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Inspirándose en la figura de Nicodemo, el Papa ha ofrecido su 13ª catequesis sobre la vejez, durante la Audiencia general de hoy
Catequesis del Santo Padre en español
Entre las figuras de ancianos más relevantes en los Evangelios está Nicodemo −uno de los jefes de los Judíos−, el cual, queriendo conocer a Jesús, pero a escondidas, fue a Él de noche (cfr. Jn 3,1-21). En el coloquio de Jesús con Nicodemo emerge el corazón de la revelación de Jesús y de su misión redentora, cuando dice: «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (v. 16).
Jesús dice a Nicodemo que para “ver el reino de Dios” hay que “nacer de lo alto” (cfr. v. 3). No se trata de volver a nacer de cero, de repetir nuestra venida al mundo, esperando que una nueva reencarnación reabra nuestra posibilidad de una vida mejor. Esa repetición carece de sentido. Es más, vaciaría de todo significado la vida vivida, borrándola como si fuese un experimento fallido, un valor caducado, un vacío perdido. No, no es eso, este nacer de nuevo del que habla Jesús: es otra cosa. Esta vida es preciosa a los ojos de Dios: nos identifica como criaturas amadas por Él con ternura. El “nacimiento de lo alto”, que nos permite “entrar” en el reino de Dios, es una generación en el Espíritu, un paso entre las aguas hacia la tierra prometida de una creación reconciliada con el amor de Dios. Es un renacimiento de lo alto, con la gracia de Dios. No es un renacer físicamente otra vez.
Nicodemo malinterpreta este nacimiento, y apela a la vejez como prueba de su imposibilidad: el ser humano envejece inevitablemente, el sueño de una eterna juventud desaparece definitivamente, la extinción es la meta de todo nacimiento en el tiempo. ¿Cómo imaginar un destino que tiene forma de nacimiento? Nicodemo piensa así y no halla el modo de entender las palabras de Jesús ¿Ese renacimiento, qué es?
La objeción de Nicodemo es muy instructiva para nosotros. En efecto, podemos invertirla, a la luz de la palabra de Jesús, en el descubrimiento de una misión propia de la vejez. Pues la vejez no sólo no es un obstáculo para el nacimiento de lo alto del que habla Jesús, sino que se convierte en el momento oportuno para iluminarlo, disolviéndolo del equívoco de una esperanza perdida. Nuestra época y nuestra cultura, que muestran una preocupante tendencia a considerar el nacimiento de un niño como un simple asunto de producción y reproducción biológica del ser humano, cultivan luego el mito de la eterna juventud como obsesión –desesperada– de una carne incorruptible. Porque la vejez es –en muchos sentidos– despreciada. Porque aporta la evidencia irrefutable del rechazo de ese mito, que quisiera hacernos volver al vientre de la madre, para ser siempre jóvenes en el cuerpo.
La técnica se deja atraer por este mito en todos los sentidos: en espera de vencer a la muerte, podemos mantener vivo el cuerpo con medicinas y cosméticos, que retardan, ocultan, remueven la vejez. Por supuesto, el bienestar es una cosa, la alimentación del mito es otra muy distinta. No se puede negar, sin embargo, que la confusión entre los dos aspectos nos está creando una cierta confusión mental. Confundir bienestar con alimentar el mito de la eterna juventud. Mucho se hace para recuperar siempre esa juventud: muchos trucos, muchas cirugías para parecer joven. Me acuerdo de las palabras de una sabia actriz italiana, Magnani, cuando le dijeron que tenían que quitarle las arrugas, y ella dijo: “¡No, no las toquéis! He tardado muchos años en tenerlas: ¡no las toquéis!”. Es eso: las arrugas son un símbolo de experiencia, un símbolo de vida, un símbolo de madurez, un símbolo de haber hecho un camino. No las toquéis para volveros jóvenes, jóvenes de fachada: lo que interesa es toda la personalidad, lo que interesa es el corazón, y el corazón se queda con esa juventud del buen vino, que cuanto más envejece mejor.
La vida en carne mortal es una belleza “incompleta”: como ciertas obras de arte que tienen un encanto único precisamente en su inacabado. Porque la vida aquí abajo es “iniciación”, no cumplimiento: venimos al mundo justo así, como personas reales, como personas que progresan en edad, pero que siempre son reales. La vida en carne mortal es un espacio y un tiempo demasiado pequeño para mantener intacta y completa la parte más preciosa de nuestra existencia en el tiempo del mundo. La fe, que acoge el anuncio evangélico del reino de Dios al que estamos destinados, tiene un primer efecto extraordinario, dice Jesús. Nos permite “ver” el reino de Dios. Nos volvemos capaces de ver realmente los muchos signos de aproximación de nuestra esperanza de cumplimiento de lo que, en nuestra vida, lleva el signo del destino de Dios para la eternidad.
Los signos son los del amor evangélico, iluminados de muchas maneras por Jesús. Y si podemos “verlos”, también podemos “entrar” en el reino, con el paso del Espíritu a través del agua regeneradora.
La vejez es la condición, concedida a muchos de nosotros, en la que el milagro de este nacimiento de lo alto puede asimilarse íntimamente y hacerse creíble para la comunidad humana: no comunica nostalgia por el nacimiento en el tiempo, sino amor por el destino final. Desde esta perspectiva, la vejez tiene una belleza única: caminamos hacia lo Eterno. Nadie puede volver a entrar en el vientre de la madre, ni siquiera en su sustituto tecnológico y consumista. Eso no da sabiduría, eso no da un camino completo, eso es artificial. Sería triste, incluso si fuera posible. El anciano camina hacia adelante, el anciano camina hacia el destino, hacia el cielo de Dios, el anciano camina con su sabiduría vivida durante la vida. La vejez es, pues, un tiempo especial para disolver el futuro de la ilusión tecnocrática de la supervivencia biológica y robótica, pero sobre todo porque se abre a la ternura del vientre creador y generador de Dios. Aquí quisiera subrayar esta palabra: la ternura de los ancianos. Observad a un abuelo o a una abuela cómo miran los nietos, cómo acarician a sus nietos: esa ternura, libre de toda prueba humana, que ha superado las pruebas humanas y es capaz de dar libremente el amor, la cercanía amorosa del uno por el otro. Esa ternura abre la puerta a comprender la ternura de Dios. No olvidemos que el Espíritu de Dios es cercanía, compasión y ternura. Dios es así, sabe acariciar. Y la vejez nos ayuda a comprender esa dimensión de Dios que es la ternura. La vejez es el tiempo especial para disolver el futuro de la ilusión tecnocrática, es el tiempo de la ternura de Dios que crea, crea un camino para todos nosotros. Que el Espíritu nos conceda la reapertura de esta misión espiritual –y cultural– de la vejez, que nos reconcilia con el nacer de lo Alto. Cuando pensamos en la vejez así, entonces decimos: ¿por qué esta cultura del descarte decide desechar los viejos, considerándolos inútiles? Los viejos son los mensajeros del futuro, los viejos son los mensajeros de la ternura, los viejos son los mensajeros de la sabiduría de una vida vivida. Sigamos adelante y miremos los viejos.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa presentes en esta Audiencia, en particular a los peregrinos venidos de Francia, La Reunión, Costa de Marfil y Gabón. Tras el ejemplo de Nicodemo, que el Espíritu Santo nos haga descubrir esta misión espiritual de la vejez que nos reconcilia con “el nacimiento de lo Alto”. ¡El Espíritu Santo, el Consolador, os bendiga a todos!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Filipinas y Estados Unidos de América. Dirijo un saludo particular a los numerosos grupos de jóvenes estudiantes aquí presentes. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. ¡El Señor os bendiga!
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua alemana, en particular a los alumnos del Wilhelmsstift de Tubinga, y del Felixianum de Trier, así como a los monaguillos de la Diócesis de Eichstätt. En el Señor Jesús somos hijos amados de Dios. ¡Que el Espíritu Santo nos ayude a ser mensajeros de alegría y testigos de su caridad!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Los invito a releer el diálogo de Jesús con Nicodemo y a preguntarnos cómo estamos viviendo la llamada a “nacer de nuevo”. Pidamos al Señor que el Espíritu Santo nos haga transmisores de amor y esperanza para quienes nos rodean. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los miembros del Centro Nacional de Cultura de Portugal y de la Asociación Evangelizar es preciso, de Curitiba, Brasil. Hermanos y hermanas, el Espíritu Santo nos ayude a entender la vejez como periodo en el cual –abandonado el mito de la eterna juventud– aprendamos qué significa “nacer de lo alto” y seamos reconciliados con nuestro destino eterno. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los fieles de lengua árabe. La vejez, de modo particular, es un tiempo de gracia, en el que el Señor renueva su llamada a los ancianos a custodiar y trasmitir su fe y a guiar con su sabiduría el mundo de hoy, que está afrontando muchas dificultades, convirtiéndose así en un faro para las nuevas generaciones. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los polacos, y en particular a los sacerdotes de la Diócesis de Włocławek que han venido a Roma en el 25° aniversario de su ordenación. Hoy recordáis a la reina Santa Eduvigis, Apóstol de Lituania y fundadora de la Universidad Jaguelónica. Durante su canonización, San Juan Pablo II recordó que, por su labor, Polonia fue unida a Lituania y a Rus’. Encomendaos a su intercesión, rezando como ella al pie de la Cruz por la paz en Europa. Os bendigo de corazón.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a las Hermanas Capitulares de la Congregación de Nuestra Señora del Carmen, animándolas a caminar siempre con alegría por las vías del Señor. Me alegra también acoger a los fieles de la parroquia Jesucristo Salvador, de Praia a Mare y espero que el 25° aniversario de fundación de la parroquia sea un estímulo para ser creíbles testigos del Evangelio. Saludo igualmente a la Federación de las Órdenes de las Profesiones de Enfermería y a la Asociación Voluntarios de la Sangre de Acireale, expresando aprecio por sus actividades de solidaridad. Un saludo además a los atletas de la peregrinación a pie de Macerata a Loreto, con la antorcha de la paz que quiere ser un signo y a la vez una invitación a la fraternidad entre los individuos y los pueblos.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados. El próximo domingo celebraremos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Animo a todos a encontrar, conscientes de la presencia de la Trinidad en la nuestra vida, gracias al Bautismo, el apoyo para cumplir en toda circunstancia la voluntad del Señor. Os bendigo de corazón.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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La Santísima Trinidad
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros” (Juan 16,12–15).
I. Hoy la liturgia nos propone el
misterio central de nuestra fe: la Santísima Trinidad, fuente de todos
los dones y gracias, misterio inefable de la vida íntima de Dios. Poco a
poco, con una pedagogía divina, Dios fue manifestando su realidad
íntima, nos ha ido revelando cómo es Él, en Sí, independiente de todo lo
creado. En el Antiguo Testamento da a conocer sobre todo la Unidad de
su ser; que a diferencia del mundo es increado; que no está limitado a
un espacio (es inmenso), ni al tiempo (es eterno). Su poder no tiene
límites (es omnipotente). También se revela como el pastor que busca a
su rebaño; a la vez que se va manifestando la paternidad de Dios Padre,
la Encarnación de Dios Hijo y la acción del Espíritu Santo, que vivifica
todo. Pero es Cristo quien nos revela la intimidad del misterio
trinitario, la llamada a participar en él, y la perfectísima Unidad de
vida entre las divinas Personas (Juan 16, 12-15). El misterio de la
Santísima Trinidad es el punto de partida de toda la verdad revelada y
la fuente de donde procede la vida sobrenatural y a donde nos
encaminamos: somos hijos del Padre, hermanos y coherederos del Hijo,
santificados continuamente por el Espíritu Santo para asemejarnos cada
vez más a Cristo. Esto nos hace templos vivos de la Santísima Trinidad.
II.
Desde que el hombre es llamado a participar de la vida divina por la
gracia recibida en el Bautismo, está destinado a participar cada vez más
en esta Vida. Es un camino que es preciso andar continuamente. Del
Espíritu Santo recibimos constantes impulsos, mociones, luces,
inspiraciones para ir más deprisa por ese camino que lleva a Dios, para
estar cada vez en una “órbita” más cercana al Señor. “El corazón
necesita distinguir y adorar a cada una de las Personas divinas. De
algún modo, es un descubrimiento, el que realiza el alma en la vida
sobrenatural, como los de una criaturica que va abriendo los ojos a la
existencia. Y se entretiene amorosamente con el Padre y con el Hijo y
con el espíritu Santo; y se somete fácilmente a la actividad del
Paráclito vivificador, que se nos entrega sin merecerlo: ¡los dones y
las virtudes sobrenaturales! (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios)
III.
“Tú Trinidad eterna, eres mar profundo, en el que cuanto más penetro,
más descubro, y cuanto más descubro, más te busco” (SANTA CATALINA DE
SIENA, Diálogo), le decimos en la intimidad de nuestra alma. Y desde lo
hondo del alma añadimos: Padre, glorificad continuamente a vuestro Hijo,
para que vuestro Hijo os glorifique en la unidad del Espíritu Santo por
los siglos de los siglos (JUAN 17, 1)
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
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(Pr 8,22-31) "Gozaba con los hijos de los hombres"
(Rom 5,1-5) "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones"
(Jn 16,12-15)"Todo lo que tiene el Padre es mío"
Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
Todos tenemos la experiencia de no poder expresar nuestras vivencias más íntimas. Hay algo aquí que será siempre hermético para las palabras. Cualquier yo humano es ya un misterio. "Me he convertido en una pregunta para mí mismo, declara S. Agustín. Pero este misterio se adensa cuando hablamos de la Santísima Trinidad, el Ser que anuda los hilos del Universo. "Cuando lo llamamos Dios, dice Schmaus, no hacemos sino emplear una palabra para no tener que callar del todo sobre Él".
Dios es inescrutable, un misterio absoluto, es cierto "pero se ha abierto a nosotros en la Revelación, recuerda Juan Pablo II, de manera que podamos dirigirnos a Él como al santísimo "Tú" divino. Cada uno de nosotros es capaz de hacerlo porque nuestro Dios, que abraza en Sí y supera y trasciende de modo infinito todo lo que existe, está muy cercano a todos, y más aún, íntimo a nuestro más íntimo ser: 'Interior intimo meo', como escribe San Agustín".
Dios es Espíritu, dijo Jesús, y ello quiere decir vida, no materia inerte. Quiere decir persona, esto es: inteligencia, voluntad y libertad en grado infinito. Quiere decir Sabiduría, Bondad y Poder sin límites, como proclaman tantos textos de la Sagrada Escritura.
"Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena". Dios es inescrutable, pero su Espíritu se ha asentado en nuestros corazones para que lleguemos a tener en él "idénticos sentimientos que Cristo Jesús" (Flp 2,5). Porque el "Espíritu Santo, dice S. Cirilo de Alejandría, no es un artista que dibuja en nosotros la divina sustancia, como si Él fuera ajeno a ella...; sino que Él mismo, que es Dios y de Dios procede, se imprime en los corazones que lo reciben como el sello sobre la cera y, de esa forma, por la comunicación de sí y la semejanza, restablece la naturaleza según la belleza del modelo divino y restituye al hombre la imagen de Dios". De igual modo, iremos recibiendo sus dones: Inteligencia, Ciencia, Sabiduría, Consejo, Piedad, Fortaleza, Temor.
El Espíritu Santo es el aliento de Dios, el ruah o soplo de Yavé, una fuerza invisible cuya acción penetra el universo y explica todas las intervenciones de Dios en la historia. Él, con sus siete dones, nos ayuda a vivir como verdaderos hijos de Dios.