(Cfr. www.almudi.org)
La alegría en la cruz
[Jesús] “dijo: «Un hombre tenía dos
hijos; y el menor de ellos dijo al padre: "Padre, dame la parte de la
hacienda que me corresponde." Y él les repartió la hacienda. Pocos días
después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde
malgastó su hacienda viviendo como un libertino. «Cuando hubo gastado
todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar
necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel
país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su
vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las
daba. Y entrando en sí mismo, dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre
tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me
levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante
ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus
jornaleros." Y, levantándose, partió hacia su padre. «Estando él todavía
lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le
besó efusivamente. El hijo le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante
ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo." Pero el padre dijo a sus
siervos: "Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en
su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo,
y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y
ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado." Y comenzaron la
fiesta.
«Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver,
cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno
de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: "Ha vuelto tu
hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado
sano." Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba.
Pero él replicó a su padre: "Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé
de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener
una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha
devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo
cebado!" «Pero él le dijo: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo
mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este
hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha
sido hallado."»
I. Alégrate, Jerusalén; alegraos con
ella todos los que la amáis, gozaos de su alegría..., rezamos en la
Antífona de entrada de la Misa: Laetare, Ierusalem...
La alegría es una característica
esencial del cristiano, y la Iglesia no deja de recordárnoslo en este
tiempo litúrgico para que no olvidemos que debe estar presente en todos
los momentos de nuestra vida. Existe una alegría que se pone de relieve
en la esperanza del Adviento, otra viva y radiante en el tiempo de
Navidad; más tarde, la alegría de estar junto a Cristo resucitado; hoy,
ya avanzada la Cuaresma, meditamos la alegría de la Cruz. Es siempre el
mismo gozo de estar junto a Cristo: «sólo de Él, cada uno de nosotros
puede decir con plena verdad, junto con San Pablo: Me amó y se entregó
por mí (Gal 2, 20). De ahí debe partir vuestra alegría más profunda, de
ahí ha de venir también vuestra fuerza y vuestro sostén. Si vosotros,
por desgracia, debéis encontrar amarguras, padecer sufrimientos,
experimentar incomprensiones y hasta caer en pecado, que rápidamente
vuestro pensamiento se dirija hacia Aquel que os ama siempre y que con
su amor ilimitado, como de Dios, hace superar toda prueba, llena todos
nuestros vacíos, perdona todos nuestros pecados y empuja con entusiasmo
hacia un camino nuevamente seguro y alegre».
Este domingo es tradicionalmente
conocido con el nombre de Domingo "Laetare", por la primera palabra de
la Antífona de entrada. La severidad de la liturgia cuaresmal se ve
interrumpida en este domingo que nos habla de alegría. Hoy está
permitido que -si se dispone de ellos- los ornamentos del sacerdote sean
color rosa en vez de morados, y que pueda adornarse el altar con
flores, cosa que no se hace los demás días de Cuaresma.
La Iglesia quiere recordarnos así que la
alegría es perfectamente compatible con la mortificación y el dolor. Lo
que se opone a la alegría es la tristeza, no la penitencia. Viviendo
con hondura este tiempo litúrgico que lleva hacia la Pasión -y por tanto
hacia el dolor-, comprendemos que acercarnos a la Cruz significa
también que el momento de nuestra Redención se acerca, está cada vez más
próximo, y por eso la Iglesia y cada uno de sus hijos se llenan de
alegría: Laetare, alégrate, Jerusalén, y alegraos con ella todos los que
la amáis .
La mortificación que estaremos viviendo
estos días no debe ensombrecer nuestra alegría interior, sino todo lo
contrario: debe hacerla crecer, porque nuestra Redención se acerca, el
derroche de amor por los hombres que es la Pasión se aproxima, el gozo
de la Pascua es inminente. Por eso queremos estar muy unidos al Señor,
para que también en nuestra vida se repita, una vez más, el mismo
proceso: llegar, por su Pasión y su Cruz, ala gloria y a la alegría de
su Resurrección.
II. Alegraos siempre en el Señor, otra
vez os digo: alegraos. Con una alegría que es equivalente a felicidad, a
gozo interior, y que lógicamente también se manifiesta en el exterior
de la persona.
«Como es sabido, existen diversos grados
de esta "felicidad". Su expresión más noble es la alegría o "felicidad"
en sentido estricto, cuando el hombre, a nivel de sus facultades
superiores, encuentra la satisfacción en la posesión de un bien conocido
y amado (...). Con mayor razón conoce la alegría y felicidad espiritual
cuando su espíritu entra en posesión de Dios, conocido y amado como
bien supremo e inmutable». Y continúa diciendo Pablo VI: «La sociedad
tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero
encuentra muy difícil engendrar la alegría. Porque la alegría tiene otro
origen: es espiritual. El dinero, el "confort", la higiene, la
seguridad material, no faltan con frecuencia; sin embargo, el tedio, la
aflicción, la tristeza, forman parte, por desgracia, de la vida de
muchos».
El cristiano entiende perfectamente
estas ideas expresadas por el Romano Pontífice. Y sabe que la alegría
surge de un corazón que se siente amado por Dios y que a su vez ama con
locura al Señor. Un corazón que se esfuerza además para que ese amor a
Dios se traduzca en obras, porque sabe -con el refrán castellano- que
«obras son amores y no buenas razones». Un corazón que está en unión y
en paz con Dios, pues, aunque se sabe pecador, acude a la fuente del
perdón: Cristo en el sacramento de la Penitencia.
Al ofrecerte, Señor, en la celebración
gozosa del domingo, los dones que nos traen la salvación, te rogamos nos
ayudes... Los sufrimientos y las tribulaciones acompañan a todo hombre
en la tierra, pero el sufrimiento, por sí solo, no transforma ni
purifica; incluso puede ser causa de rebeldía y de desamor. Algunos
cristianos se separan del Maestro cuando llegan hasta la Cruz, porque
ellos esperan la felicidad puramente humana, libre de dolor y acompañada
de bienes naturales.
El Señor nos pide que perdamos el miedo
al dolor, a las tribulaciones, y nos unamos a Él, que nos espera en la
Cruz. Nuestra alma quedará más purificada, nuestro amor más firme.
Entonces comprenderemos que la alegría está muy cerca de la Cruz. Es
más, que nunca seremos felices si no nos unimos a Cristo en la Cruz, y
que nunca sabremos amar si a la vez no amamos el sacrificio. Esas
tribulaciones, que con la sola razón parecen injustas y sin sentido, son
necesarias para nuestra santidad personal y para la salvación de muchas
almas. En el misterio de la corredención, nuestro dolor, unido a los
sufrimientos de Cristo, adquiere un valor incomparable para toda la
Iglesia y para la humanidad entera. El Señor nos hacer ver, si acudimos a
Él con humildad, que todo -incluso aquello que tiene menos explicación
humana- concurre para el bien de los que aman a Dios. El dolor, cuando
se le da su sentido, cuando sirve para amar más, produce una íntima paz y
una profunda alegría. Por eso, el Señor en muchas ocasiones bendice con
la Cruz.
Así hemos de recorrer «el camino de la entrega: la Cruz a cuestas, con una sonrisa en tus labios, con una luz en tu alma».
III. El cristiano se da a Dios y a los
demás, se mortifica y se exige, soporta las contrariedades... y todo eso
lo hace con alegría, porque entiende que esas cosas pierden mucho de su
valor si las hace a regañadientes: Dios ama al que da con alegría. No
nos tiene que sorprender que la mortificación y la penitencia nos
cuesten; lo importante es que sepamos encaminarnos hacia ellas con
decisión, con la alegría de agradar a Dios, que nos ve. «"¿Contento?"
-Me dejó pensativo la pregunta.
»-No se han inventado todavía las
palabras, para expresar todo lo que se siente -en el corazón y en la
voluntad- al saberse hijo de Dios». Quien se siente hijo de Dios, es
lógico que experimente ese gozo interior.
La experiencia que nos transmiten los
santos es unánime en este sentido. Bastaría recordar la confidencia que
hace el apóstol San Pablo a los de Corinto: ... estoy lleno de consuelo,
reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones. Y conviene recordar que
la vida de San Pablo no fue fácil ni cómoda: Cinco veces recibí de los
judíos cuarenta azotes menos uno; tres veces fui azotado con varas; una
vez fui lapidado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé náufrago
en alta mar; en mis frecuentes viajes sufrí peligros de ríos, peligros
de ladrones, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles,
peligros en ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros
entre falsos hermanos; trabajos y fatigas, frecuentes vigilias, con
hambre y sed, en frecuentes ayunos, con frío y desnudez. Pues bien, con
todo lo que acaba de enumerar, San Pablo es veraz cuando nos dice: estoy
lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones.
Tenemos cerca la Semana Santa y la Pascua, y por tanto el perdón, la
misericordia, la compasión divina, la sobreabundancia de la gracia. Unas
jornadas más, y el misterio de nuestra salud quedará consumado. Si
alguna vez hemos tenido miedo a la penitencia, a la expiación,
llenémonos de valor, pensando en que el tiempo es breve y el premio
grande, sin proporción con la pequeñez de nuestro esfuerzo. Sigamos con
alegría a Jesús, hasta Jerusalén, hasta el Calvario, hasta la Cruz.
Además, «¿no es verdad que en cuanto dejas de tener miedo a la Cruz, a
eso que la gente llama cruz, cuando pones tu voluntad en aceptar la
Voluntad divina, eres feliz, y se pasan todas las preocupaciones, los
sufrimientos físicos o morales?».
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal