; sólo Él.
El Señor viene a buscar a los enfermos, y
Él es quien únicamente puede calibrar y medir con toda su tremenda
realidad la ofensa del pecado. Por eso nos conmueve su acercamiento al
pecador. Él, que es la misma Santidad, no se presenta lleno de ira, sino
con gran delicadeza y respeto. «Así es el estilo de Jesús, que vino a
dar cumplimiento, no a destruir.
»Al sanar, al curar de la lepra, el
Señor realiza grandes signos. Estos signos servían para manifestar la
potencia de Dios ante las enfermedades del alma: ante el pecado. La
misma reflexión se desarrolla en el Salmo responsorial, que proclama
precisamente la bienaventuranza del perdón de los pecados: Dichoso el
que ha sido absuelto de su culpa... (Sal 31, 1). Jesús sana de la
enfermedad física, pero al mismo tiempo libera del pecado. Se revela de
esta forma como el Mesías anunciado por los Profetas, que tomó sobre Sí
nuestras enfermedades y asumió nuestros pecados (cfr. Is 53, 312) para
liberarnos de toda enfermedad espiritual y material (...). Así, pues, un
tema central de la liturgia de hoy es la purificación del pecado, que
es como la lepra del alma».
Jesús nos dice que ha venido para eso:
para perdonar, para redimir, para librarnos de esa lepra del alma, del
pecado. Y proclama su perdón como signo de omnipotencia, como señal de
un poder que sólo Dios mismo puede ejercer. Cada Confesión es expresión
del poder y de la misericordia de Dios; los sacerdotes ejercitan este
poder no en virtud propia, sino en nombre de Cristo -in persona
Christi-, como instrumentos en manos del Señor. «Jesús nos identifica de
tal modo consigo en el ejercicio de los poderes que nos confirió -decía
Juan Pablo II a los sacerdotes-, que nuestra personalidad es como si
desapareciese delante de la suya, ya que Él es quien actúa por medio de
nosotros (...). Es el propio Jesús quien, en el sacramento de la
penitencia, pronuncia la palabra autorizada y paterna: Tus pecados te
son perdonados». Oímos a Cristo en la voz del sacerdote.
En la Confesión nos acercamos, con
veneración y agradecimiento, al mismo Cristo; en el sacerdote debemos
ver a Jesús, el único que puede sanar nuestras enfermedades. «"¡Domine!"
-¡Señor!-, "si vis, potes me mundare" -si quieres, puedes curarme.
»-¡Qué hermosa oración para que la digas
muchas veces con la fe del leprosito cuanto te acontezca lo que Dios y
tú y yo sabemos! ‑No tardarás en sentir la respuesta del Maestro: "volo,
mundare!" ‑quiero, ¡sé limpio!». Jesús nos trata con suprema delicadeza
y amor cuando más necesitados nos encontramos a causa de las faltas y
pecados.
III. Hemos de aprender de este leproso:
con su sinceridad se pone delante del Señor, e hincándose de rodillas
reconoce su enfermedad y pide que le cure.
Le dijo el Señor al leproso: Quiero,
queda limpio. Y al momento desapareció de él la lepra y quedó limpio.
Nos imaginamos la inmensa alegría del que hasta ese momento era leproso.
Tanto fue su gozo que, a pesar de la advertencia del Señor, comenzó a
proclamar y divulgar por todas partes la noticia del bien inmenso que
había recibido. No se pudo contener con tanta dicha para él solo, y
siente la necesidad de hacer partícipes a todos de su buena suerte.
Ésta ha de ser nuestra actitud ante la
Confesión. Pues en ella también quedamos libres de nuestras
enfermedades, por grandes que pudieran ser. Y no sólo se limpia el
pecado; el alma adquiere una gracia nueva, una juventud nueva, una
renovación de la vida de Cristo en nosotros. Quedamos unidos al Señor de
una manera particular y distinta. Y de ese ser nuevo y de esa alegría
nueva que encontramos en cada Confesión hemos de hacer partícipes a
quienes más apreciamos, y a todos. No nos debe bastar el haber
encontrado al Médico, debemos hacer llegar la noticia, a través de
nuestro apostolado personal, a muchos que no saben que están enfermos o
que piensan que sus males son incurables. Llevar a muchos a la Confesión
es uno de los grandes encargos que Cristo nos hace en estos momentos en
que verdaderas multitudes se han alejado de aquello que más necesitan:
el perdón de sus pecados.
En ocasiones, tendremos que comenzar por
una catequesis elemental, aconsejándoles quizá libros de fácil lectura y
explicándoles, con un lenguaje que entiendan, los puntos fundamentales
de la fe y de la moral. Les ayudaremos a ver que su tristeza y su vacío
interior provienen de la ausencia de Dios en sus vidas. Con mucha
comprensión les facilitaremos incluso el modo de hacer un examen de
conciencia profundo, y les animaremos a que acudan al sacerdote, quizá
el mismo con el que nosotros nos confesamos habitualmente, a que sean
sencillos y humildes y cuenten todo lo que les aleja del Señor, que les
está esperando. Nuestra oración, el ofrecer por ellos horas de trabajo y
alguna mortificación, el confesarnos nosotros mismos con la frecuencia
que tengamos prevista, atraerá de Dios nuevas gracias eficaces para esas
personas que deseamos se acerquen al sacramento, a Cristo mismo.
Aquel día fue inolvidable para el
leproso. Cada encuentro nuestro con Cristo es también inolvidable, y
nuestros amigos, a quienes hemos ayudado en su caminar hasta Dios, jamás
olvidarán la paz y la alegría de su encuentro con el Maestro. Y se
convertirán a su vez en apóstoles que propagan la Buena Nueva, la
alegría de confesarse bien. Nuestra Madre Santa María nos concederá, si
acudimos a Ella, el gozo y la urgencia de comunicarlos grandes bienes
que el Señor -Padre de las Misericordias- nos ha dejado en este
sacramento.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal
(Lev 13,1-2.44-46) "Vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento"
(1 Cor 10,31-11,1) "Hacedlo todo para la gloria de Dios"
(Mc 1,40-45) "Si quieres, puedes limpiarme"
Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
“Se
acercó a Jesús un leproso...” En la 1ª Lectura hemos escuchado que
“mientras le dure la lepra, seguirá impuro: vivirá solo y tendrá su
morada fuera del campamento”. Por temor al contagio y a incumplir la
Ley, las gentes, incluso los familiares, eludían su trato y se apartaban
de él con miedo y repugnancia. Jesús, sin embargo, permitió que se
acercara y, extendiendo la mano, le tocó para curarlo.
Los
Padres de la Iglesia vieron en la lepra la imagen del pecado, tanto por
su repugnancia como por la separación que ocasionaba entre quienes
estaban cerca. El pecado va introduciendo en el corazón humano un
principio de descomposición: el virus de la soberbia, la comodidad
egoísta, la sensualidad... que poco a poco va agravando –como la lepra
la piel humana- todo el comportamiento de la persona, tornándola molesta
primero y repulsiva después, para familiares, amigos y conocidos.
Las
flaquezas, errores y abusos deben llevarnos a acercarnos a Cristo en el
Sacramento de la Confesión. Jesús aseguró que Él ha venido a por los
pecadores: “Es médico y cura nuestro egoísmo, si dejamos que su gracia
penetre hasta el fondo del alma. Jesús nos ha advertido que la peor
enfermedad es la hipocresía, el orgullo que lleva a disimular los
propios pecados. Con el Médico es imprescindible una sinceridad
absoluta, explicar enteramente la verdad y decir: Domine, si vis, potes me mundare (Mt 8, 2), Señor, si quieres – y Tú quieres siempre-, puedes curarme” (San Josemaría Escrivá).
En el Salmo Responsorial hay un eco de la alegría que invadió a este leproso: Dichoso
el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado;
dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. Efectivamente, a pesar de que el Señor le encargó severamente que no se lo dijera a nadie, su alegría al verse curado no pudo guardársela y empezó a divulgar su curación con entusiasmo.
Sólo
Dios puede eliminar la lepra del pecado y devolver a la criatura la
salud perdida. “El perdón humano, por muy generoso que sea, nunca llega a
disipar todas las sombras de la desconfianza. El recuerdo de la ofensa
no se borra nunca definitivamente. Aún suponiendo que el que perdona
pueda olvidar todo el mal y conceder de nuevo su confianza, el perdonado
no podrá nunca olvidar su villanía. Le perseguirá siempre un sordo
malestar y se encontrará incómodo ante la persona a la que ofendió” (G.
Chevrot).
Cuando
Dios perdona todo es distinto y mejor, como se ve en la acogida del
Hijo pródigo o en ese mantener a Pedro al frente de su Iglesia a pesar
de haberle negado delante de unos criados de casa grande. Dios perdona y
permite que podamos sentirnos limpios, caminar con la cabeza bien alta y
con el corazón rebosante de alegría y agradecimiento.
La nueva novela del autor de
Malaherba*** -¿Es verdad que eres Miss Marte?-Sí, es que allí hay otro
canon. 1993. Mai, una chica muy joven con una niña de dos años, llega a
un pueb...
La nueva novela del
autor de Malaherba*** -¿Es verdad que eres Miss Marte?-Sí, es que allí
hay otro canon. 1993. Mai, una chica muy joven con una niña de dos años,
llega a un pueblo de costa poniéndolo todo patas arriba. Enseguida
hace amigos, conoce a Santi, se enamoran al instante y al cabo de un año
celebran una boda que acaba en tragedia, cuando la noche de la fiesta
la hija de Mai desaparece misteriosamente. 2019. La periodista Berta
Soneira se dispone a rodar un documental sobre el suceso ocurrido
veinticinco años atrás. Para ello, entrevista a todos los que aún lo
recuerdan, reescribiendo el relato de un día que cambió la vida de
todos.
Más sobre
Jabois, Manuel
Manuel Jabois nació en Sanxenxo
(Pontevedra) en 1978 y empezó su carrera como periodista en Diario de
Pontevedra. Tras pasar por El Mundo, desde 2015 escribe reportajes,
crónicas y columnas en el diario El País; también tiene un espacio
diario en el programa Hoy por hoy de la Cadena SER.
Como escritor, ha publicado la recopilación de artículos Irse a Madrid
(2011), las breves memorias Grupo Salvaje (2012) y Manu (2013) y un
largo trabajo sobre el 11-M titulado Nos vemos en esta vida o en la otra
(2016).
Remake
con reparto y producción a lo grande, del film del cineasta y pintor
Harry Hurwitz. George Gallo coescribe y dirige un film atravesado de
abundante humor negro, que pone patas arriba las convenciones del
mundillo cinematográfico, aunque sin dejar de mostrar en el fondo un
amor apasionado por el Séptimo Arte.
El
film sigue al cochambroso productor Max Barber (Robert De Niro), que
respalda cintas sin demasiado éxito, y al que hasta ahora ha financiado
el gángster Reggie Fontaine (Morgan Freeman). Le ayuda en su trabajo su
sobrino, el entusiasta Walter Creeson (Zach Braff).
Tras
su enésimo fracaso, Fontaine exige a Barber el pago de una importante
deuda, y al productor no se le ocurre otra cosa que reclutar en un asilo
de actores decrépitos a la vieja estrella del western Duke Montana
(Tommy Lee Jones), con tendencias suicidas por la edad y la falta de
correspondencia de un viejo amor de juventud. Creeson cree que el
proyecto es sincero, recuperar a un actor legendario, pero en realidad
lo que Barber espera es que su actor principal muera en el rodaje
“accidentalmente” para poder cobrar el seguro. (Almudí JD). Decine21: AQUÍ
“La educación tendrá por objeto el
pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los
principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades
fundamentales”
Andrés Ollero, Magistrado del Tribunal Constitucional, me envió en octubre del año pasado noticia de la presentación de un curioso libro.
Con motivo de los cuarenta años del Tribunal
y los centenarios del Museo del Prado se publicó un libro que
selecciona cuadros relacionables con derechos fundamentales, comentados
por magistrados de este tribunal.
A Andrés le correspondió el artículo 27 (derecho a la educación). También se realizó un video con tales comentarios. Ollero salta al terreno de juego en el minuto 14.
El cuadro de entrada elegido para este artículo (por ser vertical), ilustra el Derecho a la libertad ideológica
del Artículo 16.1, que dice así: «Se garantiza la libertad ideológica,
religiosa y de culto en los individuos y las comunidades sin más
limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el
mantenimiento del orden público protegido por la ley».
1. Todos tienen el derecho a la educación. Se reconoce la libertad de enseñanza.
2. La educación tendrá por objeto el
pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los
principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades
fundamentales.
3. Los poderes públicos garantizan el
derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación
religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.
El comentario que hace al artículo y al cuadro de Veronés elegido es el siguiente:
«El protagonista del cuadro de La disputa con los doctores en el Templo,
de Veronés, pintor arraigado en Venecia y, a la vez, del artículo
constitucional que nos ocupa es un joven, sin duda, peculiar. Tanto el
cuadro, que se ha sugerido pudo traer Velázquez de su segundo viaje a
Italia, como el texto nos recuerdan, en todo caso, que ha de ser la
valoración del interés del menor lo que presida la interpretación de
todos los apartados del artículo 27. La libertad de enseñanza completa
el primero de ellos; aparece como la condición y el óptimo modo de
satisfacer el derecho de los jóvenes a la educación.
El apartado segundo
presenta como objeto del derecho un contenido obligado de toda
educación, desde el periodo obligatorio y gratuito a su posible
continuidad universitaria: el pleno desarrollo de la personalidad y la
asimilación de los principios democráticos y de los derechos y
libertades en que se plasman. Encierran esos unos conceptos éticos, tan
mínimos como indispensables, para hacer posible una convivencia
realmente humana. A nadie puede extrañar pues que haya asignaturas que
se ocupen de ilustrarlos.
Las figuras que
rodean al protagonista del lienzo parecen implicar una inversión del
proceso educativo, pero en realidad todo buen maestro acaba aprendiendo
al enseñar a sus discípulos; aunque solo sea porque le recuerdan que
cuando no se es capaz de hacer entender algo es porque en realidad no se
conoce. Mejorar lo que se enseña es el más eficaz modo de llegar a
saber más.
Se ha distinguido en
la Constitución, sin embargo, entre conceptos y concepciones. Estas
últimas serían el modo de concretar aquellos; obligadamente no uniforme,
dando el papel del pluralismo como valor superior del ordenamiento
(artículo 1.1 CE).
Mientras el menor
sea tal, serán los padres, reconocidos como los mejores intérpretes de
su interés, los que ejerzan su deber de coeducadores orientando aspectos
morales o religiosos, siempre plurales y no pocas veces polémicos. Solo
cuando un Estado se considere propietario de sus ciudadanos caerá en la
tentación de inmiscuirse como adoctrinador respecto a tales
concepciones. De los poderes públicos se espera en este ámbito un
exquisito respeto a la libertad.
En el margen derecho
del cuadro, datado hacia 1560, destaca un anciano con barba que viste
hábito de caballero del Santo Sepulcro y no oculta un bordón de
peregrino. Se ha sugerido que puede tratarse de quien lo encargó, quizá a
su regreso de una peregrinación a Tierra Santa».
Lo guardé porque me pareció interesante y quería explorar el libro y el vídeo con detenimiento. Siempre me han fascinado las interacciones entre las artes y las ciencias,
y pienso que las ilustraciones con cuadros clásicos de obras musicales,
acontecimientos históricos, convicciones religiosas y, como se ve,
hasta derechos fundamentales, es de una belleza enriquecedora y de unas
posibilidades interpretativas casi infinitas.
El Tribunal Constitucional ofrece esta combinación de Arte y Derecho en su página web, que da acceso al libro y al vídeo.
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Cuadro 1: Francisco de Goya, Melchor
Gaspar de Jovellanos. 1798. Óleo sobre lienzo, 205 x 133 cm. Madrid,
Museo Nacional del Prado, cat. P003236.
Cuadro 2: Paolo Veronés, La disputa con
los doctores en el Templo. Hacia 1560. Óleo sobre lienzo, 236 x 430 cm.
Madrid, Museo Nacional del Prado, cat. P000491.