(Cfr. www.almudi.org)
El Precursor: Preparad el camino del Señor
“Por aquellos días se presentó
Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Convertíos
porque ha llegado el Reino de los Cielos». Éste es aquél de quien habla
el profeta Isaías cuando dice: ‘Voz del que clama en el desierto:
Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas’. Tenía Juan su
vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos,
y su comida eran langostas y miel silvestre. Acudía entonces a él
Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por
él en el río Jordán, confesando sus pecados.
Pero
viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza
de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues,
fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro
interior: ‘Tenemos por padre a Abraham’; porque os digo que puede Dios
de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz
de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y
arrojado al fuego. Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que
viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las
sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene
el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero
la paja la quemará con fuego que no se apaga»” (Mt 3,1-12).
I. Mira al Señor que viene... Iba a llegar el Salvador y nadie advertía nada. Isaías, 30, 19-30) El mundo de entonces, como el de ahora, seguía como de costumbre en la indiferencia más completa. Estamos en Adviento, en la espera. En este tiempo litúrgico la Iglesia propone a nuestra meditación la figura de Juan el Bautista. Se muestra ya profeta en el seno de su madre. Aún no había nacido aún, cuando a la llegada de Santa María, salta de gozo dentro de su madre (Lucas 1, 76-77) Toda la esencia de la vida de Juan estuvo determinada por esta misión. Su vocación será preparar a Jesús un pueblo capaz de recibir el reino de Dios, y por otra parte, dar testimonio público de Él. No lo hará por gusto, sino porque para eso fue concebido. Así es todo apostolado: olvido de uno mismo y preocupación sincera por los demás. Juan lo hizo hasta dar la vida en el cumplimiento de su misión. Cada hombre en su sitio y circunstancias, tiene una vocación dada por Dios, y de su cumplimiento dependen muchas cosas queridas por la voluntad divina.
II. Juan sabe que ante Cristo no es ni siquiera digno de llevarle las sandalias (Mateo 3, 11). No se define a sí mismo según su ascendencia sacerdotal. Juan solamente dice: Yo soy la voz que clama en el desierto: Preparad los caminos del Señor, allanad sus sendas. Él no es más que eso: la voz. La voz que anuncia al Señor. A medida que Cristo se va manifestando, Juan busca quedar en segundo plano, ir desapareciendo. Con gran delicadeza se desprenderá de quienes le siguen para que se vayan con Cristo. Juan “perseveró en la santidad, porque se mantuvo humilde en su corazón” (SAN GREGORIO MAGNO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas). Su actitud es una enérgica advertencia contra el desordenado amor propio, que siempre nos empuja a ponernos en primer plano. Sin humildad no podríamos acercar a nuestros amigos al Señor. Y entonces nuestra vida quedaría vacía.
III. Nosotros hemos recibido con la gracia bautismal y la Confirmación el honroso deber de confesar, con las obras y de palabra, la fe en Cristo. Nuestra familia y nuestros amigos deben ser los primeros en beneficiarse del amor al Señor. Con el ejemplo y con la oración debemos llegar incluso hasta aquellos con quienes no tenemos ocasión de hablar. Sin perder de vista, nunca, que es la gracia de Dios y no nuestras fuerzas humanas la que consigue mover las almas hacia Jesús. La Reina de los Apóstoles aumentará nuestra ilusión y esfuerzo por acercar almas a su Hijo.