(Cfr. www.almudi.org)
Misa del gallo
Dejar nacer a Jesús en nuestro corazón
“En aquellos
días, se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase
todo el mundo. Este primer empadronamiento fue hecho cuando Quirino era
gobernador de Siria, y todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad.
José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret,
ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para
empadronarse con María, su esposa, que estaba en cinta. Y sucedió que
estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque
no hubo lugar para ellos en la posada.
En la misma
región había pastores que estaban en el campo, cuidando sus rebaños
durante las vigilias de la noche. Y un ángel del Señor se les presentó,
y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor.
Mas el ángel les dijo: No temáis, porque he aquí, os traigo buenas
nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque os ha nacido
hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor.
Y esto os servirá de señal: hallaréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
Y
de repente apareció con el ángel una multitud de los ejércitos
celestiales, alabando a Dios y diciendo: Gloria a Dios en las alturas, y
en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace.
Y
aconteció que cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se
decían unos a otros: Vayamos, pues, hasta Belén y veamos esto que ha
sucedido, que el Señor nos ha dado a saber. Fueron a toda prisa, y
hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Y cuando lo
vieron, dieron a saber lo que se les había dicho acerca de este niño. Y
todos los que lo oyeron se maravillaron de las cosas que les fueron
dichas por los pastores.
Pero María atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón.
Y los pastores se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como se les había dicho” (Lucas 2,1-14).
1. El Pregón de Navidad reza así: “Os
anunciamos, hermanos, una buena noticia, una gran alegría para todo el
pueblo; escuchadla con corazón gozoso: Habían pasado miles y miles de
años desde que, al principio, Dios creó el cielo y la tierra y,
asignándoles un progreso continuo a través de los tiempos, quiso que las
aguas produjeran un pulular de vivientes y pájaros que volaran sobre la
tierra. Miles y miles de años, desde el momento en que Dios quiso que
apareciera en la tierra el hombre, hecho a su imagen y semejanza, para
que dominara las maravillas del mundo y, al contemplar la grandeza de la
creación, alabara en todo momento al Creador”. Sigue con los caminos
torcidos de tantos, y aquellas cosas que llamamos diluvio. “Hacía unos
2.000 años que Abraham, el padre de nuestra fe, obediente a la voz de
Dios, se dirigió hacia una tierra desconocida para dar origen al pueblo
elegido. Hacía unos 1.250 años que Moisés hizo pasar a pie enjuto por el
Mar Rojo a los hijos de Abraham, para que aquel pueblo, liberado de la
esclavitud del Faraón, fuera imagen de la familia de los bautizados.
Hacía unos 1.000 años que David, un sencillo pastor que guardaba los
rebaños de su padre Jesé, fue ungido por el profeta Samuel, como el gran
rey de Israel. Hacía unos 700 años que Israel, que había reincidido
continuamente en las infidelidades de sus padres y por no hacer caso de
los mensajeros que Dios le enviaba, fue deportado por los caldeos a
Babilonia; fue entonces, en medio de los sufrimientos del destierro,
cuando aprendió a esperar un Salvador que lo librara de su esclavitud, y
a desear aquel Mesías que los profetas le habían anunciado, y que había
de instaurar un nuevo orden de paz y de justicia, de amor y de
libertad. Finalmente, durante la olimpíada 94, el año 752 de la
fundación de Roma, el año 14 del reinado del emperador Augusto, cuando
en el mundo entero reinaba una paz universal, hace algo más de 2000
años, en Belén de Judá, pueblo humilde de Israel, ocupado entonces por
los romanos, en un pesebre, porque no tenía sitio en la posada, de María
virgen, esposa de José, de la casa y familia de David, nació Jesús,
Dios eterno, Hijo del Eterno Padre, y hombre verdadero, llamado Mesías y
Cristo, que es el Salvador que los hombres esperaban. Él es la Palabra
que ilumina a todo hombre; por él fueron creadas al principio todas las
cosas; él, que es el camino, la verdad y la vida, ha acampado, pues,
entre nosotros. Nosotros, los que creemos en él, nos hemos reunido hoy, o
mejor dicho, Dios nos ha reunido, para celebrar con alegría la
solemnidad de Navidad, y proclamar nuestra fe en Cristo, Salvador del
mundo. Hermanos, alegraos, haced fiesta y celebrad la mejor NOTICIA de
toda la historia de la humanidad”. Es como un resumen de la historia.
"De mis entrañas te engendré antes que el lucero de la mañana"
(Ant. entrada). Es la noche santa, como la otra Pascua, de la
resurrección. La fiesta de Navidad es para los que se complace el Señor,
como hemos leído en la voz de los ángeles. Recuerda Benedicto XVI que
Dios se complace en su hijo, como dicen las teofanías: “en ti me he
complacido”. Nosotros, por el bautismo, por acoger al Señor, podemos ser
también hijos de Dios, Cristo, y sentir la voz del Padre dirigida a mí:
"Tú eres mi hijo, yo te engendré hoy… en ti me he complacido".
Hablaba Ratzinger del árbol de navidad
de la iglesia del Christkindl (del Niño Jesús), situada en las afueras
de la ciudad de Steyr, en el norte de Austria. Por 1694, había un
campanero y director de coro que sufría de epilepsia, la «enfermedad de
las caídas». Tenía veneración del Niño Jesús. Colocó en la cavidad de un
abeto una imagen de la Sagrada Familia y luego puso ahí un Niño Jesús
de cera que sostiene en una mano la cruz y en la otra la corona de
espinas, copia de una imagen milagrosa. Se formaron peregrinaciones en
torno al Niño Jesús del árbol. En torno al árbol se construyó una
iglesia al estilo de Santa Maria Rotonda de Roma. Es una preciosa
envoltura del árbol, del cual surgen el altar y el sagrario: en el árbol
sigue estando el Niño Jesús sanador. Ese árbol se levanta como el árbol
de la vida del paraíso, que ha sido reencontrado: «el querubín no está
ya vedando la entrada». Ese árbol es María con el fruto bendito de su
vientre, Jesús. Jesús ahí nos invita, nos sana de la «enfermedad de las
caídas». Porque caemos y nos desanimamos. En ese templo en forma de
iglesia bautismal, en forma de seno materno, vivimos el misterio del
nacimiento.
Se dice que mientras no seas
independiente, no serás libre sino dependiente. Se pone el amor como
falta de libertad, puesto que el amor implica que necesito del otro y de
su gracia. Dios necesita mi amor. Es dependencia mutua de las Personas,
y de mí. Yo también soy así, a imagen suya. Señor, que sepa ser
aceptado y dejarme aceptar. Que transforme mi dependencia en amor y,
así, llegar a ser libre. Nacer de nuevo, deponer el orgullo, llegar a
ser niño: eso es Navidad, Belén (“casa de pan”): pan de la vida,
salvación. Y termina así Ratzinger: “El verdadero árbol de la vida no
está lejos de nosotros, en algún paraje de un mundo perdido. Ha sido
erigido en medio de nosotros, no sólo como imagen y signo, sino en la
realidad. Jesús, que es el fruto del árbol de la vida, la vida misma, se
ha hecho tan pequeño que nuestras manos pueden contenerlo. Se hace
dependiente de nosotros para hacernos libres, para recuperarnos de
nuestra «enfermedad de las caídas». No defraudemos su confianza.
Depositémonos en sus manos tal como él se ha depositado en las
nuestras”.
Hasta las tinieblas desciende María y el
fruto de su vientre, cuando tienen que refugiarse en la gruta
abandonada, cuando tienen que someterse a las órdenes de un gobernador
impuesto por potencias extranjeras y abandonar la propia casa. Hasta
aquí ha descendido Israel, país pequeño, su patria chica, ocupado
durante siglos por países más poderosos. En medio de esa noche oscura
nace Jesús, como niño inefable que ilumina a todo hombre que viene a
este mundo. Dios ha suscitado del corazón de la noche la aparición
luminosa y real de un hombre hijo de Dios, que nos invita a serlo
también nosotros: "a los que le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios", que es el fruto de una Navidad bien celebrada: nacer con Cristo y ser hijos con él (J. Aldazábal).
Recordemos las palabras del poeta
místico: "Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en
tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano"
(Angelus Silesius).
San Josemaría Escrivá cuenta: “Se ha
promulgado un edicto de César Augusto, y manda empadronar a todo el
mundo. Cada cual ha de ir, para esto, al pueblo de donde arranca su
estirpe. —Como es José de la casa y familia de David, va con la Virgen
María desde Nazaret a la ciudad llamada Belén, en Judea (Lc 2,1-5). Y en
Belén nace nuestro Dios: ¡Jesucristo! —No hay lugar en la posada: en un
establo. —Y su Madre le envuelve en pañales y le recuesta en el
pesebre. (Lc 2,7). / Frío. —Pobreza. —Soy un esclavito de José. —¡Qué
bueno es José! —Me trata como un padre a su hijo. —¡Hasta me perdona, si
cojo en mis brazos al Niño y me quedo, horas y horas, diciéndole cosas
dulces y encendidas!...Y le beso —bésale tú—, y le bailo, y le canto, y
le llamo Rey, Amor, mi Dios, mi Unico, mi Todo!... ¡Qué hermoso es el
Niño...! (…) Los diversos hechos y circunstancias que rodearon el
nacimiento del Hijo de Dios acuden a nuestro recuerdo, y la mirada se
detiene en la gruta de Belén, en el hogar de Nazareth. María, José,
Jesús Niño, ocupan de un modo muy especial el centro de nuestro corazón.
¿Qué nos dice, qué nos enseña la vida a la vez sencilla y admirable de
esa Sagrada Familia?
”Entre las muchas consideraciones que
podríamos hacer, una sobre todo quiero comentar ahora. El nacimiento de
Jesús significa, como refiere la Escritura, la inauguración de la
plenitud de los tiempos (Gal 4,4), el momento escogido por Dios para
manifestar por entero su amor a los hombres, entregándonos a su propio
Hijo. Esa voluntad divina se cumple en medio de las circunstancias más
normales y ordinarias: una mujer que da a luz, una familia, una casa. La
Omnipotencia divina, el esplendor de Dios, pasan a través de lo humano,
se unen a lo humano. Desde entonces los cristianos sabemos que, con la
gracia del Señor, podemos y debemos santificar todas las realidades
limpias de nuestra vida. No hay situación terrena, por pequeña y
corriente que parezca, que no pueda ser ocasión de un encuentro con
Cristo y etapa de nuestro caminar hacia el Reino de los cielos”.
Como fruto de esta misa del nacimiento
del Señor, de la Navidad, queremos tratar a Jesús con sencillez, con una
intimidad que no disminuya, con cariño, una presencia especial, con
mucho cariño en los detalles pequeños, sabiendo que allí, nos acompaña
el Señor. Y queremos tener una conversación íntima con Él, tener una
presencia de Jesús constante, queremos que sea nuestro Rey, que ansía
reinar en nuestros corazones de hijos de Dios. Decirle a una persona:
"eres mi Rey", significa decirle que: "estoy a tus órdenes", significa
que “tus deseos son órdenes”; significa, que “quiero hacer lo que Tú
quieras”...., eso es lo que decimos hoy a Jesús, en su cátedra de Belén,
donde es también nuestro médico y se nos muestra en la Eucaristía.
Belén es una imagen eucarística, que ahí Jesús nace cada vez que viene
sobre el altar y a nuestro corazón. Vamos al médico divino, maestro y
amigo, y mostrarnos sin escondernos en el anonimato, y abrir nuestro
corazón sin esconder los síntomas, mostrando nuestras debilidades, y
mostrándonos sin esta especie de querer escondernos, y dejarle hacer,
dejarle que como médico actúe en nuestra alma: “¡Señor!, que me pasa
esto”...
Este encuentro sincero, de reconocer
nuestras limitaciones, es la oración. Es la oración de esa desnudez
espiritual, este ir directamente al Señor; este no tener miedo a
sabernos como somos, porque en el fondo se identifica con mostrarnos a
nosotros mismos. Decirle: “¡Señor, me pasa esto!”, significa decir: no
tengo miedo a reconocerme como soy, porque tenemos esta plenitud de
aceptación, saber que el Señor nos quiere como somos, y así nos
encontramos muy bien, muy a gusto; por eso, queremos mostrarnos como
somos. Es nuestro Maestro, una ciencia que sólo Él posee; dar un amor
sin límites a Dios, todos los días.
2. -"El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande":
Las tinieblas, signo del caos y de la muerte, nos indican la situación
de opresión y también de infidelidad del pueblo. La luz, signo de nueva
creación y de vida, nos indica la liberación y la restauración. Este
paso es motivo del gozo, comparable al de una buena cosecha o al de una
victoria sobre los enemigos. La posesión de la tierra y su fecundidad
están siempre en el centro de atención del pueblo de Israel.
-"...los quebrantaste como el día de Madián":
La liberación y la iluminación es una acción de Dios, que se compara a
la victoria de Gedeón sobre los madianitas (Jc 7, 16-23): en medio de la
noche, los israelitas con antorchas encendidas y tocando los cuernos
ahuyentan a los enemigos. La luz y la palabra liberan en medio de la
noche.
-"Porque un niño nos ha nacido...":
¿En qué consiste esta acción de Dios? Aparentemente las palabras del
profeta se mueven a nivel de una historia concreta: la continuidad de la
dinastía de David. Pero los mismos términos de la profecía se abren en
un sentido que va más allá de la historia menuda. Cuatro nombres de uso
cortesano definen, en principio, al niño: consejero, guerrero, padre,
príncipe. Pero cada uno de ellos va acompañado de un calificativo que lo
sitúa en un ámbito y en una amplitud que va más allá de las realidades
humanas: "Maravilla de Consejero, Dios guerrero. Padre perpetuo,
Príncipe de la paz".
-"... con una paz sin límites sobre el trono de David...":
la profecía de Isaías reasume la profecía de Natán, con una insistencia
en su perpetuidad que desborda las posibilidades históricas: "por
siempre". Su fundamento es el mismo Dios: el celo de Dios, que se puede
manifestar en el castigo, se manifestará "desde ahora y por siempre" en
el amor por su pueblo a través del Mesías (J. Naspleda).
El salmo nos invita a cantar con los
"ángeles de Navidad" que "cantaron aquella noche": "Gloria a Dios, paz a
los hombres". Nosotros junto con ellos cantemos también "alegría en el
cielo, fiesta en la tierra"... "¡El cielo se alegra, la tierra exulta!"
"¡Gloria a Dios!" "¡Adorad a Dios!" "¡El Señor es rey! Que nuestra
oración jamás olvide esta actitud. La adoración, el sentimiento de
anonadamiento, es el fundamento de todo primer descubrimiento de Dios.
Dios es el "totalmente Otro", el trascendente, aquel que supera toda
imaginación. Y la revelación de la proximidad de Dios que se hizo "uno
de nosotros", que se hizo "niño" en Navidad "no disminuye en nada este
sentimiento de adoración: paradójicamente la infinidad de Dios brilla
hasta en el exceso de amor que lo hizo nacer en un pesebre de animales"
(Noel Quesson).
"Cantad al Señor un cántico
nuevo, (...) cantad (...), cantad (...), bendecid (...), proclamad su
victoria (...), contad su gloria, sus maravillas (...), aclamad la
gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, postraos". Así pues,
el gesto fundamental ante el Señor rey, que manifiesta su gloria en la
historia de la salvación, es el canto de adoración, alabanza y
bendición. Estas actitudes deberían estar presentes también en nuestra
liturgia diaria y en nuestra oración personal…
3. -"Ha aparecido la gracia de Dios...":
La gracia de Dios se ha manifestado ya en JC, pero se manifestará en
plenitud cuando vuelva glorioso al fin del mundo. Esta revelación
histórica del plan de Dios en la persona de Jesús tiene siempre en el
pensamiento de Pablo una finalidad: la salvación de todos los hombres.
Por eso congrega a un pueblo que renuncia "a la impiedad y a los deseos
mundanos" y vive en la expectativa del cumplimiento de esta salvación
universal.
-"Él se entregó por nosotros para rescatarnos...":
Dios realiza su plan salvador en la persona de JC, "gran Dios y
Salvador nuestro". Así como en la antigua alianza, Dios congregó a un
pueblo suyo, ahora Cristo con su muerte sacrificial reúne un nuevo
pueblo, liberado del pecado y "dedicado a las buenas obras (J.
Naspleda).
Misa del día
Hemos de hacernos sencillos para acoger a Jesús y ser hijos de Dios, entrar en el Portal es hacerse humilde
“En el principio ya existía la
Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La
Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se
hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la
Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla
en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
La
Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al inundo vino y
en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no
la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos
la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su
nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor
humano, sino de Dios.
Y la Palabra se hizo carne, y
acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del
Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1,1-18).
1. El Evangelio de Juan nos dice: “en el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios”.
Es un himno solemne que se va elevando
en círculos y va bajando, del cielo a la tierra, del principio del mundo
hasta el día a día y el final de los tiempos. Luz-tinieblas;
Dios-mundo; fe-incredulidad. Juan Bautista-nosotros. -Dios no es un ser
lejano. Es un Dios que habla, y su Palabra es entrañablemente cercana.
Se ha hecho un niño y ha nacido en Belén. Antes, durante siglos, había
hablado por medio de profetas y había enviado Ángeles como mensajeros.
Pero ahora nos ha hablado de otra manera: nos ha enviado a su Hijo.
“La Palabra en el principio
estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no
se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida
era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla
no la recibió”. Navidad es algo más que un estado de ánimo de
fiesta. En este día, en esta santa noche, se trata del Niño, del único
Niño. Del Hijo de Dios que se hizo hombre, de su nacimiento. Todo lo
demás o vive de ello o bien muere y se convierte en ilusión. Navidad
quiere decir: Él ha llegado, ha hecho clara la noche. Ha hecho de la
noche de nuestra oscuridad, de nuestra ignorancia, de la noche de
nuestra angustia y desesperación una noche de Dios, una santa noche.
“La Palabra era la luz
verdadera, que alumbra a todo hombre. Al inundo vino y en el mundo
estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.
Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la
recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano,
sino de Dios”.
Eso quiere decir Navidad. El momento en
que esto sucedió, realmente y por todos los tiempos, debe seguir siendo
realidad, a través de esta fiesta, en nuestro corazón y en nuestro
espíritu. "Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en
tu corazón, estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano"
(Angelus Silesius). “Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre
nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único
del Padre, lleno de gracia y de verdad”.
2. Isaías nos habla de un pueblo que sufre y será liberado, pero en el fondo nos dice cómo será hermoso Jesús: “¡Qué
hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la
paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria, que dice a Sión:
«Tu Dios es Rey»!
Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro, porque ven cara a cara al Señor, que vuelve a Sión.
Romped a cantar a coro, ruinas
de Jerusalén, que el Señor consuela a su pueblo, rescata a Jerusalén: el
Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, y verán
los confines de la tierra la victoria de nuestro Dios”.
El Salmo proclama: “cantad
al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. Su diestra le ha
dado la victoria, su santo brazo; el Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia: se acordó de su misericordia y su
fidelidad en favor de la casa de Israel.
Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera, gritad, vitoread, tocad.
Tocad la cítara para el Señor, suenen los instrumentos: con clarines y al son de trompetas aclamad al Rey y Señor”. Es la alegría por la Resurrección del Señor, el Reino de Dios, que
comienza en la humildad más grande: “No rechaza el pesebre, ni dormir
sobre unas pajas; tan solo se conforma con un poco de leche, el mismo
que, en su providencia, impide que los pájaros sientan hambre." Venidos
desde los confines de la tierra, los Magos conocieron al Niño Dios.
Ellos son los primeros, de entre todas las naciones, a quienes se les
revela la misericordia divina: la primera epifanía del Unigénito a los
gentiles, que nace de una madre Virgen para salvar al mundo. El
Amor-fidelidad de Dios llena la tierra.
Se decía que el 25 de diciembre era una
fiesta mágica, del sol, y que se había hecho coincidir con la Navidad,
pero ahora –explica Ratzinger- se está descubriendo que coincide con la
fiesta del Templo que cantan este Salmo, y aunque la Navidad se celebró
en un segundo momento, pues primero se centró todo en la Pascua de
resurrección, ya san Hipólito de Roma en su comentario al libro de
Daniel, escrito aproximadamente en el año 204 habla de que Jesús nació
este día del sol, que en aquel tiempo la fiesta de la consagración del
templo, instituida por Judas Macabeo en el año 164 a. C. Así, la fecha
del nacimiento de Jesús significaría al mismo tiempo que, con él, que
amaneció como la luz de Dios en la noche invernal, aconteció
verdaderamente una consagración del templo: él es el nuevo Templo, y el
nuevo Sol.
Luego, san Francisco de Asís en su Misa de por la noche adornó la fiesta con el Belén, en nochebuena de 1223 en el bosque de Greccio, donde puso también el buey y el asno que conocen a su Señor: Francisco
había dicho: «Deseo celebrar la memoria del niño que nació en Belén y
quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su
invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado
sobre heno entre el buey y el asno» (la mula). En Isaías 1,3 dice: «Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo; Israel no conoce, mi pueblo no entiende».
Ante Dios, todos los hombres, judíos y paganos, eran como bueyes y
asnos, sin razón ni entendimiento. Pero el Niño del pesebre les abrió
los ojos de modo que, ahora, entienden la voz del dueño, la voz de su
Señor. En las figuras medievales de la Navidad llama siempre la atención
que las dos bestias tienen rostros casi humanos al encontrarse e
inclinarse con reconocimiento y veneración ante el misterio del Niño.
Era lógico, pues ambos animales fueron considerados como representantes
nuestros… ¿Quién lo reconoció y quién no?¿lo
reconocemos realmente? Y seguía Ratzinger: El buey y el asno conocen,
pero «Israel no conoce, mi pueblo no entiende». “El que no lo reconoció
fue Herodes, que no entendió nada cuando le contaron acerca del niño,
sino que se encegueció aún más por sus ansias de poder y el
correspondiente delirio de persecución (Mt 2,3). La que no lo reconoció
fue «toda Jerusalén con él». Los que no lo reconocieron fueron los
hombres vestidos con refinamiento (Mt 11,8), la gente fina. Los que no
entendieron fueron los eruditos, los conocedores de la Biblia, los
especialistas en exégesis de la Escritura, que sabían exactamente cuál
era el versículo que correspondía, pero, a pesar de ello, no
comprendieron nada (Mt 2,6).
Los que sí lo reconocieron —a diferencia
de toda esa gente de renombre- fueron «el buey y el asno»: los
pastores, los magos, María y José. ¿Es que acaso podía ser de otro modo?
En el establo donde está el Niño Jesús no vive la gente fina: allí
viven, justamente, el buey y el asno.
Pero ¿y nosotros? ¿Estamos tan lejos del
establo porque somos demasiado finos y sesudos para estar en él? ¿No
nos enredamos también nosotros… al punto de quedarnos ciegos para el
mismo Niño y no captar nada de él? ¿No estamos también nosotros
demasiado en «Jerusalén», en el palacio, afincados en nosotros mismos,
en nuestra arrogancia, en nuestra manía persecutoria, como para poder
escuchar por la noche la voz de los ángeles, acudir al pesebre y adorar?
Así pues, esta noche los rostros del
buey y del asno nos miran con ojos interrogativos: mi pueblo no
entiende; ¿entiendes tú la voz de tu Señor? Al colocar en el pesebre
estas figuras tan familiares deberíamos pedir a Dios que le regale a
nuestro corazón la sencillez que descubre en el niño al Señor, como en
su día Francisco en Greccio. Entonces podría sucedemos también a
nosotros lo que Celano, siguiendo muy de cerca las palabras de san Lucas
sobre los pastores de la primera Nochebuena (Lc 2,20), narra acerca de
los que participaron en la Nochebuena de Greccio: «todos retornaron a
sus casas colmados de alegría»”.
«Cántico nuevo es el Hijo de Dios que
fue crucificado -algo que nunca antes se había escuchado-. A una nueva
realidad le debe corresponder un cántico nuevo. “Cantad al Señor un cántico nuevo».
Quien sufrió la pasión en realidad es un hombre; pero vosotros cantáis
al Señor. Sufrió la pasión como hombre, pero redimió como Dios”. Es lo
que dice Orígenes, que continúa: “¿qué es lo que hizo de nuevo para
merecer un cántico nuevo? ¿Queréis saber lo que hizo de nuevo? Dios
murió como hombre para que los hombres tuvieran la vida; el Hijo de Dios
fue crucificado para elevarnos hasta el cielo»”.
3. Hebreos nos cuenta que “en
distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a
nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha
hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio
del cual ha ido realizando las edades del mundo. El es reflejo de su
gloria, impronta de su ser. El sostiene el universo con su palabra
poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está
sentado a la derecha de Su Majestad en las alturas; tanto más encumbrado
sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.
Pues, ¿a qué ángel dijo jamás: «Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado»?
O: ¿«Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo»? Y en otro
pasaje, al introducir en el mundo al primogénito, dice: «Adórenlo todos
los ángeles de Dios»”. La palabra hecha carne se convierte en
voz que suplica al Padre, en boca de nuestra naturaleza, para gritar a
Dios la necesidad que el hombre tiene de salvación Jesús, la suprema y
definitiva Palabra que Dios pronuncia, su “plan” para salvarnos, viene
hoy al mundo, es nuestro hermano