Desde este blog se pretende facilitar el aprendizaje de la predicación y la oración personal. Todos los que tratamos a Dios podemos aprender y mejorar, usando este blog, nuestra amistad con el Señor.
Después del éxito de El mentiroso y En
plena noche, llega el esperado cierre de la Trilogía de Illumbe: un
thriller magistral, lleno de misterios y giros sorprendentes cuya
clave...
Después del éxito de El mentiroso y En plena noche,
llega el esperado cierre de la Trilogía de Illumbe: un thriller
magistral, lleno de misterios y giros sorprendentes cuya clave podría
estar en la pregunta que late en el alma de esta historia: ¿Es posible
enterrar un secreto para siempre?
Hay muertos que nunca
descansan, y tal vez no deban hacerlo hasta que se les haga justicia.
Nadie lo sabe mejor que Nerea Arruti, agente de la Ertzaintza en
Illumbe, una mujer solitaria que arrastra también sus propios cadáveres y
fantasmas del pasado.
Una historia de amor prohibida, una muerte
supuestamente accidental, una mansión con vistas al Cantábrico donde
todos tienen algo que ocultar y un personaje misterioso conocido como
el Cuervo cuyo nombre aparece como una sombra a lo largo de la novela.
Estos son los ingredientes de una investigación que se irá complicando
página tras página y en la que Arruti, tal como descubrirán pronto los
lectores, será mucho más que la agente encargada del caso
Antoine, un profesor de
historia de cincuenta años, descubre que está perdiendo la audición. Su
nueva vecina Claire, que ha venido a vivir temporalmente con su hermana y
su hija tras la pérdida de su marido, sueña con la paz y la
tranquilidad. No es lo ideal tener de vecino al ruidoso Antoine, con su
música estridente y su despertador que suena sin parar. Y sin embargo,
Claire y Antoine están hechos el uno para el otro.
El Papa durante la Audiencia general de hoy: la vejez es un límite y un don, descartarla es traicionar la vida
Catequesis del Santo Padre en español
PARA ESCUCHARLA Y VERLA: https://youtu.be/3ts7dtLTeNc
Texto completo de la catequesis del Santo Padre traducida al español
Hemos escuchado la sencilla y
conmovedora historia de la sanación de la suegra de Simón −que todavía
no era llamado Pedro− en la versión del evangelio de Marcos. El breve
episodio es narrado con ligeras pero sugerentes variaciones también en
los otros dos evangelios sinópticos. «La suegra de Simón estaba en la cama con fiebre»,
escribe Marcos. No sabemos si se trataba de una enfermedad leve, pero
en la vejez también una simple fiebre puede ser peligrosa. Cuando eres
anciano, ya no mandas sobre tu cuerpo. Es necesario aprender a elegir
qué hacer y qué no hacer. El vigor del cuerpo falla y nos abandona,
aunque nuestro corazón no deja de desear. Por eso es necesario aprender a
purificar el deseo: tener paciencia, elegir qué pedir al cuerpo y a la
vida. Cuando somos viejos no podemos hacer lo mismo que hacíamos cuando
éramos jóvenes: el cuerpo tiene otro ritmo, y debemos escuchar el cuerpo
y aceptar los límites. Todos los tenemos. También yo tengo que ir ahora
con bastón.
La enfermedad pesa sobre los ancianos de
una manera diferente y nueva que cuando uno es joven o adulto. Es como
un golpe duro que se abate en un momento ya difícil. La enfermedad del
anciano parece acelerar la muerte y en todo caso disminuir ese tiempo de
vida que ya consideramos breve. Se insinúa la duda de que no nos
recuperaremos, de que “esta vez será la última que enferme…”, y así:
vienen esas ideas… No se logra soñar la esperanza en un futuro que
aparece ya inexistente. Un famoso escritor italiano, Italo Calvino,
notaba la amargura de los ancianos que sufren perder las cosas de antes,
más de lo que disfrutan la llegada de las nuevas. Pero la escena
evangélica que hemos escuchado nos ayuda a esperar y nos ofrece ya una
primera enseñanza: Jesús no va solo a visitar a esa anciana enferma, va
con los discípulos. Y esto nos hace pensar un poco.
Es precisamente la comunidad cristiana
quien debe cuidar a los ancianos: parientes y amigos, pero la
comunidad. La visita a los ancianos debe ser hecha por muchos, juntos y
con frecuencia. Nunca debemos olvidar estas tres líneas del Evangelio.
Sobre todo hoy que el número de ancianos ha crecido considerablemente,
también en proporción a los jóvenes, porque estamos en este invierno
demográfico, se tienen menos hijos y hay muchos ancianos y pocos
jóvenes. Debemos sentir la responsabilidad de visitar a los ancianos que
a menudo están solos y presentarlos al Señor con nuestra oración. El
mismo Jesús nos enseñará a amarlos. «Una sociedad es verdaderamente
acogedora de la vida cuando reconoce que ella es valiosa también en la
ancianidad, en la discapacidad, en la enfermedad grave e, incluso,
cuando se está extinguiendo» (Mensaje a la Pontificia Academia por la Vida,
19-II-2014). La vida siempre es valiosa. Jesús, cuando ve a la anciana
enferma, la toma de la mano y la cura: el mismo gesto que hace para
resucitar a la joven que había muerto, la toma de la mano y hace que se
levante, la sana poniéndola de nuevo de pie. Jesús, con ese gesto tierno
de amor, da la primera lección a los discípulos: la salvación se
anuncia o, mejor, se comunica a través de la atención a esa persona
enferma; y la fe de esa mujer resplandece en la gratitud por la ternura
de Dios que se inclinó hacia ella. Vuelvo a un tema que he repetido en
estas catequesis: esta cultura del descarte parece eliminar a los
ancianos. De acuerdo, no los mata, pero socialmente los cancela, como si
fueran un peso que llevar adelante: es mejor esconderlos. Eso es una
traición de la propia humanidad, esa es la cosa más fea, eso es
seleccionar la vida según la utilidad, según la juventud y no la vida
como es, con la sabiduría de los viejos, con los límites de los viejos.
Los viejos tienen mucho que darnos: la sabiduría de la vida.
Mucho que enseñarnos: por eso debemos enseñar también a los niños que
cuiden a los abuelos y vayan donde ellos. El diálogo jóvenes-abuelos,
niños-abuelos es fundamental para la sociedad, es fundamental para la
Iglesia, es fundamental para la salud de la vida. Donde no hay diálogo
entre jóvenes y viejos falta algo y crece una generación sin pasado, es
decir, sin raíces.
Si la primera lección la dio Jesús, la segunda nos la da la anciana mujer, que “se levantó y se puso a servirles”. También
como ancianos se puede, es más, se debe servir a la comunidad. Está
bien que los ancianos cultiven aún la responsabilidad de servir,
venciendo la tentación de ponerse a un lado. El Señor no los descarta,
al contrario, les da de nuevo la fuerza para servir. Y me gusta señalar
que no hay un énfasis especial en la historia por parte de los
evangelistas: es la normalidad del seguimiento, que los discípulos
aprenderán, en todo su significado, a lo largo del camino de formación
que vivirán en la escuela de Jesús. Los ancianos que conservan la
disposición para la sanación, el consuelo, la intercesión por sus
hermanos y hermanas −sean discípulos, sean centuriones, personas
perturbadas por espíritus malignos, personas descartadas…−, son quizá el
testimonio más elevado de pureza de esa gratitud que acompaña la fe. Si
los ancianos, en vez de ser descartados y apartados de la escena de los
acontecimientos que marcan la vida de la comunidad, fueran puestos en
el centro de la atención colectiva, se verían animados a ejercer el
valioso ministerio de la gratitud hacia Dios, que no se olvida de nadie.
La gratitud de las personas ancianas por los dones recibidos de Dios en
su vida, como nos enseña la suegra de Pedro, devuelve a la comunidad la
alegría de la convivencia, y confiere a la fe de los discípulos el
rasgo esencial de su destino.
Pero tenemos que entender bien que el
espíritu de intercesión y servicio, que Jesús pide a todos sus
discípulos, no es simplemente algo de mujeres: en las palabras y en los
gestos de Jesús no hay ni rastro de esa limitación. El servicio
evangélico de la gratitud por la ternura de Dios no se escribe de
ninguna manera en la gramática del hombre amo y de la mujer sierva. Es
más, las mujeres, sobre la gratitud y la ternura de la fe, pueden
enseñar a los hombres cosas que a ellos les cuesta más comprender. La
suegra de Pedro, antes de que los apóstoles lo entendieran, a lo largo
del camino del seguimiento de Jesús, les mostró el camino también a
ellos. Y la delicadeza especial de Jesús, que le “tocó la mano” y se “inclinó delicadamente”
hacia ella, dejó claro, desde el principio, su sensibilidad especial
hacia los débiles y enfermos, que el Hijo de Dios ciertamente había
aprendido de su Madre. Por favor, hagamos que los viejos, que los
abuelos y abuelas estén cerca de los niños, de los jóvenes, para
transmitir esa memoria de la vida, para transmitir esa experiencia de la
vida, esa sabiduría de la vida. En la medida en que nosotros hacemos
que los jóvenes y los viejos se conecten, en esta medida habrá más
esperanza para el futuro de nuestra sociedad.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa.
Hermanos y hermanas, pidamos al Señor que reavive en nosotros la
sensibilidad hacia los más débiles, especialmente los ancianos que viven
en soledad o en el sufrimiento. Que nuestra cercanía y nuestro apoyo
sean para ellos fuente de ánimo y consuelo. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa
presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los diversos grupos
provenientes de los Estados Unidos de América. Sobre vosotros y vuestra
familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. ¡El
Señor os bendiga!
Queridos hermanos y hermanas de lengua alemana,
la Solemnidad del Corpus Christi nos invita a salir y llevar al Señor
en la vida de todos los días: a llevarlo allí donde la vida se
desarrolla con todas sus penas y alegrías. ¡El Señor esté con vosotros
siempre y en todas partes!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española.
Cercanos a la celebración de la solemnidad del Corpus Christi, pidamos
al Señor que nos conceda ser personas “eucarísticas”, que agradecen los
dones recibidos y se entregan a los demás sirviendo con alegría,
especialmente a quienes más lo necesitan. Que Dios los bendiga. Muchas
gracias.
Queridos amigos de lengua portuguesa,
gracias por vuestra presencia y sobre todo por vuestras oraciones por
mí. Os saludo a todos, en particular al grupo de la parroquia de Pousos
de Leiria, animándoos a apostar por los grandes ideales de servicio, que
ensanchan el corazón y hacen fecundos vuestros talentos. Sobre vosotros
y vuestras familias descienda la Bendición del Señor.
Saludo a los fieles de lengua árabe.
La especial delicadeza de Jesús con la suegra de Pedro, anciana y
enferma, deja claro, desde el principio, su especial sensibilidad hacia
los débiles y enfermos, que el Hijo de Dios había ciertamente aprendido
de su Madre. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo
mal!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos.
Mañana se celebra la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de
Cristo. Este día nos recuerda la presencia real de Dios en la Eucaristía
bajo la forma del pan y del vino. Que los conciertos de evangelización
que se realizan en vuestro país en esta fiesta despierten la fe en
todos, para que al recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo se pueda
experimentar cada vez más profundamente su amor. Os bendigo de corazón.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana.
En particular, saludo a los nuevos sacerdotes de Brescia, a los fieles
de Piedimonte Etneo, y a los militares del Reagrupamiento logístico
central.
Y por favor, no olvidemos al maltratado pueblo de Ucrania
en guerra. No nos acostumbremos a vivir como si la guerra fuera algo
lejano. Que nuestro recuerdo, nuestro cariño, nuestra oración y nuestra
ayuda estén siempre cerca de este pueblo que tanto sufre y que está
soportando un verdadero martirio.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados.
Mañana se celebra la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de
Cristo, que en Italia se traslada al próximo domingo. Que la Eucaristía,
misterio de amor, sea para todos fuente de gracia y de luz que ilumina
los senderos de la vida, apoyo en las dificultades, sublime consuelo en
el sufrimiento de cada día. A todos mi bendición.
Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica
«Sagrado Banquete»
I. LA PALABRA DE DIOS
Gn 14, 18-20: Melquisedec ofreció pan y vino
Sal 109, 1.2.3.4: Tu eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec
1 Co 11, 23-26: Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor
Lc 9, 11-17: Comieron todos y se saciaron
II. LA FE DE LA IGLESIA
«La Eucaristía es el corazón y la cumbre
de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia su Iglesia y
todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias
ofrecido una vez por todas en la cruz a su Padre; por medio de este
sacrificio derrama las gracias de la salvación sobre su Cuerpo, que es
la Iglesia» (1407).
«La misa es, a la vez e
inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el
sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo
y la Sangre del Señor» (1382).
III. TESTIMONIO CRISTIANO
«Si vosotros mismos sois Cuerpo y
miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa
del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" a lo que
recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo
de Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto, se tú verdadero miembro
de Cristo para que tu "amén" sea también verdadero» (S. Agustín) (1396).
IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA
A. Apunte bíblico-litúrgico
Melquisedec designa el pan y el vino
como elemento para un sacrificio incruento agradable a Dios. Es un
signo del sacramento eucarístico.
Otro signo del banquete eucarístico es
la multiplicación de los panes como signo del banquete eucarístico
que Cristo preside y distribuye por medio de los apóstoles y sus
sucesores.
La segunda lectura recoge el Memorial de la institución eucarística, anticipo de la muerte de Jesús, en la última cena.
B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica
La fe:
El Banquete Pascual: 1383-1405.
El Sacrificio Sacramental: 1356-1381.
La respuesta:
La Eucaristía fuente y cumbre de la vida de la Iglesia: 1324-1327.
C. Otras sugerencias
Puestos a centrarse en un punto de los
muchos que pueden tratarse acerca del sacramento de la Eucaristía,
los textos bíblicos del ciclo C nos centran en la consideración de
la Eucaristía como banquete.
Banquete prefigurado en la multiplicación de los panes. Mesa compartida e inagotable de gracias.
Banquete que es el Memorial actualizado
del Sacrificio de la Cruz en el que el sacerdote, la víctima y el
Altar es el mismo Señor que se da como Alimento para la vida eterna.
“En aquel tiempo, Jesús se puso a
hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle: -Despide a la gente;
que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y
comida; porque aquí estamos en descampado. El les contestó: -Dadles
vosotros de comer. Ellos replicaron: -No tenemos más que cinco panes y
dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este
gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres.) Jesús dijo a sus
discípulos: -Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta. Lo
hicieron así, y todos se echaron. El, tomando los cinco panes y los dos
peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los
partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la
gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos” (Lucas 9,11b-17).
I. Lauda, Sion, Salvatorem... Alaba,
Sión, al Salvador; alaba al guía y al pastor con himnos y cánticos. Hoy
celebramos esta gran Solemnidad en honor del misterio eucarístico. En
ella se unen la liturgia y la piedad popular, que no han ahorrado
ingenio y belleza para cantar al Amor de los amores. Para este día,
Santo Tomás compuso esos bellísimos textos de la Misa y del Oficio
divino. Hoy debemos dar muchas gracias al Señor por haberse quedado
entre nosotros, desagraviarle y mostrarle nuestra alegría por tenerlo
tan cerca: Adoro te, devote, latens Deitas..., te adoro con devoción,
Dios escondido..., le diremos hoy muchas veces en la intimidad de
nuestro corazón.
En la Visita al Santísimo podremos
decirle al Señor despacio, con amor: plagas, sicut Thomas, non
intueor..., no veo las llagas, como las vio Tomás, pero confieso que
eres mi Dios; haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere, que te
ame.
La fe en la presencia real de Cristo en
la Sagrada Eucaristía llevó a la devoción a Jesús Sacramentado también
fuera de la Misa. La razón de conservar las Sagradas Especies, en los
primeros siglos de la Iglesia, era poder llevar la comunión a los
enfermos y a quienes, por confesar su fe, se encontraban en las cárceles
en trance de sufrir martirio. Con el paso del tiempo, la fe y el amor
de los fieles enriquecieron la devoción pública y privada a la Sagrada
Eucaristía. Esta fe llevó a tratar con la máxima reverencia el Cuerpo
del Señor y a darle un culto público. De esta veneración tenemos muchos
testimonios en los más antiguos documentos de la Iglesia, y dio lugar a
la fiesta que hoy celebramos.
Nuestro Dios y Señor se encuentra en el
Sagrario, allí está Cristo, y allí deben hacerse presentes nuestra
adoración y nuestro amor. Esta veneración a Jesús Sacramentado se
expresa de muchas maneras: bendición con el Santísimo, procesiones,
oración ante Jesús Sacramentado, genuflexiones que son verdaderos actos
de fe y de adoración... Entre estas devociones y formas de culto,
«merece una mención particular la solemnidad del Corpus Christi como
acto público tributado a Cristo presente en la Eucaristía (...). La
Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico.
Jesús nos espera en este sacramento del Amor. No escatimemos tiempo para
ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y
abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca
nuestra adoración». Especialmente el día de hoy ha de estar lleno de
actos de fe y de amor a Jesús sacramentado.
Si asistimos a la procesión, acompañando
a Jesús, lo haremos como aquel pueblo sencillo que, lleno de alegría,
iba detrás del Maestro en los días de su vida en la tierra,
manifestándole con naturalidad sus múltiples necesidades y dolencias;
también la dicha y el gozo de estar con Él. Si le vemos pasar por la
calle, expuesto en la Custodia, le haremos saber desde la intimidad de
nuestro corazón lo mucho que representa para nosotros...«Adoradle con
reverencia y con devoción; renovad en su presencia el ofrecimiento
sincero de vuestro amor; decidle sin miedo que le queréis; agradecedle
esta prueba diaria de misericordia tan llena de ternura, y fomentad el
deseo de acercaros a comulgar con confianza. Yo me pasmo ante este
misterio de Amor: el Señor busca mi pobre corazón como trono, para no
abandonarme si yo no me aparto de Él». En ese trono de nuestro corazón
Jesús está más alegre que en la Custodia más espléndida.
II. El Señor los alimentó con flor de harina y los sació con miel silvestre, nos recuerda la Antífona de entrada de la Misa.
Durante años el Señor alimentó con el
maná al pueblo de Israel errante por el desierto. Aquello era imagen y
símbolo de la Iglesia peregrina y de cada hombre que va camino de su
patria definitiva, el Cielo; aquel alimento del desierto es figura del
verdadero alimento, la Sagrada Eucaristía. «Éste es el sacramento de la
peregrinación humana (...). Precisamente por esto, la fiesta anual de la
Eucaristía que la Iglesia celebra hoy contiene en su liturgia tantas
referencias a la peregrinación del pueblo de la Alianza en el desierto».
Moisés recordará con frecuencia a los israelitas estos hechos
prodigiosos de Dios con su Pueblo: No sea que te olvides del Señor tu
Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud....
Hoy es un día de acción de gracias y de
alegría porque el Señor se ha querido quedar con nosotros para
alimentarnos, para fortalecernos, para que nunca nos sintamos solos. La
Sagrada Eucaristía es el viático, el alimento para el largo caminar de
la vida hacia la verdadera Vida. Jesús nos acompaña y fortalece aquí en
la tierra, que es como una sombra comparada con la realidad que nos
espera; y el alimento terreno es una pálida imagen del alimento que
recibimos en la Comunión. La Sagrada Eucaristía abre nuestro corazón a
una realidad totalmente nueva.
Aunque celebramos una vez al año esta
fiesta, en realidad la Iglesia proclama cada día esta dichosísima
verdad: Él se nos da diariamente como alimento y se queda en nuestros
Sagrarios para ser la fortaleza y la esperanza de una vida nueva, sin
fin y sin término. Es un misterio siempre vivo y actual.
Señor, gracias por haberte quedado. ¿Qué
hubiera sido de nosotros sin Ti? ¿Dónde íbamos a ir a restaurar
fuerzas, a pedir alivio? ¡Qué fácil nos haces el camino desde el
Sagrario!
III. Un día que Jesús dejaba ya la
ciudad de Jericó para proseguir su camino hacia Jerusalén, pasó cerca de
un ciego que pedía limosna junto al camino. Y éste, al oír el ruido de
la pequeña comitiva que acompañaba al Maestro, preguntó qué era aquello.
Y quienes le rodeaban le contestaron: Es Jesús de Nazaret que pasa.
Si hoy, en tantas ciudades y aldeas
donde se tiene esa antiquísima costumbre de llevar en procesión a Jesús
Sacramentado, alguien preguntara al oír también el rumor de las gentes:
«¿qué es?», «¿qué ocurre?», se le podría contestar con las mismas
palabras que le dijeron a Bartimeo: es Jesús de Nazaret que pasa. Es Él
mismo, que recorre las calles recibiendo el homenaje de nuestra fe y de
nuestro amor. ¡Es Él mismo! Y, como a Bartimeo, también se nos debería
encender el corazón para gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de
mí! Y el Señor, que pasa bendiciendo y haciendo el bien, tendrá
compasión de nuestra ceguera y de tantos males como a veces pesan en el
alma. Porque la fiesta que hoy celebramos, con una exuberancia de fe y
de amor, «quiere romper el silencio misterioso que circunda a la
Eucaristía y tributarle un triunfo que sobrepasa el muro de las iglesias
para invadir las calles de las ciudades e infundir en toda comunidad
humana el sentido y la alegría de la presencia de Cristo, silencioso y
vivo acompañante del hombre peregrino por los senderos del tiempo y de
la tierra». Y esto nos llena el corazón de alegría. Es lógico que los
cantos que acompañen a Jesús Sacramentado, especialmente este día, sean
cantos de adoración, de amor, de gozo profundo. Cantemos al Amor de los
amores, cantemos al Señor; Dios está aquí, venid, adoremos a Cristo
Redentor... Pange, lingua, gloriosi... Canta, lengua, el misterio del
glorioso Cuerpo de Cristo... La procesión solemne que se celebra en
tantos pueblos y ciudades de tradición cristiana es de origen muy
antiguo y es expresión con la que el pueblo cristiano da testimonio
público de su piedad hacia el Santísimo Sacramento. En este día el Señor
toma posesión de nuestras calles y plazas, que la piedad alfombra en
muchos lugares con flores y ramos; para esta fiesta se proyectaron
magníficas Custodias, que se hacen más ricas cuanto más cerca de la
Forma consagrada están los elementos decorativos. Muchos serán los
cristianos que hoy acompañen en procesión al Señor, que sale al paso de
los que quieren verle, «haciéndose el encontradizo con los que no le
buscan. Jesús aparece así, una vez más, en medio de los suyos: ¿cómo
reaccionamos ante esa llamada del Maestro? (...).
»La procesión del Corpus hace presente a
Cristo por los pueblos y las ciudades del mundo. Pero esa presencia
(...) no debe ser cosa de un día, ruido que se escucha y se olvida. Ese
pasar de Jesús nos trae a la memoria que debemos descubrirlo también en
nuestro quehacer ordinario. Junto a esa procesión solemne de este
jueves, debe estar la procesión callada y sencilla, de la vida corriente
de cada cristiano, hombre entre los hombres, pero con la dicha de haber
recibido la fe y la misión divina de conducirse de tal modo que renueve
el mensaje del Señor en la tierra (...).
»Vamos, pues, a pedir al Señor que nos
conceda ser almas de Eucaristía, que nuestro trato personal con Él se
exprese en alegría, en serenidad, en afán de justicia. Y facilitaremos a
los demás la tarea de reconocer a Cristo, contribuiremos a ponerlo en
la cumbre de todas las actividades humanas. Se cumplirá la promesa de
Jesús: Yo, cuando sea exaltado sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí
(Jn 12, 32)».
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.