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Seguir a Cristo
«Entonces, oyéndole muchos de sus
discípulos, dijeron: Dura es esta enseñanza, ¿quién puede escucharla?
Jesús, conociendo en su interior que sus discípulos murmuraban de esto,
les dijo: ¿Esto os escandaliza? Pues, ¿si vierais al Hijo del Hombre
subir a donde estaba antes? El Espíritu es el que da la vida, la carne e
de nada sirve: las palabras que yo os he hablado son espíritu y son
vida. Sin embargo, hay algunos de vosotros que no creen. En efecto,
Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién
era el que le iba a entregar. Y decía: Por eso os he dicho que ninguno
puede venir a mi si no le fuera dado por el Padre. Desde entonces muchos
discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él.
Entonces
Jesús dijo a los doce: ¿También vosotros queréis marcharos? Le
respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de
vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que tu eres el Santo de
Dios.» (Juan 6, 60-69)
I. Después del anuncio de la Eucaristía en la sinagoga de Cafarnaún, muchos discípulos abandonaron al Maestro porque les pareció difícil de aceptar el misterio eucarístico. Jesús plantea a sus discípulos por quién se quieren decidir (Juan 6, 61-70): ¿También vosotros queréis marcharos? Y Pedro, en nombre de todos, le dice: Señor, ¿a quien iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotrosa hemos creído y conocido que Tú eres el Santo de Dios. Los Apóstoles dicen que sí una vez más a Cristo. También nosotros hemos dicho que sí, para siempre, a Jesús. Hemos abrazado la Verdad, la Vida y el Amor. Hoy es buena ocasión para examinar cómo es nuestra entrega al Señor, si dejamos con alegría todo los que nos aparte del seguimiento del Señor. Decir que sí al Señor en todas las circunstancias significa también decir no a otros caminos, a otras posibilidades. Él es el Amigo; sólo Él tiene palabras de vida eterna.
II. Nosotros, un día, encontramos a Jesús, y vimos abierto y señalizado el camino que nos conducía a Él; por fin, nuestra libertad no sólo servía ya para ir de un lado a otro sin rumbo fijo, sino para caminar hacia un objetivo: Cristo. Para muchos, desgraciadamente, la libertad significa seguir los impulsos o los instintos, dejarse llevar por las pasiones o por los que les apetece en un momento dado, sin comprender que en realidad se vuelven esclavos de ellas. Para nosotros, las señales que garantizan nuestra libertad, son los Mandamientos de Dios, las leyes y enseñanzas de la Iglesia, los consejos que recibimos en la dirección espiritual; y aunque en ocasiones estas señales nos lleven por caminos menos cómodos, los seguiremos con alegría, porque nos llevan con seguridad a Cristo.
III. Las señales que el Señor nos va dando son de fiar: son brillantes puntos de luz que iluminan el camino, para que lo podamos ver y recorrer con confianza. Mientras cada día seguimos a Cristo, experimentamos la alegría de nuestra elección y el ensanchamiento de nuestra libertad, vemos a nuestro alrededor cómo viven en servidumbre quienes un día volvieron la espalda a Dios o no quisieron conocerle. Cuando le decimos al Señor: mi libertad para Ti, imitamos a la que supo decir: He aquí la Esclava del Señor, hágase en mí según Tu palabra
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal