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(Dan 12,1-3) "Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento"
(Hb 10,11-14.18) "Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados"
(Mc 13,24-32) "El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán"
Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la Parroquia de San Juan Evangelista, Spinaceto (18-XI-1979)
--- Necesidad de velar
En la liturgia de este domingo, el Señor
nos dirige, especialmente una palabra: “Velad”. Cristo la ha
pronunciado bastantes veces y en circunstancias diversas. Hoy la palabra
“velad” se une a la perspectiva escatológica, a la perspectiva de las
realidades últimas: “velad y orad en todo tiempo, para que podáis
presentaros ante el Hijo del hombre” (cfr. Mt 24, 42. 44).
A este ruego corresponden ya las
palabras de la primera lectura del libro del profeta Daniel. Pero sobre
todo corresponden las palabras del Evangelio según Marcos. Estas
palabras afirman que “el cielo y la tierra pasarán” (Mt 13,31) e incluso
delinean el cuadro de este pasar, refiriéndose al fin del mundo.
Me permito referirme a las palabras de la Encíclica Redemptor hominis:
“El hombre...vive cada vez más en el miedo. Teme que sus productos,
naturalmente no todos y no la mayor parte, sino algunos y precisamente
los que contienen una parte especial de su genialidad y de su
iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo; teme
que puedan convertirse en medios e instrumentos de una auto destrucción
inimaginable, frente a la cual todos los cataclismos y las catástrofes
de la historia que conocemos parecen palidecer” (Redemptor Hominis
III,15).
--- La respuesta personal
Ese “velad” de Cristo, que resuena en la
liturgia de hoy en este denso contenido, se dirige a cada uno de
nosotros, a cada hombre. Cada uno de nosotros tiene su propia parte en
la historia del mundo y en la historia de la salvación, mediante la
participación en la vida de la propia sociedad, de la nación, del
ambiente de la familia.
Piense cada uno de nosotros en su vida
personal. Piense en su vida conyugal y familiar. El marido piense en su
comportamiento con la mujer; la mujer en su comportamiento con el
marido; los padres para con los hijos, y los hijos para con los padres.
Los jóvenes piensen en sus relaciones con los adultos y con toda la
sociedad, que tiene derecho de ver en ellos su propio futuro mejor. Los
sanos piensen en los enfermos y en los que sufren; los ricos en los
necesitados. Los Pastores de almas en estos hermanos y hermanas, que
constituyen el “redil del Buen Pastor”, etc.
Este modo de pensar, que nace del
contenido profundo y universal del “velad” de Cristo, es fuente de la
verdadera vida interior. Es la prueba de la madurez de la conciencia. Es
la manifestación de la responsabilidad para consigo y para con los
otros. A través de este modo de pensar y de actuar, cada uno de nosotros
como cristiano participa en la misión de la Iglesia.
--- Fe, paz, alegría
En la Carta a los Hebreos se afirma que
Jesucristo “con una sola oblación perfeccionó para siempre a los
santificados” (Hb 10,14). Nosotros mediante la fe, vivimos en la
perspectiva de este Sacrificio y Único, y lo realizamos constantemente,
cada uno por su cuenta y todos en comunidad, con nuestra vida, con
nuestra vela.
No podemos cerrar los ojos a las
realidades últimas. No podemos cerrar los ojos ante el significado
definitivo de nuestra existencia terrena.
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis
palabras no pasarán” (Mc 13,31), dice el Señor. Debemos vivir con los
ojos bien abiertos.
Este abrir los ojos, favorecido por la
luz de la fe, trae también la paz y la alegría, como testifican las
palabras del salmo responsorial de la liturgia de hoy. La alegría se
deriva del hecho que “el Señor es el lote de mi heredad y mi copa” (Sal
16,5). No vivimos en el vacío, y no caminamos en el vacío.
“El Señor es el lote de mi heredad y mi
copa,/ mi suerte está en tu mano./ Tengo siempre presente al Señor,/ con
Él a mi derecha no vacilaré./ Por esto se me alegra el corazón,/ se
gozan mis entrañas” (Sal 16,5.8.9).
Por lo tanto no tengo miedo de aceptar
esta exhortación: “Velad, pues, porque no sabéis cuándo llegará vuestro
Señor”, velad “porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del
hombre” (Mt 24,42.44).
Esta exhortación plasme nuestra vida
desde sus fundamentos. Nos permita vivir en la medida plena de la
dignidad del hombre, es decir, en la libertad madura. Dé a la vida de
cada uno de nosotros esa dimensión espléndida, cuya fuente es Cristo.