Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

17 junio 2021

LIBRO DE LA SEMANA (18 Jun): La Hermana Perdida,

(Cfr www.todostuslibros.com)

 

La hermana perdida (Las Siete Hermanas 7)



La esperada resolución al misterio de la séptima hermana de la aclamada saga best seller de Lucinda Riley. Siete hermanas, siete destinos, un padre con un pasado misterioso. Cada...
Editorial:
PLAZA & JANES
Traductor:
Gómez Calvo, Ignacio
Colección:
Las Siete Hermanas
Encuadernación:
Cartoné
País de publicación :
España
Idioma de publicación :
Español
Idioma original :
Inglés
ISBN:
978-84-01-02645-4
EAN:
9788401026454
Dimensiones:
239 x 164 mm.
Peso:
1032 gramos
Nº páginas:
720
Fecha publicación :
10-06-2021
 
 
Sinopsis

Sinopsis de: "La hermana perdida (Las Siete Hermanas 7)"

La esperada resolución al misterio de la séptima hermana de la aclamada saga best seller de Lucinda Riley. Siete hermanas, siete destinos, un padre con un pasado misterioso. Cada una de las seis hermanas D'Aplièse ha realizado ya su propio e increíble viaje para conocer sus orígenes, pero todavía queda una pregunta a la que no han hallado respuesta: ¿quién es y dónde se encuentra la séptima hermana?Solo cuentan con una pista: la imagen de un extraño anillo de esmeraldas en forma de estrella. La búsqueda para encontrar a la hermana perdida las llevará por todo el planeta, de Nueva Zelanda a Canadá, Inglaterra, Francia e Irlanda, en su misión de reunir por fin a la familia.Y, al hacerlo, poco a poco irán descubriendo una historia de amor, fuerza y sacrificio que comenzó hace casi un siglo, cuando otras valientes mujeres arriesgaron todo lo que tenían para cambiar el mundo que las rodeaba. Sobre la serie Las Siete Hermanas han dicho:«Riley es una experta contadora de relatos románticos que entreteje con habilidad la historia con la ficción.»Booklist «Una pizca de misterio, un poco de romance, algo de ficción histórica y mucho drama familiar en una historia maravillosa. Una apuesta segura para fans de Kate Morton, Kristin Hannah o Maeve Binchy.»Library Journal «Lucinda Riley es una de las autoras más reconocidas de ficción histórica. Su habilidad para entrelazar sus tramas combinando ambientes históricos y actuales es excelente.»Historical Novel Society «Lucinda Riley ha escrito una saga familiar muy bien construida, absorbente y emocionante, perfectamente ambientada tanto histórica como culturalmente... Fascinará tanto a las lectoras que busquen romance como a las aficionadas a la ficción histórica».Library Journa

 

PELICULA DE LA SEMANA (18 Jun): La violinista

(Cfr. www.almudi.org)

 

La violinista


Reseña: 

Karin es una famosa violinista que se ve obligada a dar fin a su carrera profesional debido a un accidente. Sus dedos ya no son lo sensibles que eran antes, pero logra reconducir su vida como profesora de música. En esta nueva etapa, Karin conocerá a un joven estudiante que le hará aflorar múltiples sentimientos y emociones que pensaba tener olvidados. Sin embargo, pronto vendrá el conflicto, ya que ambos son unos apasionados de la música y a la vez, demasiado ambiciosos en sus objetivos profesionales.

Una película sobre el mundo de la música, su excelencia y sus peligros. El finlandés Paavo Westerberg elige para dirigir su primer largometraje un tema complejo, el de la sensibilidad artística y las tribulaciones hacia la consecución del éxito musical. El planteamiento del guión explora un tema conocido: el riesgo de la obsesión y la necesidad de dejar todo lo demás si se quiere ser llegar a la cima.

La violinista aporta también algunas ideas valiosas que sirven para muchas facetas de la vida, como ésa de que el miedo a no estar a la altura te lleva precisamente a no estarlo. Hay que liberarse de esa cadena para que el genio se explaye a gusto; el miedo a ser mediocre nos paraliza. Y también se habla de la angustiante soledad del artista: entregarse a la música por completo implica un individualismo muy difícil de aguantar, incompatible con el amor verdadero, con el don a los demás. (Almudí JD). Decine21: AQUÍ

 

 

La oración sacerdotal de Jesus


 (Cfr. www.almudi.org)

 

 




Catequesis del Santo Padre durante la Audiencia general

Texto completo de la catequesis del Santo Padre traducida al español

En esta serie de catequesis hemos recordado en varias ocasiones cómo la oración es una de las características más evidentes de la vida de Jesús: Jesús rezaba, y rezaba mucho. Durante su misión, Jesús se sumerge en ella, porque el diálogo con el Padre es el núcleo incandescente de toda su existencia.

Los Evangelios manifiestan cómo la oración de Jesús se hizo todavía más intensa y frecuente en la hora de su pasión y muerte. Esos sucesos culminantes de su vida constituyen el núcleo central de la predicación cristiana: las últimas horas vividas por Jesús en Jerusalén son el corazón del Evangelio no solo porque a esa narración los evangelistas reservan, en proporción, un espacio mayor, sino también porque el hecho de la muerte y resurrección −como un rayo− arroja luz sobre todo el resto de la vida de Jesús. No fue un filántropo que se hizo cargo de los sufrimientos y enfermedades humanas: fue y es mucho más. En Él no hay solo bondad: hay algo más, está la salvación, y no una salvación transitoria −esa que me salva de una enfermedad o de un momento de desánimo−, sino la salvación total, la mesiánica, la que hace esperar en la victoria definitiva de la vida sobre la muerte.

Así pues, en los días de su última Pascua, encontramos a Jesús, plenamente inmerso en la oración. Reza de forma dramática en el huerto del Getsemaní −lo hemos escuchado−, asaltado por una angustia mortal. Sin embargo, Jesús, precisamente en ese momento, se dirige a Dios llamándolo “Abbà”, Papá (cfr. Mc 14,36). Esta palabra aramea −que era la lengua de Jesús− expresa intimidad, confianza. Precisamente cuando siente la oscuridad en torno a sí, Jesús la atraviesa con esa pequeña palabra: Abbà, Papá.

Jesús reza también en la cruz, envuelto en tinieblas por el silencio de Dios. Y sin embargo en sus labios aflora una vez más la palabra “Padre”. Es la oración más audaz, porque en la cruz Jesús es el intercesor absoluto: reza por los demás, reza por todos, también por los que lo condenan, sin que nadie, excepto un pobre malhechor, se ponga de su lado. Todos estaban contra Él o indiferentes, solo aquel malhechor reconoce el poder. «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). En medio del drama, en el dolor atroz del alma y del cuerpo, Jesús reza con las palabras de los salmos; con los pobres del mundo, especialmente con los olvidados por todos, pronuncia las palabras trágicas del salmo 22: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (v. 2): sentía el abandono y rezaba. En la cruz se cumple el don del Padre, que ofrece el amor, es decir se cumple nuestra salvación. Y también, una vez, lo llama “Dios mío”, “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”: es decir, todo, todo es oración, en las tres horas de la Cruz.

Por tanto, Jesús reza en las horas decisivas de la pasión y de la muerte. Y con la resurrección el Padre responderá a la oración. La oración de Jesús es intensa, la oración de Jesús es única y se convierte también en el modelo de nuestra oración. Jesús ha rezado por todos, ha rezado también por mí, por cada uno de vosotros. Cada uno de nosotros puede decir: “Jesús, en la cruz, rezó por mí”. Ha rezado. Y Jesús puede decirnos a cada uno: “He rezado por ti, en la Última Cena y en el madero de la Cruz”. Incluso en el más doloroso de nuestros sufrimientos, nunca estamos solos. La oración de Jesús está con nosotros. “Y ahora, Padre, aquí, los que estamos escuchando esto, ¿Jesús reza por nosotros?”. Sí, sigue rezando para que su palabra nos ayude a seguir adelante. Así que rezar y recordar que Él reza por nosotros.

Y esto me parece lo más bonito para recordar. Esta es la última catequesis de este ciclo sobre la oración: recordar la gracia de que no solamente rezamos, sino que, por así decir, hemos sido “rezados”, hemos sido acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre, en la comunión del Espíritu Santo. Jesús reza por mí: cada uno puede meter eso en su corazón, no hay que olvidarlo. Incluso en los momentos más malos. Somos ya acogidos en el diálogo de Jesús con el Padre en la comunión del Espíritu Santo. Hemos sido queridos en Cristo Jesús, y también en la hora de la pasión, muerte y resurrección todo fue ofrecido por nosotros. Y entonces, con la oración y con la vida, no nos queda más que tener valentía y esperanza y, con esa valentía y esperanza, sentir fuerte la oración de Jesús y seguir adelante: que nuestra vida sea dar gloria a Dios conscientes de que Él reza por mí al Padre, de que Jesús reza por mí.

Saludos

Me alegra saludar a los fieles de lengua francesa, en particular a los peregrinos venidos de la Isla de Reunión. En una oración audaz y ferviente, podemos descubrir la belleza y la alegría de ser amados por Dios Padre, salvados por Jesús en la cruz, convirtiéndonos en intercesores por cuantos viven en la precariedad, en la soledad y en la enfermedad. ¡A todos mi bendición!

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua inglesa. Unidos al Señor Jesús, nuestro intercesor ante el Padre, podemos rezar con perseverancia por la conversión de los corazones y la salvación del mundo. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de Cristo. ¡Dios os bendiga!

Saludo cordialmente a los fieles de lengua alemana. La oración es un gran don que nos hace partícipes de la comunión divina. Rezando nos encomendamos a Jesús: «Nuestro Sumo Sacerdote que ruega por nosotros es también el que ora en nosotros y el Dios que nos escucha» (CCC, 2749). ¡Que el Señor os bendiga y os proteja siempre!

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, que hay tantos. Al finalizar estas catequesis sobre la oración, no olvidemos que Jesús no sólo nos “amó” primero, sino que también “rezó” primero por nosotros. Por eso, con nuestra oración y con nuestra vida demos gloria a Jesús y vivamos seguros porque Él rezó y reza por cada uno de nosotros aún ahora delante del Padre. Muchas gracias.

Saludo a los fieles de lengua portuguesa, deseando a cada uno que crezca cada vez más en la vida nueva de resucitados que Cristo nos ha conquistado. Dejémonos guiar por Él, sin miedo a lo que nos pida o a donde nos mande. Que el Señor os bendiga, para que seáis en todas partes faro de luz del Evangelio para todos. ¡Que la Virgen os acompañe y proteja a vosotros y a vuestros seres queridos!

Saludo a los fieles de lengua árabe. Nuestras oraciones se cumplen y se completan cuando intercedemos por los demás y cuidamos de sus preocupaciones y necesidades. La oración no nos separa ni nos aísla de nadie, porque es amor por todos. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja ‎siempre de todo mal‎‎‎‏!

Saludo cordialmente a los polacos. San Pablo nos anima a rezar incesantemente (cfr. 1Ts 5,17). La oración es una necesidad vital, porque es la respiración del alma; todo en la vida es fruto de ella. Como es la oración así es la vida: el estado de nuestra alma y nuestras obras. Que el coloquio personal e íntimo con Cristo os ayude a estar siempre cerca de Dios, a encontrar la respuesta a todas vuestras preguntas y problemas que os rondan. Os bendigo de corazón.

Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. En particular, saludo a los fieles de la diócesis de Forlì-Bertinoro, con su Obispo Livio Corazza que celebra sus 40 años de sacerdocio: ¡muchas felicidades! Saludo también a la Asociación de Colaboradoras familiares de las ACLI, y a la Asociación Nacional de Ambulantes. Al agradecer vuestra presencia, os animo a perseverar en vuestros buenos propósitos, deseando para cada uno los dones de la alegría y la paz.

Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Espero que el periodo estivo pueda ser tiempo de serenidad y una bonita ocasión para contemplar a Dios en la obra maestra de su creación. A todos mi Bendición.

Fuente: vatican.va / romereports.com

Traducción de Luis Montoya






Meditación Domingo 12º t.o (B)

(Cfr. www.almudi.org)

 


Serenidad ante las dificultades

«Aquel día, llegada la tarde, les dice: Crucemos al otro lado. Y despidiendo a la muchedumbre le llevaron en la barca tal como se encontraba, y le acompañaban otras barcas. Y se levantó una gran tempestad de viento, y las olas se echaban encima de la barca, de manera que se inundaba la barca. Él estaba en la papa durmiendo sobre un cabezal; entonces lo despiertan, y le dicen: Maestro, ¿no te importa que perezcamos? Y levantándose, increpó al viento y dijo al mar: ¡Calla, enmudece! Y se calmó el viento, y se produjo una gran bonanza. Entonces les dijo: ¿Por qué tenéis miedo? ¿Todavía no tenéis fe? Y se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: ¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?» (Marcos 4, 35-41).

I. En dos ocasiones, según leemos en el Evangelio, sorprendió la tempestad a los Apóstoles en el lago de Genesaret, mientras navegaban hacia la orilla opuesta cumpliendo un mandato del Señor. En el Evangelio de la Misa de este domingo, San Marcos narra que Jesús estaba con ellos en la barca, y aprovechó aquellos momentos para descansar, después de un día muy lleno de predicación. Se recostó en la popa, reposando la cabeza sobre un cabezal, probablemente un saquillo de cuero embutido de lana, sencillo y basto, que para descanso de los marineros llevaban estas barcas. ¡Cómo contemplarían los ángeles del Cielo a su Rey y Señor apoyado sobre la dura madera, restaurando sus fuerzas! ¡El que gobierna el Universo está rendido de fatiga! Mientras tanto, sus discípulos, hombres de mar muchos de ellos, presienten la borrasca. Y la tempestad se precipitó muy pronto con un ímpetu formidable: las olas se echaban encima, de manera que se inundaba la barca. Hicieron frente al peligro, pero el mar se embravecía más y más, y el naufragio parecía inminente. Entonces, como definitivo recurso, acuden a Jesús. Le despertaron con un grito de angustia: ¡Maestro, que perecemos! No fue suficiente la pericia de aquellos hombres habituados al mar, tuvo que intervenir el Señor. Y levantándose, increpó a los vientos y dijo al mar: ¡calla, enmudece! Y se calmó el viento, y se produjo una gran bonanza. La paz llegó también a los corazones de aquellos hombres asustados.

Algunas veces se levanta la tempestad a nuestro alrededor o dentro de nosotros. Y nuestra pobre barca parece que ya no aguanta más. En ocasiones puede darnos la impresión de que Dios guarda silencio; y las olas se nos echan encima: debilidades personales, dificultades profesionales o económicas que nos superan, enfermedades, problemas de los hijos o de los padres, calumnias, ambiente adverso, infamias...; pero «si tienes presencia de Dios, por encima de la tempestad que ensordece, en tu mirada brillará siempre el sol; y, por debajo del oleaje tumultuoso y devastador, reinarán en tu alma la calma y la serenidad».

Nunca nos dejará solos el Señor; debemos acercanos a Él, poner los medios que se precisen... y, en todo momento, decirle a Jesús, con la confianza de quien le ha tomado por Maestro, de quien quiere seguirle sin condición alguna: ¡Señor, no me dejes! Y pasaremos junto a Él las tribulaciones, que dejarán entonces de ser amargas, y no nos inquietarán las tempestades.

II. Jesús se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: ¡Silencio, cállate! Este milagro fue impresionante y quedó para siempre en el alma de los Apóstoles; sirvió para confirmar su fe y para preparar su ánimo en vista de las batallas, más duras y difíciles, que les aguardaban. La visión de un mar en absoluta calma, sumiso a la voz de Cristo, después de aquellas grandes olas, quedó grabada en su corazón. Años más tarde, su recuerdo durante la oración tuvo que devolver muchas veces la serenidad a estos hombres cuando se enfrentaron a todas las pruebas que el Señor les iba anunciando.

En otra ocasión, camino de Jerusalén, les había dicho Jesús que se iba a cumplir lo que habían vaticinado los profetas acerca del Hijo del Hombre; porque será entregado en manos de los gentiles, y escarnecido, y azotado, y escupido; y después que le hubieren azotado le darán muerte y al tercer día resucitará. Y a la vez les advierte que también ellos conocerán momentos duros de persecución y de calumnia, porque no es el discípulo más que el maestro, ni el siervo más que su amo. Si al amo de la casa le han llamado Beelzebul, cuánto más a los de su casa. Jesús quiere persuadir a aquellos primeros y también a nosotros de que entre Él y su doctrina y el mundo como reino del pecado no hay posibilidad de entendimiento; les recuerda que no deben extrañarse de ser tratados así: si el mundo os aborrece, sabed que antes que a vosotros me aborreció a mí. Y por eso, explica San Gregorio: «la hostilidad de los perversos suena como alabanza para nuestra vida, porque demuestra que tenemos al menos algo de rectitud en cuanto que resultamos molestos a los que no aman a Dios: nadie puede resultar grato a Dios y a los enemigos de Dios al mismo tiempo». Por consiguiente, si somos fieles habrá vientos y oleaje y tempestad, pero Jesús podrá volver a decir al lago embravecido: ¡Silencio, cállate! En los comienzos de la Iglesia, los Apóstoles experimentaron pronto, junto a frutos muy abundantes, las amenazas, las injurias, la persecución. Pero no les importó el ambiente, a favor o en contra, sino que Cristo fuera conocido por todos, que los frutos de la Redención llegaran hasta el último rincón de la tierra. La predicación de la doctrina del Señor, que humanamente hablando era escándalo para unos y locura para otros, fue capaz de penetrar en todos los ambientes, transformando las almas y las costumbres.

Han cambiado muchas de aquellas circunstancias con las que se enfrentaron los Apóstoles, pero otras siguen siendo las mismas, y aun peores: el materialismo, el afán desmedido de comodidad y de bienestar, de sensualidad, la ignorancia, vuelven a ser viento furioso y fuerte marejada en muchos ambientes. A esto se ha de unir el ceder -por parte de muchos- a la tentación de adaptar la doctrina de Cristo a los tiempos, con graves deformaciones de la esencia del Evangelio.

Si queremos ser apóstoles en medio del mundo debemos contar con que algunos -a veces el marido, o la mujer, o los padres, o un amigo de siempre- no nos entiendan, y habremos de cobrar firmeza de ánimo, porque no es una actitud cómoda ir contra corriente. Habremos de trabajar con decisión, con serenidad, sin importarnos nada la reacción de quienes -en no pocos aspectos- se han identificado de tal manera con las costumbres del nuevo paganismo que están como incapacitados para entender un sentido trascendente y sobrenatural de la vida.

Con la serenidad y la fortaleza que nacen del trato íntimo con el Señor seremos roca firme para muchos. En ningún momento podemos olvidar que, particularmente en nuestros días, «el Señor necesita almas recias y audaces, que no pacten con la mediocridad y penetren con paso seguro en todos los ambientes»: en las asociaciones de padres de alumnos, en los colegios profesionales, en los claustros universitarios, en los sindicatos, en la conversación informal de una reunión... Como ejemplo concreto, es de especial importancia la influencia de las familias en la vida social y pública. «Ellas mismas deben ser "las primeras en procurar que las leyes no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y deberes de la familia" (cfr. Familiaris consortio, 44), promoviendo así una verdadera "política familiar" (ibídem). En este campo es muy importante favorecer la difusión de la doctrina de la Iglesia sobre la familia de manera renovada y completa, despertar la conciencia y la responsabilidad social y política de las familias cristianas, promover asociaciones o fortalecer las existentes para el bien de la familia misma». No podemos permanecer inactivos mientras los enemigos de Dios quieren borrar toda huella que señale el destino eterno del hombre.

III. «"Las tres concupiscencias (cfr. 1 Jn 2, 16) son como tres fuerzas gigantescas que han desencadenado un vértigo imponente de lujuria, de engreimiento orgulloso de la criatura en sus propias fuerzas, y de afán de riquezas" (Mons. Escrivá de Balaguer, Carta 14-III-974, n. 10). (...) Y vemos, sin pesimismo ni apocamientos, que (...) estas fuerzas han alcanzado un desarrollo sin precedentes y una agresividad monstruosa, hasta el punto de que "toda una civilización se tambalea, impotente y sin recursos morales" (ibídem)». Ante esta situación no es lícito quedarse inmóviles. Nos apremia el amor de Cristo..., nos dice San Pablo en la Segunda lectura de la Misa. La caridad, la extrema necesidad de tantas criaturas, es lo que no surge a una incansable labor apostólica en todos los ambientes, cada uno en el suyo, aunque encontremos incomprensiones y malentendidos de personas que no quieren o no pueden entender.

«Caminad (...) in nomine Domini, con alegría y seguridad en el nombre del Señor. ¡Sin pesimismos! Si surgen dificultades, más abundante llega la gracia de Dios; si aparecen más dificultades, del Cielo baja más gracia de Dios; si hay muchas dificultades, hay mucha gracia de Dios. La ayuda divina es proporcionada a los obstáculos que el mundo y el demonio pongan a la labor apostólica. Por eso, incluso me atrevería a afirmar que conviene que haya dificultades, porque de este modo tendremos más ayuda de Dios: donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Rom 5, 20)».

Aprovecharemos la ocasión para purificar la intención, para estar más pendientes del Maestro, para fortalecernos en la fe. Nuestra actitud ha de ser la de perdonar siempre y permanecer serenos, pues está el Señor con cada uno de nosotros. «Cristiano, en tu nave duerme Cristo -nos recuerda San Agustín-, despiértale, que Él increpará a la tempestad y se hará la calma». Todo es para nuestro provecho y para el bien de las almas. Por eso, basta estar en su compañía para sentirnos seguros. La inquietud, el temor y la cobardía nacen cuando se debilita nuestra oración. Él sabe bien todo lo que nos pasa. Y si es necesario, increpará a los vientos y al mar, y se hará una gran bonanza, nos inundará con su paz. Y también nosotros quedaremos maravillados, como los Apóstoles.

La Santísima Virgen no nos abandona en ningún momento: «Si se levantan los vientos de las tentaciones -decía San Bernardo- mira a la estrella, llama a María (...). No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en ella piensas. Si ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás si es tu guía; llegarás felizmente al puerto si ella te ampara».

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

 

Homilia Domingo 12º t.o. (B)

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Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

"No tememos aunque tiemble la tierra y los montes se desplomen en el mar"

Jb 38,1.8-11: "Aquí se romperá la arrogancia de tus olas"
Sal 106,23-24.25-26.28-29.30-31: "Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia"
2 Co 5,14-17: "Lo antiguo ha parado, lo nuevo ha comenzado"
Mc 4,35-40: "¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!"

En el libro de Job, se van desmontando uno a uno los argumentos con los que los amigos de Job le habían atormentado. Los considera como personas que no saben lo que dicen, ya que han pretendido entrar en un círculo que es exclusivo de Dios.

La mención de la barca en medio de la tempestad es una clara alusión a la Iglesia y los avatares que habría de sufrir en la historia. Pero, sobre todo, había que subrayar la permanente presencia de Jesús en su favor.

San Mateo emplea el mismo término usado entre los profetas como turbación o desasosiego en el seno de Israel para describir la tempestad. Puede aplicarse a la Iglesia mediante el símil de la barca sacudida por las olas.

De vez en cuando llegan a nuestros oídos expresiones pesimistas y casi apocalípticas, en relación con la Iglesia y hasta hay amenazas de desmoronamiento por los pecados de los que la formamos. Es verdad que somos pecadores, que damos una imagen distorsionada o deforme de la Iglesia. Pero el mantenimiento en pie de la Iglesia no depende sólo de nosotros. Probablemente habría que interpelar a los pronosticadores de calamidades con la pregunta de Jesús: "¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?"

— El Reino, objeto de los ataques de los poderes del mal:

"El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está todavía acabado  «con gran poder y gloria» (Lc 21,27) con el advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de los poderes del mal a pesar de que estos poderes hayan sido vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido sometido, y  «mientras no haya nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios» (LG 48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía, que se apresure el retorno de Cristo cuando suplican:  «Ven, Señor Jesús»" (671).

— Los cristianos y la venida del Reino:

"Mediante un vivir según Cristo, los cristianos apresuran la venida del Reino de Dios,  «Reino de justicia, de verdad y de paz» (MR, Prefacio de Jesucristo Rey). Sin embargo, no abandonan sus tareas terrenas; fieles al Maestro, las cumplen con rectitud, paciencia y amor" (2046; cf. 2610).

— "Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del Reino, habríamos tenido que expresar esta petición, dirigiéndonos con premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el altar, invocan al Señor con grandes gritos:  «¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?» (Ap 6,10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino!" (Tertuliano, or. 5) (2817).

Temer por la Iglesia es no fiarse de la fuerza del Espíritu que Jesús nos dio; temer por nosotros mismos es fiarse sólo de la gracia.