Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

29 julio 2023

LIBRO DE LA SEMANA (28 Jul): El viento conoce mi nombre

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El viento conoce mi nombre

El viento conoce mi nombre


Una historia de violencia, amor, desarraigo y esperanza Viena, 1938. Samuel Adler es un niño judío de seis años cuyo padre desaparece durante la Noche de los Cristales Rotos, en la...
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Ficha Técnica

PELICULA SEMANA (28 Jul): Repostero y chef

 (Cfr. www.filmaffinity.com)

 

 

Repostero y chef

Título original
À la belle étoile
Año
Duración
110 min.
País
Francia Francia
Dirección
Guion
Reparto

Música
Fotografía
Compañías
Género
Drama. Comedia | Comedia dramática. Cocina
Sinopsis
Desde muy pequeño, Yazid tiene una única y gran pasión: la pastelería. Yazid, que ha crecido en familias y centros de acogida, se ha forjado un carácter indomable. Para tener éxito en el elitista mundo de la pastelería, Yazid va a tener que superar sus traumas y cambiar de actitud...

Críticas
T

LIBRO DE LA SEMANA (21 Jul): ¿Y a ti qué te pica?

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¿Y a ti qué te pica?

¿Y a ti qué te pica?


Vuelve Megan Maxwell con una divertida comedia romántica en la que descubrirás que la magia del amor lo cura todoNacho Duarte es un reconocido director de cine mexicano que, tras l...
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PELICULA E LA SEMANA (21 Jul): Oppenheimer

 (Cfr. www.filmaffinity.com)

 

 


Oppenheimer: El dilema de la bomba atómica
Título original
Oppenheimer
Año
Duración
180 min.
País
Estados Unidos Estados Unidos
Dirección
Guion
Reparto

Música
Fotografía
Compañías
Género
Drama. Thriller | Biográfico. Años 40. Histórico. Holocausto nuclear. Drama judicial / Abogados/as
Sinopsis
En tiempos de guerra, el brillante físico estadounidense Julius Robert Oppenheimer (Cillian Murphy), al frente del "Proyecto Manhattan", lidera los ensayos nucleares para construir la bomba atómica para su país. Impactado por su poder destructivo, Oppenheimer se cuestiona las consecuencias morales de su creación. Desde entonces y el resto de su vida, se opondría firmemente al uso de armas nucleares.
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Críticas

Nicolay Berdiaev y el Credo de Dostoievsky

 /Cfr. www..almudi.org)

 


Casi todos los teólogos del siglo XX se sintieron fascinados por la profundidad con la que aparecen en Dostoievsky los misterios de la libertad y la gracia, el pecado y la redención por la caridad. Por eso Dostotievsky, aunque muere en 1881, casi puede ser considerado un teólogo del siglo XX.

Juan Luis Lorda en omnesmag.com

En el invierno entre 1920 y 1921, en plena revolución rusa, Nicolay Berdiaev, siempre audaz e imprevisible, dio un curso sobre Dostoievsky en la Academia Libre de la Cultura Espiritual, que había fundado en 1919.

En ese momento, el pensamiento y la teología occidental empezaban a descubrir y admirar el descomunal genio de Dostoievsky. Y el libro de Berdiaev proporcionaría claves. Berdiaev (1874-1948) fue siempre un espíritu radical e indómito, con una vertiente ácrata. Había sido marxista y revolucionario, y probó las cárceles y destierros zaristas, pero también se había interesado por la mística alemana y entrado en contacto con la tradición de Soloviev, y le sublevaba el totalitarismo bolchevique. El título de su Academia libre de la Cultura Espiritual era una declaración de principios, un reto y una provocación. Y, en efecto, después de varios arrestos, fue interrogado durante una noche por el terrible fundador de la cheka soviética, Dzerzhinsky, ante quien se defendió agotadoramente y le dejaron irse, según recuerda Solzhenitsyn en su Archipiélago Gulag.

De Moscú a París

Pero en la Rusia comunista no había sitio para una cultura libre y espiritual. Lo metieron en el famoso “barco filosófico” (“Philosophers’ ship”, 1922) y desembarcó con lo puesto y 48 años en Stettin, entonces puerto alemán. Le acompañaban algunos filósofos y teólogos, amigos suyos, como Sergei Boulgakov, y los Lossky: el padre, Nicolay, historiador de la filosofía rusa, y el hijo, Vladimir, que brillaría como el teólogo ortodoxo ruso más importante del siglo XX. Intentó fundar en Berlín una Academia de pensamiento ruso, pero resultó imposible en las duras condiciones de la posguerra alemana.

De manera que, lo mismo que otros intelectuales y familias rusas, acabó en París, donde discurriría el resto de su vida. Berdiaev era de familia noble y militar, por parte de padre. Y tenía ascendencia francesa, por parte de madre. En su casa hablaban francés, idioma de moda en la Rusia del XIX. Conocía ya Francia y llegó en un momento de efervescencia intelectual, también cristiana, en la que participaría muy activamente. Toda su vida fue un gran organizador de conferencias, tertulias y diálogos.

Tiene una obra amplísima. Se siente depositario del espíritu ruso y, en particular, del “espíritu de Dostoievsky”, que para él sería un descubrimiento fascinante y una gran luz. Escribir era como otra forma de hablar, y una prolongación de sus conferencias, tertulias y diálogos. Gran parte de su obra está traducida al castellano. Destacan su Autobiografía espiritual (1949), El Credo de Dostoievsky (1923), El sentido de la historia (1923), El cristianismo y el problema del comunismo, y Reino del espíritu, reino del César, su último libro.

Un espíritu vertiginoso y grandes preguntas

Berdiaev llevaba siempre en la cabeza un torbellino de ideas, de las que tomaba nota, y después ponía por escrito, vertiginosamente, construyendo sus libros como en oleadas, sin volver atrás y sin corregir. Así lo recuerda. Todo le hacía pensar, y tenía vivamente planteadas las grandes cuestiones sobre el sentido de la vida humana, el misterio de la libertad y la “cuestión escatológica”, que atraviesan su vida.

Le interesaba Rusia, con su tensa historia y paradójico espíritu. Le interesaba la revolución, en la que veía una terrible herejía cristiana basada en el falseamiento de la esperanza y en una escatología intraterrena. Le interesaba, especialmente, el misterio de la libertad humana y su choque con los abismos de la personalidad, tan bien reflejados en las novelas de Dostoievsky; y que sentía en su propia carne, pues era un espíritu apasionado, místico a su manera, y también colérico. Todo muy ruso, si le añadimos un profundo sentido de la misericordia ante los abismos humanos.

La Autobiografía espiritual

Todo esto lo cuenta en este amplio y apasionante retrato espiritual, menos preocupado por las anécdotas biográficas que por las características y evoluciones de su espíritu. Empieza describiendo los trazos de su temperamento a la vez sanguíneo y melancólico, con una curiosa “repugnancia al aspecto fisiológico de la vida” (Miracle, Barcelona 1957, 42), que le parece vulgar, especialmente los olores.

Sigue con sus descubrimientos: “Entre mi adolescencia y mi juventud, fui agitado por el siguiente pensamiento: ‘Cierto que desconozco el sentido de la vida, pero la búsqueda de tal sentido ya confiere un sentido a la vida y consagraré toda mi vida a esta búsqueda de su sentido’” (88-89).

Relata los distintos pasos del proceso de su conversión y acercamiento al cristianismo, también provocado por su matrimonio. Aunque se sentirá espiritualmente distante de la Iglesia demasiado establecida o rutinaria, mal signo de la fuerza de las realidades tremendas que representa. No se siente cómodo con una Iglesia ortodoxa que, a veces, le parece inculta y demasiado inclinada a mandar u organizar la vida. En este punto percibe toda la tragedia que aparece en la Leyenda del Gran Inquisidor. Por contraste apreciará los signos vitales de la piedad y la caridad, que también percibe en el catolicismo.

Le molesta lo que siente como demasiado organizado en cualquier campo. Y, tras la oleada idealista que le ha llegado a través del marxismo, es un decidido enemigo de la abstracción, de la objetivación de la realidad. En eso conecta con otros autores personalistas, como Gabriel Marcel. Se titula él mismo existencialista, y desarrolla una aguda sensibilidad frente a los teorizantes, a los que gustan de sustituir lo real por lo teórico o por lo “objetivo” que en gran parte es abstracción de lo real y reconstrucción hecha por el espíritu. Eso lo aprecia también en las pretensiones materialistas de las ciencias modernas. Y, de manera eminente, en la ideología marxista, que se titula “científica”.

Se siente un decidido investigador de la libertad humana, con todas sus contradicciones personales y sociales, con sus expresiones y pretensiones históricas, con sus impulsos renovadores y revolucionarios, con sus éxtasis y sus vértigos. Pero también con la gran fuerza personal transformadora cuando la libertad es una fuerza al servicio de la Verdad que es eterna. El libro termina: “La contradicción fundamental de mi vida vuelve a manifestarse constantemente: soy activo, apto para la lucha de las ideas, y al mismo tiempo, siento una terrible angustia y sueño en otro mundo, en un mundo totalmente distinto de este. Quiero todavía escribir otro libro sobre la nueva espiritualidad y la nueva mística. El núcleo principal estará constituido por la intuición básica de mi vida acerca del acto creador, teúrgico, del hombre. La nueva mística debe ser teúrgica” (316).

El espíritu de Dostoievsky

Las conferencias del curso de invierno de 1920 se las trajo en el barco, y fueron editadas en ruso en 1923, y más tarde en francés. En 1951 hubo una traducción castellana directa del ruso (ed. Apolo) y hay una reedición más reciente (Nuevo Inicio). El libro no tiene desperdicio y, como es habitual en el estilo de Berdiaev, se suceden frases apodícticas que son chispazos de brillantez.

En el primer capítulo, El retrato espiritual de Dostoievsky, declara: “Fue no solamente un gran artista, sino también un gran pensador y un gran visionario. Es un formidable dialéctico y el mejor de los metafísicos rusos” (9). “Dostoievsky refleja todas las contradicciones del alma rusa, todas sus antinomias […]. Por él se puede estudiar la estructura peculiarísima de nuestra alma. Los rusos cuando expresan las líneas más características de su pueblo, son, o bien ‘apocalípticos’ [como el propio Berdiaev] o bien ‘nihilistas’. Esto indica que no pueden permanecer en un justo medio de la vida del alma y la cultura, sin que su espíritu se encamine hacia lo final y hacia el máximo límite” (15-16). “Dostoievsky ha hecho un profundo estudio de ambas tendencias –apocalíptica y nihilista– del espíritu ruso. Ha sido el primero en descubrir la historia del alma rusa y su extraordinaria inclinación a lo diabólico y poseso” (18). “En sus obras nos presenta la erupción plutoniana de las fuerzas espirituales subterráneas del hombre” (19). “Las novelas de Dostoievsky no son novelas propiamente dichas: son tragedias” (20).

Y con eso se marca un gran contraste con el otro gran novelista Tolstoy, moderado, contenido, formal, más acabado pero menos profundo. Lo apolíneo frente a lo dionisíaco, pero también lo cristiano racionalizado y desprovisto de su tragedia frente a las paradojas del anonadamiento del pecado y de la cruz y los fulgores de la resurrección y la redención.

Al final, declara: “Dostoievsky ha sabido revelarnos cosas importantísimas del alma rusa y del espíritu universal. Pero no ha sabido hacernos la revelación del caso en que las fuerzas caóticas del alma se apoderan de nuestro espíritu” (140).

Lo que todavía tiene que decirnos Dostoievsky

“Todo el cristianismo tiene que ser resucitado y renovado espiritualmente. Ha de ser una religión de los tiempos futuros, si es que pretende ser eterno […]. Y el bautismo de fuego que hace Dostoievsky en las almas, facilita el camino del espíritu creador, el movimiento religioso y el futuro y eterno cristianismo. Dostoievsky merece, más que Tolstoy ser considerado un reformador religioso. Tolstoy derribó los valores religiosos y tanteó la creación de una nueva religión […]. Dostoievsky no inventó una nueva religión, sino que se mantuvo fiel a la Eterna Verdad y las eternas tradiciones del cristianismo” (245).

“Hace mucho tiempo que la sociedad europea ha permanecido en la periferia del Ser, contentándose con vivir en lo exterior. Ha pretendido permanecer eternamente en la superficie de la tierra pero, aún allí, en la ‘burguesa’ Europa se ha revelado el terreno volcánico y es inevitable que surja en ella el abismo espiritual. En todas partes ha de nacer un movimiento que vaya desde la superficie a la profundidad, aunque los hechos que precedan a ese movimiento sean puramente superficiales, como las guerras y las revoluciones. Y entre sus cataclismos, escuchando la voz que les llama, los pueblos de Europa se dirigirán al escritor ruso que ha revelado la profundidad espiritual del hombre y profetizado lo inevitable de la catástrofe mundial. Dostoievsky representa precisamente ese inapreciable valor que constituye la razón de la existencia del pueblo ruso y que servirá para su disculpa el día del Juicio Final” (247).

Así termina el libro. Cabe considerar que la situación de Europa se ha alejado de las sensaciones trágicas de la posguerra y, envuelta en un caparazón de propaganda comercial, se aleja cada día de las tragedias en las que vive gran parte de la humanidad, mientras se deshace con un problema generacional y demográfico provocado por la trivialización del sexo. Dostoievsky sigue siendo una salida, un aterrizaje en la realidad, para los espíritus que no quieren quedar atufados en el consumismo y el nuevo pensamiento único políticamente correcto.

Impacto teológico

En los años treinta y cuarenta, Berdiaev fue muy amigo de los teólogos rusos emigrados a París (Boulgakov, Lossky) y trató con Congar, Daniélou, De Lubac, y con el grupo de Esprit, de Mounier. A sus ojos, Berdiaev representaba, en vivo, el espíritu de Dostoievsky, en un momento en que se descubría la profundidad cristiana del gran novelista ruso, y se quería conocer su biografía, su contexto y su alma.

De Lubac dedicó la mitad de El drama del humanismo ateo a Dostoievsky, calificado como “profeta” cristiano, ante el nihilismo que intenta imponerse en una sociedad que quiere separarse de Dios. Por consejo de Max Scheler, Guardini dedicó a los personajes de Dostoievsky su primer curso sobre la Weltanschauung (cosmovisión) cristiana en Berlín, El universo religioso de Dostoievsky. Charles Moeller usó las obras de Dostoievsky para mostrar el contraste entre la cultura cristiana y la griega, en temas esenciales, en Sabiduría griega y paradoja cristiana.

Casi todos los teólogos del siglo XX se sintieron fascinados por la profundidad con la que aparecen en Dostoievsky los misterios de la libertad y la gracia, el pecado y la redención por la caridad. Por eso Dostotievsky, aunque muere en 1881, casi puede ser considerado un teólogo del siglo XX, tal ha sido su impacto. Y por eso también, El espíritu de Dostoievsky, de Berdiaev fue y sigue siendo un libro de referencia.

Humanismo y tecnología

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“Este es el drama –observa el Papa, señalando el parecido con nuestra situación–, la colonización ideológica; el hombre, en contacto con las máquinas, se aplana cada vez más, mientras que la vida común se vuelve triste y enrarecida”.

Durante su viaje pastoral a Hungría, en el encuentro con el mundo universitario y de la cultura (cf. Discurso en la Universidad católica PéterPázmány, 30-IV-2023), el Papa Francisco retomó un argumento frecuente en las enseñanzas de su predecesor, Benedicto XVI (cf. Discurso en la entrega del I premio Ratzinger de teología, 30-VI-2011).

Se trata del contraste entre dos formas de conocimiento. Por un lado, el conocimiento humilde y relacional –humanista y realista– que se abre a la tecnología, la respeta y a la vez la sitúa constantemente en su adecuada perspectiva. Por otro lado, el conocimiento que tiende a dominar y poseer –tecnocrático–, en principio legítimo, pero que en nuestro tiempo conlleva de hecho el riesgo de acabar con el primer tipo de conocimiento, el humanismo. La armonía entre estos dos tipos de conocimientos, pertenece, efectivamente, a la buena salud de nuestras raíces.

Este argumento lo planteaba ya Romano Guardini hace un siglo: “En estos días he comprendido más que nunca que hay dos formas de conocimiento […], una conduce a la inmersión en el objeto y su contexto, por lo que el hombre que quiere saber trata de vivir en él; la otra, al contrario, reúne las cosas, las descompone, las ordena en cajas, adquiere dominio y posesión, las domina» (Cartas desde el Lago de Como. La técnica y el hombre –texto original de 1924-1927–, Brescia 2022, 55).

¿Podrá la vida permanecer viva?"

El primer tipo de conocimiento –observa Francisco– es humilde, observa y se sitúa al servicio de las personas y de la naturaleza creada; el segundo, en cambio, analiza para transformar la vida. Guardini no demoniza la tecnología, pero advierte del peligro de que se convierta en reguladora, sino en gobernante de la vida. Y se preguntaba Guardini: si este tipo de conocimiento prevalece ¿podrá la vida permanecer viva?

“Pensemos –propone el Papa a los universitarios húngaros– en el deseo de poner en el centro de todo no a la persona y sus relaciones, sino al individuo centrado en sus propias necesidades, ávido de ganar y voraz de aferrar la realidad”. No quiere el Papa generar pesimismo, sino ayudar a reflexionar sobre la “arrogancia de ser y de tener”, “que Homero ya veía como amenazante en los albores de la cultura europea y que el paradigma tecnocrático exaspera, con un cierto uso de algoritmos que pueden representar un riesgo más de desestabilización de lo humano”.

Oponerse a la colonización ideológica

Y se refiere Francisco, como otras veces, a la novela “El amor del mundo”, de Robert Benson (escrita en 1907), que describe ya un mundo dominado por la tecnología y el mito de un progreso estandarizado. Y esto, en nombre de un nuevo humanismo, que busca anular las diferencias y suprimir las religiones.

“Este es el drama –observa el Papa, señalando el parecido con nuestra situación–, la colonización ideológica; el hombre, en contacto con las máquinas, se aplana cada vez más, mientras que la vida común se vuelve triste y enrarecida”. En un mundo así “parece obvio descartar a los enfermos y aplicar la eutanasia, así como abolir las lenguas y culturas nacionales para lograr la paz universal, que en realidad se transforma en un persecución basada en la imposición del consenso, tanto que un protagonista afirma que 'el mundo parece a merced de una vitalidad perversa, que todo lo corrompe y confunde'".

Desde ahí vuelve Francisco la mirada a la Universidad y su papel: “el lugar donde nace, crece y madura el pensamiento abierto y sinfónico; no monocorde, no cerrado: abierto y sinfónico. Es el ‘templo’ donde el saber está llamado a liberarse de los estrechos confines del tener y del poseer para convertirse en cultura, es decir, ‘cultivo’ del hombre y sus relaciones fundantes: con lo trascendente, con la sociedad, con la historia, con la creación”, en la línea señalada por el Concilio Vaticano II, cuando invita a cultivar el sentido religioso, moral y social (cf. Const. past. Gaudium et spes, 59).

Ciertamente, advierte el sucesor de Pedro, cuando nos admiramos ante la obra de Dios, la cultura protege nuestra humanidad, favorece la contemplación y forma personas libres de las modas del momento, bien arraigadas, en cambio, en la realidad de las cosas. Y así, “humildes discípulos del saber, sienten que deben ser abiertos y comunicativos, nunca rígidos ni combativos”. El verdadero universitario nunca se siente satisfecho, sino que, movido por una sana inquietud, investiga y explora, sale de sus propias certezas para aventurarse humildemente en el misterio de la vida, sin caer en la rutina; se abre a otras culturas y comparte conocimientos.

Y por este camino retorna Francisco al tema con el que comenzó su discurso, con dos frases. La primera viene de la cultura clásica, que proponía “conócete a ti mismo” (oráculo de Delfos). Esto, propone el Papa, ha de llevarnos a conocer nuestros propios límites y frenar nuestra autosuficiencia. “Y mientras el pensamiento tecnocrático persigue un progreso que no admite límites, el hombre real está hecho también de fragilidades, y muchas veces es precisamente ahí donde comprende que es dependiente de Dios y está conectado con los demás y con la creación”.

Paradójicamente –observa Francisco– este situarnos en la humildad no nos hace más frágiles y pequeños, sino al contrario: nos hace más realistas y más grandes: Y así, “la cultura surge del asombro de este contraste: nunca satisfecha y siempre en búsqueda, inquieta y comunitaria, disciplinada en su finitud y abierta a lo absoluto”.

La segunda frase es de Jesucristo: "La verdad os hará libres" (Jn 8,32). Con la experiencia de la historia de Hungría, señala el Papa un riesgo que todavía no ha desaparecido: “la transición del comunismo al consumismo”. Esos dos “ismos” comparten una falsa idea de libertad: “la del comunismo fue una ‘libertad’ forzada, limitada desde fuera, decidida por otro; la del consumismo es una ‘libertad’ libertina, hedonista, cerrada en sí misma, que nos hace esclavos del consumo y de las cosas. ¡Y qué fácil es pasar de los límites impuestos a pensar, como en el comunismo, a pensar sin límites, como en el consumismo!”

Estamos, en efecto, ante un salto que podríamos llamar reactivo: “De una libertad restringida a una libertad sin frenos”. Lo que Jesús nos dice, con palabras de Francisco, es: “Lo que libera es la verdad, lo que libera al hombre de sus dependencias y encierros”. Y “la clave para acceder a esa verdad es un saber nunca desconectado del amor, relacional, humilde y abierto, concreto y comunitario, valiente y constructivo”. Esta es una propuesta de Francisco para que la universidad sea una fecunda cantera de humanismo y un laboratorio de esperanza.

Ramiro Pellitero en iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com

Meditación Domingo 17º t. o. (A)

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 La red barredera

«El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo que, al encontrarlo un hombre, lo oculta y, gozoso del hallazgo, va y vende todo cuanto tiene y compra aquel campo.
Asimismo el Reino de los Cielos es semejante a un comerciante que busca perlas finas y, cuando encuentra una perla de gran valor va y vende todo cuanto tiene y la compra. Asimismo el Reino de los Cielos es semejante a una red barredera que, echada en el mar, recoge toda clase de cosas. Y cuando está llena la arrastran a la orilla y sentándose echan lo bueno en cestos, mientras lo malo lo tiran fuera. Así será al fin del mundo: Saldrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos y los arrojarán al horno del fuego. Allí será el llanto y rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todas estas cosas? Le respondieron: Sí. El les dijo: Por eso, todo escriba instruido acerca del Reino de los Cielos es semejante a un padre de familia, que saca de sus tesoro cosas nuevas y cosas antiguas.» (Mateo 13, 44-52)

I. El Evangelio de la Misa nos presenta diversas parábolas acerca del Reino de los Cielos: el tesoro escondido, la perla de gran valor que encuentra un comerciante en perlas finas, la red barredera que echan en el mar y recoge toda clase de peces, unos buenos y otros malos. Al final se reúnen los buenos en un cesto y los malos se tiran. Esta red echada en el mar es imagen de la Iglesia, en cuyo seno hay justos y pecadores. En otros lugares el Señor enseña esta misma realidad: en su Iglesia, hasta el fin de los tiempos, habrá santos y quienes se han marchado de la casa paterna, malgastando la herencia recibida en el Bautismo; y todos pertenecen a ella, aunque de diverso modo.

«Mientras Cristo, santo, inocente, inmaculado (Heb 7, 26), no conoció el pecado (cfr. 2 Cor 5, 21), sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo (cfr. Heb 2, 17), la Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación». Los pecadores, no obstante sus pecados, siguen perteneciendo a la Iglesia, por los valores espirituales que aún subsisten en ellos: el carácter indeleble del Bautismo y de la Confirmación, la fe y la esperanza teologales..., y por la caridad que llega a ellos en razón de los demás cristianos que luchan por ser santos. Quedan asociados a quienes se empeñan cada día por amar más a Dios, de la misma manera que un miembro enfermo o paralítico participa y recibe el influjo de todo el cuerpo.

La Iglesia «sigue viviendo en sus hijos que no poseen ya la gracia. Lucha en ellos contra el mal que los corroe; se esfuerza por retenerlos en su seno, por vivificarlos continuamente al ritmo de su amor. Los conserva como se conserva un tesoro del que no se desprende uno más que cuando se ve obligado a ello. Y no es que quiera cargar con un peso muerto. Tan sólo espera que a fuerza de paciencia, de mansedumbre, de perdón, el pecador que no se haya separado totalmente de ella volverá para vivir en plenitud; que la rama adormecida, por la poca savia que en ella quedaba, no será cortada ni arrojada al fuego eterno, sino que tendrá tiempo para volver a florecer». La Iglesia no se olvida un solo día de que es Madre. Continuamente pide por sus hijos que se hallan enfermos, espera con infinita paciencia, trata de ayudarles con una caridad sin límites. Nosotros debemos hacer llegar hasta el Señor nuestras oraciones, y ofrecer el trabajo, el dolor, las fatigas, por aquellos que, perteneciendo a la Iglesia, no participan de la inmensa riqueza de la gracia, esa corriente de vida que fluye sin cesar, principalmente a través de los sacramentos. De modo muy particular debemos pedir cada día por aquellos con quienes nos unen vínculos más estrechos para que, si están enfermos, recobren plenamente la salud espiritual.

II. Aunque en el Pueblo de Dios existan miembros alejados de la gracia vivificante y sean incluso causa de escándalo para muchos, la Iglesia misma, sin embargo, está libre de todo pecado. De ella se puede decir, de modo analógico y acomodado, lo que se dice de Cristo: es de arriba, no de abajo; es de origen divino. Cristo la tomó «como a su esposa, entregándose a Sí mismo por ella para santificarla, la unió a Sí mismo como su cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo, para gloria de Dios (...). Esta santidad de la Iglesia se manifiesta continuamente y debe manifestarse en los frutos de la gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles; se expresa de las maneras más diversas en cada uno de los que, según su condición de vida, tienden a la perfección de la caridad, edificando a los demás». Ella sabe que no es una formación de este mundo, ni un poder cultural religioso, ni una institución política, ni una escuela científica, sino una creación del Padre celestial por medio de Jesucristo. «En Ella ha depositado Cristo, el Enviado del Padre, su palabra y su obra, su vida y su salvación, y en Ella los dejó para todas las generaciones venideras».

Los pecadores pertenecen a la Iglesia, a pesar de sus pecados; todavía pueden volver a la casa paterna, aunque sea en el último instante de su vida. Por el Bautismo, llevan en sí una esperanza de reconciliación que ni aun los pecados más graves pueden borrar. El pecado que la Iglesia encuentra en su seno no es parte de ella; es, por el contrario, el enemigo contra el que habrá de luchar hasta el final de los tiempos, especialmente a través del sacramento de la Confesión. Sí pertenecen a ella sus hijos manchados por el pecado, pero no sus manchas. Sería bien triste que nosotros, sus hijos, dejáramos que se juzgara a la Iglesia precisamente por lo que no es.

Como recordaba en una ocasión Juan Pablo II, la Iglesia «es Madre, en la que renacemos a la vida nueva en Dios; una madre debe ser amada. Ella es santa en su Fundador, medios y doctrina, pero formada por hombres pecadores; hay que contribuir positivamente a mejorarla, a ayudarla hacia una fidelidad siempre renovada, que no se logra con críticas corrosivas».

Cuando se habla de los defectos de la Iglesia en el pasado o en el presente, o se dice que la Iglesia debe purificar sus faltas, se olvida que esas faltas y esos errores se dieron y se dan precisamente por personas, con responsabilidad personal, que no vivieron su vocación cristiana y no llevaron a cabo la doctrina que Cristo dejó a su Iglesia; se olvida que Cristo la ha adquirido para Sí, por medio de su Sangre, que la ha purificado desde el comienzo para que aparezca en su presencia totalmente resplandeciente, sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante, sino santa e inmaculada, que es la Casa de Dios, columna y soporte de la verdad.

«Si amamos a la Iglesia no surgirá nunca en nosotros ese interés morboso de airear, como culpa de la Madre, las miserias de algunos de los hijos. La Iglesia, Esposa de Cristo, no tiene por qué entonar ningún mea culpa. Nosotros sí (...). Éste es el verdadero meaculpismo, el personal, y no el que ataca a la Iglesia, señalando y exagerando los defectos humanos que, en esta Madre Santa, resultan de la acción en Ella de los hombres hasta donde los hombres pueden, pero que no llegarán nunca a destruir -ni a tocar, siquiera- aquello que llamábamos la santidad original y constitutiva de la Iglesia».

III. La Iglesia es santa y fuente de santidad en el mundo. Nos ofrece continuamente los medios para encontrar a Dios. «Esta piadosa Madre brilla sin mancha alguna en los sacramentos, con los que engendra siempre pureza; en las santísimas leyes, con que a todos manda y en los consejos del Evangelio, con que nos amonesta; y finalmente en los dones celestiales y carismas, con los que, inagotable en su fecundidad, da a luz incontables ejércitos de mártires, vírgenes y confesores».

Es fuente de santidad y la causa de la existencia de tantos santos a lo largo de los siglos. Primero fueron los mártires, que dieron su vida en testimonio de la fe que profesaban. Luego, la historia de la humanidad ha conocido el ejemplo de tantos hombres y mujeres que ofrecieron su vida por amor a Dios para ayudar a sus hermanos en todas las miserias y necesidades. No hay apenas indigencia humana que no haya despertado en la Iglesia la vocación de hombres y mujeres para solucionarla, llegando al heroísmo. Y son muchos, también hoy, los padres y madres de familia que gastan callada y heroicamente su vida, sacando la familia adelante en cumplimiento de la vocación que han recibido de Dios, y hombres y mujeres que en medio del mundo se han entregado por entero al Señor, viviendo la virginidad o el celibato, y, siendo ciudadanos corrientes, dan una especial gloria y alegría a Dios, santificándose en sus respectivas profesiones y ejerciendo un apostolado eficaz entre sus compañeros. La Iglesia es santa porque todos sus miembros están llamados a la santidad, «lo mismo quienes pertenecen a la Jerarquía que los apacentados por ella».

En virtud de la santidad de su Fundador, la Iglesia, Esposa de Cristo, es siempre joven y siempre bella, sin mancha ni arruga, digna siempre de la complacencia divina. La santidad de la Iglesia es algo permanente y no depende del número de cristianos que vivan su fe hasta las últimas consecuencias, pues es santa por la acción constante en ella del Espíritu Santo, y no por el comportamiento de los hombres. Por esto, aun en los momentos más graves, «si las claudicaciones superasen numéricamente las valentías, quedaría aún esa realidad mística -clara, innegable, aunque no la percibamos con los sentidos- que es el Cuerpo de Cristo, el mismo Señor Nuestro, la acción del Espíritu Santo, la presencia amorosa del Padre».

Pidamos al Señor que nosotros, miembros del Pueblo de Dios, de su Cuerpo Místico, crezcamos en santidad personal y seamos así buenos hijos de la Iglesia Santa. «Se necesitan -dice Juan Pablo II- heraldos del Evangelio expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus angustias y tristezas, y al mismo tiempo sean contemplativos, enamorados de Dios. Para esto se necesitan nuevos santos. Los grandes evangelizadores de Europa han sido los santos. Debemos suplicar al Señor que aumente el espíritu de santidad en la Iglesia y nos mande nuevos santos para evangelizar el mundo de hoy».

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.


Homilía Domingo 17º t.o. (A)

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  (1 Re 3,5.7-12) "Te doy un corazón sabio e inteligente"
(Rm 8,28-30) "Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para bien"
(Mt 13,44-52) "Saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos"

Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Jesús, que comenzó su predicación anunciando la llegada del Reino de Dios con imágenes y metáforas para que, por ser una realidad misteriosa, resultara más accesible a la inteligencia y atractivo al corazón, hoy nos lo ilustra con la parábola del tesoro escondido, que al ser descubierto, gozosos por el hallazgo, se vende todo lo que se posee con tal de conseguirlo; y con la de un comerciante que buscando perlas finas -un experto en joyas- al encontrar una de gran valor hace otro tanto. Estas dos imágenes, el tesoro y la perla, son aplicadas en el AT a la Sabiduría.

La 1ª Lectura narra la aparición de Dios en sueños al joven rey Salomón, al que le dice: “Pídeme lo que quieras”. El rey, anteponiendo la sabiduría para gobernar al pueblo y un corazón dócil para el bien, a la riqueza, el poder y una larga vida, agradó a Dios. El Reino de Dios es la Sabiduría y Bondad infinitas de Dios que quiere introducir a sus criaturas en la felicidad de su Vida intratrinitaria.

El Reino de los Cielos es ver y amar y sentirse amado por Alguien infinitamente mayor y mejor que nosotros mismos pero que nos quiere sentados en torno a su mesa. Es ver y amar al que ha creado lo que vemos y lo que no vemos, ese Universo que vemos parpadear en las noches claras y a través del instrumental técnico que poseemos; es esa inmensa asamblea de ángeles y santos con María, la Madre del Señor y nuestra, a la cabeza; es la felicidad, el amor y la vida para siempre; es lo que “ni ojo vio, ni oreja oyó, ni pasó por la mente del hombre lo que Dios tiene preparado a los que le aman” (1 Cor 2,9). Un Reino de justicia, de amor y de paz, tantas veces soñado por los hombres pero imposible de instaurarlo con nuestros propios recursos.

Ante esta realidad fascinante todo otro valor se eclipsa. De ahí que el Señor exhorte: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás vendrá por añadidura. Por tanto no os preocupéis por el mañana” (Mt 6,33). “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” (Mt 7,7). ¡Oración! ¡Lectura meditada y asidua de la Palabra de Dios para hallar ese tesoro escondido y esa preciosa joya y no quedar encandilados con el brillo prestado por Dios a las cosas de este mundo! “Os dirán -decía Juan Pablo II en una audiencia a miles de jóvenes- que el sentido de la vida está en el mayor número de placeres posibles; intentarán convenceros de que este mundo es el único que existe y que vosotros debéis atrapar todo lo que podáis para vosotros mismos, ahora... y cuando os sintáis infelices acudid a la evasión del alcohol o de la droga”.

Debemos ponernos en guardia contra la ilusión de buscar un paraíso aquí en la tierra, que es el sueño de todos los materialismos. La experiencia y la razón previenen al hombre contra la tentación de creer que el esfuerzo humano puede lograr un porvenir libre de miserias. Es el sueño de todos los materialismos. La Historia más reciente, ha mostrado que el intento científicamente más ambicioso por lograr un paraíso aquí en la tierra, ha dado a luz un infierno de miseria, de sangre, de injusticias y muertes. Y en un plano más personal: ¡nuestro egoísmo y afán de independencia, no; que es una equivocación! ¡Nuestra sensualidad, no; que nos rebaja al nivel de las bestias, cosificando a quienes debemos respetar y amar! ¡Nuestra soberbia, no; que sería cómica ante la grandeza del Reino de Dios! ¡Nuestros proyectos humanos sólo, no; que aquí todo se acaba, que un día serán cenizas! ¡Cumplir el querer de Dios, sus indicaciones! ¡Vivir en gracia, en amistad con Él, secundando los grandes proyectos que Él tiene sobre la Humanidad: un Reino de justicia, de amor y de paz!

La vida de oración es la mejor garantía para conocer y valorar los dones que vienen de Dios permitiendo a cada uno juzgar con acierto sobre las cosas de esta vida. Sta Teresa estaba segura de la salvación de quien hiciera todos los días un cuarto de hora de oración.

 

 

 

Meditación Domingo 16º t.o. (A)

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La cizaña de la mala doctrina

«Les propuso otra parábola: El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras dormían los hombres, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y echó espiga, entonces apareció también la cizaña. Los siervos del amo acudieron a decirle: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? El les dijo: Algún enemigo lo hizo. Le respondieron los siervos: ¿Quieres que vayamos y la arranquemos? Pero él les respondió: No, no sea que, al arrancar la cizaña, arranquéis junto con ella el trigo. Dejad que crezcan ambas hasta la siega. Y al tiempo de la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla; el trigo, en cambio, almacenadlo en mi granero.» (Mateo 13, 24-30)

I. El Señor nos propone en el Evangelio de la Misa la parábola del trigo y de la cizaña. El mundo es el campo donde el Señor siembra continuamente la semilla de su gracia: simiente divina que al arraigar en las almas produce frutos de santidad. ¡Con cuánto amor nos da Jesucristo su gracia! Para Él, cada hombre es único, y para redimirlo no vaciló en asumir nuestra naturaleza humana. Nos preparó como tierra buena y nos dejó su doctrina salvadora. Pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo, y se fue. La cizaña es una planta que se da generalmente en medio de los cereales y crece al mismo tiempo que éstos. Es tan parecida al trigo que antes de que se forme la espiga es muy difícil al ojo experto del labriego distinguirla de él. Más tarde se diferencia por su espiga más delgada y su fruto menudo; se distingue sobre todo porque la cizaña no sólo es estéril sino que además, mezclada con harina buena, contamina el pan y es perjudicial para el hombre. Sembrar cizaña entre el trigo era un caso de venganza personal que se dio no pocas veces en Oriente. Las plagas de cizaña eran muy temidas por los campesinos, pues podían llegar a perder toda una cosecha.

Los Santos Padres han visto en la cizaña una imagen de la mala doctrina, del error, que, sobre todo al principio, se puede confundir con la verdad misma, «porque es propio del demonio mezclar el error con la verdad» y difícilmente se distinguen; pero, después, el error siempre produce consecuencias catastróficas en el pueblo de Dios.

La parábola no ha perdido nada de actualidad: muchos cristianos se han dormido y han permitido que el enemigo sembrara la mala semilla en la más completa impunidad. Han surgido errores sobre casi todas las verdades de la fe y de la moral. ¡Cómo hemos de estar vigilantes, con nosotros y con quienes de alguna manera dependen de nosotros, con aquellas publicaciones, programas de televisión, lecturas, etc., que son una verdadera siembra de error, de mala doctrina! ¡Cómo hemos de cuidar los medios a través de los cuales nos llega la formación, la sana doctrina! Es necesario velar día y noche, y no dejarse sorprender; vigilar para poder ser fieles a todas las exigencias de la vocación cristiana, para no dar cabida al error, que pronto lleva a la esterilidad y al alejamiento de Dios. Vigilancia sobre nuestro corazón, sin falsas excusas de edad o de experiencia, y sobre aquellas personas que Dios nos ha encomendado.

II. Muchos estragos han producido el error y la ignorancia. El Profeta Oseas, mirando a su pueblo y viéndolo lejos de la felicidad para la que estaba llamado, escribió: languidece mi pueblo por falta de conocimiento. ¡A cuántos vemos nosotros que andan metidos en la tristeza, en el pecado, en el desconsuelo, en la desorientación más grande, por falta de la verdad de Dios! Muchas personas se dejan arrastrar por las modas y por las ideas impuestas por unos pocos que están en lugares de gran influencia, o se ven deslumbrados por falsos razonamientos, con complicidad casi siempre de las malas pasiones.

El enemigo de Dios y de las almas ha utilizado todos los medios humanos posibles. Así vemos cómo se desfiguran unas noticias, cómo se silencian otras, cómo se propagan ideas demoledoras sobre el matrimonio a través de seriales de televisión de gran alcance, o tratan de ridiculizar el valor de la castidad y del celibato, se propugna el aborto o la eutanasia, o se siembra la desconfianza ante los sacramentos y se da una idea pagana de la vida, como si Cristo no hubiera venido a redimirnos y a recordarnos que nos espera el Cielo. Y esto con una constancia y un empeño increíbles. El enemigo no descansa.

Nosotros, quienes queremos seguir los pasos del Maestro, no nos vamos a quedar quietos, como si las cosas fueran irreparables y nada tuviera ya remedio. A la historia se le puede imprimir un rumbo distinto porque no está predeterminada al mal y Dios nos ha dado la libertad para que sepamos conducirla a Él. Ésta es tarea de todos: a cada cristiano, esté donde esté, le atañe la misión de sacar a los hombres de su ignorancia y de sus errores. Aunque hay profesiones que pueden tener una mayor influencia en la vida pública, todos podemos y debemos sembrar buena semilla con simpatía, con amabilidad, con oportunidad, en la propia familia, entre los amigos, entre los compañeros de trabajo o de estudios, en el ámbito en el que nos movemos: mostrando con valentía la belleza de la verdad; desenmascarando el error; facilitando a otros los medios de formación oportunos, como cursos de retiro, círculos de estudio, dirección espiritual; aconsejando un buen libro con contenido doctrinal; animando a los demás con el propio ejemplo a que se comporten como buenos cristianos. Muchos se sentirán fortalecidos por nuestra conducta serena y firme, y podrán hacer frente a esa avalancha de mala doctrina que vemos a nuestro alrededor; ellos mismos se convertirán en focos de luz para otros que andan en la oscuridad. Y veremos cómo en tantos casos se cumplen aquellas palabras de Tertuliano referidas al mundo pagano, que rechazaba la doctrina de Jesucristo: dejan de odiar, quienes dejan de ignorar.

Debemos sacar el máximo provecho a las mil oportunidades que nos presenta la vida ordinaria para sembrar la buena semilla de Cristo: con motivo de un viaje, al leer el periódico, al charlar con los vecinos, a propósito de la educación de los hijos, al participar en el Colegio profesional, al emitir el voto en unas elecciones... En muchas ocasiones, surgirán con espontaneidad, como parte de la vida; otras, con la ayuda de la gracia y con garbo humano, sabremos provocarlas. Así servimos a Cristo; somos su voz en el mundo.

III. La abundancia de cizaña sólo puede contrarrestarse con mayor abundancia aún de buena doctrina: vencer al mal con el bien, con ejemplo de vida y coherencia de conducta, que es naturalidad. El Señor nos llama a buscar la santidad en medio del mundo, en el cumplimiento de los deberes ordinarios; y esta llamada reclama de nosotros una presencia activa en las realidades humanas nobles que de alguna manera nos atañen. No basta lamentarse ante tantos errores y ante medios tan poderosos para difundirlos, sobre todo en un momento en el que «una sutil persecución condena a la Iglesia a morir de inedia, relegándola fuera de la vida pública y, sobre todo, impidiéndole intervenir en la educación, en la cultura, en la vida familiar.

»No son derechos nuestros: son de Dios, y a nosotros, los católicos, Él los ha confiado..., ¡para que los ejercitemos!».

Es hora de salir al descubierto con todos los medios, pocos o muchos, que tengamos a nuestro alcance, y con la disposición de no desaprovechar una sola ocasión que se nos presente. Hemos de decir también a nuestros amigos, a quienes siguen o comienzan a dar sus primeros pasos tras el Maestro, que Él les necesita para que tantas gentes no queden sin conocerle y sin amarle. Hoy podemos preguntarnos en nuestra oración: ¿qué puedo hacer yo -en mi familia, en el trabajo, en la escuela, en la agrupación social o deportiva a la que pertenezco, entre mis vecinos...- para que Cristo esté realmente presente con su gracia y su doctrina en esas personas? ¿A qué medios de formación podría sacarles mayor provecho? Las modas pasan, y aquellos aspectos contrarios a la doctrina de Jesucristo que perduren, los cambiaremos los cristianos con empeño, con alegría, con una santa tozudez humana y sobrenatural. La Primera lectura de la Misa nos anima a confiar en el poder de Dios: Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total y reprimes la audacia de los que no lo conocen. Nada es inevitable, todo puede llevar otro rumbo, si hay hombres y mujeres que aman a Cristo y están santamente empeñados en que las costumbres sean más conformes con el querer de Dios. Para eso se precisa la ayuda de la gracia, que no falta, y que cada uno, cada una, quiera realmente ser instrumento del Señor allí donde está, para mostrar con el ejemplo y con la palabra que la doctrina de Jesucristo es la única que puede traer la felicidad y la alegría al mundo: «es menester que (...) llevéis, con naturalidad, vuestro propio ambiente, para dar "vuestro tono" a la sociedad con la que conviváis.

»-Y, entonces, si has cogido ese espíritu, estoy seguro de que me dirás con el pasmo de los primeros discípulos al contemplar las primicias de los milagros que se obraban por sus manos en nombre de Cristo: "¡Influimos tanto en el ambiente!"».

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Domingo16º t.o. (A)

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(Sab 12,13.16-19) "En el pecado das lugar al arrepentimiento"

(Rm 8,26-27) "El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad"

(Mt 13,24-43) "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre"

Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

En el Angelus (Castelgandolfo) (22-VII-1984)


--- Diversas parábolas

La liturgia de este domingo la Iglesia nos recuerda la parábola con la que Jesucristo habló del reino de Dios.

“El reino de los cielos se parece a un grano de mosta­za... se parece a la levadura...” (Mt 13,31-33).

El reino de los cielos se puede comparar a un campo en el que se siembra buena semilla, pero un enemigo siembra cizaña en medio del buen trigo. El amo deja que uno y otra crezcan juntos hasta la siega (cf. Mt 13,24-30).

Recordando esta enseñanza la Iglesia nos invita a encontrar nuestro puesto en el reino de Dios y actuar de manera que crezca en cada uno de nosotros.

Por ello nos enseña a rezar.

--- Creer mediante la oración

En efecto, el reino de Dios crece en nosotros, ante todo, mediante la oración. En la plegaria, la debilidad del hombre se encuentra con el poder de Dios.

“(Rm 8:26-27) Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar  como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios”. Así escribe San Pablo a los Romanos.

¡Ninguno de los hombres, ninguno de los santos, ha rezado tan intensamente en el Espíritu Santo como María!

¡Que el Espíritu Santo, por intercesión de la Virgen Santísima, su Templo Inmaculado, sostenga nuestra plegaria a fin de que ella acerque el reino de Dios a nosotros y a todo lo creado!