Desde este blog se pretende facilitar el aprendizaje de la predicación y la oración personal. Todos los que tratamos a Dios podemos aprender y mejorar, usando este blog, nuestra amistad con el Señor.
Una aspirante a actriz cansada de
hacer castings... Un artista reconocido en plena crisis creativa...
Unos valiosos cuadros encontrados en un desván... Y el arte del engaño
para...
Una aspirante a
actriz cansada de hacer castings... Un artista reconocido en plena
crisis creativa... Unos valiosos cuadros encontrados en un desván... Y
el arte del engaño para cambiar las leyes del karma. Después de vender
más de 3.000.000 de ejemplares de sus novelas, Elísabet Benavent vuelve
con El arte de engañar al karma, una novela donde despliega su
virtuosismo narrativo, la magia para crear historias, con un estilo
lleno de risas y lágrimas, en una novela sorprendente, llena de belleza
y arte en la que las mujeres dejan de ser musas para ser creadoras. Y
volar alto. Por encima de cualquier expectativa. Las lectoras han dicho
sobre Un cuento perfecto:«¡Un libro magnífico. Adictivo! Una historia
real, bien escrita. He reído, llorado, suspirado. Elísabet, he leído
todos tus libros y, aunque parezca imposible, sigues sorprendiéndome».
«Una historia madura que nos hace reflexionar. No es una novela al uso
centrada en el amor de pareja, es eso y mucho más». «Leer a Elísabet es
entrar en la historia, sentirla y vivirla. Su pluma te atrapa». «Te
puede gustar un libro más que otro. Amar a un personaje y odiar a
otros... pero siempre tienen algo que te marca y que se queda
incrustado en el corazón. ¡Gracias, BetaCoqueta!».
Más sobre
Benavent, Elísabet
Elísabet Benavent (Gandía, Valencia,
1984) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad
Cardenal Herrera CEU de Valencia y máster en Comunicación y Arte por la
Universidad Complutense de Madrid. En la actualidad trabaja en el
Departamento de Comunicación de una multinacional. Su pasión es la
escritura. Hace unos meses autopublicó En los zapatos de Valeria en
Internet y reunió a un ejército de nuevos lectores que empezaron a
interesarse y a hablar en redes sociales de las peripecias de Valeria y
de sus amigas. El sueño de Elísabet era ver su novela en papel y por fin
se ha hecho realidad.
Sigue a la autora en Twitter @betacoqueta
En Facebook https://www.facebook.com/BetaCoqueta
y en su blog betacoqueta.wordpress.com
Una mujer, después de
perderlo todo durante la recesión, se embarca en un viaje hacia el Oeste
americano viviendo como una nómada en una caravana. Tras el colapso
económico que afectó también a su ciudad en la zona rural de Nevada,
Fern toma su camioneta y se pone en camino para explorar una vida fuera
de la sociedad convencional, como nómada moderna. (FILMAFFINITY)
Estreno en cines España: 26 marzo 2021.
Estreno en Disney+ Star (sin coste adicional): 30 abril 2021.
Premios
2020: Premios Oscar: 6 nominaciones incluyendo Mejor película y dirección
2020: Globos de Oro: Mejor película drama y dirección. 4 nominaciones
2020: Premios BAFTA: Mejor película, dirección, actriz y fotografía. 7 nominaciones
2020: Festival de Venecia: León de Oro (mejor película)
2020: Festival de Toronto: Premio del público (Mejor película)
2020: National Board of Review (NBR): Top 10 y Mejor fotografía
2020: American Film Institute (AFI): Top 10 - Mejores películas del año
2020: Critics Choice Awards: Mejor película, dirección, guion adaptado y fotografía
2020: Premios Independent Spirit: 5 nominaciones, incl. Mejor película y dirección
2020: Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor dirección
2020: Asociación de Críticos de Los Angeles: Mejor dirección
2020: Sindicato de Productores (PGA): Mejor película
2020: Sindicato de Directores (DGA): Mejor dirección
2020: Sindicato de Actores (SAG): Nominada a Mejor actriz (McDormand)
2020: National Society of Film Critics: Mejor película, dirección, actriz y fotografía
2020: Asociación de Críticos de Chicago: 5 premios, inc. Mejor película y dirección
2020: Asociación de Críticos de Boston: Mejor película, dirección y fotografía
2020: British Independent Film Awards (BIFA): Mejor pel. intern. independiente
2020: Premios Gotham: Mejor película y Premio del público
2020: Satellite Awards: Mejor película, dirección y actriz. 8 nominaciones
El Papa ha explicado en la Audiencia general por qué la oración es decisiva en la Iglesia
Catequesis del Santo Padre en español
Texto completo de la catequesis del Santo Padre traducida al español
La Iglesia es una gran escuela de
oración. Muchos hemos aprendido a pronunciar las primeras oraciones
estando sobre las rodillas de nuestros padres o abuelos. Quizá
conservamos el recuerdo de mamá y papá que nos enseñaban a rezar las
oraciones antes de ir a dormir. Esos momentos de recogimiento son a
menudo aquellos en los que los padres escuchan de sus hijos alguna
confidencia íntima y pueden dar su consejo inspirado en el Evangelio.
Después, en el camino del crecimiento, se tienen otros encuentros, con
otros testigos y maestros de oración (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 2686-2687). Es bueno recordarlos.
La vida de una parroquia y de toda
comunidad cristiana está marcada por los tiempos de la liturgia y de la
oración comunitaria. Aquel don que en la infancia recibimos con
sencillez, nos damos cuenta de que es un patrimonio grande, un
patrimonio muy rico, y que la experiencia de la oración merece ser
profundizada cada vez más (cfr. ibíd., 2688). El hábito de la
fe no es almidonado, se desarrolla con nosotros; no es rígido, crece,
también a través de momentos de crisis y resurrecciones; es más, no se
puede crecer sin momentos de crisis, porque la crisis te hace crecer:
entrar en crisis es un modo necesario para crecer. Y el aliento de la fe
es la oración: crecemos en la fe tanto como aprendemos a rezar. Después
de ciertos pasajes de la vida, nos damos cuenta de que sin la fe no
hubiéramos podido lograrlo y que la oración ha sido nuestra fuerza. No
solo la oración personal, sino también la de los hermanos y hermanas, y
de la comunidad que nos ha acompañado y sostenido, de la gente que nos
conoce, de la gente a la que pedimos rezar por nosotros.
También por eso en la Iglesia florecen
continuamente comunidades y grupos dedicados a la oración. Algún
cristiano siente incluso la llamada a hacer de la oración la acción
principal de su día. En la Iglesia hay monasterios, hay conventos,
ermitas, donde viven personas consagradas a Dios y que a menudo se
convierten en centros de irradiación espiritual. Son comunidades de
oración que irradian espiritualidad. Son pequeños oasis en los que se
comparte una oración intensa y se construye día a día la comunión
fraterna. Son células vitales, no solo para el tejido eclesial sino para
la sociedad misma. Pensemos, por ejemplo, en el papel que tuvo el
monacato para el nacimiento y el crecimiento de la civilización europea,
y también en otras culturas. Rezar y trabajar en comunidad lleva
adelante el mundo. Es un motor.
Todo en la Iglesia nace en la oración, y
todo crece gracias a la oración. Cuando el Enemigo, el Maligno, quiere
combatir la Iglesia, lo hace primero tratando de secar sus fuentes,
impidiéndole rezar. Por ejemplo, lo vemos en ciertos grupos que se ponen
de acuerdo para llevar adelante reformas eclesiales, cambios en la vida
de la Iglesia… Están todas las organizaciones, los medios de
comunicación que informan a todos… Pero la oración no se ve, no se reza.
“Tenemos que cambiar esto, tenemos que tomar esta decisión que es un poco fuerte…”.
Es interesante la propuesta, es interesante, solo con la discusión,
solo con los medios de comunicación, pero ¿dónde está la oración? La
oración es la que abre la puerta al Espíritu Santo, que es quien inspira
para ir adelante. Los cambios en la Iglesia sin oración no son cambios
de Iglesia, son cambios de grupo. Y cuando el Enemigo −como he dicho−
quiere combatir la Iglesia, lo hace en primer lugar tratando de secar
sus fuentes, impidiéndole rezar, y llevándola a hacer esas otras
propuestas. Si cesa la oración, por un momento parece que todo pueda ir
adelante como siempre −por inercia−, pero poco después la Iglesia se da
cuenta de haberse convertido en un envoltorio vacío, de haber perdido el
eje de apoyo, de que ya no posee la fuente del calor y del amor.
Las mujeres y los hombres santos no
tienen una vida más fácil que los otros, es más, también tienen
problemas que afrontar y, además, a menudo son objeto de oposiciones.
Pero su fuerza es la oración, que sacan siempre del “pozo” inagotable de
la madre Iglesia. Con la oración alimentan la llama de su fe, como se
hacía con el aceite de las lámparas. Y así van adelante caminando en la
fe y en la esperanza. Los santos, que a los ojos del mundo suelen contar
poco, en realidad son los que lo sostienen, no con las armas del dinero
y del poder, de los medios de comunicación, etc., sino con las armas de
la oración.
En el Evangelio de Lucas, Jesús hace una pregunta dramática que siempre nos hace pensar: «Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?»
(Lc 18,8), ¿o encontrará solo organizaciones, como un grupo de
“empresarios de la fe”, todos bien organizados, que hacen beneficencia,
muchas cosas…, o encontrará fe? «Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?».
Esta pregunta está al final de una parábola que muestra la necesidad de
rezar con perseverancia, sin cansarse (cfr. vv. 1-8). Por tanto,
podemos concluir que la lámpara de la fe estará siempre encendida sobre
la tierra mientras esté el aceite de la oración. La lámpara de la
verdadera fe de la Iglesia estará siempre encendida en la tierra
mientras esté el aceite de la oración. Es lo que lleva adelante la fe y
saca adelante nuestra pobre vida, débil, pecadora, pero la oración la
lleva adelante con seguridad. Es una pregunta que los cristianos tenemos
que hacernos: ¿rezo? ¿Rezamos? ¿Cómo rezo? ¿Cómo los loros o rezo con
el corazón? ¿Cómo rezo? ¿Rezo seguro de que estoy en la Iglesia y rezo
con la Iglesia, o rezo un poco según mis ideas y hago que mis ideas se
conviertan en oración? Esa es una oración pagana, no cristiana. Repito:
podemos concluir que la lámpara de fe estará siempre encendida en la
tierra mientras esté el aceite de la oración.
Y esa es una tarea esencial de la
Iglesia: rezar y enseñar a rezar. Transmitir de generación en generación
la lámpara de la fe con el aceite de la oración. La lámpara de la fe
que ilumina, que organiza las cosas realmente cómo son, pero que puede
ir adelante solo con el aceite de la oración. De lo contrario se apaga.
Sin la luz de esa lámpara no podremos ver el camino para evangelizar, es
más, no podremos ver el camino para creer bien; no podremos ver los
rostros de los hermanos a los que acercarse y servir; no podremos
iluminar la morada donde encontrarnos en comunidad… Sin la fe, todo se
derrumba; y sin la oración, la fe se apaga. Fe y oración, juntas. No hay
otro camino. Por eso la Iglesia, que es casa y escuela de comunión, es
casa y escuela de fe y de oración.
Saludos
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa.
Hermanos y hermanas pidamos al Señor que infunda su Espíritu sobre las
familias cristianas, para que sean iglesias domésticas donde los hijos, a
través de la oración, sean formados en un sincero testimonio de vida
marcada por la fe, la esperanza y la caridad. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa.
Con la alegría de Cristo Resucitado, invoco sobre vosotros y vuestras
familias, el amor misericordioso de Dios nuestro Padre. ¡El Señor os
bendiga!
Queridos hermanos y hermanas de lengua alemana,
en este tiempo de Pascua, dejémonos inspirar por María y por los
Apóstoles que estaban reunidos en oración unánime y preparados para la
venida del Espíritu Santo. ¡Que la paz del Señor resucitado esté con
vosotros!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española.
Pidamos a Cristo resucitado que nos ayude a mantener encendida la
lámpara de la fe, que la renovemos a diario con el aceite de nuestra
oración humilde y perseverante, y que nos envíe su Espíritu para poder
llevar su Luz a todos. Que Dios los bendiga.
Saludo a todos los queridos oyentes de lengua portuguesa,
y espero que las posibles nubes en vuestro camino nunca os impidan
irradiar y exaltar la gloria y la esperanza depositadas en vosotros,
cantando y alabando siempre al Señor en vuestros corazones, dando
gracias al Padre por todo. ¡Que Dios os bendiga!
Saludo a los fieles de lengua árabe.
Así como la lámpara necesita aceite para alumbrar, también nuestra fe
necesita la oración para poder ver el camino para evangelizar y ver el
rostro de nuestros hermanos necesitados. Sin fe todo se derrumba, pero
sin oración la fe se apaga, por eso, saquemos siempre nuestra oración
del “pozo” inagotable de la Madre Iglesia. ¡El Señor os bendiga a todos y
os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a todos los polacos.
Os deseo que en este período pascual vuestros hogares se conviertan en
escuelas de oración, donde podáis descubrir la presencia de Cristo
resucitado. Que Él llene vuestros corazones de sus dones pascuales: paz,
esperanza y alegría. Os bendigo de corazón.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. Espero que, en el clima de la alegría pascual, podáis poneros al servicio del Evangelio y de los hermanos.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados.
Animo a todos a llevar una existencia generosa, edificada sobre la
roca, es decir, sobre Cristo, nuestra única y sólida esperanza. ¡A todos
mi bendición!
“En aquel tiempo
contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y cómo
reconocieron a Jesús en el partir el pan. Mientras hablaban, se presentó
Jesús en medio de sus discípulos y les dijo: -Paz a vosotros. Llenos de
miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Él les dijo: -¿Por qué
os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos
y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un
fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. Dicho esto,
les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la
alegría, y seguían atónitos, les dijo: -¿Tenéis ahí algo que comer?
Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de
ellos. Y les dijo: -Esto es lo que os decía mientras estaba con
vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y
salmos acerca de mí, tenía que cumplirse. Entonces les abrió el
entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió: -Así estaba
escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer
día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los
pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén”(Lucas 24,35-48).
I. El sábado judío dio paso al domingo
cristiano desde los mismos comienzos de la Iglesia. Desde entonces, cada
domingo celebramos la resurrección del Señor. Las fiestas de Israel, y
particularmente el sábado, eran signo de la alianza divina y de un modo
de expresar el gozo de saberse propiedad del Señor y objeto de su
elección y amor. Con el paso del tiempo, los rabinos complicaron el
precepto divino, e implantaron una serie de minuciosas y agobiantes
prescripciones que nada tenían que ver con lo que Dios había dispuesto
sobre el sábado. Aquellas fiestas sólo contenían la promesa de una
realidad que aún no había tenido lugar. Con la Resurrección de
Jesucristo, el sábado deja paso a la realidad que anunciaba. Con Cristo
surge un culto nuevo y superior, porque tenemos también un nuevo
Sacerdote, y se ofrece una nueva Víctima.
II. Después de la Resurrección, el
primer día de la semana fue considerado por los Apóstoles como el día
del Señor, dominica dies, cuando Él nos alcanzó con su Resurrección la
victoria sobre el pecado y la muerte. El precepto de santificar las
fiestas regula un deber esencial del hombre con su Creador y su
Redentor. En este día dedicado a Dios le damos culto especialmente con
la participación en el Sacrificio de la Misa. Ninguna otra celebración
llenaría el sentido de este precepto. Nuestras fiestas no son un mero
recuerdo de hechos pasados, sino que son un signo que manifiesta y hace
presente a Cristo entre nosotros. Hemos de procurar, mediante el ejemplo
y el apostolado, que el domingo sea “el día del Señor, el día de la
adoración y de la glorificación de Dios, del santo Sacrificio, de la
oración, del descanso, del recogimiento, del alegre encontrarse en la
intimidad de la familia” (PÍO XII, Alocución)
III. El precepto de santificar las
fiestas responde también a la necesidad de dar culto público a Dios, y
no sólo de modo privado. El domingo y las fiestas determinadas por la
Iglesia son, ante todo, días para Dios y días especialmente propicios
para buscarle y para encontrarle. Las fiestas tienen una gran
importancia para ayudar a los cristianos a recibir mejor la acción de la
gracia. En estos días se exige también que el creyente interrumpa su
trabajo para dedicarse al Señor. Indicaría poco sentido cristiano
plantear el domingo de manera que se hiciera imposible o muy difícil ese
trato con Dios. No es un hacer nada, sino ocasión de ocupación positiva
y enriquecimiento personal y familiar, cultivar el trato social y las
amistades, o hacer una visita a algunas personas necesitadas, que están
solas o enfermas.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal
(Hch 3,13-15.17-19) "Arrepentíos y convertíos para que se borren vuestros pecados"
(1 Jn 2,1-5a) "Os escribo esto para que no pequéis”
(Lc 24,35-48) "Paz a vosotros"
Homilía I: con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la parroquia de los Santos Protomártires (21-IV-1985)
--- Pasión y Resurrección
--- Llamadas a la conversión
--- Esperanza en Cristo
--- Pasión y Resurrección
“Señor, Jesús..., enciende nuestro corazón mientras nos hablas”.
La Iglesia presenta hoy esta oración al
Señor Jesús, al cantar su “Alleluya”. En ella se encierra el eco de las
palabras que pronunciaron los discípulos de Emaús, cuando, después de
“partir el pan” pudieron reconocer a Cristo resucitado: “¿No ardía
nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las
Escrituras?” (Lc 24,32).
En la primera lectura Simón Pedro habla
de la pasión y resurrección de Jesús. Habla a oyentes que habían tomado
parte en los acontecimientos, y algunos de ellos podían ser llamados
“coautores” de la pasión y de la muerte del “Santo y Justo”. Dice, pues,
dirigiéndose en segunda persona a sus oyentes: “El Dios de Abraham, de
Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo
Jesús, a quien vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante
Pilato, cuando éste estaba resuelto a ponerle en libertad. Vosotros
renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis que se os hiciera gracia
de un asesino, y matasteis al Jefe que lleva a la Vida. Pero Dios le
resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello” (Hch
3,13-15). Está bien que nos detengamos un momento en esta
contraposición: Nosotros... Vosotros.
Vosotros, los asesinos de Cristo que lo
rechazasteis y repudiasteis. Nosotros, los testigos de la resurrección,
que hemos sido llamados a anunciarlo también a vosotros. Nosotros hemos
sido elegidos para ser Apóstoles, precisamente a fin de llevaros a la
fe, para que, creyendo, podáis, por un inefable don de conversión,
haceros por vuestra parte testigos de la resurrección de Aquel a quien
rechazasteis.
--- Llamadas a la conversión
En esta contraposición viene a estar la
historia de cada alma que pasa del pecado a la conversión, de cada
hombre a quien Cristo llama a la fe y lo hace suyo. De este modo, el
hombre que no había reconocido a Jesús y que lo había condenado, es
invitado a convertirse, mediante un misterioso don de gracia, en el buen
terreno que hace nacer y fructificar la semilla con abundancia (cfr. Lc
8,15).
Sí, Pedro es testigo, junto con los
Apóstoles. Es el primero entre los testigos, ha visto al Señor
resucitado, lo ha encontrado, ha hablado con Él.
Pedro estaba presente en el Cenáculo cuando tuvo lugar allí el acontecimiento pascual que se describe en el Evangelio de Lucas.
Pedro oyó, juntamente con los otros
Apóstoles, el saludo del Señor “Paz a vosotros”. Quedó turbado por la
inesperada aparición de Cristo, al que creía definitivamente muerto, y
experimentó la interna alegría de reconocerlo vivo y de comer todavía
con Él: “Palpadme y ved... Le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo
tomó y comió delante de ellos”. Pedro quedó iluminado por las palabras
de Jesús, que le abrieron la mente para entender las Escrituras, y
sintió como dirigidas a él las palabras del Maestro que trazaban ya el
programa de su misión de Apóstol: “Se predicará la conversión y el
perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén”.
Así, pues, Pedro es testigo. Como testigo del Resucitado habla en los Hechos de los Apóstoles al pueblo reunido en Jerusalén.
El discurso continúa así: “Hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia y vuestras autoridades lo mismo” (Hch 3,17).
A pesar de esto, precisamente mediante
esta ignorancia y culpa, se cumplió el eterno designio salvífico, el
designio de Dios: “Pero Dios cumplió de esta manera lo que había dicho
por los Profetas: que su Mesías tenía que padecer” (Hch 3,18).
Las últimas palabras de Pedro son una
apremiante llamada a la penitencia y a la conversión: “Por tanto
arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados” (Hch
3,19).
Arrepentirse y cambiar de vida son los
momentos esenciales de la conversión. Arrepentirse, es decir, recoger el
juicio sobre el mal que brota del misterio de Cristo muerto y
resucitado, a fin de obtener un sincero y profundo dolor de nuestras
culpas y pecados; de los personales, pero también de los que
caracterizan a nuestra época y a nuestra sociedad. Nuestro dolor deberá
ser sincero y verdadero, capaz de cambiar radicalmente los sentimientos
del alma, iluminado por la esperanza de podernos transformar y de
conseguir el perdón.
Si hubiéramos rechazado a Jesucristo,
tendríamos que cambiar de opinión sobre Él y reconocerlo como Hijo de
Dios y Señor. Esta fe renovada nos permitirá rectificar nuestro camino,
nos dejará ir por el camino de Dios, hacer nuestro designio y su
proyecto para nuestra vida.
--- Esperanza en Cristo
El pasaje de la primera Carta de Juan,
que hemos leído, nos propone otro pensamiento consolador: “Cristo,
abogado ante el Padre, víctima de propiciación”.
Si miramos seriamente a la seriedad e
irreversibilidad de nuestra conversión, nos sentimos con frecuencia
pobres y frágiles, porque nuestra santificación todavía no está
consumada en nosotros, mientras vivimos en el tiempo. Su cumplimiento
está más allá, y nosotros continuamos constatando nuestra pequeñez. Pero
sabemos que Cristo “se entregó por nosotros para rescatarnos de toda
impiedad y prepararse un pueblo purificado” (Tit 2,14). Él ha realizado
una liberación definitiva que transciende el tiempo, porque se funda en
la potencia de su sacrificio y de su sangre. En esta sangre nuestra
reconciliación y nuestro rescate se han convertido en un hecho
definitivo, en ella nuestra paz con Dios se ha hecho eterna. En la
potencia infinita de este martirio del Justo se funda nuestra esperanza:
Cristo inmolado intercede por nosotros para un juicio de salvación. El
crucificado implica para nosotros un juicio de Dios que nos salva,
porque los pecados de los hombres han muerto con su muerte.
Hoy al cantar “Aleluya”, suplicamos: “Señor Jesús: explícanos las Escrituras. / Enciende nuestro corazón mientras nos hablas”.
Sí. Tú, Cristo, nos hablas por medio de
los testigos de tu pasión y resurrección. Tú nos hablas por medio de
Pedro y de los Apóstoles. Tú hablas también por medio de aquellos
Protomártires que -en su mayoría- creyeron, aunque no habían visto. Y
después de haber creído, dieron la vida por Cristo. Nosotros somos
herederos de este testimonio. ¡Tenemos que ser dignos de esta heredad!
Buscamos su fuente en la Sagrada Escritura: “Explícanos las Escrituras”. Tú nos hablas en ellas.
Y aunque no te veamos personalmente,
como tantas generaciones de cristianos en esta Ciudad Eterna, sin
embargo, en la Escritura encontramos siempre la misma fuente de la fe.
Tú nos hablas en ellas.
¡Señor, enciende nuestro corazón!
¡Enciende el corazón! ¡Permítenos amar la verdad, la verdad de tu pasión
y resurrección! Permítenos vivir de la fuerza de tu misterio pascual