Desde este blog se pretende facilitar el aprendizaje de la predicación y la oración personal. Todos los que tratamos a Dios podemos aprender y mejorar, usando este blog, nuestra amistad con el Señor.
A veces, quien más te quiere es quién más daño te hace.
Lily no siempre lo ha tenido fácil. Por eso, su idílica relación con un magnífico neurocirujano llamado Ryle Kincaid, parec...
Colleen Hoover es la autora número 1 del New York Times de
múltiples novelas, entre las que destacan Romper el círculo y Verity.
Vive en Texas con su marido y sus tres hijos. Es la fundadora de The
Bookworm Box, un programa de suscripción de libros sin ánimo de lucro y
una librería en Sulphur Spring, Texas.
Esther está al final de su
carrera como jefa de costureras en el taller de Dior Avenue Montaigne.
Un día, una mujer de 20 años, Jade, le roba el bolso en el metro. En
lugar de llamar a la policía, decide hacerse cargo de Jade.
PARA VERLA y ESCUCHARLA, PINCHA AQUI: https://youtu.be/JMJKVyrQlD4
En su catequesis, durante la Audiencia general de hoy, el Santo Padre Ha continuado su serie sobre la vejez
Catequesis del Santo Padre en español
Texto completo de la catequesis del Santo Padre traducida al español
Las palabras del sueño de Daniel, que
hemos escuchado, evocan una visión de Dios que es misteriosa y al mismo
tiempo luminosa. Se retoma al comienzo del libro del Apocalipsis y se
refiere a Jesús Resucitado, que se aparece al Vidente como Mesías,
Sacerdote y Rey, eterno, omnisciente e inmutable (1,12-15). Pone su mano
sobre el hombro del Vidente y lo tranquiliza: «¡No temas! Yo soy el Primero y el Último, y el Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre»
(vv. 17-18). Desaparece así la última barrera de miedo y angustia que
siempre ha suscitado la teofanía: el Viviente nos tranquiliza, nos da
seguridad. Él también murió, pero ahora ocupa el lugar que le ha sido
destinado: el del Primero y el Último.
En este entrelazamiento de símbolos
–aquí hay muchos símbolos– hay un aspecto que tal vez nos ayude a
comprender mejor el vínculo de esta teofanía, esta aparición de Dios,
con el ciclo de la vida, el tiempo de la historia, el señorío de Dios
para el mundo creado. Y este aspecto tiene que ver precisamente con la
vejez. ¿Qué tiene que ver? Veamos.
La visión comunica una impresión de
vigor y fuerza, nobleza, belleza y encanto. El vestido, los ojos, la
voz, los pies, todo es espléndido en esa visión: ¡es una visión! Pero su
cabello es blanco: como la lana, como la nieve. Como el de un anciano.
El término bíblico más difundido para designar al anciano es “zaqen”, de “zaqan”, que significa “barba”.
El cabello blanco es el símbolo antiguo de un tiempo muy largo, de un
pasado inmemorial, de una existencia eterna. No hay que desmitificarlo
todo con los niños: la imagen de un Dios viejo con el pelo blanco no es
un símbolo tonto, es una imagen bíblica, es una imagen noble y también
una imagen tierna. La Figura que en el Apocalipsis está entre los
candelabros de oro se superpone a la del “Anciano de días” de
la profecía de Daniel (7,9). Es viejo como toda la humanidad, pero aún
más. Es antiguo y nuevo como la eternidad de Dios, porque la eternidad
de Dios es así, antigua y nueva, porque Dios siempre nos sorprende con
su novedad, siempre sale a nuestro encuentro, cada día de manera
especial, para ese momento, para nosotros. Siempre se renueva: Dios es
eterno, siempre lo ha sido, podemos decir que hay como una vejez en
Dios, no es así, pero es eterno, se renueva.
En las Iglesias orientales, la fiesta
del Encuentro con el Señor, que se celebra el 2 de febrero, es una de
las doce grandes fiestas del año litúrgico. Destaca el encuentro de
Jesús con el anciano Simeón en el Templo, subraya el encuentro de la
humanidad, representada por los ancianos Simeón y Ana, con Cristo el
pequeño Señor, el Hijo eterno de Dios hecho hombre. Una imagen bellísima
se puede admirar en Roma en los mosaicos de Santa María en Trastevere.
La liturgia bizantina reza con Simeón: «Éste es el que nació de la Virgen: es el Verbo, Dios de Dios, el que se encarnó por nosotros y salvó al hombre». Y prosigue: «Que
se abra hoy la puerta del cielo: el Verbo eterno del Padre, asumiendo
un principio temporal, sin salir de su divinidad, es presentado por su
voluntad en el templo de la Ley por la Virgen Madre y el anciano lo toma
en sus brazos». Estas palabras expresan la profesión de fe de los
cuatro primeros Concilios Ecuménicos, que es sagrada para todas las
Iglesias. Pero el gesto de Simeón es también la imagen más hermosa de la
especial vocación de la vejez: mirando a Simeón vemos la imagen más
bella de la vejez: presentar a los niños que vienen al mundo como un don
ininterrumpido de Dios, sabiendo que uno de ellos es el Hijo engendrado
en la intimidad misma de Dios, antes de todos los siglos.
La vejez, en su camino hacia un mundo
donde el amor que Dios ha puesto en la Creación podrá finalmente
irradiarse sin obstáculos, debe hacer ese gesto de Simeón y Ana, antes
de su partida. La vejez debe dar testimonio –esto para mí es el núcleo,
lo más central de la vejez– la vejez debe manifestar a los hijos su
bendición: consiste en su iniciación –hermosa y difícil– en el misterio
de un destino de vida que nadie puede aniquilar. Ni siquiera la muerte.
Dar testimonio de fe ante un niño es sembrar esa vida; también, dar
testimonio de humanidad y de fe es vocación de los ancianos. Dar a los
niños la realidad que han vivido como testigos, dar testimonio. Los
viejos estamos llamados a esto, a pasar el testigo, para que lo lleven
adelante.
El testimonio de los ancianos es creíble
para los niños: los jóvenes y los adultos no son capaces de hacerlo tan
auténtico, tan tierno, tan conmovedor, como los ancianos y los abuelos.
Cuando los ancianos bendicen la vida que viene a su encuentro,
desechando cualquier resentimiento por la vida que se va, es
irresistible. No está amargado porque pasa el tiempo y está a punto de
irse: no. Tiene esa alegría del buen vino, del vino que se ha vuelto
bueno con los años. El testimonio de los ancianos une las edades de la
vida y las mismas dimensiones del tiempo: pasado, presente y futuro,
porque no son sólo la memoria, son el presente y también la promesa. Es
doloroso –y dañino– ver que las edades de la vida se conciben como
mundos separados, compitiendo entre sí, tratando de vivir unos a
expensas de los otros: esto no está bien. La humanidad es antigua, muy
antigua, si miramos el tiempo del reloj. Pero el Hijo de Dios, que nació
de una mujer, es el Primero y el Último de todos los tiempos. Significa
que nadie cae fuera de su generación eterna, de su fuerza espléndida,
de su proximidad amorosa.
La alianza –y digo alianza–, la alianza
de los ancianos y los niños salvará a la familia humana. Donde los
niños, donde los jóvenes hablan con los viejos, hay futuro; si no hay
diálogo entre viejos y jóvenes, el futuro no está claro. La alianza de
los ancianos y los niños salvará a la familia humana. ¿Podríamos, por
favor, devolver a los niños, que deben aprender a nacer, el tierno
testimonio de los ancianos que poseen la sabiduría de morir? Esta
humanidad, que con todo su progreso parece una adolescente nacida ayer,
¿podrá recuperar la gracia de una vejez que mantiene firme el horizonte
de nuestro destino? La muerte es ciertamente un paso difícil en la vida,
para todos: es un paso difícil. Todos tenemos que ir allí, y no es
fácil. Pero la muerte es también el paso que cierra el tiempo de la
incertidumbre y tira el reloj: es difícil, porque ese es el paso de la
muerte. Porque la belleza de la vida, que ya no caduca, comienza
precisamente entonces. Pero comienza con la sabiduría de ese hombre y de
esa mujer, mayores, que son capaces de dar el testimonio a los jóvenes.
Pensemos en el diálogo, en la alianza de los viejos y los niños, de los
viejos con los jóvenes, y procuremos que ese vínculo no se corte. Que
los viejos tengan la alegría de hablar, de expresarse con los jóvenes y
que los jóvenes busquen a los viejos para tomar de ellos la sabiduría de
la vida.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa.
Hermanos y hermanas, la muerte es ciertamente un paso difícil en la
vida. Pero sepamos aprender de los ancianos, que sostienen el horizonte
de nuestro destino que se abre a la vida más hermosa que ya no caduca.
¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa
presentes en la audiencia de hoy. Sobre vosotros y vuestras familias
invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo. ¡Dios os
bendiga!
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua alemana.
Tratemos de fortalecer, en nuestra vida cotidiana, esa alianza entre
los ancianos y los niños que salva a la familia humana. Dios os bendiga a
vosotros y a vuestros seres queridos.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española.
Pidamos la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, Asunta a los
cielos, para que podamos siempre contemplar el misterio de la vida y de
la muerte con ojos de eternidad. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridos peregrinos de lengua portuguesa,
¡bienvenidos! Que este período estival, que para muchos es época de
vacaciones, sea para todos una oportunidad de acercarnos aún más a
Jesucristo. Él pone su mano sobre nuestros hombros, nos fortalece y nos
anima a buscarlo en los ancianos y en los pobres. Que Nuestra Señora de
la Asunción nos guarde en este camino de fe. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los fieles de lengua árabe.
La alianza de los ancianos y los niños salvará a la familia humana, por
eso, la vejez debe dar testimonio a los hijos su bendición: consiste en
su iniciación –bella y difícil– en el misterio de un destino de vida
que nadie puede aniquilar, ni siquiera la muerte. ¡El Señor os bendiga a
todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a los polacos.
Estos días, miles de peregrinos van a pie al santuario de Jasna Góra,
rezando por la paz y la reconciliación en el mundo. Entre ellos hay
muchos ucranianos que han encontrado un hogar hospitalario en vuestro
país. Confiamos el destino de Europa y del mundo a la Virgen Negra. Os
bendigo de corazón.
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana.
Saludo a los universitarios de diferentes países y de diversas
religiones que participan en las jornadas de encuentro promovidas por la
“Opera Giorgio La Pira”: queridos amigos, os animo a tomar caminos de
diálogo y cambio de impresiones para construir un mundo de paz. Saludo
con particular afecto a las Hermanas de la Inmaculada Concepción
–estaban en la curia de Buenos Aires, las conozco bien– que celebran el
Capítulo General: queridas Hermanas, invoco sobre vosotras copiosos
dones del Espíritu Santo y os invito a cooperar generosamente para la
evangelización, especialmente de las generaciones más jóvenes y de las
personas más frágiles. ¡Y recemos por las vocaciones!
Mi mente, como siempre, va a Ucrania: no olvidemos a esa gente maltratada.
Y finalmente mi pensamiento, como de costumbre, para los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados.
La solemnidad de la Asunción, que celebramos hace unos días, nos
invitaba a vivir con compromiso el camino de este mundo siempre
encaminado hacia los bienes eternos. Que María ayude a cada uno a poner
siempre a Cristo y al Evangelio en primer lugar. A todos mi bendición.
«Y
recorría ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaban hacia
Jerusalén. Y uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Él les
contestó: «Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos,
os digo, intentarán entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa
haya entrado y cerrado la puerta, os quedaréis fuera y empezaréis a
golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos". Y os responderá: "No sé
de dónde sois". Entonces empezaréis a decir: "Hemos comido y hemos
bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas". Y os diré: "No sé
de dónde sois; apartaos de mí todos los que obráis la iniquidad". Allí
será el llanto y rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham y a Isaac y
a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras que
vosotros sois arrojados fuera. Y vendrán de Oriente y de Occidente y del
Norte y el Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Pues hay
últimos que serán primeros y primeros que serán últimos». (Lucas 13, 22-30)
I. Además de otras funestas
consecuencias, el pecado original dio el fruto amargo de la posterior
división de los hombres. La soberbia y el egoísmo, que hunden sus raíces
en el pecado de origen, son la causa más profunda de los odios, de la
soledad y las divisiones. La Redención, por el contrario, realizaría la
verdadera unión mediante la caridad de Jesucristo, que nos hace hijos de
Dios y hermanos de los demás. El Señor, a través de su amor redentor,
se constituye en centro de todos los hombres. Todos los hombres tenemos
una vocación para ir al Cielo, el definitivo Reino de Cristo. Para eso
hemos nacido, porque Dios quiere que todos los hombres se salven (1
Timoteo 2, 4). Muchos se apoyarán en nuestro ejemplo para afianzar, con
nuestra conducta y con nuestra caridad su debilidad, y para comprender
que el camino estrecho que lleva al Cielo se convierte en senda ancha
para quienes aman a Cristo.
II. El Señor ha querido que participemos
en su misión de salvar al mundo –a todos- y ha dispuesto que el afán
apostólico sea elemento esencial e inseparable de la vocación cristiana.
El deseo de acercar a muchos al Señor, no lleva a hacer cosas raras o
llamativas, y mucho menos a descuidar los deberes familiares, sociales y
profesionales. Es precisamente en esas tareas donde encontramos el
campo para una acción apostólica muchas veces callada, pero siempre
eficaz. En medio del mundo, donde Dios nos ha puesto, debemos llevar a
los demás a Cristo: con el ejemplo, mostrando coherencia entre la fe y
las obras; con la alegría constante; con la serenidad ante las
dificultades, presentes en toda la vida; a través de la palabra que
anima siempre, y que muestra la grandeza y maravilla de encontrar y
seguir a Jesús; ayudando a unos para que se acerquen al sacramento del
perdón, fortaleciendo a otros que estaban a punto de abandonar al
Maestro.
III. Id por todo el mundo; predicad el
Evangelio a todas las criaturas (Marcos 16, 15), leemos en el Salmo
responsorial de la Misa. Son palabras de Cristo bien claras; de la tarea
que habrán de realizar sus discípulos de todas las épocas no excluye a
ningún pueblo o nación, a ninguna persona. El Señor se sirve de nosotros
para iluminar a muchos; comencemos hoy por quienes tenemos más cerca.
Acudimos a nuestra Madre Santa María, Regina apostolorum, y Ella
facilitará nuestra tarea constante, paciente, audaz.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Domingo de la semana 21 de tiempo ordinario; ciclo C
(Is 66,18-21) "Yo anunciaré mi gloria a las gentes"
(Hb 12,5-7.11-13) "Hijo mío, no desprecies la corrección del Señor"
(Lc 13,22-30) "Porfiad y entrad por la puerta angosta"
Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
"Esforzaos
a entrar por la puerta estrecha". Esta exhortación del Señor es el
mayor mentís a la ilusión de lograr la salvación por la senda de la
permisividad, de un cristianismo light. Por ese camino el hombre
no sólo no llega a su destino eterno sino a ninguna parte. También en
esta vida el esfuerzo es el salario del éxito.
En
su homilía "Tras los pasos del Señor", S. Josemaría Escrivá, recuerda
los tres caminos que tuvo en un sueño un escritor español del siglo de
oro: "Delante de él se abren dos caminos. Uno se presenta ancho y
carretero, fácil, pródigo en ventas y mesones y en otros lugares amenos y
regalados. Por allí avanzan las gentes a caballo o en carrozas, entre
músicas y risas -carcajadas locas-; se contempla una muchedumbre
embriagada en un deleite aparente, efímero, porque ese derrotero acaba
en un precipicio sin fondo. Es la senda de los mundanos, de los eternos
aburguesados: ostentan una alegría que en realidad no tienen... No
quieren saber nada de la Cruz de Cristo, piensan que es cosa de
chiflados. Pero son ellos los dementes: esclavos de la envidia, de la
gula, de la sensualidad, terminan pasándolo peor, y tarde se dan cuenta
de que han malbaratado, por una bagatela insípida, su felicidad terrena y
eterna".
"Por
dirección distinta, sigue diciendo, discurre en ese sueño otro sendero:
tan estrecho y empinado, que no es posible recorrerlo a lomo de
caballería. Todos los que lo emprenden, adelantan por su propio pie,
quizá en zigzag, con rostro sereno, pisando abrojos y sorteando
peñascos. En determinados puntos, dejan a jirones sus vestidos, y aún su
carne. Pero al final, les espera un vergel, la felicidad para siempre,
el Cielo. Es el camino de las almas santas".
"Luego
-termina-, durante el mismo sueño, descubría aquel escritor un tercer
itinerario: estrecho, tapizado también de asperezas y de pendientes
duras como el segundo: Por allí avanzaban algunos en medio de mil
penalidades, con ademán solemne y majestuoso. Sin embargo, acababan en
el mismo precipicio horrible al que conducía el primer sendero. Es el
camino que recorren los hipócritas, los que carecen de rectitud de
intención, los que se mueven por un falso celo, los que pervierten las
obras divinas al mezclarlas con egoísmos ".