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Casi todos los teólogos del siglo XX se sintieron fascinados por
la profundidad con la que aparecen en Dostoievsky los misterios de la
libertad y la gracia, el pecado y la redención por la caridad. Por eso
Dostotievsky, aunque muere en 1881, casi puede ser considerado un
teólogo del siglo XX.
Juan Luis Lorda en omnesmag.com
En el invierno entre 1920 y 1921, en
plena revolución rusa, Nicolay Berdiaev, siempre audaz e imprevisible,
dio un curso sobre Dostoievsky en la Academia Libre de la Cultura
Espiritual, que había fundado en 1919.
En ese momento, el pensamiento y la
teología occidental empezaban a descubrir y admirar el descomunal genio
de Dostoievsky. Y el libro de Berdiaev proporcionaría claves. Berdiaev
(1874-1948) fue siempre un espíritu radical e indómito, con una
vertiente ácrata. Había sido marxista y revolucionario, y probó las
cárceles y destierros zaristas, pero también se había interesado por la
mística alemana y entrado en contacto con la tradición de Soloviev, y le
sublevaba el totalitarismo bolchevique. El título de su Academia libre
de la Cultura Espiritual era una declaración de principios, un reto y
una provocación. Y, en efecto, después de varios arrestos, fue
interrogado durante una noche por el terrible fundador de la cheka
soviética, Dzerzhinsky, ante quien se defendió agotadoramente y le
dejaron irse, según recuerda Solzhenitsyn en su Archipiélago Gulag.
De Moscú a París
Pero en la Rusia comunista no había
sitio para una cultura libre y espiritual. Lo metieron en el famoso
“barco filosófico” (“Philosophers’ ship”, 1922) y desembarcó con lo
puesto y 48 años en Stettin, entonces puerto alemán. Le acompañaban
algunos filósofos y teólogos, amigos suyos, como Sergei Boulgakov, y los
Lossky: el padre, Nicolay, historiador de la filosofía rusa, y el hijo,
Vladimir, que brillaría como el teólogo ortodoxo ruso más importante
del siglo XX. Intentó fundar en Berlín una Academia de pensamiento ruso,
pero resultó imposible en las duras condiciones de la posguerra
alemana.
De manera que, lo mismo que otros
intelectuales y familias rusas, acabó en París, donde discurriría el
resto de su vida. Berdiaev era de familia noble y militar, por parte de
padre. Y tenía ascendencia francesa, por parte de madre. En su casa
hablaban francés, idioma de moda en la Rusia del XIX. Conocía ya Francia
y llegó en un momento de efervescencia intelectual, también cristiana,
en la que participaría muy activamente. Toda su vida fue un gran
organizador de conferencias, tertulias y diálogos.
Tiene una obra amplísima. Se siente
depositario del espíritu ruso y, en particular, del “espíritu de
Dostoievsky”, que para él sería un descubrimiento fascinante y una gran
luz. Escribir era como otra forma de hablar, y una prolongación de sus
conferencias, tertulias y diálogos. Gran parte de su obra está traducida
al castellano. Destacan su Autobiografía espiritual (1949), El Credo de
Dostoievsky (1923), El sentido de la historia (1923), El cristianismo y
el problema del comunismo, y Reino del espíritu, reino del César, su
último libro.
Un espíritu vertiginoso y grandes preguntas
Berdiaev llevaba siempre en la cabeza un
torbellino de ideas, de las que tomaba nota, y después ponía por
escrito, vertiginosamente, construyendo sus libros como en oleadas, sin
volver atrás y sin corregir. Así lo recuerda. Todo le hacía pensar, y
tenía vivamente planteadas las grandes cuestiones sobre el sentido de la
vida humana, el misterio de la libertad y la “cuestión escatológica”,
que atraviesan su vida.
Le interesaba Rusia, con su tensa
historia y paradójico espíritu. Le interesaba la revolución, en la que
veía una terrible herejía cristiana basada en el falseamiento de la
esperanza y en una escatología intraterrena. Le interesaba,
especialmente, el misterio de la libertad humana y su choque con los
abismos de la personalidad, tan bien reflejados en las novelas de
Dostoievsky; y que sentía en su propia carne, pues era un espíritu
apasionado, místico a su manera, y también colérico. Todo muy ruso, si
le añadimos un profundo sentido de la misericordia ante los abismos
humanos.
La Autobiografía espiritual
Todo esto lo cuenta en este amplio y
apasionante retrato espiritual, menos preocupado por las anécdotas
biográficas que por las características y evoluciones de su espíritu.
Empieza describiendo los trazos de su temperamento a la vez sanguíneo y
melancólico, con una curiosa “repugnancia al aspecto fisiológico de la
vida” (Miracle, Barcelona 1957, 42), que le parece vulgar, especialmente
los olores.
Sigue con sus descubrimientos: “Entre mi
adolescencia y mi juventud, fui agitado por el siguiente pensamiento:
‘Cierto que desconozco el sentido de la vida, pero la búsqueda de tal
sentido ya confiere un sentido a la vida y consagraré toda mi vida a
esta búsqueda de su sentido’” (88-89).
Relata los distintos pasos del proceso
de su conversión y acercamiento al cristianismo, también provocado por
su matrimonio. Aunque se sentirá espiritualmente distante de la Iglesia
demasiado establecida o rutinaria, mal signo de la fuerza de las
realidades tremendas que representa. No se siente cómodo con una Iglesia
ortodoxa que, a veces, le parece inculta y demasiado inclinada a mandar
u organizar la vida. En este punto percibe toda la tragedia que aparece
en la Leyenda del Gran Inquisidor. Por contraste apreciará los signos
vitales de la piedad y la caridad, que también percibe en el
catolicismo.
Le molesta lo que siente como demasiado
organizado en cualquier campo. Y, tras la oleada idealista que le ha
llegado a través del marxismo, es un decidido enemigo de la abstracción,
de la objetivación de la realidad. En eso conecta con otros autores
personalistas, como Gabriel Marcel. Se titula él mismo existencialista, y
desarrolla una aguda sensibilidad frente a los teorizantes, a los que
gustan de sustituir lo real por lo teórico o por lo “objetivo” que en
gran parte es abstracción de lo real y reconstrucción hecha por el
espíritu. Eso lo aprecia también en las pretensiones materialistas de
las ciencias modernas. Y, de manera eminente, en la ideología marxista,
que se titula “científica”.
Se siente un decidido investigador de la
libertad humana, con todas sus contradicciones personales y sociales,
con sus expresiones y pretensiones históricas, con sus impulsos
renovadores y revolucionarios, con sus éxtasis y sus vértigos. Pero
también con la gran fuerza personal transformadora cuando la libertad es
una fuerza al servicio de la Verdad que es eterna. El libro termina:
“La contradicción fundamental de mi vida vuelve a manifestarse
constantemente: soy activo, apto para la lucha de las ideas, y al mismo
tiempo, siento una terrible angustia y sueño en otro mundo, en un mundo
totalmente distinto de este. Quiero todavía escribir otro libro sobre la
nueva espiritualidad y la nueva mística. El núcleo principal estará
constituido por la intuición básica de mi vida acerca del acto creador,
teúrgico, del hombre. La nueva mística debe ser teúrgica” (316).
El espíritu de Dostoievsky
Las conferencias del curso de invierno
de 1920 se las trajo en el barco, y fueron editadas en ruso en 1923, y
más tarde en francés. En 1951 hubo una traducción castellana directa del
ruso (ed. Apolo) y hay una reedición más reciente (Nuevo Inicio). El
libro no tiene desperdicio y, como es habitual en el estilo de Berdiaev,
se suceden frases apodícticas que son chispazos de brillantez.
En el primer capítulo, El retrato
espiritual de Dostoievsky, declara: “Fue no solamente un gran artista,
sino también un gran pensador y un gran visionario. Es un formidable
dialéctico y el mejor de los metafísicos rusos” (9). “Dostoievsky
refleja todas las contradicciones del alma rusa, todas sus antinomias
[…]. Por él se puede estudiar la estructura peculiarísima de nuestra
alma. Los rusos cuando expresan las líneas más características de su
pueblo, son, o bien ‘apocalípticos’ [como el propio Berdiaev] o bien
‘nihilistas’. Esto indica que no pueden permanecer en un justo medio de
la vida del alma y la cultura, sin que su espíritu se encamine hacia lo
final y hacia el máximo límite” (15-16). “Dostoievsky ha hecho un
profundo estudio de ambas tendencias –apocalíptica y nihilista– del
espíritu ruso. Ha sido el primero en descubrir la historia del alma rusa
y su extraordinaria inclinación a lo diabólico y poseso” (18). “En sus
obras nos presenta la erupción plutoniana de las fuerzas espirituales
subterráneas del hombre” (19). “Las novelas de Dostoievsky no son
novelas propiamente dichas: son tragedias” (20).
Y con eso se marca un gran contraste con
el otro gran novelista Tolstoy, moderado, contenido, formal, más
acabado pero menos profundo. Lo apolíneo frente a lo dionisíaco, pero
también lo cristiano racionalizado y desprovisto de su tragedia frente a
las paradojas del anonadamiento del pecado y de la cruz y los fulgores
de la resurrección y la redención.
Al final, declara: “Dostoievsky ha
sabido revelarnos cosas importantísimas del alma rusa y del espíritu
universal. Pero no ha sabido hacernos la revelación del caso en que las
fuerzas caóticas del alma se apoderan de nuestro espíritu” (140).
Lo que todavía tiene que decirnos Dostoievsky
“Todo el cristianismo tiene que ser
resucitado y renovado espiritualmente. Ha de ser una religión de los
tiempos futuros, si es que pretende ser eterno […]. Y el bautismo de
fuego que hace Dostoievsky en las almas, facilita el camino del espíritu
creador, el movimiento religioso y el futuro y eterno cristianismo.
Dostoievsky merece, más que Tolstoy ser considerado un reformador
religioso. Tolstoy derribó los valores religiosos y tanteó la creación
de una nueva religión […]. Dostoievsky no inventó una nueva religión,
sino que se mantuvo fiel a la Eterna Verdad y las eternas tradiciones
del cristianismo” (245).
“Hace mucho tiempo que la sociedad
europea ha permanecido en la periferia del Ser, contentándose con vivir
en lo exterior. Ha pretendido permanecer eternamente en la superficie de
la tierra pero, aún allí, en la ‘burguesa’ Europa se ha revelado el
terreno volcánico y es inevitable que surja en ella el abismo
espiritual. En todas partes ha de nacer un movimiento que vaya desde la
superficie a la profundidad, aunque los hechos que precedan a ese
movimiento sean puramente superficiales, como las guerras y las
revoluciones. Y entre sus cataclismos, escuchando la voz que les llama,
los pueblos de Europa se dirigirán al escritor ruso que ha revelado la
profundidad espiritual del hombre y profetizado lo inevitable de la
catástrofe mundial. Dostoievsky representa precisamente ese inapreciable
valor que constituye la razón de la existencia del pueblo ruso y que
servirá para su disculpa el día del Juicio Final” (247).
Así termina el libro. Cabe considerar
que la situación de Europa se ha alejado de las sensaciones trágicas de
la posguerra y, envuelta en un caparazón de propaganda comercial, se
aleja cada día de las tragedias en las que vive gran parte de la
humanidad, mientras se deshace con un problema generacional y
demográfico provocado por la trivialización del sexo. Dostoievsky sigue
siendo una salida, un aterrizaje en la realidad, para los espíritus que
no quieren quedar atufados en el consumismo y el nuevo pensamiento único
políticamente correcto.
Impacto teológico
En los años treinta y cuarenta, Berdiaev
fue muy amigo de los teólogos rusos emigrados a París (Boulgakov,
Lossky) y trató con Congar, Daniélou, De Lubac, y con el grupo de
Esprit, de Mounier. A sus ojos, Berdiaev representaba, en vivo, el
espíritu de Dostoievsky, en un momento en que se descubría la
profundidad cristiana del gran novelista ruso, y se quería conocer su
biografía, su contexto y su alma.
De Lubac dedicó la mitad de El drama del
humanismo ateo a Dostoievsky, calificado como “profeta” cristiano, ante
el nihilismo que intenta imponerse en una sociedad que quiere separarse
de Dios. Por consejo de Max Scheler, Guardini dedicó a los personajes
de Dostoievsky su primer curso sobre la Weltanschauung (cosmovisión)
cristiana en Berlín, El universo religioso de Dostoievsky. Charles
Moeller usó las obras de Dostoievsky para mostrar el contraste entre la
cultura cristiana y la griega, en temas esenciales, en Sabiduría griega y
paradoja cristiana.
Casi todos los teólogos del siglo XX se
sintieron fascinados por la profundidad con la que aparecen en
Dostoievsky los misterios de la libertad y la gracia, el pecado y la
redención por la caridad. Por eso Dostotievsky, aunque muere en 1881,
casi puede ser considerado un teólogo del siglo XX, tal ha sido su
impacto. Y por eso también, El espíritu de Dostoievsky, de Berdiaev fue y
sigue siendo un libro de referencia.