Te basta mi gracia
«Partió de allí y se fue a su ciudad,
y le seguían sus discípulos. Llegado el sábado, se puso a enseñar en la
sinagoga, y muchos de los oyentes, admirados, decían: ¿De dónde sabe
éste estas cosas? ¿Y qué sabiduría es la que se le ha dado y estos
milagros que se hacen por sus manos? ¿No es éste el artesano, el hijo de
María, y hermano de Santiago y de José y de Judas y de Simón? ¿Y sus
hermanas no viven aquí entre nosotros? Y se escandalizaban de él. Y les
decía Jesús: No hay profeta menospreciado sino en su propia patria,
entre sus parientes y en su casa. Y no podía hacer allí ningún milagro;
solamente sanó a unos pocos enfermos imponiéndoles las manos. Y se
asombraba por causa de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas
de los contornos enseñando.» (Marcos 6, 1-6)
I. En la Segunda lectura de la Misa nos
muestra San Pablo su profunda humildad. Después de hablar a los de
Corinto de sus trabajos por Cristo y de las visiones y revelaciones del
Señor, les declara también su debilidad: para que no me engría, me fue
clavado un aguijón en la carne, un ángel de Satanás, para que me
abofetee, y no me engría.
No sabemos con seguridad a qué se
refiere San Pablo cuando habla de este aguijón de la carne. Algunos
Padres (San Agustín) piensan que se trata de una enfermedad física
particularmente dolorosa; otros (San Juan Crisóstomo) creen que se
refiere a las tribulaciones que le causan las continuas persecuciones de
que es objeto; y algunos (San Gregorio Magno) opinan que se refiere a
tentaciones especialmente difíciles de rechazar. De todas formas, es
algo que humilla al Apóstol, que entorpece en cierto modo su tarea de
Evangelizador.
San Pablo había pedido al Señor por tres
veces que apartara de él ese obstáculo. Y recibió esta sublime
respuesta: Te basta mi gracia, porque la fuerza resplandece en la
flaqueza. Para superar esa dificultad le basta la ayuda de Dios, y sirve
además para poner de manifiesto el poder divino que le permite
superarla. Al contar con la ayuda de Dios es más fuerte, y esto le hace
exclamar: por eso, con sumo gusto me gloriaré más todavía en mis
flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones y
angustias, por Cristo; pues cuando soy débil, entonces soy fuerte. En
nuestra debilidad experimentamos constantemente la necesidad de acudir a
Dios y a la fortaleza que de Él nos viene. ¡Cuántas veces nos ha dicho
el Señor en la intimidad de nuestro corazón: Te basta mi gracia, tienes
mi ayuda para vencer en las pruebas y dificultades! Alguna vez quizá
experimentemos de modo especialmente vivo la soledad, la flaqueza o la
tribulación: «Busca entonces el apoyo del que ha muerto y resucitado.
Procúrate cobijo en las llagas de sus manos, de sus pies, de su costado.
Y se renovará tu voluntad de recomenzar, y reemprenderás el camino con
mayor decisión y eficacia».
Las mismas debilidades y flaquezas se
pueden convertir en un bien mayor. Santo Tomás de Aquino, al comentar
este pasaje, explica que Dios puede permitir en ocasiones ciertos males
de orden físico o moral para obtener bienes más grandes y más
necesarios. Nunca nos dejará el Señor en medio de las pruebas. Nuestra
misma debilidad nos ayuda a confiar más, a buscar con más presteza el
refugio divino, a pedir más fuerzas, a ser más humildes: «¡Señor!, no te
fíes de mí. Yo sí que me fío de Ti. Y al barruntar en nuestra alma el
amor, la compasión, la ternura con que Cristo Jesús nos mira, porque Él
no nos abandona, comprenderemos en toda su hondura las palabras del
Apóstol: virtus in infirmitate perficitur (2 Cor 12, 9); con fe en el
Señor, a pesar de nuestras miserias -mejor, con nuestras miserias-,
seremos fieles a nuestro Padre Dios; brillará el poder divino,
sosteniéndonos en medio de nuestra flaqueza».
II. Me fue clavado un aguijón en la
carne, un ángel de Satanás, para que me abofetee... Parece como si San
Pablo sintiera aquí de una manera muy viva sus limitaciones, junto a las
ocasiones en las que ha contemplado la grandeza de Dios y de su misión
de Apóstol. También nosotros algunas veces hemos entrevisto en la vida
«metas generosas, metas de sinceridad, metas de perseverancia..., y, sin
embargo, tenemos como metida en el alma, como en lo más hondo de lo que
somos, una especie de raíz de debilidad, de falta de fuerza, de oscura
impotencia..., y esto algunas veces nos tiene tristes y decimos: no
puedo». Vemos lo que el Señor espera de nosotros en esa situación o en
aquellas circunstancias, pero quizá nos encontramos débiles y cansados
ante las pruebas y dificultades que debemos superar: «La inteligencia
-iluminada por la fe- te muestra claramente no sólo el camino, sino la
diferencia entre la manera heroica y la estúpida de recorrerlo. Sobre
todo, te pone delante la grandeza y la hermosura divina de las empresas
que la Trinidad deja en nuestras manos.
»El sentimiento, en cambio, se apega a
todo lo que desprecias, incluso mientras lo consideras despreciable.
Parece como si mil menudencias estuvieran esperando cualquier
oportunidad, y tan pronto como -por cansancio físico o por pérdida de
visión sobrenatural- tu pobre voluntad se debilita, esas pequeñeces se
agolpan y se agitan en tu imaginación, hasta formar una montaña que te
agobia y te desalienta: las asperezas del trabajo; la resistencia a
obedecer; la falta de medios; las luces de bengala de una vida regalada;
pequeñas y grandes tentaciones repugnantes; ramalazos de sensiblería;
la fatiga; el sabor amargo de la mediocridad espiritual... Y, a veces,
también el miedo: miedo porque sabes que Dios te quiere santo y no lo
eres.
»Permíteme que te hable con crudeza. Te
sobran "motivos" para volver la cara, y te faltan arrestos para
corresponder a la gracia que Él te concede, porque te ha llamado a ser
otro Cristo, "ipse Christus!" -el mismo Cristo. Te has olvidado de la
amonestación del Señor al Apóstol: "¡te basta mi gracia!", que es una
confirmación de que, si quieres, puedes».
Te basta mi gracia. Son palabras que hoy
el Señor dirige a cada uno de nosotros para que nos llenemos de
fortaleza y de esperanza ante las pruebas que tengamos delante. Nuestra
misma debilidad nos servirá para gozarnos en el poder de Cristo, nos
enseñará a amar y sentir la necesidad de estar siempre muy cerca de
Jesús. Las mismas derrotas, los proyectos incumplidos nos llevarán a
exclamar: Cuando soy débil, entonces soy fuerte, porque Cristo está
conmigo.
Cuando la tentación o los contratiempos o
el cansancio se hagan mayores, el demonio tratará de insinuarnos la
desconfianza, el desánimo, el descamino. Por eso, hoy debemos aprender
la lección que nos da San Pablo: Cristo está entonces especialmente
presente con su ayuda; basta que acudamos a Él. Y también podremos decir
con el Apóstol: Con sumo gusto me gloriaré más todavía en mis
flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en la persecuciones y
angustias, por Cristo.
III. Sería temerario desear la tentación
o provocarla, pero sería un error el temerla, como si el Señor no nos
fuera a proporcionar su asistencia para vencerla. Podemos aplicarnos
confiadamente las palabras del Salmo: Te enviará a su ángeles para que
te guarden en todos tus caminos, // y ellos te llevarán en sus manos
para que no tropieces en las piedras. // Pisarás sobre áspides y
víboras, y hollarás al león y al dragón. // Porque me amó, Yo le
salvaré; Yo le defenderé porque confesó mi nombre. // Me invocará y Yo
le oiré, estaré con él en la tribulación, le sacaré y le honraré. // Le
saciaré de días y le daré a ver mi salvación.
Pero, a la vez, el Señor nos pide
prevenir la tentación y poner todos los medios a nuestro alcance para
vencerla: la oración y mortificaciones voluntarias; huir de las
ocasiones de pecado, pues el que ama el peligro perecerá en él; llevar
una vida laboriosa de trabajo continuo, cumpliendo ejemplarmente los
deberes profesionales y cambiando de actividad en el descanso; fomentar
un gran horror a todo pecado, por pequeño que parezca; y, sobre todo,
esforzándonos por aumentar en nosotros el amor a Cristo y a Santa María.
Combatimos con eficacia abriendo el alma
en la dirección espiritual cuando comienza a insinuarse la tentación de
la infidelidad, «pues manifestarla es ya casi vencerla. El que revela
sus propias tentaciones al director espiritual puede estar seguro de que
Dios otorga a éste la gracia necesaria para dirigirle bien (...).
»No creamos nunca que la tentación se
combate poniéndonos a discutir con ella, ni siquiera afrontándola
directamente (...). Apenas se presente, apartemos de ella la mirada para
dirigirla al Señor que vive dentro de nosotros y combate a nuestro
lado, que ha vencido el pecado; abracémonos a Él en un acto de humilde
sumisión a su voluntad, de aceptación de esa cruz de la tentación (...),
de confianza en Él y de fe en su proximidad, de súplica para que nos
transmita su fuerza. De este modo la tentación nos conducirá a la
oración, a la unión con Dios y con Cristo: no será una pérdida, sino una
ganancia. Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que
le aman (Rom 8, 28)».
De las pruebas, tribulaciones y
tentaciones podemos sacar mucho provecho, pues en ellas demostraremos al
Señor que le necesitamos y que le amamos. Nos encenderán en el amor y
aumentarán las virtudes, pues no sólo vuela el ave por el impulso de sus
alas, sino también por la resistencia del aire: de alguna manera,
necesitamos obstáculos y contrariedades para que crezca nuestro amor.
Cuanto mayor sea la resistencia del ambiente o de las propias flaquezas
para ir adelante en el camino, más ayudas y gracias nos dará Dios. Y
Nuestra Madre del Cielo estará siempre muy cerca en esos momentos de
mayor necesidad: no dejemos de acudir a su protección maternal.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.