Desde este blog se pretende facilitar el aprendizaje de la predicación y la oración personal. Todos los que tratamos a Dios podemos aprender y mejorar, usando este blog, nuestra amistad con el Señor.
Partiendo de su experiencia personal y
de la lectura de numerosos libros de psicología, neurociencia,
literatura y memorias de grandes autores de distintas disciplinas
creativas, R...
Partiendo de su
experiencia personal y de la lectura de numerosos libros de psicología,
neurociencia, literatura y memorias de grandes autores de distintas
disciplinas creativas, Rosa Montero nos ofrece un estudio apasionante
sobre los vínculos entre la creatividad y la inestabilidad mental. Y lo
hace compartiendo con el lector numerosas curiosidades asombrosas sobre
cómo funciona nuestro cerebro al crear, desmenuzando todos los aspectos
que influyen en la creatividad, y montándolos ante los ojos del lector
mientras escribe, como un detective dispuesto a resolver las piezas
dispersas de una investigación.
Ensayo y ficción se dan la mano en esta exploración sobre los
vínculos entre la creatividad y la locura, y así el lector asistirá en
directo al mismo proceso de la creación, descubrirá la teoría de "la
tormenta perfecta", esto es, que en el estallido creativo confluyen una
serie de factores irrepetibles, químicos y situacionales, y compartirá
la experiencia personal de cómo Rosa Montero vivió en directo, y durante
años, muy cerca de la locura.
El peligro de estar cuerda habla de que "las hadas" nos dan
un don, y nos hacen pagar un precio por él; los normales no pagamos ese
duro precio, pero corremos el riesgo de morir de tedio, en lugar de
morir de amor. «Como en todo, la clave está en el equilibrio entre el
porcentaje de desapego y el de sentimiento, en lograr cierta armonía
entre el yo que sufre y el yo que controla», dice la propia autora.
Más sobre
Montero, Rosa
Rosa Montero nació en Madrid.
Estudió Periodismo y Psicología. Es autora de las novelas Crónica del
desamor (1979), La función Delta (1981), Te trataré como a una reina
(Seix Barral, 1983), Amado amo (1988), Temblor (Seix Barral, 1990),
Bella y oscura (Seix Barral, 1993), La hija del caníbal (1997, Premio
Primavera), El corazón del Tártaro (2001), La loca de la casa (2003,
Premio Qué Leer y Premio Grinzane Cavour), Historia del Rey Transparente
(2005, Premio Qué Leer), Instrucciones para salvar el mundo (2008),
Lágrimas en la lluvia (2011 y 2015) y La ridícula idea de no volver a
verte (2013). También es autora del libro de relatos Amantes y enemigos
(1998), de varias obras relacionadas con el periodismo, y de los libros
infantiles El nido de los sueños (1991) y la serie protagonizada por
Bárbara. Su trayectoria periodística ha sido reconocida, entre otros,
con el Premio Nacional de Periodismo, el Rodríguez Santamaría y el
Premio de Periodismo El Mundo. Su obra está traducida a más de veinte
idiomas y colabora en el diario El País. En noviembre de 2017 fue
galardonada con el Premio Nacional de las Letras en reconocimiento a su
trayectoria novelística, periodística y ensayística.
Documental La Misa, el beso de Dios: «Si supiéramos Quién está ahí delante…»
De la mano de Jim Caviezel, Scott Hahn, Raniero Cantalamessa y Emerson Fitipaldi, llega a España el documental La Misa, el beso de Dios, un recorrido por la liturgia eucarística salpicado con testimonios personales
«Tenemos un tesoro oculto y brutal en el altar que te cambia la vida.
Es una alianza de Dios con nosotros que se renueva en cada Misa delante
de nuestras narices, y por pura gracia suya comulgamos y somos
beneficiarios de ese alianza», dice Pietro Ditano, director de La Misa, el beso de Dios,
un documental sobre la Eucaristía a cargo de José Pedro Manglano que se
estrenará el año que viene, primero en España y luego en todo el mundo,
debido a su carácter internacional, pues cuenta con figuras como
Emerson Fitipaldi, Jim Caviezel, Scott Hahn, Raniero Cantalamessa, la
religiosa Briege McKenna o Ralph Martin, testigo del nacimiento de la
Renovación Carismática en Estados Unidos en los 60.
El documental, que está ahora en busca de financiación por parte de su productora (www.oceanoe.com), lleva a la pantalla las intuiciones sobre la Eucaristía de Manglano, así como los contenidos del libro de Benedicto XVI Un canto nuevo para el Señor
y su concepto de «liturgia cósmica». «Queremos mostrar cómo toda la
Creación entera participa de la Misa, y para sugerir este aspecto hemos
grabado la Eucaristía en entornos espectaculares, como la playa de las
Catedrales, en Lugo, o algunos paisajes nevados en Islandia», dice
Pitano.
«La carne de Jesús atraviesa nuestra carne»
La cinta hace un recorrido por la Misa en orden cronológico, en la
que se van incorporando intervenciones y testimonios tanto de figuras
reconocidas del orbe católico como de personas anónimas. «La idea es que
la gente, entre ellos muchos jóvenes, cuenten su experiencia real de la
Misa. No es algo catequético sino testimonial, narrado desde la
afectividad. Hay algo íntimo y personal en la Misa que hace que la gente
abra su corazón para compartir sus vivencias de la Eucaristía».
Así, el excorredor de Fórmula 1 Emerson Fitipaldi, evangélico, da su
experiencia sobre la Palabra: «Él se levanta cada día a las cinco de la
mañana para orar y leer la Biblia, y cuenta todo el poder transformador
que tiene la Escritura, toda su presencia de Dios», explica el director.
La religiosa Briege McKenna es conocida por haber experimentado la
sanación de su artritis reumatoide durante una Eucaristía, después de
tres años en silla de ruedas. Años después predicaría en un retiro
internacional para sacerdotes organizado por el Vaticano. «Ella aporta
su experiencia de sanación, resalta cómo la carne de Jesús pasa por
nuestra carne al comulgar, y cómo eso nos sana y nos debe hacer tomar
conciencia de que ese trozo de pan es el mismo Jesús que pasó por la
tierra hace dos mil años».
Por su parte, Cantalamessa aborda la liturgia como trampolín para el
encuentro con los demás, y Ralph Martin, testigo del nacimiento de la
Renovación Carismática en Estados Unidos en los 60, centra su
intervención en la Eucaristía cómo el lugar donde se desvela la gloria
de Dios. La cinta también aborda «cómo puedes nutrirte afectivamente e
íntimamente de la Misa igual que los esposos se nutren el uno al otro en
el encuentro sexual, todo narrado con una belleza sublime y mucha
delicadeza», explica Ditano.
Para entrar en Misa con el corazón en la mano
«Nuestro objetivo es que podamos tomar conciencia real de la
brutalidad y de la grandiosidad de la Misa, algo que quizá se nos puede
pasar desapercibido en el día a día». Además, «queremos mirar la
Eucaristía desde la afectividad y dar a la gente claves de acceso para
entrar en la Misa con el corazón en la mano».
El documental lleva detrás «mucho tiempo y mucha oración, y el Señor
lo está llevando como quiere. Vemos en muchos detalles que es su
proyecto, no el nuestro». Y aunque es un producto que va a atraer a los
creyentes, porque «quien tenga fe lo va a disfrutar mucho», el teaser
ha llamado la atención también a muchos alejados: «El foco que le hemos
puesto a la naturaleza es muy atractivo, y visualmente queda muy
impactante».
Para Ditano, «es una tragedia estar en Misa y andar pensando en
tonterías. El documental va a aportar mucha luz en este sentido. Quiere
hacernos pensar: “Si supiéramos de verdad Quién está ahí delante…”». La
Eucaristía «nos mejora la vida. Yo vivo eso día tras día, y como yo
tantos cristianos que viven de esa presencia viva que transforma las
vidas».
En la Audiencia general de hoy (20042022), el Papa retoma el ciclo de catequesis
Y observa que no siempre en las
sociedades se presta atención a devolver a nuestros ancianos el amor
recibido, con la ternura y el respeto debidos. Por eso, invitó a las
familias a acercar a sus hijos a los abuelos y a no desatenderlos cuando
sean huéspedes de una residencia de ancianos o de reposo
Catequesis del Santo Padre en español
Texto completo de la catequesis del Santo Padre traducida al español
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, con la ayuda de la Palabra de Dios
que hemos escuchado, abrimos un pasaje a través de la fragilidad de la
edad anciana, marcada de forma especial por las experiencias del
desconcierto y del desánimo, de la pérdida y del abandono, de la
desilusión y la duda. Naturalmente, las experiencias de nuestra
fragilidad, frente a las situaciones dramáticas —a veces trágicas— de la
vida, pueden suceder en todo tiempo de la existencia. Sin embargo, en
la edad anciana estas pueden suscitar menos impresión e inducir en los
otros una especie de hábito, incluso de molestia. Cuántas veces hemos
escuchado o hemos pensando: “Los ancianos molestan”; lo hemos dicho, lo
hemos pensando… Las heridas más graves de la infancia y de la juventud
provocan, justamente, un sentido de injusticia y de rebelión, una fuerza
de reacción y de lucha. En cambio, las heridas, también graves, de la
edad anciana están acompañadas, inevitablemente, por la sensación de
que, sea como sea, la vida no se contradice, porque ya ha sido vivida. Y
así los ancianos son un poco alejados también de nuestra experiencia:
queremos alejarlos.
En la común experiencia humana, el amor
—como se dice— es descendiente: no vuelve sobre la vida que está detrás
de las espaldas con la misma fuerza con la que se derrama sobre la vida
que está todavía delante. La gratuidad del amor aparece también en esto:
los padres lo saben desde siempre, los ancianos lo aprenden pronto. A
pesar de eso, la revelación abre un camino para una restitución
diferente del amor: es el camino de honrar a quien nos ha precedido. El camino de honrar a las personas que nos han precedido empieza aquí: honrar a los ancianos.
Este amor especial que se abre el camino
en la forma del honor —es decir, ternura y respeto al mismo tiempo—
destinado a la edad anciana está sellado por el mandamiento de Dios.
«Honrar al padre y a la madre» es un compromiso solemne, el primero de
la “segunda tabla” de los diez mandamientos. No se trata solamente del
propio padre y de la propia madre. Se trata de la generación y de las
generaciones que preceden, cuya despedida también puede ser lenta y
prolongada, creando un tiempo y un espacio de convivencia de larga
duración con las otras edades de la vida. En otras palabras, se trata de
la vejez de la vida.
Honor es una buena palabra para
enmarcar este ámbito de restitución del amor que concierne a la edad
anciana. Es decir, nosotros hemos recibido el amor de los padres, de los
abuelos y ahora nosotros les devolvemos este amor a ellos, a los
ancianos, a los abuelos. Nosotros hoy hemos descubierto el término
“dignidad”, para indicar el valor del respeto y del cuidado de la vida
de todos. Dignidad, aquí, equivale sustancialmente al honor: honrar al
padre y a la madre, honrar a los ancianos y reconocer la dignidad que
tienen.
Pensemos bien en esta bonita declinación
del amor que es el honor. El cuidado mismo del enfermo, el apoyo a
quien no es autosuficiente, la garantía del sustento, pueden carecer de honor.
El honor desaparece cuando el exceso de confianza, en vez de declinarse
como delicadeza y afecto, ternura y respeto, se convierte en rudeza y
prevaricación. Cuando la debilidad es reprochada, e incluso castigada,
como si fuera una culpa. Cuando el desconcierto y la confusión se
convierten en un resquicio para la burla y la agresividad. Puede suceder
incluso entre las paredes domésticas, en las residencias, como también
en las oficinas o en los espacios abiertos de la ciudad. Fomentar en los
jóvenes, también indirectamente, una actitud de suficiencia —e incluso
de desprecio— hacia la edad anciana, sus debilidades y su precariedad,
produce cosas horribles. Abre el camino a excesos inimaginables. Los
chicos que queman la manta de un “vagabundo” —lo hemos visto—, porque lo
ven como un desecho humano, son la punta del iceberg, es decir, del
desprecio por una vida que, lejos de las atracciones y de las pulsiones
de la juventud, aparece ya como una vida de descarte. Muchas veces
pensamos que los ancianos son el descarte o los ponemos nosotros en el
descarte; se desprecia a los ancianos y se descartan de la vida,
dejándoles de lado.
Este desprecio, que deshonra al anciano,
en realidad nos deshonra a todos nosotros. Si yo deshonro al anciano me
deshonro a mí mismo. El pasaje del Libro del Eclesiástico, escuchado al
inicio, es justamente duro en relación con este deshonor, que clama
venganza a los ojos de Dios. Existe un pasaje, en la historia de Noé,
muy expresivo en relación con esto. El viejo Noé, héroe del diluvio y
todavía gran trabajador, yace descompuesto después de haber bebido algún
vaso de más. Ya es anciano, pero ha bebido demasiado. Los hijos, por no
hacerle despertar en la vergüenza, lo cubren con delicadeza, con la
mirada baja, con gran respeto. Este texto es muy bonito y dice todo del
honor debido al anciano; cubrir las debilidades del anciano, para no
avergonzarlo, es un texto que nos ayuda mucho.
No obstante todas las providencias
materiales que las sociedades más ricas y organizadas ponen a
disposición de la vejez —de las cuales podemos ciertamente estar
orgullosos—, la lucha por la restitución de esa forma especial de amor
que es el honor, me parece todavía frágil e inmadura. Debemos hacer de
todo, sostenerla y animarla, ofreciendo mejor apoyo social y cultural a
aquellos que son sensibles a esta decisiva forma de “civilización del
amor”. Y sobre esto, me permito aconsejar a los padres: por favor,
acercad a los hijos, a los niños, a los hijos jóvenes a los ancianos,
acercarles siempre. Y cuando el anciano está enfermo, un poco fuera de
sí, acercarles siempre: que sepan que esta es nuestra carne, que esto es
lo que ha hecho que nosotros estemos aquí ahora. Por favor, no alejar a
los ancianos. Y si no hay otra posibilidad que enviarlos a una
residencia, por favor, id a visitarlos y llevad a los niños a verlos:
son el honor de nuestra civilización, los ancianos que han abierto las
puertas. Y muchas veces, los hijos se olvidan de esto. Os digo una cosa
personal: a mí me gustaba en Buenos Aires, visitar las residencias de
ancianos. Iba a menudo y visitaba a cada uno. Recuerdo una vez que
pregunté a una señora: “¿Usted cuántos hijos tiene?” —“Tengo cuatro,
todos casados, con nietos”. Y empezó a hablarme de la familia. “¿Y ellos
vienen?” —“¡Sí, vienen siempre!”. Cuando salí de la habitación la
enfermera, que había escuchado, me dijo: “Padre, ha dicho una mentira
para cubrir a sus hijos. ¡Desde hace seis meses no viene nadie!”. Esto
es descartar a los ancianos, es pensar que los ancianos son material de
descarte. Por favor, es un pecado grave. Este es el primer gran
mandamiento, y el único que indica el premio: “Honra al padre y a la
madre y tendrás vida larga en la tierra”. Este mandamiento de honrar a
los ancianos nos da una bendición, que se manifiesta de esta manera:
“Tendrás larga vida”. Por favor, custodiad a los ancianos. Y si pierden
la cabeza, custodiadlos también porque son la presencia de la historia,
la presencia de mi familia, y gracias a ellos yo estoy aquí, lo podemos
decir todos: gracias a ti, abuelo y abuela, yo estoy vivo. Por favor, no
los dejéis solos. Y esto, de custodiar a los ancianos, no es una
cuestión de cosméticos ni de cirugía plástica, no. Más bien es una
cuestión de honor, que debe transformar la educación de los jóvenes
respecto a la vida y a sus fases. El amor por lo humano que nos es
común, e incluye el honor por la vida vivida, no es una
cuestión de ancianos. Más bien, es una ambición que iluminará a la
juventud que hereda sus mejores cualidades. La sabiduría del Espíritu de
Dios nos conceda abrir el horizonte de esta auténtica revolución
cultural con la energía necesaria.
Saludo en lengua española
Saludo cordialmente a los peregrinos de
lengua española. En estos días de Pascua, pidamos a Cristo resucitado
que nos conceda delicadeza y paciencia para tratar con las personas que
nos rodean, especialmente con quienes están atravesando la etapa de la
ancianidad. ¡Felices Pascuas de Resurrección! Que Dios los bendiga.
Muchas gracias.
“Al atardecer de aquel día, el
primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las
puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús
en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les
mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al
Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me
envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». Tomás,
uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino
Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él
les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto
mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no
creeré». Ocho días después, estaban otra vez sus
discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando
las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás:
«Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor
mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos
los que no han visto y han creído»” (Jn 20,19-31).
I. El día en que resucitó el Señor, el
primer día del mundo nuevo, viene a confortar a sus más íntimos: La paz
sea con vosotros, les dice. Y dicho esto les mostró las manos y el
costado. Tomás no estaba presente, no pudo ver al Señor ni oír sus
consoladoras palabras. ¡Hemos visto al Señor!, le dijeron los demás.
Pero Tomás estaba profundamente afectado por lo que habían visto sus
ojos: jamás olvidaría la Crucifixión y la Muerte del Maestro. Tomás
pensaba que el Señor estaba muerto, aunque los demás le aseguran que
vive: Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo
en es señal de los clavos, y mi mano en su costado, no creeré (Juan 20,
25). Así hemos de hacer nosotros: para muchos hombres y muchas mujeres
Cristo es como si estuviera muerto, no cuenta en su vida. Nuestra fe en
Cristo resucitado nos impulsa a decirles de mil formas diferentes que
Cristo vive, que nos unimos a Él por la fe y lo tratamos cada día, que
orienta y da sentido a nuestra vida. Así contribuimos personalmente a
edificar la Iglesia, como los primeros cristianos.
II. Ocho días después, Jesús se aparece
de nuevo a los Apóstoles. Tomás estaba con ellos. El Señor le dice: Trae
aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y
no seas incrédulo sino fiel (Juan 20, 26-27). La respuesta de Tomás es
un acto de fe, de adoración y de entrega sin límites: ¡Señor mío y Dios
mío! Su fe brota, no tanto de la evidencia de Jesús, sino de un dolor
inmenso. El Amor lo lleva a la adoración y de vuelta al apostolado. Las
dudas primeras de Tomás han servido para confirmar la fe de los que más
tarde habrían de creer en Él. Si nuestra fe en Jesucristo es firme,
también se apoyará en ella la de otros muchos, para lo cuál es preciso
que vaya creciendo de día en día, que aprendamos a mirar los
acontecimientos y las personas como Él las mira, y que nuestro actuar en
el mundo esté vivificado por la doctrina de Jesús. ¡Señor mío y Dios
mío! Estas palabras de Tomás pueden ayudarnos a nosotros a actualizar
nuestra fe y nuestro amor a Cristo resucitado, realmente presente en la
Hostia santa.
III. La Resurrección del Señor es una
llamada a que manifestemos con nuestra vida que Él vive. Para confesar
nuestra fe con la palabra es necesario conocer su contenido con claridad
y precisión. Por eso, la Iglesia nos insiste en el estudio del
Catecismo. Muchos cristianos han olvidado lo esencial del contenido de
su fe. Pidamos a la Virgen, Asiento de la Sabiduría, Reina de los
Apóstoles, que nos ayude a manifestar con nuestra fe y nuestras palabras
que Cristo vive.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
(Hch 5,12-16) "Crecía el número de los creyentes"
(Ap 1,9-11a.12-13.17-19) "Yo soy el primero y el último"
(Jn 20,19-31) ¡Señor mío y Dios mío!
Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
La alegre noticia de la resurrección de
Jesús, fundamento de la fe cristiana, fue acogida inicialmente por los
discípulos del Señor con muchas reservas. Los evangelistas nos hablan de
las dudas y la terca incredulidad de casi todos. La más expresiva es,
tal vez, la del apóstol Tomás que acabamos de escuchar.
Aunque todos le aseguraban: "Hemos visto
al Señor", Tomas contesta que "si no veo en sus manos la señal de los
clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano
en su costado, no lo creo". Es evidente que no quiere dejarse llevar
por crédulas declaraciones y exige toda una exploración. Esta postura,
aunque ofensiva para el resto de los discípulos que no le iban a mentir
en un asunto tan delicado y serio, es sumamente valiosa para nosotros.
"Mucho más útil me ha sido la duda de Tomás -confiesa S. Gregorio Magno-
que la fe inmediata de la Magdalena".
Con todo, la confesión de la divinidad
de Cristo que realiza Tomás cuando Cristo le invita a hacer el examen
que exigía, es también meritoria, como explica S. Gregorio Magno, que
distingue en ella ese aliud vidit, aliud credidit, esto es, "no
es lo mismo lo que vio que lo que creyó. Volvió a ver la humanidad de
Jesús, humanidad gloriosa, pero humanidad con las llagas de las manos y
del costado... y creyó en la Divinidad, que no podía ver con los ojos ni
experimentar con los sentidos corporales. El Apóstol actúa, pues, en
dos esferas distintas, en dos dimensiones: la verificación experimental
histórica (vidit) y la deducción que trasciende a la historia (credidit), según la cual conoce con certeza la divinidad" (J.M. Casciaro).
"Dichosos los que crean sin haber
visto", dijo y nos dice Jesús. A veces no vemos que se produzca una
mejora en nuestra conducta y nos vemos incapaces para superar ciertos
defectos. No vemos el alcance de esas conversaciones orientadoras con
los hijos, los familiares y amigos. No vemos que repercusión tuvo aquel
servicio o ese tiempo y esfuerzo dedicados a aliviar una situación
dolorosa. No vemos...
¡En cuántas ocasiones dejamos de hacer
una buena acción o regateamos un esfuerzo pensando: para lo que va a
servir, total, si no lo van a valorar! "Dichosos los que crean sin haber
visto", nos dice el Señor. Dichosos los que sin ver el resultado
inmediato, a medio o a largo plazo de sus empeños, no se desaniman o
caen en un escepticismo derrotista.