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Giuseppe Verdi, la ética y la estética [1]
Ante
un hedonismo muy ávido de ganar terreno, el riesgo de sumirnos en la
liviandad de una subsistencia reticente a compromisos que impliquen,
esfuerzo, sacrificio, malestar o profunda reflexión está a la vuelta de
la esquina
Una
visita al “shopping center” no deja espacio para la duda, la aldea
global nos atraviesa de lado a lado. Superado por tanto “sale-off”,
decido salir al patio y mientras aguardo mi café, en la mesa contigua un
par de adolescentes discuten airadamente sobre las ventajas de Facebook
respecto de Instagram. No deja de sorprenderme un rap vernáculo
proyectado en un plasma de grandes dimensiones, donde lo puramente
rítmico pulverizó aquello que antes estaba reservado a la armonía y
melodía. En el ángulo opuesto, por su parte la cartelera del cine
anuncia una producción en el que personajes del algún Olimpo ignoto, se
exhiben provistos de armamentos ultra-letales para una contienda bien
sangrienta.
Absortos
entre tantos advenimientos, muchos hasta se sentirán embelesados por
necesidades de momento desconocidas, pero con grandes chances de ser
satisfechas y en definitiva ratificar nuestra pertenencia a la comunidad
globalizada que algunos han dado en llamar “Mc World”. Cofradía
planetaria cuya “lingua franca” ya viene preestablecida, lo cual
promueve un efecto arrastre con grandes posibilidades de impactar sobre
nuestra escala perceptiva, valorativa y hasta modus vivendi.
Trapisondas
para instaurar lineamientos y reglas de juego, no son novedad sino más
bien enredos que con las características propias de cada época se vienen
dando desde hace mucho tiempo. Pero por suerte también existen los
díscolos. La anécdota que hoy traemos a colación guarda relación con
estas cuestiones y es un botón de prueba de aquella traqueteada
aseveración “Don´t forget the golden rule, who has gold makes the
rules”. Su protagonista fue Giuseppe Verdi, hombre de grandes
convencimientos y pocas pulgas. Por tratarse de un episodio bastante
singular y con el propósito de conferir su real significación temporal,
es necesario hacer referencia al contexto histórico en que se desarrolló
el acontecimiento.
Verdi
era un distinguido Parmesano, ciudadano de un ducado que arrancó en
1545 cuando el papa Pablo III consagró Duque de Parma y Plasencia a
Pedro Luis Farnesio hasta que, en 1731, pasó al hijo de Felipe V de
España. Este fue sucedido por los Habsburgo, pero en 1748 fue cedido al
infante Felipe otro vástago de Felipe V. Parma se incorporaría
posteriormente al imperio francés y al producirse la derrota de
Napoleón, su esposa María Luisa tomaría el control (1815-47). Tras su
deceso el ducado volvió a los Borbones, pero una revuelta llevó al
establecimiento de un gobierno provisional que proclamó la anexión a
Piamonte en 1848. Con la capitulación de los piamonteses, Parma fue
reocupada por los austriacos, los cuales restauraron a los Borbones,
pero tras varias asonadas las fuerzas independentistas consiguieron que
se convocara al plebiscito de 1860, resultando en su anexión al reino de
Italia. Toda esta digresión al solo efecto de dejar sentado que el
ducado era una suerte de botín de guerra sujeto a cambios de manos según
el mandamás de turno y lejos estaba de revestir la jerarquía que
ostentaban otras regiones peninsulares en el contexto de la Europa
ottocentista.
El
otro ingrediente que merece considerarse está referido a la relevancia
que revestía la Opera como forma de expresión artística por aquellos
años. Tanto las grandes capitales como ciudades de renombre contaban con
un teatro lírico [2].
Y a la hora de conformar la temporada, las obras italianas ocupaban un
espacio preponderante, particularmente durante el romanticismo gracias
al talento de compositores de la talla de Rossini, Donizetti, Bellini y
por supuesto Verdi. Las piezas de Verdi se esparcían en los escenarios
operísticos de todo el continente y Londres no era la excepción.
Tras
estos prolegómenos, ahora sí el suceso tan breve como ejemplar. Para
mayo de 1855 Trovatore iba a ser representado en esa ciudad motivo por
el cual Giuseppe viaja a dicha metrópoli. En Inglaterra no regían los
derechos de autor si el individuo no era inglés o de países con los
cuales existía alguna convención y como súbdito del ducado de Parma
Verdi no gozaba de ese beneficio. Afectos como son los británicos al
drama musical y habida cuenta que como gran imperio sus gustos y
costumbres se hacían extensibles a todo el “Commonwealth” podemos
imaginarnos que la noticia no debe haberle caído muy bien.
Independientemente de cuán irritado se haya sentido por ello, la madera
italiana de Verdi era de una eximia calidad. Por aquella época escribe
una carta a un amigo de Busseto [3],
el escribano Ercolano Balestra en la cual le señala que el parlamento
inglés había retirado la propiedad de los derechos de autor para los
artistas extranjeros provenientes de un país que no poseyera un tratado
internacional con Inglaterra. Según el relato, a modo de compensación
los ingleses le habían propuesto que solicitara la ciudadanía de su país
o en su defecto la francesa o piamontesa puesto que ambas naciones
tenían tratados con el Reino Unido. Además de restituirle sus regalías,
la oferta anglosajona podría haber derivado en el otorgamiento de un
título nobiliario considerando el perfil del candidato y la prestancia
con que naturalmente estaba dotado el maestro. Ofrecimientos
desatendidos por Verdi cuyas razones fueron expuestas con toda claridad
en la misma carta, casi declamatorias como muchas de sus arias y que
transcribimos a continuación: “pero yo que deseo seguir siendo lo que
soy, vale decir un paisano de Le Roncole, prefiero mucho más pedir a mi
gobierno que haga un tratado. No tienen nada que perder por cuanto es
meramente artístico y literario. No existirían más molestias que
solicitarlo” . Al parecer nadie recogió el guante.
Sin
lugar a duda, Verdi tenía muy en claro los límites del partido que le
tocaba jugar; qué cosas estaban a la venta y cuáles no. Esta condición,
tan fundamental para poder manejarnos en cualquier orden de la vida, lo
es aún más para los tiempos que corren. En esa declamada postmodernidad,
qué ocurrió con eso de justipreciar el peso de la multiplicidad de
saberes, cosmogonías, singularidades, el respeto a las diferencias como
así también el orgullo de hablar nuestro lenguaje, en un mundo donde
ninguno debería erigirse como dominante. Notorios descuidos con olor a
atropello que remedando al don Basilio rossiniano [4]
“Piano piano, terra terra, sottovoce, sibilando, va scorrendo, va
ronzando; nell'orecchie della gente, s'introduce destramente”, nos
terminan reformateando.
Ante
un hedonismo muy ávido de ganar terreno, el riesgo de sumirnos en la
liviandad de una subsistencia reticente a compromisos que impliquen,
esfuerzo, sacrificio, malestar o profunda reflexión está a la vuelta de
la esquina
Mucho
más que pensar nos contentamos con sentir. Ante un hedonismo muy ávido
de ganar terreno, el riesgo de sumirnos en la liviandad de una
subsistencia reticente a compromisos que impliquen, esfuerzo,
sacrificio, malestar o profunda reflexión está a la vuelta de la
esquina. La apariencia como valor superlativo y en función de ello un
apego permanentemente a todas las formas de las que suele servirse, no
le va a la zaga; y si algo ha de flaquear pues que sea la ética, pero no
la estética. Pareciera incluso que hasta detenerse a analizar el fiasco
de lo que idealizaron los modernos es un sinsentido.
Afortunadamente
y cual campana de Gauss, el amplio rango de talantes que alberga esta
gran aldea humana también cuenta con espíritus inquietos siempre prestos
a revisar estándares y bajadas discursivas; como para que los
encargados de fijar agendas, vía de ingeniosos montajes tendientes a
instalar deseos, y mandatos, no la tengan tan fácil. A lo largo de
nuestro largo peregrinar el arte ha dado sobradas muestras de lo que
puede lograrse en este sentido. Las óperas de Verdi constituyen agudas
críticas hacia el statu quo imperante de su tiempo. Su talento musical
le permitió retratar de un modo eximio profundas lacras existenciales
como la doble moral, la embestida del perverso sobre un vulnerable, las
intrigas del poder y la impunidad de quienes lo ostentan, al igual que
los dilemas éticos de las relaciones humanas. Indiscutibles
pronunciamientos demandantes de ingeniosas estratagemas puesto que los
señorotes de aquellos tiempos procuraban por todos los medios que en los
escenarios no se llegaran a ventilar sus correrías.
Actitudes para tener bien presente, en tiempos de tantos espejismos que a pesar de los muchos “like” no pasarán de allí.
Cortigiani, vil razza dannata, Cortesanos, raza vil y rastrera,
Per qual prezzo vendeste il mio bene? ¿a qué precio vendisteis mi bien?
A voi nulla per l'oro sconviene, A cambio de oro nada os repugna,
Ma mia figlia è impagabil tesor. pero mi hija es un tesoro impagable.
La rendete! o, se pur disarmata, Devolvédmela…o esta mano,
Questa man per voi fora cruenta; aunque desarmada, os podría herir;
Nulla in terra più l'uomo paventa, nada en la tierra asusta al hombre
Se dei figli difende l'onor. cuando defiende el honor de sus hijos.
Rigoletto, acto II (Libreto de Francesco Maria Piave, basado en la pieza de Víctor Hugo Le roi s'amuse)
Oscar Bottasso en intramed.net
Notas:
[1] No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas.
[2]
La misma ciudad de Rosario, contaba con dos teatros para el género
lírico, el actual Círculo y el Teatro Colón de Rosario demolido en 1958;
un episodio que bien podríamos catalogar como genuino acto de
vandalismo institucionalizado.
[3]
Localidad en la cual Verdi inició su formación musical y siguió
siempre muy vinculado a ella, próxima a Le Roncole, su pueblo natal.
[4]
Aria de La Calumnia, del Barbero de Sevilla de G. Rossini (poco a
poco, a ras de suelo, en voz baja, sibilando, va corriendo, va zumbando,
y en el oído de la gente se introduce hábilmente).