Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

22 mayo 2021

Victor Frankl, el sobreviviente

 (Cfr. www.almudi.org)

«Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento».

El autor de esta frase es Viktor Frankl, psicoterapeuta austríaco sobreviviente del holocausto y fundador de la Logoterapia, escuela psicoanalítica que busca ayudar a las personas a mejorar su calidad de vida al identificar su sentido y propósito en la existencia.

Frankl, quien murió en 1997 a los 92 años de edad, logró convertir el sufrimiento en enseñanza, sacando provecho de los años más duros de su existencia.

Lo que no nos pueden arrebatar

«Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa, la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino. Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito«, reza otra de sus frases que ya son su legado a la humanidad.

Entre 1942 y 1945, Frankl estuvo en 4 campos de concentración, incluyendo Auschwitz. Lo que experimentó durante esos años fue inimaginable. Él logró sobrevivir; no así su mujer, ni sus padres, su hermano y su cuñada.

También perdió a amigos y colegas. Sin embargo, Frankl logró transformar el dolor, el sufrimiento y la muerte en pensamientos positivos.

Muchas de sus enseñanzas y de su legado forman parte de su emblemático libro ‘El hombre en busca de sentido’, un estremecedor relato en el que narra su experiencia en los campos de concentración. El libro fue publicado en Alemania en 1946, al finalizar la Segunda Guerra Mundial.

El valor no está en el sufrimiento, sino en la actitud que afrontes frente al sufrimiento»

Durante todos esos años de sufrimiento, sintió en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda, absolutamente desprovista de todo, salvo de la existencia misma.

La dignidad humana es indestructible

Él, que todo lo había perdido, que padeció hambre, frío y brutalidades, que tantas veces estuvo a punto de ser ejecutado, pudo reconocer que la vida, pese a todo, era digna de ser vivida y que la libertad interior y la dignidad humana son indestructibles.

En su condición de psiquiatra y prisionero, Viktor Frankl reflexiona con palabras de sorprendente esperanza sobre la capacidad humana para trascender las dificultades y descubrir una verdad profunda que nos orienta y da sentido a nuestras vidas.

«Frankl nos transmite su axioma básico que es que la preocupación primordial del hombre no es gozar del placer o evitar el dolor, sino buscarle un sentido a la vida», sostiene Juan Martín Silvano Núñez, licenciado en Psicología y Miembro Acreditado de la Asociación Internacional de Logoterapia y Análisis Existencial de Viktor Frankl.

«El sentido es posible sin el sufrimiento o a pesar del sufrimiento. Para que el sufrimiento confiera un sentido ha de ser un sufrimiento inevitable, absolutamente necesario. Es decir, que el valor no está en el sufrimiento, sino en la actitud frente al sufrimiento», agrega.

La preocupación primordial del hombre no es gozar del placer o evitar el dolor, sino buscarle un sentido a la vida»

No rendirse

Núñez añade que «esta fascinante posibilidad de encontrar un para qué en nuestras vidas está al alcance de todos los seres humanos, pues lo que realmente importa es ser conscientes de los motivos -aquí influyen los valores espirituales trascendentes- para luchar y para sobrellevar las dificultosas condiciones de vida«.

Precisamente de eso se trata su legado. Aún en los momentos más adversos y traumáticos que podamos atravesar, siempre podemos elegir la forma en que vamos a abordarlos.

Encontrar el sentido a la vida tiene que ver no con preguntarse por qué a mí, ya que esa inquietud automáticamente nos coloca en el lugar de víctima.

Una vez que atravesamos el período de duelo e introspección, podemos empezar a cuestionarnos el para qué o el por qué no a mí, y a través de ese recorrido iremos encontrando el cómo.

«La capacidad de decisión permite ir construyendo una postura en la vida que genera un marco para la existencia. Está intrínsecamente relacionada con la gratitud, con la capacidad de dar respuesta en acto a la vida recibida», afirma Carolina Acevedo, integrante del Centro Viktor Frankl, en la página web del organismo.

«Se despliega en el espacio, porque este es el lugar en donde se aloja la vida y se reinscribe la existencia. La existencia es efecto del atravesamiento de una limitación», agrega Acevedo.

La dignidad nace como respuesta de la persona en tanto pueda recrear la relación con el obstáculo, dando sentido a la existencia»

Para Acevedo «la dignidad nace como respuesta de la persona en tanto pueda recrear la relación con el obstáculo, dando sentido a la existencia».

«El decir de Frankl surge, a mi entender, como respuesta en su existencia, después de que desde su particularidad extrajera un saber, una nueva relación con lo que condicionó su vida, y decidió trasmitirlo a quienes necesitaran servirse de él, para que cada uno pudiera reeditarlo en su caminar», puntualiza.

Resiliencia y buen humor

Encontrar el sentido a la vida es también un componente de la resiliencia, la capacidad que tenemos todos los seres humanos para superar situaciones traumáticas y salir fortalecidos de ellas.

La introspección, la iniciativa, la autonomía, la capacidad para relacionarse, las expresiones artísticas o deportivas, las creencias religiosas y las terapias convencionales y alternativas, son otros de los elementos a los que pueden aferrarse quienes se encuentran atravesando una situación dolorosa.

Es la capacidad que tenemos todos los seres humanos para superar situaciones traumáticas y salir fortalecidos de ellas»

«El humor es otra de las armas del alma en su lucha por la supervivencia. Es bien sabido que en la existencia humana el humor proporciona el distanciamiento necesario para sobreponerse a cualquier situación, aunque sea por un breve tiempo», narra Frankl en ‘El hombre en busca de sentido’.

«Yo mismo entrené a un colega, compañero de trabajo, para desarrollar su sentido del humor. Le sugería cada día inventar una historia divertida, una historia que previsiblemente pudiera suceder tras nuestra liberación», añade.

El humor es otra de las armas del alma en su lucha por la supervivencia porque proporciona el distanciamiento necesario para sobreponerse a cualquier situación»

Transformar lo que no nos gusta de nosotros

Marcela Holzstein, Counselor en Psicología Humanística y Directora de Mundo Kabala, plataforma online dedicada a la difusión de la sabiduría de la Kabala y el crecimiento espiritual, explica que «a mi entender existen dos propósitos. Mi talento especial para ofrecer a los demás, y lo interno (hacia adentro), hacia mí misma, es decir, mis rasgos negativos, mis sombras, mis defectos».

«Lo fundamental es poder transformarlos y pulirlos para ser una mejor persona para mí y para los demás. Pienso que todos debemos tratar de tomar conciencia de nuestra misión para llegar a sentirnos plenos y llevar una vida con sentido», subraya.

Encontrarle el sentido a la vida implica tener uno o varios propósitos, metas y objetivos por cumplir, trabajar a conciencia para lograrlos. Tener persistencia, constancia, perseverancia, y no claudicar si algo no sale como hubiéramos deseado.

En ese caso, habrá que revisar qué hicimos mal para poder encontrar otros caminos y herramientas que nos permitan acercarnos a nuestros sueños.

Encontrar el sentido a la existencia es una misión personal e intransferible, única e individual, que nos permitirá seguir construyendo nuestra identidad como seres humanos, redescubriéndonos en cada paso que demos.

Alejandro Gorenstein, en elcafediario.com/

21 mayo 2021

Meditación Domingo Pentecostés (B)

 (Cfr. www.almudi.org)

 


La venida del Espíritu Santo

“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.» Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»” (Juan 20, 19-23)

I. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que habita en nosotros. Aleluya.
Pentecostés era una de las tres grandes fiestas judías; muchos israelitas peregrinaban a Jerusalén en estos días para adorar a Dios en el Templo. El origen de la fiesta se remontaba a una antiquísima celebración en la que se daban gracias a Dios por la cosecha del año, a punto ya de ser recogida. Después se sumó en ese día el recuerdo de la promulgación de la Ley dada por Dios en el monte Sinaí. Se celebraba cincuenta días después de la Pascua, y la cosecha material que los judíos festejaban con tanto gozo se convirtió, por designio divino, en la Nueva Alianza, en una fiesta de inmensa alegría: la venida del Espíritu Santo con todos sus dones y frutos.
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar y de repente sobrevino del cielo un ruido, como de viento que irrumpe impetuosamente, y llenó toda la casa en la que se hallaban. El Espíritu Santo se manifiesta en aquellos elementos que solían acompañar la presencia de Dios en el Antiguo Testamento: el viento y el fuego.
El fuego aparece en la Sagrada Escritura como el amor que lo penetra todo, y como elemento purificador. Son imágenes que nos ayudan a comprender mejor la acción que el Espíritu Santo realiza en las almas: Ure igne Sancti Spiritus renes nostros et cor nostrum, Domine... Purifica, Señor, con el fuego del Espíritu Santo nuestras entrañas y nuestro corazón...
El fuego también produce luz, y significa la claridad con que el Espíritu Santo hace entender la doctrina de Jesucristo: Cuando venga aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa... Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. En otra ocasión, Jesús ya había advertido a los suyos: el Paráclito, el Espíritu Santo... os lo enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho. Él es quien lleva a la plena comprensión de la verdad enseñada por Cristo: «habiendo enviado por último al Espíritu de verdad, completa la revelación, la culmina y la confirma con testimonio divino».
En el Antiguo Testamento, la obra del Espíritu Santo es frecuentemente sugerida por el «soplo», para expresar al mismo tiempo la delicadeza y la fuerza del amor divino. No hay nada más sutil que el viento, que llega a penetrar por todas partes, que parece incluso llegar a los cuerpos inanimados y darles una vida propia. El viento impetuoso del día de Pentecostés expresa la fuerza nueva con que el Amor divino irrumpe en la Iglesia y en las almas.
San Pedro, ante la multitud de gente que se congrega en las inmediaciones del Cenáculo, les hace ver que se está cumpliendo lo que ya había sido anunciado por los Profetas: Sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré mi Espíritu sobre toda carne... Quienes reciben la efusión del Espíritu no son ya algunos privilegiados, como los compañeros de Moisés, o como los Profetas, sino todos los hombres, en la medida en que reciban a Cristo. La acción del Espíritu Santo debió producir, en los discípulos y en quienes les escuchan, tal admiración, que todos estaban fuera de sí, llenos de amor y alegría.

II. La venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés no fue un hecho aislado en la vida de la Iglesia. El Paráclito la santifica continuamente; también santifica a cada alma, a través de innumerables inspiraciones, que son «todos los atractivos, movimientos, reproches y remordimientos interiores, luces y conocimientos que Dios obra en nosotros, previniendo nuestro corazón con sus bendiciones, por su cuidado y amor paternal, a fin de despertarnos, movernos, empujarnos y atraernos a las santas virtudes, al amor celestial, a las buenas resoluciones; en una palabra, a todo cuanto nos encamina a nuestra vida eterna». Su actuación en el alma es «suave y apacible (...); viene a salvar, a curar, a iluminar.
En Pentecostés, los Apóstoles fueron robustecidos en su misión de testigos de Jesús, para anunciar la Buena Nueva a todas las gentes. Pero no solamente ellos: cuantos crean en Él tendrán el dulce deber de anunciar que Cristo ha muerto y resucitado para nuestra salvación. Y sucederá en los últimos días, dice el Señor, que derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, y vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños. Y sobre mis siervos y mis siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días y profetizarán. Así predica Pedro la mañana de Pentecostés, que inaugura ya la época de los últimos días, los días en que ha sido derramado de una manera nueva el Espíritu Santo sobre aquellos que creen que Jesús es el Hijo de Dios, y llevan a cabo su doctrina.
Todos los cristianos tenemos desde entonces la misión de anunciar, de cantar las magnalia Dei, las maravillas que ha hecho Dios en su Hijo y en todos aquellos que creen en Él. Somos ya un pueblo santo para publicar las grandezas de Aquel que nos sacó de las tinieblas a su luz admirable.
Al comprender que la santificación y la eficacia apostólica de nuestra vida dependen de la correspondencia a las mociones del Espíritu Santo, nos sentiremos necesitados de pedirle frecuentemente que lave lo que está manchado, riegue lo que es árido, cure lo que está enfermo, encienda lo que es tibio, enderece lo torcido. Porque conocemos bien que en nuestro interior hay manchas y partes que no dan todo el fruto que debieran porque están secas, y partes enfermas, y tibieza, y también pequeños extravíos, que es preciso enderezar.
Nos es necesario pedir también una mayor docilidad; una docilidad activa que nos lleve a acoger las inspiraciones y mociones del Paráclito con un corazón puro.

III. Para ser más fieles a la constantes mociones e inspiraciones del Espíritu Santo en nuestra alma «podemos fijarnos en tres realidades fundamentales: docilidad (...), vida de oración, unión con la Cruz».
Docilidad, «en primer lugar, porque el Espíritu Santo es quien, con sus inspiraciones, va dando tono sobrenatural a nuestros pensamientos, deseos y obras. Él es quien nos empuja a adherirnos a la doctrina de Cristo y a asimilarla con profundidad, quien nos da luz para tomar conciencia de nuestra vocación personal y fuerza para realizar todo lo que Dios espera».
El Paráclito actúa sin cesar en nuestra alma: no decimos una sola jaculatoria si no es por una moción del Espíritu Santo, como nos señala San Pablo en la Segunda lectura de la Misa. Él está presente y nos mueve en la oración, al leer el Evangelio, cuando descubrimos una luz nueva en un consejo recibido, al meditar una verdad de fe que ya habíamos considerado, quizá, muchas veces. Nos damos cuenta de que esa claridad no depende de nuestra voluntad. No es cosa nuestra sino de Dios. Es el Espíritu Santo quien nos impulsa suavemente al sacramento de la Penitencia para confesar nuestros pecados, a levantar el corazón a Dios en un momento inesperado, a realizar una obra buena. Él es quien nos sugiere una pequeña mortificación, o nos hace encontrar la palabra adecuada que mueve a una persona a ser mejor.
Vida de oración, «porque la entrega, la obediencia, la mansedumbre del cristiano nacen del amor y al amor se encaminan. Y el amor lleva al trato, a la conversación, a la amistad. La vida cristiana requiere un diálogo constante con Dios Uno y Trino, y es a esa intimidad a donde nos conduce el Espíritu Santo (...). Acostumbrémonos a frecuentar al Espíritu Santo, que es quien nos ha de santificar: a confiar en Él, a pedir su ayuda, a sentirlo cerca de nosotros. Así se irá agrandando nuestro pobre corazón, tendremos más ansias de amar a Dios y, por Él, a todas las criaturas».
Unión con la Cruz, «porque en la vida de Cristo el Calvario precedió a la Resurrección y a la Pentecostés, y ese mismo proceso debe reproducirse en la vida de cada cristiano (...). El Espíritu Santo es fruto de la Cruz, de la entrega total a Dios, de buscar exclusivamente su gloria y de renunciar por entero a nosotros mismos».
Podemos terminar nuestra oración haciendo nuestras las peticiones que se contienen en el himno que se canta en la Secuencia de la Misa de este día de Pentecostés: Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, padre de los pobres; ven, dador de las gracias; ven, lumbre de los corazones. Consolador óptimo, dulce huésped del alma, dulce refrigerio. Descanso en el trabajo, en el ardor tranquilidad, consuelo en el llanto. ¡Oh luz santísima!, llena lo más íntimo de los corazones de tus fieles(...). Concede a tus fieles que en Ti confían, tus siete sagrados dones. Dales el mérito de la virtud, dales el puerto de la salvación, dales el eterno gozo.
Para tratar mejor al Espíritu Santo nada tan eficaz como acercarnos a Santa María, que supo secundar como ninguna otra criatura las inspiraciones del Espíritu Santo. Los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres y con María la Madre de Jesús.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal

Homilía Domingo Pentecostes (B)

 (Cfr. www.almudi.com)

 


            (Hch 2,1-11) "Empezaron a hablar en lenguas extranjeras"
            (1 Cor 12,3b-7.12-13) "En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común"
            (Jn 20,19-23) "Recibid el Espíritu Santo

 

Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Los días que transcurrieron entre la Resurrección del Señor y la Ascensión debieron constituir para sus discípulos una experiencia inolvidable. Aunque las apariciones y desapariciones se sucedían inesperadamente, esa compañía junto al Señor glorificado explicándoles tantas cosas debió quedar fuertemente marcada en sus corazones. Sin embargo, el Señor les había adelantado esto: Os conviene que Yo me vaya para que venga el Espíritu Santo. Algo muy importante debería ser esta llegada. ¿Habría para los discípulos algo más grande que Jesucristo al que habían visto realizar tantos prodigios y que ahora contemplaban vencedor de la muerte?

¿Por qué ese os conviene que Yo me vaya? Se podría aventurar que los discípulos hasta entonces estaban con Cristo, o mejor, que Cristo estaba con ellos. Pero al llegar el Espíritu Santo, Cristo está en ellos. Desde ese momento, somos hijos del Padre, hermanos de Jesucristo y confidentes del Espíritu Santo. Él hizo que gente que estaba atemorizada se transformaran, tras el acontecimiento de Pentecostés, en personas que dan abiertamente la cara por Jesucristo. Quienes no se atrevían a hablar se convirtieron en cuestión de horas en gentes que no se podían callar. Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído, responden ante la prohibición expresa de hablar de Jesucristo. El contraste es evidente: antes miedo, dudas, puertas cerradas; ahora: valor, empuje, alegría, paz. Es una segunda creación, expresada en el gesto de Jesús exhalando el aliento sobre ellos, recuerdo del gesto creador de Dios infundiendo vida a Adán (Gen 2, 7).

Éste fue el origen de la Iglesia, su secreto, su fuerza, su alma. Éste, también, el secreto de los santos. Tal vez podamos preguntar o decir: ¿por qué yo no tengo o no siento ese empuje, ese ardor? ¿Hasta qué punto lo que leemos en los Hechos de los Apóstoles no obedece a una época dorada de la Iglesia? S: Pablo nos dice que somos templos del Espíritu Santo. Recordemos el episodio de la expulsión de los mercaderes del Templo. “No convirtáis la casa de mi Padre en un mercado” ¿No será que el templo de nuestra alma por todas esas preocupaciones y algarabía que la llenan parece un mercado?

¡Vivir para adentro, para escuchar más a Dios, incluso en medio de nuestras ocupaciones! “En mi meditación se enciende el fuego” (S. 38). Nos sentiremos invadidos por la fuerza de lo alto, como los Apóstoles, si escuchamos al Espíritu Santo que fue derramado en nuestros corazones el día del Bautismo. No olvidemos que el acontecimiento de Pentecostés se produjo en una atmósfera de oración. Si falta vibración, si notamos que estamos como apagados, debemos examinar si mi casa -templo de Dios- no ha sido ocupada por ladrones, por el bullicio de un mercado.

¡Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, enciende en ellos el fuego de tu amor y renovarás la faz de la tierra, cambiarás tantas cosas que no van, que no te agradan, Señor, y que marcan con el sufrimiento a tantos hijos tuyos!

 

19 mayo 2021

LIBRO DE LA SEMANA (14 Mayo): La villa de las telas

 (Cfr. www.todostuslibros.com)

 


La villa de las telas (campaña verano -edición limitada a precio especial) 
 
Una emocionante saga familiar, para fans de Downton Abbey, María Dueñas, Kate Morton o Lucinda Riley, que ha cautivado ya a más de dos millones y medio de lectores. «Una familia i...
Editorial:
DEBOLSILLO
Traductor:
Marta Mabres Vicens;
Encuadernación:
Tapa blanda o Bolsillo
País de publicación :
España
Idioma de publicación :
Español
Idioma original :
Alemán
 
 
Sinopsis

Sinopsis de: "La villa de las telas (campaña verano -edición limitada a precio especial)"

Una emocionante saga familiar, para fans de Downton Abbey, María Dueñas, Kate Morton o Lucinda Riley, que ha cautivado ya a más de dos millones y medio de lectores. «Una familia industrial a principios del siglo XX: celos, intrigas, secretos oscuros y un gran amor. La villa de las telas es una novela que engancha al lector hasta la última línea.»Sarah Lark Una mansión.Una poderosa familia.Un oscuro secreto. El destino de una familia en tiempos convulsos y un amor que todo lo vence. Augsburgo, 1913. La joven Marie entra a trabajar en la cocina de la impresionante villa de los Melzer, una rica familia dedicada a la industria textil. Mientras Marie, una pobre chica proveniente de un orfanato, lucha por abrirse paso entre los criados, los Melzer esperan con ansia el comienzo de la nueva temporada invernal de baile, momento en el que se presentará en sociedad la bella Katharina. Solo Paul, el heredero, permanece ajeno al bullicio, pues prefiere su vida de estudiante en Múnich. Hasta que conoce a Marie... Reseñas:«Es una gran historia de amor, con tintes dramáticos y secretos familiares, que nos ha gustado tanto por su calidad literaria como por su preciosismo histórico.»Revista Kritica «Una novela histórica muy entretenida que capta el ambiente de comienzos del siglo XX.»Fränkische Nachrichten «Amor imposible y las rígidas normas sociales de la Europa central a principios del siglo XX serán el escenario en el que se desenvuelva esta entretenida historia llena de secretos.»Jorge Pato García, El Imparcial «Downtown Abbey en Augsburgo.»Histo-couch «Este libro lo tiene todo, todo que podríamos desear para un día de lluvia: una gran historia de amor, intriga [...] y un gran secreto familiar.»Delmenhorster Kreisblatt «La villa de las telas es el primer volumen de una emocionante saga sobre una dinastía familiar con fábricas textiles. ¡Os lo recomiendo!»Franken Aktuell «Con su escritura fluida, Anne Jacobs sabe cómo seducir a sus lectoras y transportarlas a la vida de la alta sociedad de hace cien años con todo su glamour pero también con sus sombras.»Weilheimer Tagblatt En los blogs...«Una atractiva lectura, de las que conmueven y cautivan a lo largo de todas sus páginas.»Me gustan los libros «Las geniales descripciones de los espacios y la evolución psicológica que nos regala la aclamada autora Anne Jacobs hacen de esta novela toda una delicia que nos lleva a reflexionar sobre la diferencia de clases sociales.»La Petita Librería «La villa de las telas es una saga familiar que atrapa, emocionante y muy entretenida, que me ha hecho disfrutar muchísimo.»Adivina quién lee «Las intrigas y los secretos se suceden como piezas de un puzle que, poco a poco, nos permiten vislumbrar una verdad demasiado abrumadora para los habitantes de esa casa.»Forjada entre sueños «Ideal para perderse entre sus páginas en una de estas tardes de frío, con todos los ingredientes necesarios para enganchar al más escéptico.»Entérate de lo último

 

PELICULA DE LA SEMANA (14 May): Guerra de mentiras

 (Cfr. www.almudi.org)

 


Guerra de mentiras


Reseña: 

El Dr. Wolf es un alemán experto en armas químicas y en guerras bacteriológicas que ha estado varios años trabajando en Irak. De vuelta en Berlín, será requerido por el gobierno alemán para sonsacar información a un confidente iraquí que afirma haber trabajado en la fabricación de agentes químicos en su país. El Dr. Wolf descubrirá entonces que en Irak han estado investigando con Ántrax y así lo hace ver a sus superiores. Estamos en los años inmediatamente anteriores a los atentados del 11 de septiembre de 2001. Pero ¿y si la información descubierta por Wolf es falsa?

Otra película sobre los orígenes de la Guerra de Irak. Muchos años después de aquella crisis internacional ya nadie duda de la gran mentira política que rodeó esta guerra liderada por los Estados Unidos, empeñada en que el país de Oriente Medio presidido por el dictador Saddam Hussein escondía armas de destrucción masiva que ponían en peligro la estabilidad mundial.

 La búsqueda de esta justificación para iniciar el conflicto bélico es lo que se narra en Guerra de mentiras, una película alemana cuyo tono humorístico aporta una originalidad que, desde luego, debería sacar los colores de cualquier país decente, comenzando por la propia Alemania. Porque, según se dice aquí, estamos ante hechos rigurosamente reales. (Almudí JD). Decine21: AQUÍ

Distracciones, aridez y pereza

 (Cfr. www.almudi.org)

 


Durante la catequesis de hoy sobre la oración el Papa ha reflexionado sobre “algunas de las dificultades más comunes que pueden surgir en la vida de oración”

 

Catequesis del Santo Padre en españolhttps://youtu.be/TzzBIfOCoO0

Texto completo de la catequesis del Santo Padre traducida al español

Siguiendo la falsilla del Catecismo, en esta catequesis nos referimos a la experiencia vivida en la oración, procurando mostrar algunas dificultades muy comunes, que es bueno conocer y superar. Rezar no es fácil: hay tantas dificultades que vienen en la oración. Hay que conocerlas, individuarlas y superarlas.

El primer problema que se presenta a quien reza es la distracción (cfr. CCC, 2729). Empiezas a rezar y luego la mente da vueltas y vueltas por todas partes; tu corazón está ahí, la mente está ahí… la distracción de la oración. La oración suele convivir con la distracción. De hecho, a la mente humana le cuesta pararse mucho en un solo pensamiento. Todos experimentamos ese continuo torbellino de imágenes e ilusiones en constante movimiento, que nos acompaña incluso durante el sueño. Y todos sabemos que no es bueno “dar cuartelillo” a esa inclinación desordenada.

La lucha por conquistar y mantener la concentración no se refiere solo a la oración. Si no se logra un suficiente grado de concentración, no se puede estudiar con aprovechamiento ni trabajar bien. Los atletas saben que las competiciones no se ganan solo con entrenamiento físico, sino también con disciplina mental: especialmente con la capacidad de estar concentrados y mantener la atención.

Las distracciones no son culpables, pero deben combatirse. En el patrimonio de nuestra fe hay una virtud que a menudo se olvida, pero que está muy presente en el Evangelio. Se llama “vigilancia”. Y Jesús lo dice mucho: “Velad. Orad”. El Catecismo lo cita explícitamente en su exposición sobre la oración (cfr. n. 2730). A menudo Jesús recuerda a los discípulos el deber de una vida sobria, guiada por el pensamiento de que tarde o temprano volverá, como un novio de una boda o un amo de un viaje. Sin embargo, al no saber el día ni la hora de su vuelta, todos los minutos de nuestra vida son preciosos y no deben perderse en distracciones. En un instante que no sabemos resonará la voz de nuestro Señor: en ese día, bienaventurados los siervos que encuentre trabajando, concentrados en lo que realmente importa. No se han distraído en busca de cualquier atractivo que se les venía a la cabeza, sino que han procurado caminar por el sendero correcto, haciendo el bien y cumpliendo su trabajo. Esa es la distracción: que la imaginación da vueltas y vueltas... Santa Teresa llamaba a esa imaginación que da vueltas y vueltas en la oración, “la loca de la casa”: es como una loca que te hace dar vueltas y vueltas. Debemos detenerla y encerrarla, con atención.

Un discurso distinto merece el tiempo de la aridez. El Catecismo lo describe así: «el corazón está desprendido, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro» (n. 2731). La aridez nos hace pensar en el Viernes Santo, en la noche y en el Sábado Santo, todo el día: Jesús no está, está en la tumba; Jesús ha muerto: estamos solos. Y ese es el pensamiento madre de la aridez. A menudo no sabemos cuáles son las razones de esa sequedad: puede depender de nosotros, pero también de Dios, que permite ciertas situaciones de la vida exterior o interior. O, a veces, puede ser un dolor de cabeza o de hígado que te impide entrar en la oración. A veces no sabemos bien la razón. Los maestros espirituales describen la experiencia de la fe como un continuo alternarse de tiempos de consolación y de desolación; momentos en los que todo es fácil, mientras otros están marcados por una gran pesadez. Muchas veces, cuando encontramos a un amigo, decimos: “¿Cómo estás?” −“Hoy estoy regular”. Tantas veces estamos “regular”, o sea no tenemos sentimientos, no tenemos consuelos, no estamos para nadie… Son esos días grises… ¡y hay muchos en la vida! Y el peligro es tener el corazón gris: cuando ese “estar regular” llega al corazón y lo enferma…, y hay gente que vive con el corazón gris. Eso es terrible: ¡no se puede rezar, no se puede sentir el consuelo con el corazón gris! O no se puede sacar adelante una aridez espiritual con el corazón gris. El corazón debe estar abierto y luminoso, para que entre la luz del Señor. Y si no entra, hay que aguardarla con esperanza. Pero no encerrarla en lo gris.

Y otra cosa diversa es la pereza, otro defecto, otro vicio, que es una auténtica tentación contra la oración y, más en general, contra la vida cristiana. La acedia es «una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón» (CCC, 2733). Es uno de los siete “vicios capitales” porque, alimentado por la presunción, puede llevar a la muerte del alma.

Entonces, ¿qué hacer en este sucederse de entusiasmos y depresiones? Siempre hay que aprender a caminar. El verdadero progreso de la vida espiritual no consiste en multiplicar los éxtasis, sino en ser capaces de perseverar en tiempos difíciles: camina, camina, camina… Y si estás cansado, párate un poco y vuelve a caminar. Pero con perseverancia. Recordemos la parábola de San Francisco sobre la perfecta alegría: no se mide la habilidad de un fraile en las infinitas fortunas llovidas del cielo, sino en caminar con paso firme, incluso cuando no se es reconocido, incluso cuando se le maltrata, o cuando todo ha perdido el gusto de los comienzos. Todos los santos han pasado por ese “valle oscuro”, y no nos escandalicemos si, leyendo sus diarios, escuchamos el relato de tardes de oración apática, vividas sin gusto. Hay que aprende a decir: “Aunque Tú, Dios mío, parezcas hacer de todo para que yo deje de creer en Ti, yo en cambio continuo rezándote”. ¡Los creyentes nunca apagan la oración! A veces puede parecerse a la de Job, que no acepta que Dios lo trate injustamente, protesta y lo juzga. Pero, muchas veces, incluso protestar ante Dios es una forma de rezar o, como decía aquella viejecita, “enojarse con Dios también es una forma de rezar”, porque muchas veces el hijo se enfada con su padre: es una forma de relación con el padre; porque lo reconoce como “padre”, se enoja...

Y nosotros también, que somos mucho menos santos y pacientes que Job, sabemos que al final de ese tiempo de desolación, en el que hemos elevado al cielo gritos mudos y tantos “¿por qué?”, Dios nos responderá. No olvidar la oración del “¿por qué?”: es la oración que hacen los niños cuando empiezan a no entender las cosas y los psicólogos la llaman “la edad de los porqués”, porque el niño pregunta a su padre: “Papá, ¿por qué...? Papá, ¿por qué...? Papá, ¿por qué...?”. Pero atentos: el niño no escucha la respuesta del padre. El padre comienza a contestar y el niño llega con otro por qué. Solo quiere atraer la mirada del padre hacia él; y cuando nos enojamos un poco con Dios y comenzamos a decir por qué, estamos atrayendo el corazón de nuestro Padre hacia nuestra miseria, hacia nuestra dificultad, hacia nuestra vida. Pero sí, tened el valor de decirle a Dios: “¿Pero por qué…?”. Porque a veces, enojarnos un poco es bueno, porque nos hace despertar esa relación de hijo a Padre, de hija a Padre, que debemos tener con Dios. Y hasta nuestras expresiones más duras y amargas, Él las recogerá con el amor de un padre, y las considerará como un acto de fe, como una oración.

Saludos

Me alegra saludar a las personas de lengua francesa. En espera de Pentecostés, como los Apóstoles reunidos en el Cenáculo con la Virgen María, pidamos al Señor con fervor el Espíritu de consuelo y de paz para los pueblos martirizados que viven en situaciones difíciles. A todos mi bendición.

Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. Mientras nos preparamos para celebrar la solemnidad de Pentecostés, invoco sobre vosotros y vuestras familias los dones del Espíritu Santo. Dios os bendiga.

Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua alemana. En estos días de la novena de Pentecostés pidamos que el Espíritu Santo venga y llene los corazones de los fieles, y que nos dé también la fuerza de perseverar cuando rezar se hace difícil. Que el Espíritu Santo nos guíe en nuestro camino.

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. En estos días de preparación a la Solemnidad de Pentecostés, pidamos al Señor que nos envíe los dones del Espíritu Santo para poder perseverar en nuestra vida de oración con humildad y alegría, superando las dificultades con sabiduría y constancia. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua portuguesa. En estos días de preparación a la fiesta de Pentecostés, pidamos al Señor que infunda en nosotros la abundancia de los dones de su Espíritu, para que, firmes en la oración, hallemos la fuerza de lo Alto que nos hace testigos de Jesús hasta los confines de la tierra. Gracias.

Saludo a los fieles de lengua árabe. En el mes de mayo, mes dedicado a la Virgen, se reza el Santo Rosario, compendio de toda la historia de nuestra salvación. El Santo Rosario es un arma poderosa contra el mal, y un medio eficaz para obtener la verdadera paz en nuestros corazones. Que el Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal.

Saludo cordialmente a los polacos. Queridos hermanos y hermanas, nos acercamos a la solemnidad de Pentecostés. Invoquemos con corazón abierto al Espíritu Santo. Él –como proclama la secuencia litúrgica– es verdadero «padre de los pobres, dador de dones, luz de los corazones, dulce huésped del alma». Pidámosle para que traiga «refrigerio y descanso» en medio de las fatigas, del trabajo de las manos y de la mente, en medio de las inquietudes y peligros del mundo contemporáneo. ¡Que el poder del Espíritu Santo sea vuestra fuerza!

Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. La fiesta, ya cercana, de Pentecostés me da la oportunidad de animaros a implorar con más fervor al Espíritu Santo, para que colme con su amor el corazón de le personas, haga brillar en el mundo su luz, y suscites en todos propósitos y acciones de paz.

Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Invoco sobre cada uno el Espíritu Santo, para que con sus dones de gracia os sirva de apoyo y consuelo en el camino de la vida.

Fuente: vatican.va / romereports.com

Traducción de Luis Montoya

18 mayo 2021

Meditación Domingo Ascensión (B)

 (Cfr. www.almudi.org)

 

El don de sabiduría

En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».
Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban (Mc 16,15-20)

I. Existe un conocimiento de Dios y de lo que a Él se refiere al que sólo se llega con santidad. El Espíritu Santo, mediante el don de sabiduría, lo pone al alcance de las almas sencillas que aman al Señor: Yo te glorifico, Padre, Señor del Cielo y de la tierra ‑exclamó Jesús delante de unos niños-, porque has tenido encubiertas estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a los pequeños. Es un saber que no se aprende en libros sino que es comunicado por Dios mismo al alma, iluminando y llenando de amor a un tiempo la mente y el corazón, el entendimiento y la voluntad. Mediante la luz que da el amor, el cristiano tiene un conocimiento más íntimo y gustoso de Dios y de sus misterios.
«Cuando tenemos en nuestra boca una fruta, apreciamos entonces su sabor mucho mejor que si leyéramos las descripciones que de ella hacen todos los tratados de Botánica. ¿Qué descripción podría ser comparable al sabor que experimentamos cuando probamos una fruta? Así, cuando estamos unidos a Dios y gustamos de Él por la íntima experiencia, esto nos hace conocer mucho mejor las cosas divinas que todas las descripciones que puedan hacer los eruditos y los libros de los hombres más sabios». Este conocimiento se experimenta de manera particular en el don de la sabiduría.
De manera semejante a como una madre conoce a su hijo a través del amor que le tiene, así el alma, mediante la caridad, llega a un conocimiento profundo de Dios que saca del amor su luz y su poder de penetración en los misterios. Es un don del Espíritu Santo porque es fruto de la caridad infundida por Él en el alma y nace de la participación de su sabiduría infinita. San Pablo oraba por los primeros cristianos, para que fuesen fortalecidos por la acción de su Espíritu (...), para que (...), arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento. Comprender, estando cimentados en el amor..., dice el Apóstol. Es un conocimiento profundo y amoroso.
Santo Tomás de Aquino enseña que el objeto de este don es Dios mismo y las cosas divinas, en primer lugar y de modo principal, pero también lo son las cosas de este mundo en cuanto se ordenan a Dios y de Él proceden.
A ningún conocimiento más alto de Dios podemos aspirar que a este saber gustoso, que enriquece y facilita nuestra oración y toda nuestra vida de servicio a Dios y a los hombres por Dios: La sabiduría -dice la Sagrada Escritura- vale más que las piedras preciosas, y cuanto hay de codiciable no puede comparársele. La preferí a los cetros y a los tronos, y en comparación con ella tuve en nada la riqueza (...). Todo el oro ante ella es un grano de arena, y como el lodo es la plata ante ella. La amé más que a la salud y a la hermosura y antepuse a la luz su posesión, porque el resplandor que de ella brota es inextinguible. Todos los bienes me vinieron juntamente con ella (...), porque la sabiduría es quien los trae, pero yo ignoraba que fuese ella la madre de todos (...), Es para los hombres un tesoro inagotable, y los que de él se aprovechan se hacen partícipes de la amistad de Dios.
El don de sabiduría está íntimamente unido a la virtud teologal de la caridad, que da un especial conocimiento de Dios y de las personas, que dispone al alma para poseer «una cierta experiencia de la dulzura de Dios», en Sí mismo y en las cosas creadas, en cuanto se relacionan con Él.
Por estar este don tan hondamente ligado a la caridad, estaremos mejor dispuestos para que se manifieste en nosotros en la medida en que nos ejercitemos en esta virtud. Cada día son incontables las oportunidades que tenemos a nuestro alcance de ayudar y servir a los demás. Pensemos hoy en nuestra oración si son abundantes estos pequeños servicios, si realmente nos esforzamos por hacer la vida más amable a quienes están junto a nosotros.

II. «Entre los dones del Espíritu Santo, diría que hay uno del que tenemos especial necesidad todos los cristianos: el don de sabiduría que, al hacernos conocer a Dios y gustar de Dios, nos coloca en condiciones de poder juzgar con verdad sobre las situaciones y las cosas de esta vida». Con la visión profunda que da al alma este don, el cristiano que sigue de cerca al Señor contempla la realidad creada con una mirada más alta, pues participa de algún modo de la visión que Dios tiene en Sí mismo de todo lo creado. Todo lo juzga con la claridad de este don.
Los demás son entonces una ocasión continua para ejercer la misericordia, para hacer un apostolado eficaz acercándolos al Señor. El cristiano comprende mejor la inmensa necesidad que tienen los hombres de que se les ayude en su caminar hacia Cristo. Se ve a los demás como a personas muy necesitadas de Dios, como Jesús las veía.
Los santos, iluminados por este don, han entendido en su verdadero sentido los sucesos de esta vida: los que consideramos como grandes e importantes y los de apariencia pequeña. Por eso, no llaman desgracia a la enfermedad, a las tribulaciones que han debido padecer, porque comprendieron que Dios bendice de muchas maneras, y frecuentemente con la Cruz; saben que todas las cosas, también lo humanamente inexplicable, coopera al bien de los que aman a Dios.
«Las inspiraciones del Espíritu Santo, a las que este don hace que seamos dóciles, nos aclaran poco a poco el orden admirable del plan providencial, aun y precisamente en aquellas cosas que antes nos dejaban desconcertados, en los casos dolorosos e imprevistos, permitidos por Dios en vista de un bien superior».
Las mociones de la gracia a través del don de sabiduría nos traen una gran paz, no sólo para nosotros, sino también para el prójimo; nos ayudan a llevar la alegría allí donde vamos, y a encontrar esa palabra oportuna que ayuda a reconciliar a quienes están desunidos. Por eso a este don corresponde la bienaventuranza de los pacíficos, aquellos que, teniendo paz en sí mismos, pueden comunicarla a los demás. Esta paz, que el mundo no puede dar, es el resultado de ver los acontecimientos dentro del plan providente de Dios, que no se olvida en ningún momento de sus hijos.

III. El don de sabiduría nos da una fe amorosa, penetrante, una claridad y seguridad en el misterio inabarcable de Dios, que nunca pudimos sospechar. Puede ser en relación a la presencia y cercanía de Dios, o a la presencia real de Jesucristo en el Sagrario, que nos produce una felicidad inexplicable por encontrarnos delante de Dios. «Permanece allí, sin decir nada o simplemente repitiendo algunas palabras de amor, en contemplación profunda, con los ojos fijos en la Hostia Santa, sin cansarse de mirarle. Le parece que Jesús penetra por sus ojos hasta lo más profundo de ella misma...».
Lo ordinario, sin embargo, será que encontremos a Dios en la vida corriente, sin particulares manifestaciones, pero con la íntima seguridad de que nos contempla, que ve nuestros quehaceres, que nos mira como hijos suyos... En medio de nuestro trabajo, en la familia, el Espíritu Santo nos enseña, si somos fieles a sus gracias, que todo aquello es el medio normal que Dios ha puesto a nuestro alcance para servirle aquí y contemplarle luego por toda la eternidad.
En la medida en que vamos purificando nuestro corazón, entendemos mejor la verdadera realidad del mundo, de las personas (a quienes vemos como hijos de Dios) y de los acontecimientos, participando en la visión misma de Dios sobre lo creado, siempre según nuestra condición de creaturas.
El don de sabiduría ilumina nuestro entendimiento y enciende nuestra voluntad para poder descubrir a Dios en lo corriente de todos los días, en la santificación del trabajo, en el amor que ponemos por acabar con perfección la tarea, en el esfuerzo que supone estar siempre dispuestos a servir a los demás.
Esta acción amorosa del Espíritu Santo sobre nuestra vida sólo será posible si cuidamos con esmero los tiempos que tenemos especialmente dedicados a Dios: la Santa Misa, los ratos de meditación personal, la Visita al Santísimo... Y esto en las temporadas normales y en las que tenemos un trabajo que parece superar nuestra capacidad de sacarlo adelante; cuando tenemos una devoción más fácil y sencilla y cuando llega la aridez; en los viajes, en el descanso, en la enfermedad... Y junto al cuidado de estos momentos más particularmente dedicados a Dios, no ha de faltarnos el interés para que en el trasfondo de nuestro día se encuentre siempre el Señor. Presencia de Dios alimentada con jaculatorias, acciones de gracias, petición de ayuda, actos de desagravio, pequeñas mortificaciones que nacen con ocasión de nuestra labor o que buscamos libremente...
«Que la Madre de Dios y Madre nuestra nos proteja, con el fin de que cada uno de nosotros pueda servir a la Iglesia en la plenitud de la fe, con los dones del Espíritu Santo y con la vida contemplativa. Cada uno realizando los deberes personales, que le son propios; cada uno en su oficio y profesión, y en el cumplimiento de las obligaciones de su estado, honre gozosamente al Señor».

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

 

Homilía Domingo Ascensión del Señor (B)

 (Cfr. www.almudi.org)

 


(Hch 1,1-11) "Galileos, ¿qué hacéis mirando al cielo?"
(Ef 1,17-23) "Y todo lo puso bajo sus pies"
(Mc 16,15-20)"Id al mundo entero y proclamad el Evangelio"

Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II


--- Ascensión

“Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre” (Jn 16,28).

Son las palabras que pronunció Cristo la víspera de su pasión y muerte en la cruz cuando, en el Cenáculo, se despedía de los Apóstoles (Hch 1,3). A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios. El Salmo nos invita a proclamar: “Sube Dios entre aclamaciones” (Sal 47,6).

Los autores sagrados describen la vuelta de Cristo al Padre. “El Señor -dice San Marcos-(...) fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios” (Mc 16,19). En los Hechos de los Apóstoles, el Evangelista San Lucas escribe: “Fue levantado en presencia de ellos (de los discípulos), y una nube lo ocultó a sus ojos” (Hch 1,9). En el AT la nube era señal de la presencia de Dios (cf. EX 13,21-22; 40,34-35), por lo que Jesucristo, saliendo del mundo visible, es envuelto por esta presencia divina. Termina su presencia visible en la tierra, el Hijo unigénito hecho hombre vive en el seno trinitario con el Padre y el Espíritu Santo.

San Pablo, por su parte, en la Carta a los Efesios, comenta de este modo el misterio de la Ascensión: “¿Qué quiere decir «subió» sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Éste que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo” (Ef 4,9-10). Así se cumplieron las palabras del Señor: “Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre”.

En la Ascensión, Jesucristo “sube” a fin de completar todas las cosas: el mundo entero, todas las criaturas, y la historia del hombre.

--- ”Id por todo el mundo”: el Espíritu Santo

En esta perspectiva se explica el último mandato que Jesús dio a sus Apóstoles antes de ir al Padre: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15). Así escribe el evangelista San Marcos, mientras que en los Hechos de los Apóstoles, San Lucas refiere: “Seréis mis testigos -dice el Señor- en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). Predicar el Evangelio quiere decir dar testimonio de Cristo: de aquél que “pasó haciendo el bien” (cf. Hch 10,38), de aquél que fue crucificado por los pecados del mundo, de aquél que resucitó y vive para siempre.

La predicación del Evangelio, esto es, dar testimonio de Cristo es deber de todas las personas bautizadas en el Espíritu Santo. Antes de volver al Padre, el Señor Jesús subraya exactamente este hecho, al ordenar a los Apóstoles que esperaban el cumplimiento de la promesa del Padre: “Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días... Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,5.8).

La Iglesia sólo con la fuerza del Espíritu Santo puede dar testimonio de Cristo. Sólo con su fuerza puede predicar el Evangelio a toda criatura.

La Ascensión del Señor está ligada íntimamente a Pentecostés, y la Iglesia dedica los días intermedios entre ambas a la novena al Espíritu Santo, cuyo inicio tuvo lugar en el Cenáculo de Jerusalén.

Jesucristo subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Esta plenitud del mundo creado se realiza en virtud del Espíritu Santo. Esta obra tiene lugar en la historia terrena de los hombres: el Espíritu Santo plasma de manera invisible pero real, lo que el Apóstol San Pablo llama el Cuerpo de Cristo, refiriéndose a él con los siguientes términos: “Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos” (Ef 4,4-6).

De este modo la Ascensión del Señor no es solamente una despedida; más bien es el inicio de una nueva presencia y de una nueva acción salvífica: “Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo” (Jn 5,17). Este obrar con la fuerza del Espíritu Santo, del Espíritu Paráclito que descendió en Pentecostés, da la fuerza divina a la vida terrena de la humanidad en la Iglesia visible. Con la fuerza del Espíritu Santo, Cristo glorificado a la derecha del Padre, el Señor de la Iglesia, concede “a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo” (Ef 4,12). Estos son los criterios esenciales de la constante vitalidad de la Iglesia.

--- Espera activa

La Pascua es una nueva creación del mundo y del hombre. Todo lo celebramos en la Eucaristía dominical: lo nuevo, lo creativo, y lo que hace descansar, “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo” (Ordinario de la misa).

“Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Éste que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como lo habéis visto subir al cielo” (Hch 1,11). Con estas palabras termina el relato de la Ascensión del Señor. Antes, Cristo mismo había dicho: “No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros” (Jn 14,18), afirmación que alguno podría considerar referida sólo a las apariciones en aquellos cuarenta días, después de la resurrección. ¡Pero no! De hecho, cuando ya subía definitivamente al Padre, dijo: “Y he aquí que estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 18,20).

Este “yo estoy” tiene la fuerza del nombre de Dios. “Yo estoy” como hijo en el Padre (o, a la diestra del Padre), y “estoy con vosotros” (quiere decir con la Iglesia y con el mundo), en el poder del Espíritu Santo. Gracias a este poder, nuestra permanencia en la fe cristiana tiene carácter de espera de su venida: la segunda definitiva venida de Cristo Salvador.

Pero esta espera no es pasiva: constituye la edificación del Cuerpo de Cristo. La humanidad debe dar este “Cuerpo” definitivo y escatológico a aquél que asumió el cuerpo, haciéndose hombre en el seno de la Virgen María. ¡No permanezcamos, pues, pasivamente a su espera! En todos lados, en el trabajo o durante el tiempo libre, en tu tierra o viajando por otros lugares, cuando acoges a otros o aceptas su hospitalidad, ¡eres heraldo itinerante de Cristo! Debemos llegar “todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios”. Debemos llegar al estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo (Ef 4,13).

La Ascensión del Señor es, a la luz de la liturgia de hoy, la solemnidad de la maduración del Espíritu Santo para “la plenitud de Cristo”. Jesús nos conduce al Padre eterno de nuestras almas (cf. 1 P 2,25).