(Cfr. www.almudi.org)
Con sentido católico, universal
«Y recorría ciudades y aldeas enseñando, mientras caminaban hacia Jerusalén. Y uno le dijo: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?». Él les contestó: «Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán. Una vez que el dueño de la casa haya entrado y cerrado la puerta, os quedaréis fuera y empezaréis a golpear la puerta, diciendo: "Señor, ábrenos". Y os responderá: "No sé de dónde sois". Entonces empezaréis a decir: "Hemos comido y hemos bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas". Y os diré: "No sé de dónde sois; apartaos de mí todos los que obráis la iniquidad". Allí será el llanto y rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham y a Isaac y a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras que vosotros sois arrojados fuera. Y vendrán de Oriente y de Occidente y del Norte y el Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Pues hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos». (Lucas 13, 22-30)
I. Además de otras funestas consecuencias, el pecado original dio el fruto amargo de la posterior división de los hombres. La soberbia y el egoísmo, que hunden sus raíces en el pecado de origen, son la causa más profunda de los odios, de la soledad y las divisiones. La Redención, por el contrario, realizaría la verdadera unión mediante la caridad de Jesucristo, que nos hace hijos de Dios y hermanos de los demás. El Señor, a través de su amor redentor, se constituye en centro de todos los hombres. Todos los hombres tenemos una vocación para ir al Cielo, el definitivo Reino de Cristo. Para eso hemos nacido, porque Dios quiere que todos los hombres se salven (1 Timoteo 2, 4). Muchos se apoyarán en nuestro ejemplo para afianzar, con nuestra conducta y con nuestra caridad su debilidad, y para comprender que el camino estrecho que lleva al Cielo se convierte en senda ancha para quienes aman a Cristo.
II. El Señor ha querido que participemos en su misión de salvar al mundo –a todos- y ha dispuesto que el afán apostólico sea elemento esencial e inseparable de la vocación cristiana. El deseo de acercar a muchos al Señor, no lleva a hacer cosas raras o llamativas, y mucho menos a descuidar los deberes familiares, sociales y profesionales. Es precisamente en esas tareas donde encontramos el campo para una acción apostólica muchas veces callada, pero siempre eficaz. En medio del mundo, donde Dios nos ha puesto, debemos llevar a los demás a Cristo: con el ejemplo, mostrando coherencia entre la fe y las obras; con la alegría constante; con la serenidad ante las dificultades, presentes en toda la vida; a través de la palabra que anima siempre, y que muestra la grandeza y maravilla de encontrar y seguir a Jesús; ayudando a unos para que se acerquen al sacramento del perdón, fortaleciendo a otros que estaban a punto de abandonar al Maestro.
III. Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a todas las criaturas (Marcos 16, 15), leemos en el Salmo responsorial de la Misa. Son palabras de Cristo bien claras; de la tarea que habrán de realizar sus discípulos de todas las épocas no excluye a ningún pueblo o nación, a ninguna persona. El Señor se sirve de nosotros para iluminar a muchos; comencemos hoy por quienes tenemos más cerca. Acudimos a nuestra Madre Santa María, Regina apostolorum, y Ella facilitará nuestra tarea constante, paciente, audaz.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
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