El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a los judíos: -Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que
come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne
para la vida del mundo. Disputaban entonces los judíos entre sí: ¿Cómo
puede éste darnos a comer su carne? Entonces Jesús les dijo: -Os aseguro
que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no
tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene
vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera
comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi
sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo
vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por mí. Este es
el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo
comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre” (Juan 6,51-59).
I. Lauda, Sion, Salvatorem... Alaba,
Sión, al Salvador; alaba al guía y al pastor con himnos y cánticos. Hoy
celebramos esta gran Solemnidad en honor del misterio eucarístico. En
ella se unen la liturgia y la piedad popular, que no han ahorrado
ingenio y belleza para cantar al Amor de los amores. Para este día,
Santo Tomás compuso esos bellísimos textos de la Misa y del Oficio
divino. Hoy debemos dar muchas gracias al Señor por haberse quedado
entre nosotros, desagraviarle y mostrarle nuestra alegría por tenerlo
tan cerca: Adoro te, devote, latens Deitas..., te adoro con devoción,
Dios escondido..., le diremos hoy muchas veces en la intimidad de
nuestro corazón.
En la Visita al Santísimo podremos
decirle al Señor despacio, con amor: plagas, sicut Thomas, non
intueor..., no veo las llagas, como las vio Tomás, pero confieso que
eres mi Dios; haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere, que te
ame.
La fe en la presencia real de Cristo en
la Sagrada Eucaristía llevó a la devoción a Jesús Sacramentado también
fuera de la Misa. La razón de conservar las Sagradas Especies, en los
primeros siglos de la Iglesia, era poder llevar la comunión a los
enfermos y a quienes, por confesar su fe, se encontraban en las cárceles
en trance de sufrir martirio. Con el paso del tiempo, la fe y el amor
de los fieles enriquecieron la devoción pública y privada a la Sagrada
Eucaristía. Esta fe llevó a tratar con la máxima reverencia el Cuerpo
del Señor y a darle un culto público. De esta veneración tenemos muchos
testimonios en los más antiguos documentos de la Iglesia, y dio lugar a
la fiesta que hoy celebramos.
Nuestro Dios y Señor se encuentra en el
Sagrario, allí está Cristo, y allí deben hacerse presentes nuestra
adoración y nuestro amor. Esta veneración a Jesús Sacramentado se
expresa de muchas maneras: bendición con el Santísimo, procesiones,
oración ante Jesús Sacramentado, genuflexiones que son verdaderos actos
de fe y de adoración... Entre estas devociones y formas de culto,
«merece una mención particular la solemnidad del Corpus Christi como
acto público tributado a Cristo presente en la Eucaristía (...). La
Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico.
Jesús nos espera en este sacramento del Amor. No escatimemos tiempo para
ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y
abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca
nuestra adoración». Especialmente el día de hoy ha de estar lleno de
actos de fe y de amor a Jesús sacramentado.
Si asistimos a la procesión, acompañando
a Jesús, lo haremos como aquel pueblo sencillo que, lleno de alegría,
iba detrás del Maestro en los días de su vida en la tierra,
manifestándole con naturalidad sus múltiples necesidades y dolencias;
también la dicha y el gozo de estar con Él. Si le vemos pasar por la
calle, expuesto en la Custodia, le haremos saber desde la intimidad de
nuestro corazón lo mucho que representa para nosotros...«Adoradle con
reverencia y con devoción; renovad en su presencia el ofrecimiento
sincero de vuestro amor; decidle sin miedo que le queréis; agradecedle
esta prueba diaria de misericordia tan llena de ternura, y fomentad el
deseo de acercaros a comulgar con confianza. Yo me pasmo ante este
misterio de Amor: el Señor busca mi pobre corazón como trono, para no
abandonarme si yo no me aparto de Él». En ese trono de nuestro corazón
Jesús está más alegre que en la Custodia más espléndida.
II. El Señor los alimentó con flor de harina y los sació con miel silvestre, nos recuerda la Antífona de entrada de la Misa.
Durante años el Señor alimentó con el
maná al pueblo de Israel errante por el desierto. Aquello era imagen y
símbolo de la Iglesia peregrina y de cada hombre que va camino de su
patria definitiva, el Cielo; aquel alimento del desierto es figura del
verdadero alimento, la Sagrada Eucaristía. «Éste es el sacramento de la
peregrinación humana (...). Precisamente por esto, la fiesta anual de la
Eucaristía que la Iglesia celebra hoy contiene en su liturgia tantas
referencias a la peregrinación del pueblo de la Alianza en el desierto».
Moisés recordará con frecuencia a los israelitas estos hechos
prodigiosos de Dios con su Pueblo: No sea que te olvides del Señor tu
Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud....
Hoy es un día de acción de gracias y de
alegría porque el Señor se ha querido quedar con nosotros para
alimentarnos, para fortalecernos, para que nunca nos sintamos solos. La
Sagrada Eucaristía es el viático, el alimento para el largo caminar de
la vida hacia la verdadera Vida. Jesús nos acompaña y fortalece aquí en
la tierra, que es como una sombra comparada con la realidad que nos
espera; y el alimento terreno es una pálida imagen del alimento que
recibimos en la Comunión. La Sagrada Eucaristía abre nuestro corazón a
una realidad totalmente nueva.
Aunque celebramos una vez al año esta
fiesta, en realidad la Iglesia proclama cada día esta dichosísima
verdad: Él se nos da diariamente como alimento y se queda en nuestros
Sagrarios para ser la fortaleza y la esperanza de una vida nueva, sin
fin y sin término. Es un misterio siempre vivo y actual.
Señor, gracias por haberte quedado. ¿Qué
hubiera sido de nosotros sin Ti? ¿Dónde íbamos a ir a restaurar
fuerzas, a pedir alivio? ¡Qué fácil nos haces el camino desde el
Sagrario!
III. Un día que Jesús dejaba ya la
ciudad de Jericó para proseguir su camino hacia Jerusalén, pasó cerca de
un ciego que pedía limosna junto al camino. Y éste, al oír el ruido de
la pequeña comitiva que acompañaba al Maestro, preguntó qué era aquello.
Y quienes le rodeaban le contestaron: Es Jesús de Nazaret que pasa.
Si hoy, en tantas ciudades y aldeas
donde se tiene esa antiquísima costumbre de llevar en procesión a Jesús
Sacramentado, alguien preguntara al oír también el rumor de las gentes:
«¿qué es?», «¿qué ocurre?», se le podría contestar con las mismas
palabras que le dijeron a Bartimeo: es Jesús de Nazaret que pasa. Es Él
mismo, que recorre las calles recibiendo el homenaje de nuestra fe y de
nuestro amor. ¡Es Él mismo! Y, como a Bartimeo, también se nos debería
encender el corazón para gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de
mí! Y el Señor, que pasa bendiciendo y haciendo el bien, tendrá
compasión de nuestra ceguera y de tantos males como a veces pesan en el
alma. Porque la fiesta que hoy celebramos, con una exuberancia de fe y
de amor, «quiere romper el silencio misterioso que circunda a la
Eucaristía y tributarle un triunfo que sobrepasa el muro de las iglesias
para invadir las calles de las ciudades e infundir en toda comunidad
humana el sentido y la alegría de la presencia de Cristo, silencioso y
vivo acompañante del hombre peregrino por los senderos del tiempo y de
la tierra». Y esto nos llena el corazón de alegría. Es lógico que los
cantos que acompañen a Jesús Sacramentado, especialmente este día, sean
cantos de adoración, de amor, de gozo profundo. Cantemos al Amor de los
amores, cantemos al Señor; Dios está aquí, venid, adoremos a Cristo
Redentor... Pange, lingua, gloriosi... Canta, lengua, el misterio del
glorioso Cuerpo de Cristo... La procesión solemne que se celebra en
tantos pueblos y ciudades de tradición cristiana es de origen muy
antiguo y es expresión con la que el pueblo cristiano da testimonio
público de su piedad hacia el Santísimo Sacramento. En este día el Señor
toma posesión de nuestras calles y plazas, que la piedad alfombra en
muchos lugares con flores y ramos; para esta fiesta se proyectaron
magníficas Custodias, que se hacen más ricas cuanto más cerca de la
Forma consagrada están los elementos decorativos. Muchos serán los
cristianos que hoy acompañen en procesión al Señor, que sale al paso de
los que quieren verle, «haciéndose el encontradizo con los que no le
buscan. Jesús aparece así, una vez más, en medio de los suyos: ¿cómo
reaccionamos ante esa llamada del Maestro? (...).
»La procesión del Corpus hace presente a
Cristo por los pueblos y las ciudades del mundo. Pero esa presencia
(...) no debe ser cosa de un día, ruido que se escucha y se olvida. Ese
pasar de Jesús nos trae a la memoria que debemos descubrirlo también en
nuestro quehacer ordinario. Junto a esa procesión solemne de este
jueves, debe estar la procesión callada y sencilla, de la vida corriente
de cada cristiano, hombre entre los hombres, pero con la dicha de haber
recibido la fe y la misión divina de conducirse de tal modo que renueve
el mensaje del Señor en la tierra (...).
»Vamos, pues, a pedir al Señor que nos
conceda ser almas de Eucaristía, que nuestro trato personal con Él se
exprese en alegría, en serenidad, en afán de justicia. Y facilitaremos a
los demás la tarea de reconocer a Cristo, contribuiremos a ponerlo en
la cumbre de todas las actividades humanas. Se cumplirá la promesa de
Jesús: Yo, cuando sea exaltado sobre la tierra, todo lo atraeré hacia mí
(Jn 12, 32)».
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.