(Cfr. www.almudi.org)
(Hch 10,34a. 37-43) "Dios lo resucitó al tercer día"
(Col 3,1-4) "Buscad los bienes de allá arriba"
(Jn 20,1-9) "Vio y creyó"
Homilía con textos de homilías pronunciadas por San Juan Pablo II.
Alocución “Urbi et Orbi” en el Domingo de Resurrección (6-IV-1980)
“...y vio que la piedra había sido movida” (Jn 20,1).
En la anotación de los acontecimientos del día que siguió a aquel sábado, estas palabras tienen un significado clave.
Al lugar donde había sido puesto Jesús,
la tarde del viernes, llega María Magdalena, llegan las otras mujeres.
Jesús había sido colocado en una tumba nueva, excavada en la roca, en la
cual nadie había sido sepultado anteriormente. La tumba se hallaba a
los pies del Gólgota, allí donde Jesús crucificado expiró, después que
el centurión le traspasara el costado con la lanza para constatar con
certeza la realidad de su muerte. Jesús había sido envuelto en lienzos
por las manos caritativas y afectuosas de las piadosas mujeres que,
junto con su madre y con Juan, el discípulo predilecto, habían asistido a
su extremo sacrificio. Pero, dado que caía rápidamente la tarde e
iniciaba el sábado de pascua, las generosas y amorosas discípulas se
vieron obligadas a dejar la unción del cuerpo santo y martirizado de
Cristo para la próxima ocasión, apenas la ley religiosa de Israel lo
permitiese.
Se dirigen pues al sepulcro, el día
siguiente al sábado, temprano, es decir, al romper el día, preocupadas
de cómo remover la piedra que había sido puesta a la entrada del
sepulcro, el cual además había sido sellado.
Y he aquí que, llegadas al lugar, vieron que la piedra había sido removida del sepulcro.
Aquella piedra colocada a la entrada de
la tumba, se había convertido primeramente en un mudo testigo de la
muerte del Hijo de Hombre.
Con piedra así se concluía el curso de
la vida de tantos hombres de entonces en el cementerio de Jerusalén: más
aún, el ciclo de la vida de todos los hombres en los cementerios de la
tierra.
Bajo el peso de la losa sepulcral, tras
su barrera imponente, se cumple en el silencio del sepulcro la obra de
la muerte, es decir, el hombre salido del polvo se transforma lentamente
en polvo (cfr. Gen 3,19).
La piedra puesta la tarde del Viernes
Santo sobre la tumba de Jesús, se ha convertido, como todas las losas
sepulcrales, en el testigo mudo de la muerte del Hombre, del Hijo del
Hombre.
¿Qué testimonia esta losa, el día después del sábado, en las primeras horas del día?
¿Qué nos dice? ¿Qué anuncia la piedra removida del sepulcro?
--- Testigos de la Resurrección
En el Evangelio no hay una respuesta
humana adecuada. No aparece en los labios de María de Magdala. Cuando
asustada, por la ausencia del cuerpo de Jesús en la tumba, esta mujer
corre a avisar a Simón Pedro y al otro discípulo al que Jesús amaba
(cfr. Jn 20,2), su lenguaje humano encuentra solamente estas palabras
para expresar lo sucedido:
“Han tomado al Señor del monumento y no sabemos dónde lo han puesto” (Jn 20,2).
También Simón Pedro y el otro discípulo
se dirigieron de prisa al sepulcro; y Pedro, entrando dentro, vio las
vendas por tierra, y el sudario que había sido puesto sobre la cabeza de
Jesús, al lado (cfr. Jn 20,7).
Entonces entró también el otro
discípulo, vio y creyó; “aún no se había dado cuenta de la Escritura,
según la cual era preciso que Él resucitase de entre los muertos” (Jn
20,9).
Vieron y comprendieron que los hombres
no habían logrado derrotar a Jesús con la losa sepulcral, sellándola con
la señal de la muerte.
La Iglesia canta con alegría las palabras del antiguo Salmo:
“¡Alabad a Yavé, porque es bueno, porque es eterno su amor! ¡Diga la casa de Israel: que es eterno su amor!” (Sal 118,1-2).
“Excelsa la diestra de Yahveh, la
diestra de Yahveh hace proezas! No, no he de morir, que viviré, y
contaré las obras de Yahveh” (Sal 118,16-17).
“La piedra que los constructores
desecharon en piedra angular se ha convertido; esta ha sido la obra de
Yahveh, una maravilla a nuestros ojos” (Sal 118,22-23).
Los artífices de la muerte del Hijo del
Hombre, para mayor seguridad, “pusieron guardia al sepulcro después de
haber sellado la piedra” (Mt 27,66).
Muchas veces los constructores del
mundo, por el cual Cristo quiso morir han tratado de poner una piedra
definitiva sobre su tumba.
Pero la piedra permanece siempre
removida de su sepulcro; la piedra, testigo de la muerte, se ha
convertido en testigo de la Resurrección:
“Excelsa la diestra de Yahveh, la diestra de Yahveh hace proezas!” (Sal 118,16).
La Iglesia anuncia siempre y de nuevo la
Resurrección de Cristo. La Iglesia repite siempre con alegría a los
hombres las palabras de los ángeles y de las mujeres pronunciadas en
aquella radiante mañana en la que la muerte fue vencida.
La Iglesia anuncia que está vivo Aquel
que se ha convertido en nuestra Pascua. Aquel que ha muerto en la cruz
revela la plenitud de la Vida.
--- No rechaces a Cristo
Este mundo que por desgracia hoy, de diversas maneras, parece querer la “muerte de Dios”, escuche el mensaje de la Resurrección.
Todos vosotros que anunciáis “la muerte
de Dios”, que tratáis de expulsar a Dios del mundo humano, deteneos y
pensad que “la muerte de Dios” puede comportar fatalmente “la muerte del
hombre”.
Cristo ha resucitado para que el hombre
encuentre el auténtico significado de la existencia, para que el hombre
viva en plenitud de su propia vida, para que el hombre, que viene de
Dios, viva en Dios.
Cristo ha resucitado. Él es la piedra
angular. Ya entonces se quiso rechazarlo y vencerlo con la piedra
vigilada y sellada del sepulcro. Pero aquella piedra fue removida.
Cristo ha resucitado.
No rechacéis a Cristo vosotros, los que construís el mundo humano.
No lo rechacéis vosotros, los que, de
cualquier manera y en cualquier sector, construís el mundo de hoy y de
mañana: el mundo de la cultura y de la civilización, el mundo de la
economía y de la política, el mundo de la ciencia y de la información.
Vosotros que construís el mundo de la paz... ¿o de la guerra? Vosotros
que construís el mundo del orden..., ¿o del terror? No rechacéis a
Cristo: ¡Él es la piedra angular!
Que no lo rechace ningún hombre, porque cada uno es responsable de su destino: constructor o destructor de la propia existencia.
Cristo resucitó ya antes de que el Ángel
removiera la losa sepulcral. Él se reveló después como piedra angular,
sobre la cual se construye la historia de la humanidad entera y la de
cada uno de nosotros.
Pongamos nuestra confianza en la fuerza
de la cruz y de la Resurrección; ¡tal fuerza es más poderosa que la
debilidad de toda división humana!
La Iglesia se acerca hoy a cada hombre
con el deseo pascual: el deseo de construir el mundo sobre Cristo.
Cristo “nuestra pascua” no deja de ser peregrino con nosotros en el
camino de la historia, y cada uno puede encontrarlo, porque Él no cesa
de ser el Hermano del hombre en cada época y en cada momento.