(Cfr. www.almudi.org)
El Papa Francisco ha concluido su
ciclo de catequesis sobre el discernimiento. Ha dicho que “confrontar
nuestra vida con otra persona que tenga experiencia es de gran ayuda
para conocernos a nosotros mismos”
Y antes de iniciar su reflexión ha dedicado unas a Benedicto XVI;
"Su pensamiento agudo y educado no era autorreferencial, sino eclesial,
porque siempre quiso acompañarnos al encuentro con Jesús”
Catequesis del Santo Padre en español
PARA VERLA Y ESCUCHARLA, PINCHA AQUI: https://youtu.be/b_XzYElUzb0
Texto completo de la catequesis del Santo Padre traducido al español
Antes de iniciar esta catequesis quisiera que nos uniésemos a cuantos, aquí al lado, están rindiendo homenaje a Benedicto XVI
y dirigir mi pensamiento a él, que ha sido un gran maestro de
catequesis. Su pensamiento agudo y cortés no fue autorreferencial, sino
eclesial, porque siempre quiso acompañarnos al encuentro con Jesús.
Jesús, el Crucificado resucitado, el Viviente y el Señor, fue la meta a
la que el Papa Benedicto nos ha conducido, llevándonos de la mano. Que
nos ayude a redescubrir en Cristo la alegría de creer y la esperanza de
vivir.
Con esta catequesis de hoy concluimos el
ciclo dedicado al tema del discernimiento, y lo hacemos completando el
discurso sobre las ayudas que pueden y deben sostenerlo: sostener el
proceso de discernimiento. Una de ellas es el acompañamiento espiritual, importante
sobre todo para el conocimiento de sí, que hemos visto que es una
condición indispensable para el discernimiento. Mirarse al espejo,
solos, no siempre ayuda, porque uno puede alterar la imagen. En cambio,
mirarse al espejo con la ayuda de otro, eso ayuda mucho porque el otro
te dice la verdad –cuando es veraz– y así te ayuda.
La gracia de Dios siempre obra en
nuestra naturaleza. Pensando en una parábola evangélica, podemos
comparar la gracia a la buena semilla y la naturaleza a la tierra (cfr.
Mc 4, 3-9). Sobre todo, es importante darnos a conocer, sin
miedo a compartir los aspectos más frágiles, donde nos encontramos más
sensibles, débiles o temerosos de ser juzgados. Darse a conocer,
manifestarse a una persona que nos acompaña en el camino de la vida. No
que decida por nosotros, no: sino que nos acompaña. Porque la fragilidad
es, en realidad, nuestra verdadera riqueza: todos somos ricos en
fragilidad, todos; verdadera riqueza, que debemos aprender a respetar y
acoger, porque, cuando se ofrece a Dios, nos hace capaces de ternura,
misericordia y amor. ¡Ay de las personas que no se sienten frágiles: son
duras, dictatoriales! En cambio, las personas que humildemente
reconocen sus propias debilidades son más comprensivas con los demás. La
fragilidad –puedo decir– nos hace humanos. No es casualidad que la
primera de las tres tentaciones de Jesús en el desierto –la ligada al
hambre– intente despojarnos de nuestra fragilidad, presentándonosla como
un mal del que hay que librarse, un impedimento para ser como Dios. Sin
embargo, es nuestro tesoro más preciado: en efecto, Dios, para hacernos
semejantes a Él, quiso compartir plenamente nuestra propia fragilidad.
Miremos el crucifijo: Dios que ha descendido precisamente a la
fragilidad. Miremos el pesebre que llega en una gran fragilidad humana.
Él compartió nuestra fragilidad.
Y el acompañamiento espiritual, si es dócil al Espíritu Santo, ayuda incluso a desenmascarar las incomprensiones
graves en nuestra consideración de nosotros mismos y en nuestra
relación con el Señor. El Evangelio presenta varios ejemplos de
conversaciones clarificadoras y liberadoras hechas por Jesús. Pensemos,
por ejemplo, en las de la mujer samaritana, que la leemos, la leemos, y
siempre está esa sabiduría y ternura de Jesús; pensemos en Zaqueo,
pensemos en la mujer pecadora, pensemos en Nicodemo y los discípulos de
Emaús: el modo de acercarse del Señor. Las personas que tienen un
verdadero encuentro con Jesús no tienen miedo de abrirle el corazón, de
presentar su vulnerabilidad, su inadecuación, su fragilidad. De este
modo, el compartir se convierte en una experiencia de salvación, de
perdón gratuitamente aceptado.
Contar delante de otro lo que hemos vivido o lo que buscamos ayuda a aclararnos, sacando a la luz los muchos pensamientos que nos habitan
y que muchas veces nos inquietan con sus insistentes estribillos.
Cuántas veces, en momentos oscuros, nos vienen pensamientos como este:
“Todo lo he hecho mal, no valgo nada, nadie me entiende, nunca lo
lograré, estoy condenado al fracaso”, cuántas veces hemos llegado a
pensar en esas cosas. Pensamientos falsos y venenosos, que el diálogo
con el otro ayuda a desenmascarar, para que podamos sentirnos
amados y estimados por el Señor por lo que somos, capaces de hacer cosas
buenas por Él. Descubrimos con sorpresa diferentes modos de ver las
cosas, signos de bien siempre presentes en nosotros. Es verdad, podemos
compartir nuestras debilidades con otro, con el que nos acompaña en la
vida, en la vida espiritual, el maestro de vida espiritual, ya sea
laico, sacerdote, y decir: “Mira lo que me pasa: soy un desgraciado,
estas cosas me están pasando”. Y el que acompaña responde: “Sí, todos
tenemos esas cosas”. Esto nos ayuda a aclararnos bien y ver de dónde
vienen las raíces y así superarlas.
Aquel o aquella que acompaña –el
acompañante– no reemplaza al Señor, no hace la labor del acompañado,
sino que camina junto a él, lo anima a leer lo que se mueve en su
corazón, el lugar por excelencia donde habla el Señor. El guía
espiritual, al que llamamos director espiritual –no me gusta este término, prefiero guía espiritual,
es mejor– es el que te dice: “Está bien, pero mira aquí, mira aquí”, te
llama la atención sobre las cosas que tal vez pasan; te ayuda a
comprender mejor los signos de los tiempos, la voz del Señor, la voz del
tentador, la voz de las dificultades que no logras vencer. Por eso es
muy importante no caminar solo. Hay un dicho de la sabiduría africana
–porque tienen esa mística de la tribu– que dice: “Si quieres llegar
rápido, ve solo; si quieres llegar sano y salvo, ve con los demás”, ve
acompañado, ve con tu gente. Es importante. En la vida espiritual es
mejor estar acompañado de alguien que conozca nuestras cosas y nos
ayude. Y eso es el acompañamiento espiritual.
Este acompañamiento puede ser fecundo si por ambas partes hay una experiencia de filiación y fraternidad espiritual. Descubrimos que somos hijos de Dios cuando nos sentimos hermanos, hijos del mismo Padre. Para eso es imprescindible estar dentro de una comunidad en camino.
No estamos solos, somos gente de un pueblo, de una nación, de una
ciudad que camina, de una Iglesia, de una parroquia, de ese grupo… una
comunidad que camina. Uno no va al Señor solo: eso no es bueno. Tenemos
que entender esto bien. Como en el relato evangélico del paralítico,
muchas veces somos sostenidos y sanados gracias a la fe de otra persona
(cfr. Mc 2,1-5) que nos ayuda a seguir adelante, porque todos a veces
tenemos una parálisis interior y necesitamos que alguien nos asista a
superar ese conflicto con ayuda. Uno no va solo al Señor, recordémoslo
bien; otras veces somos nosotros los que hacemos este compromiso a favor
de otro hermano o hermana, y somos acompañantes para ayudar a ese otro.
Sin la experiencia de la filiación y la fraternidad, el acompañamiento
puede dar lugar a expectativas irreales, a malentendidos, a formas de
dependencia que dejan a la persona en un estado infantil.
Acompañamiento, pero como hijos de Dios y hermanos con nosotros.
La Virgen María es maestra de discernimiento: habla poco, escucha mucho y guarda en su corazón
(cfr. Lc 2,19). Las tres actitudes de la Virgen: hablar poco, escuchar
mucho y guardar en el corazón. Y las pocas veces que habla, deja huella.
Por ejemplo, en el evangelio de Juan hay una frase muy corta
pronunciada por María que es un mandato para los cristianos de todos los
tiempos: “Haced lo que Él os diga” (cfr. 2,5). Es curioso: una vez
escuché a una viejecita muy buena, muy piadosa, no había estudiado
teología, era muy sencilla. Y me dijo: “¿Sabe usted cuál es el gesto que
siempre hace la Virgen?”. No sé: te abraza, te llama... “No: el gesto
que hace la Virgen es este” [señala con el índice]. No entendí, y
pregunto: “¿Qué significa?”. Y la anciana respondió: “Señala siempre a
Jesús”. Esto es hermoso: Nuestra Señora no toma nada para sí, señala a
Jesús. Haced lo que Jesús os dice: así es la Virgen. María sabe
que el Señor habla al corazón de cada uno y pide que esa palabra se
traduzca en acciones y decisiones. Ella lo supo hacer más que nadie, y
de hecho está presente en los momentos fundamentales de la vida de
Jesús, especialmente en la hora suprema de su muerte en la cruz.
Queridos hermanos y hermanas, acabamos esta serie de catequesis sobre el discernimiento: el discernimiento es un arte,
un arte que se puede aprender y que tiene sus propias reglas. Bien
aprendido, permite vivir la experiencia espiritual de una manera cada
vez más bella y ordenada. Ante todo, el discernimiento es un don de
Dios, que hay que pedir siempre, sin suponer nunca que somos expertos y
autosuficientes. Señor, dame la gracia de discernir en los momentos de
la vida, lo que debo hacer, lo que debo comprender. Dame la gracia para
discernir, y dame la persona que me ayude a discernir.
La voz del Señor siempre se puede
reconocer, tiene un estilo único, es una voz que apacigua, anima y
tranquiliza en las dificultades. El Evangelio nos lo recuerda
continuamente: “No temáis” (Lc 1,30), qué hermosa esa palabra
del ángel a María después de la resurrección de Jesús; “no tengáis
miedo”, “no tengáis miedo”, es precisamente el estilo del Señor: “no
tengáis miedo”. "¡No tengáis miedo!", el Señor nos repite también hoy a
nosotros;. “no temáis”: si confiamos en su palabra, jugaremos bien el
partido de la vida y podremos ayudar a los demás. Como dice el Salmo, su
Palabra es lámpara para nuestros pasos y luz en nuestro camino (cfr. 119,105).
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa.
El discernimiento es un arte que se puede aprender y que tiene sus
reglas. Pidamos a la Virgen María que nos inicie en él y que el Espíritu
Santo ponga en nuestro camino personas que puedan acompañarnos en
nuestro itinerario hacia Dios. ¡Dios os bendiga!
Doy la bienvenida a todos los peregrinos de lengua inglesa
presentes en esta Audiencia, especialmente a los grupos de Israel y de
Estados Unidos de América. A vosotros y a vuestras familias, deseo un
nuevo año lleno de alegría y de paz. ¡Dios os bendiga!
Queridos peregrinos de lengua alemana, con palabras de nuestro querido difunto Benedicto XVI quiero recordaros: “¡Quien cree nunca está solo!”
Quien tiene a Dios como Padre tiene muchos hermanos y hermanas. En
estos días experimentamos de modo particular lo muy universal que es
esta comunidad de fe y que no acaba ni con la muerte. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española.
Pidamos a la Virgen María, maestra de discernimiento, que nos ayude a
crecer en la vida interior y a caminar, como los magos de Oriente,
confiando en las mediaciones que nos guían hacia su Hijo Jesús. Que Dios
los bendiga. Muchas gracias.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua portuguesa.
Queridos hermanos y hermanas, al inicio de este nuevo año
encomendémonos a la Madre de Dios para que, como Ella, nos apresuremos a
ir al encuentro de los demás, compartiendo la alegría y la paz que el
Niño Jesús nos da. ¡Que Él os bendiga para un feliz Año Nuevo!
Saludo a los fieles de lengua árabe,
en particular al coro de la Basílica de la Anunciación de Nazaret. El
discernimiento es un arte, un arte que se puede aprender y que tiene sus
reglas. Si se entiende bien, permite vivir la experiencia espiritual de
manera cada vez más bella y ordenada. ¡Que el Señor os bendiga a todos y
os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos.
Queridos hermanos y hermanas, al inicio de este nuevo año
encomendémonos al Señor. Su Palabra es lámpara para nuestros pasos y luz
en nuestro camino. Por intercesión de María, Madre de Dios, pido al
Señor la gracia para una vida serena y santa, llena de paz para vosotros
y para vuestros seres queridos. ¡Os bendigo de corazón!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana.
En particular, saludo a los participantes en el Congreso de la
Asociación de Maestros Católicos. Queridos hermanos y hermanas, os animo
a dedicaros con mansedumbre a la formación de los alumnos, que
necesitan ver en vosotros testigos de verdad, de esperanza, de ternura.
Mi pensamiento va finalmente a los jóvenes, enfermos, ancianos y recién casados,
que son muchos. Pasado mañana celebraremos la solemnidad de la
Epifanía; como los Magos, que sepáis buscar con ánimo abierto a Cristo,
luz del mundo y Salvador de la humanidad.
Animo a todos a perseverar en la cercanía afectuosa y solidaria con el martirizado pueblo ucraniano
que tanto sufre y sigue sufriendo, invocando para ello el don de la
paz. No nos cansemos de rezar. El pueblo ucraniano sufre, los niños
ucranianos sufren: recemos por ellos. Y a todos mi bendición.
Fuente: vatican.va / romerports.com
Traducción de Luis Montoya