Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

28 enero 2022

San José, hombre que sueña

 (Cfr. www.almudi.org)

 

«Y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret»

Hoy quisiera detenerme en la figura de san José como hombre que sueña. En la Biblia, como en las culturas de los pueblos antiguos, los sueños eran considerados un medio a través del cual Dios se revelaba (cfr. Gn 20, 3; Gn 28, 12; Gn  31,  11.24; Gn 40, 8; Gn 41, 1-32; Nm 12, 6; 1S 3, 3-10; Dn 2, 4; Jb 33, 15). El sueño simboliza la vida espiritual de cada uno, ese espacio interior que cada uno está llamado a cultivar y custodiar, donde Dios se manifiesta y a menudo nos habla. Pero también debemos decir que dentro de cada uno no está solo la voz de Dios: hay muchas otras voces. Por ejemplo, las voces de nuestros miedos, las voces de las experiencias pasadas, las voces de las esperanzas; y está también la voz del maligno que quiere engañarnos y confundirnos. Por tanto, es importante lograr reconocer la voz de Dios en medio de las otras voces. José demuestra que sabe cultivar el silencio necesario y, sobre todo, tomar las decisiones justas ante la Palabra que el Señor le dirige interiormente. Nos hará bien hoy retomar los cuatro sueños narrados en el Evangelio y que le tienen a él como protagonista, para entender cómo situarnos ante la revelación de Dios. El Evangelio nos cuenta cuatro sueños de José.

En el primer sueño (cfr. Mt 1, 18-25), el ángel ayuda a José a resolver el drama que le asalta cuando se entera del embarazo de María: «No temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (vv. 20-21). Y su respuesta fue inmediata: «Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado» (v. 24). Muchas veces la vida nos pone ante situaciones que no comprendemos y parece que no tienen solución. Rezar, en esos momentos, significa dejar que el Señor nos indique qué es lo correcto hacer. De hecho, muy a menudo es la oración la que hace nacer en nosotros la intuición de la vía de salida, cómo resolver esa situación. Queridos hermanos y hermanas, el Señor nunca permite un problema sin darnos también la ayuda necesaria para afrontarlo. No nos tira ahí solos en el horno. No nos echa a las bestias. No. El Señor cuando nos hace ver un problema o desvela un problema, nos da siempre la intuición, la ayuda, su presencia, para salir, para resolverlo.

Y el segundo sueño revelador de José llega cuando la vida del niño Jesús está en peligro. El mensaje está claro: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2, 13). José, sin dudarlo, obedece: «Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes» (vv. 14-15). En la vida todos experimentamos peligros que amenazan nuestra existencia o la de los que amamos. En esas situaciones, rezar quiere decir escuchar la voz que puede hacer nacer en nosotros la misma valentía de José, para afrontar las dificultades sin sucumbir.

En Egipto, José espera la señal de Dios para poder volver a casa; y es precisamente este el contenido del tercer sueño. El ángel le revela que han muerto los que querían matar al niño y le ordena que salga con María y Jesús y regrese a la patria (cfr. Mt 2, 19-20). José «se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel» (v. 21). Pero durante el viaje de regreso, «al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí» (v. 22). Y ahí está la cuarta revelación: «y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret» (vv. 22-23). También el miedo forma parte de la vida y también necesita de nuestra oración. Dios no nos promete que nunca tendremos miedo, sino que, con su ayuda, ese no será el criterio de nuestras decisiones. José siente el miedo, pero Dios lo guía a través de él. El poder de la oración hace entrar la luz en las situaciones de oscuridad.

Pienso en este momento en tantas personas que están aplastadas por el peso de la vida y ya no logran ni esperar ni rezar. Que san José pueda ayudarles a abrirse al diálogo con Dios, para recuperar luz, fuerza y paz. Y pienso también en los padres ante los problemas de los hijos. Hijos con tantas enfermedades, hijos enfermos, también con enfermedades permanentes: cuánto dolor ahí. Padres que ven orientaciones sexuales diferentes en los hijos; cómo gestionar esto y acompañar a los hijos y no esconderse en una actitud condenatoria. Padres que ven a los hijos que se van, mueren, por una enfermedad y también —es más triste, lo leemos todos los días en los periódicos— jóvenes que hacen chiquilladas y terminan en accidente de coche. Los padres que ven a los hijos que no avanzan en la escuela y no saben qué hacer… Tantos problemas de los padres. Pensemos cómo ayudarles. A esos padres les digo: no os asustéis. Sí, hay dolor. Mucho. Pero pensad cómo resolvió los problemas José y pedid a José que os ayude. Nunca condenar a un hijo. A mí me da mucha ternura —me daba en Buenos Aires— cuando iba en el autobús y pasaba delante de la cárcel: había una fila de personas que querían entrar para visitar a los presos. Y estaban las madres ahí que me daban mucha ternura: ante el problema de un hijo que se ha equivocado, está preso, no le dejaban solo, daban la cara y lo acompañaban. Esa valentía; valentía de papá y mamá que acompañan a los hijos siempre, siempre. Pidamos al Señor que dé a todos los padres y a todas las madres esa valentía que dio a José. Y después rezar para que el Señor nos ayude en esos momentos.

Pero la oración nunca es un gesto abstracto o intimista, como quieren hacer esos movimientos espiritualistas más gnósticos que cristianos. No, no es eso. La oración siempre está indisolublemente unida a la caridad. Solo cuando unimos a la oración el amor, el amor a los hijos en el caso que he dicho ahora, o el amor al prójimo, logramos comprender los mensajes del Señor. José rezaba, trabajaba y amaba —tres cosas bonitas para los padres: rezar, trabajar y amar— y por eso recibió siempre lo necesario para afrontar las pruebas de la vida. Encomendémonos a él y a su intercesión.

San José, tú eres el hombre que sueña,

enséñanos a recuperar la vida espiritual

como el lugar interior en el que Dios se manifiesta y nos salva.

Quita de nosotros el pensamiento de que rezar es inútil;

ayuda a cada uno a corresponder a lo que el Señor nos indica.

Que nuestros razonamientos estén irradiados por la luz del Espíritu,

nuestro corazón animado por su fuerza

y nuestros miedos salvados por su misericordia.

P.P. Francisco, vaticannews.va/es

 

LIBRO DE LA SEMANA (28 Ene): Proyecto Silverview

 (Cfr. www.todostuslibros.com)

 

 

Proyecto Silverview



Julian Lawndsley ha renunciado a su exigente empleo en la City de Londres para llevar una vida más sencilla como propietario de una librería en una pequeña ciudad costera. Sin emba...
Editorial:
Editorial Planeta
Traductor:
Buenaventura, Ramón
Colección:
Planeta Internacional
Encuadernación:
Cartoné
País de publicación :
España
Idioma de publicación :
Castellano
Idioma original :
Inglés
ISBN:
978-84-08-25181-1
EAN:
9788408251811
Dimensiones:
230 x 150 mm.
Peso:
592 gramos
Nº páginas:
304
Fecha publicación :
12-01-2022
 
 
Sinopsis

Sinopsis de: "Proyecto Silverview"

Julian Lawndsley ha renunciado a su exigente empleo en la City de Londres para llevar una vida más sencilla como propietario de una librería en una pequeña ciudad costera. Sin embargo, un par de meses después de la inauguración, la tranquilidad de Julian se ve interrumpida por una visita: Edward Avon, un inmigrante polaco que vive en Silverview, la gran mansión a las afueras del pueblo, quien parece saber mucho sobre la familia de Julian y muestra un interés exagerado en el funcionamiento interno de su modesto negocio.

Cuando aparece una carta en la puerta de un espía de alto rango en Londres advirtiéndole de una peligrosa filtración, las investigaciones lo llevarán a esta tranquila ciudad junto al mar…

Una extraordinaria novela inédita sobre los deberes de un espía con su país y la moral privada.

Más sobre

le Carré, John

John le Carré nació en 1931. A lo largo de seis décadas, escribió algunas de las novelas que han definido nuestro tiempo. Hijo de un estafador, pasó gran parte de la infancia entre un selecto internado y el submundo de los garitos londinenses. A los dieciséis años encontró refugio en la Universidad de Berna y, más adelante, en Oxford. Tras una  temporada de profesor en Eton, inició una breve carrera en los servicios de inteligencia británicos (MI5 y MI6). Su primera novela, Llamada para el muerto, vio la luz en 1961, cuando aún trabajaba para los servicios secretos. La tercera, El espía que surgió del frío, le valió la fama mundial, consolidada por el éxito de la trilogía compuesta por El topo, El honorable colegial y La gente de Smiley. Finalizada la Guerra Fría, le Carré amplió el horizonte de su narrativa, hacia una escena internacional que incluía el tráfico de armas y la lucha contra el terrorismo. Sus memorias, Volar en círculos, se publicaron en 2016, y la última novela de George Smiley, El legado de los espías, apareció en 2017. Murió el 12 de diciembre de 2020.

PELICULA DE LA SEMANA (28 Ene): En un muelle de Normandía

 (Cfr www.fotogramas.es)

 

cartel de "en un muelle de normandía"

     Dirección: Emmanuel Carrère Reparto: Juliette Binoche, Hélène Lambert, Léa Carne, Emily Madeleine, Patricia Prieur, Evelyne Porée Título original: Le Quai de Ouistreham País: Francia Año: 2021 Fecha de estreno: 28–01-2022 Género: Drama Guion: Emmanuel Carrère, Hélène Devynck. Novela: Florence Aubenas Fotografía: Patrick Blossier Sinopsis: Marianne Winckler, una reconocida autora, decide escribir un libro sobre la precariedad laboral viviendo esta realidad de primera mano. Para ello, ocultando su identidad, consigue trabajo como limpiadora en un pueblo de Normandía, al norte de Francia, y descubre una vida ignorada por el resto de la sociedad en la que cada euro ganado o gastado importa. Pese a la dureza de la experiencia, la solidaridad entre compañeros crea fuertes lazos de amistad entre Marianne y ellos. La ayuda mutua conduce a la amistad y la amistad a la confianza pero ¿qué pasa con esta confianza cuando la verdad sale a la luz?

 

    En su arranque, el tercer largometraje dirigido por el también escritor Emmanuel Carrère nos recuerda al cine de los hermanos Dardenne o de Ken Loach. La película nos sumerge en las tribulaciones de diversos personajes en una oficina de empleo en Caen, en Normandía, en un retrato desgarrador y certero de la cara cotidiana de la precariedad laboral y de los límites de los servicios sociales que intentan aplacarla. Pero, a medida que avanza el metraje, la voz en off de la principal protagonista, Marianne, a quien interpreta Juliette Binoche, introduce un elemento de distorsión. Y nos damos cuenta de que la actriz no interpreta a una mujer de mediana edad en el paro. Sino que da vida a un personaje que a su vez se hace pasar por alguien en bus- ca de empleo. Carrère podría haber destapado la identidad de la protagonista, una escritora que se pone en la piel de una desempleada para poder explicar la precariedad desde la propia experiencia, desde el principio dado el origen literario del proyecto. Pero, a través de este juego con el espectador sitúa la historia en el territorio que más le interesa. Porque 'En un muelle de Normandía' se despliega, efectivamente, como un drama sobre la explotación laboral de las trabajadoras de la limpieza. Sin embargo, la película no se queda aquí y también encierra una reflexión muy en la línea del autor de 'El adversario' sobre cómo ciertas aproximaciones realistas implican siempre cierta dosis de impostura. 

 

    El director opera en las coordenadas de la docuficción a partir de la estrategia inaugurada por Roberto Rossellini en 'Stromboli': inserta a una actriz de sobra conocida en un contexto realista de manera que, por un lado, Binoche funciona como un artificio que nos recuerda la naturaleza construida del film, y por el otro, cohesiona la vertiente melodramática del documento social. Para acabar interrogándose sobre la honestidad de quien fuerza un escenario ficticio para narrar desde el yo una realidad.

27 enero 2022

Meditación Domingo 4º to (C)

 (Cfr. www.almudi.org)

 

La virtud de la caridad

“En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: - «Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.» Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: - «¿No es éste el hijo de José?» Y Jesús les dijo: - «Sin duda me recitaréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún.» Y añadió: - «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel habla muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio.» Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba” (Lucas 4,21-30).

I. La Segunda lectura de la Misa nos recuerda el llamado himno de la caridad, una de las páginas más bellas de las Cartas de San Pablo. El Espíritu Santo, por medio del Apóstol, nos habla hoy de unas relaciones entre los hombres completamente desconocidas para el mundo pagano, pues tienen un fundamento del todo nuevo: el amor a Cristo. Todo lo que hicisteis por uno de mis hermanos pequeños, por mí lo hicisteis. Con la ayuda de la gracia, el cristiano descubre en su prójimo a Dios: sabe que todos somos hijos del mismo Padre y hermanos de Jesucristo. La virtud sobrenatural de la caridad nos acerca profundamente al prójimo; no es un mero humanitarismo. «Nuestro amor no se confunde con una postura sentimental, tampoco con la simple camaradería, ni con el poco claro afán de ayudar a los otros para demostrarnos a nosotros mismos que somos superiores. Es convivir con el prójimo, venerar (...) la imagen de Dios que hay en cada hombre, procurando que también él la contemple, para que sepa dirigirse a Cristo».

Nuestro Señor dio contenido nuevo e incomparablemente más alto al amor al prójimo, señalándolo como el Mandamiento Nuevo y distintivo de los cristianos. Es el amor divino -como yo os he amado- la medida del amor que debemos tener a los demás; es, por tanto, un amor sobrenatural, que Dios mismo pone en nuestros corazones. Es a la vez un amor hondamente humano, enriquecido y fortalecido por la gracia.

La caridad se distingue de la sociabilidad natural, de la fraternidad que nace del vínculo de la sangre, de la misma compasión de la miseria ajena... Sin embargo, la virtud teologal de la caridad no excluye estos amores legítimos de la tierra, sino que los asume y sobrenaturaliza, los purifica y los hace más profundos y firmes. La caridad del cristiano se expresa ordinariamente en las virtudes de la convivencia humana, en las muestras de educación y cortesía, que así quedan elevadas a un orden superior y definitivo.

Sin ella la vida se queda vacía... La elocuencia más sublime, y todas las buenas obras si pudieran darse, serían como sonido de campana o de címbalo, que apenas dura unos instantes y se apaga. Sin la caridad -nos lo dice el Apóstol-, de poco sirven los dones más apreciados: si no tengo caridad, nada soy. Muchos doctores y escribas sabían más de Dios, inmensamente más, que la mayoría de quienes acompañaban a Jesús -gente que ignora la ley-, pero su ciencia quedó sin fruto. No entendieron lo fundamental: la presencia del Mesías en medio de ellos, y su mensaje de comprensión, de respeto y de amor.

La falta de caridad embota la inteligencia para el conocimiento de Dios, y también de la dignidad del hombre; el amor agudiza las potencias, las afina y despierta. Solamente la caridad -amor a Dios, y al prójimo por Dios- nos prepara y dispone para entender al Señor y lo que a Él se refiere, en la medida en que una criatura finita puede hacerlo. El que no ama no conoce a Dios -enseña San Juan-, porque Dios es amor. También la virtud de la esperanza queda estéril sin la caridad, «pues es imposible alcanzar aquello que no se ama»; y todas las obras son baldías sin la caridad, aun las más costosas y las que comportan sacrificios: si repartiere todos los bienes y entregara mi cuerpo al fuego, pero no tuviere caridad, de nada me aprovecha. La caridad por nada puede ser sustituida.

Hoy podríamos preguntarnos en nuestra oración cómo vivimos esta virtud cada día: si tenemos detalles de servicio con quienes convivimos, si procuramos ser amables, si pedimos disculpas cuando no lo somos, si damos paz y alegría a nuestro alrededor, si ayudamos a los demás en su caminar hacia el Señor o si, por el contrario, nos mostramos indiferentes; si ponemos en práctica las obras de misericordia, con la visita a los pobres y enfermos, para vivir la solidaridad cristiana con los que sufren; si atendemos a los ancianos, si nos preocupamos por los marginados. En una palabra, si nuestro trato habitual con el Señor se manifiesta en obras de comprensión y de servicio a quienes están cerca de nuestro vivir diario.

II. San Pablo nos señala las cualidades que adornan la caridad. Nos dice, en primer lugar, que la caridad es paciente con los demás. Para hacer el bien se ha de saber primero soportar el mal, renunciando de antemano al enfado, al malhumor, al espíritu desabrido.

La paciencia denota una gran fortaleza. La caridad necesitará frecuentemente de la paciencia para llevar con serenidad los posibles defectos, las suspicacias, el mal genio de quienes tratamos. Esta virtud nos llevará a dar a esos detalles la importancia que realmente tienen, sin agrandarlos; a esperar el momento oportuno, si es necesario corregir; a dar una buena contestación, que logrará en muchas ocasiones que nuestras palabras lleguen beneficiosamente al corazón de esas personas. La paciencia es una gran virtud para la convivencia. A través de ella imitamos a Dios, paciente con tantos errores nuestros y siempre lento a la ira; imitamos a Jesús, que, conociendo bien la malicia de los fariseos, «condescendió con ellos para ganarlos, como los buenos médicos, que prodigan mejores remedios a los enfermos más graves».

La caridad es benigna, es decir, está dispuesta a hacer el bien a todos. La benignidad sólo cabe en un corazón grande y generoso; lo mejor de nosotros debe ser para los demás.

La caridad a no es envidiosa, pues mientras la envidia se entristece del bien ajeno, la caridad se alegra de ese mismo bien. De la envidia nacen multitud de pecados contra la caridad: la murmuración, la detracción, el gozo en lo adverso y la aflicción en lo próspero del prójimo. Con mucha frecuencia, la envidia es la causa de que se resquebraje la amistad entre amigos y la fraternidad entre hermanos; es como un cáncer que corroe la convivencia y la paz. Santo Tomás la llama «madre del odio».

La caridad no obra con soberbia, ni es jactanciosa. Muchas de las tentaciones contra la caridad se resumen en actitudes de soberbia hacia el prójimo, pues sólo en la medida en que nos olvidamos de nosotros mismos podemos atender y preocuparnos de los demás. Sin humildad no puede existir ninguna otra virtud, y de modo singular no puede haber amor. En muchas faltas de caridad han existido previamente otras de vanidad y orgullo, de egoísmo, de deseos de sobresalir. También de otras muchas maneras se manifiesta la soberbia, que impide la caridad. «El horizonte del orgulloso es terriblemente limitado: se agota en él mismo. El orgulloso no logra mirar más allá de su persona, de sus cualidades, de sus virtudes, de su talento. El suyo es un horizonte sin Dios. Y en este panorama tan mezquino ni siquiera aparecen los demás: no hay sitio para ellos».

La caridad no es ambiciosa, no busca lo suyo. La caridad no pide nada para uno mismo: da sin calcular retribución alguna. Sabe que ama a Jesús en los demás, y esto le basta. No sólo no es ambiciosa, con un deseo desmesurado de ganancia, sino que ni siquiera busca lo suyo: busca a Jesús.

La caridad no toma en cuenta el mal, no guarda listas de agravios personales, todo lo excusa. No sólo pedimos ayuda al Señor para excusar la posible paja en el ojo ajeno, si se diera, sino que nos debe pesar la viga en el propio, las muchas infidelidades a nuestro Dios. La caridad todo lo cree, todo lo espera, todo lo sufre. Todo, sin exceptuar nada.

Es mucho lo que podemos dar: fe, alegría, un pequeño elogio, cariño... Nunca esperemos nada a cambio. No nos molestemos si no somos correspondidos: la caridad no busca lo suyo, lo que humanamente considerado parecería que se nos debe. No busquemos nada y habremos encontrado a Jesús.

III. La caridad no termina jamás. Las profecías desaparecerán, las lenguas cesarán, la ciencia quedará anulada (...). Ahora permanecen la fe, la esperanza, la caridad: las tres virtudes. Pero de ellas la más grande es la caridad.

Estas tres virtudes teologales son las más importantes de la vida cristiana porque tienen a Dios como objeto y fin. La fe y la esperanza no permanecen en el Cielo: la fe es sustituida por la visión beatífica; la esperanza, por la posesión de Dios. La caridad, en cambio, perdura eternamente; a quién la tierra es ya un comienzo del Cielo, y la vida eterna consistirá en un acto ininterrumpido de caridad.

Esforzaos por alcanzar la caridad, nos apremia San Pablo. Es el mayor don y el principal mandamiento del Señor. Será el distintivo por el que conocerán que somos discípulos de Cristo; es una virtud que, para bien o para mal, estamos poniendo a prueba en todo momento. Porque a todas horas podemos socorrer una necesidad, tener una palabra amable, evitar una murmuración, dar una palabra de aliento, ceder el paso, interceder ante el Señor por alguien especialmente necesitado, dar un buen consejo, sonreír, ayudar a crear un clima más amable en nuestra familia o en el lugar de trabajo, disculpar, formular un juicio más benévolo, etc. Podemos hacer el bien u omitirlo; también, hacer positivamente daño a los demás, no sólo por omisión. Y la caridad nos urge continuamente a ser activos en el amor con obras de servicio, con oración, y también con la penitencia.

Cuando crecemos en la caridad, todas las virtudes se enriquecen y se hacen más fuertes. Y ninguna de ellas es verdadera virtud si no está penetrada por la caridad: «tanto tienes de virtud cuanto tienes de amor, y no más».

Si acudimos frecuentemente a la Virgen, Ella nos enseñará a querer y a tratar a los demás, pues es Maestra de caridad. «La inmensa caridad de María por la humanidad hace que se cumpla, también en Ella, la afirmación de Cristo: nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos (Jn 15, 13)». Nuestra Madre Santa María también se entregó por nosotros.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal

 

Homilía Domingo 4º t.o. (C)

 (Cfr. www.almudi.org)

 


 Homilía basada en el Catecismo de la Iglesia Católica

Llamados a ser profetas

I. LA PALABRA DE DIOS

Jr 1,4-5.17-19: Te nombré profeta de los gentiles
Sal 70,1-2.3-4a.5-6ab.15ab y 17: Mi boca contará tu salvación, Señor
1 Co 12,31-13,13: Quedan la fe, la esperanza y el amor; pero lo más grande es el amor
Lc 4,21-30: Jesús, como Elías y Eliseo, no es enviado sólo a los judíos

II. LA FE DE LA IGLESIA

«Cristo... realiza su misión profética... no sólo a través de la jerarquía... sino también por medio de los laicos. El los hace sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de la palabra» (904).

«Los laicos cumplen también su misión profética evangelizando, con el anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y de la palabra. En los laicos, esta evangelización adquiere una nota específica y una eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo» (905).

III. TESTIMONIO CRISTIANO

«Enseñar a alguien para traerlo a la fe es tarea de todo predicador e incluso de todo creyente» (Sto. Tomás de Aquino) (904).

«Los fieles laicos que sean capaces de ello y que se formen para ello pueden prestar su colaboración en la formación catequética, en la enseñanza de las ciencias sagradas, en los medios de comunicación social» (Cf CIC, 774, 776, 780, 229, 823) (906).

IV. SUGERENCIAS PARA EL ESTUDIO DE LA HOMILÍA

A. Apunte bíblico-litúrgico

La misión del profeta viene de una elección de Dios que le protege ante la difícil tarea de ser signo de contradicción en medio de los gentiles.

Jesús sigue el destino de todos los verdaderos profetas: es bandera discutida. En el episodio de la sinagoga de Nazaret entre los suyos, Jesús anuncia su misión no sólo a los judios.

El «Himno del amor», que se proclama en la segunda lectura, incita a fijarse en lo sustancial por encima de cualquier otro carisma. Amor que es como el de Dios: donación de sí mismo, comprensión, misericordia.

B. Contenidos del Catecismo de la Iglesia Católica

La fe:

El sentido sobrenatural de la fe: 91-93.
La participación de los laicos en la misión profética de Cristo: 904-905.

La respuesta:

Actividades de los laicos en la misión evangelizadora: 906-907.

C. Otras sugerencias

La presentación de la misión de Jesús en medio de los suyos provoca una reacción contraria a El. Al profeta no se le aplaude pues no habla para agradar sino para iluminar desde la voluntad de Dios.

¿Puede un cristiano pasar desapercibido en medio de los suyos? Su misión es la de Cristo. ¿Por qué no es bandera discutida como El?

La misión profética del cristiano se realiza como en Cristo con palabras y obras. Las palabras anuncian la salvación de Dios y las obras tienen su punto culminante en el amor, el mayor de los carismas.

 

23 enero 2022

LIBRO DE LA SEMANA (21 Ene): Nunca

 (Cfr. www.todostuslibros.com)

 


Nunca
Ken Follett regresa al thriller con una vertiginosa novela que imagina lo inimaginable. En el desierto del Sáhara, dos agentes de inteligencia siguen la pista a un poderoso grupo...
Editorial:
PLAZA & JANES
Traductor:
Sánchez Díez, Ana Isabel
Encuadernación:
Cartoné
País de publicación :
España
Idioma de publicación :
Castellano
Idioma original :
Inglés
ISBN:
978-84-01-02705-5
EAN:
9788401027055
Dimensiones:
240 x 158 mm.
Peso:
1177 gramos
Nº páginas:
840
Fecha publicación :
11-11-2021
 
 
Sinopsis

Sinopsis de: "Nunca"

Ken Follett regresa al thriller con una vertiginosa novela que imagina lo inimaginable. En el desierto del Sáhara, dos agentes de inteligencia siguen la pista a un poderoso grupo terrorista arriesgando sus vidas -y, cuando se enamoran perdidamente, sus carreras- a cada paso. En China, un alto cargo del gobierno con grandes ambiciones batalla contra los viejos halcones del ala dura del Partido que amenazan con empujar al país a un punto de no retorno. Y en Estados Unidos, la presidenta se enfrenta a una crisis global y al asedio de sus implacables oponentes políticos. Está dispuesta a todo para evitar una guerra innecesaria. Pero cuando un acto de agresión conduce a otro y las potencias más poderosas del mundo se ven atrapadas en una compleja red de alianzas de la que no pueden escapar, comienza una frenética carrera contrarreloj. ¿Podrá alguien, incluso con las mejores intenciones y las más excepcionales habilidades, detener lo inevitable? Nunca es un thriller extraordinario, lleno de heroínas y villanos, falsos profetas, agentes de élite, políticos desencantados y cínicos revolucionarios. Follett envía un mensaje de advertencia para nuestros tiempos en una historia intensa y trepidante que transporta a los lectores hasta el filo del abismo. «Cuando me documentaba para La caída de los gigantes, me impactó darme cuenta de que la Primera Guerra Mundial fue una guerra que nadie quería. Ningún líder europeo de ninguno de los dos bandos tenía intención de que sucediera. Pero, uno por uno, los emperadores y primeros ministros tomaron decisiones -decisiones lógicas y moderadas- que nos acercaron un pasito más al conflicto más terrible que el mundo ha conocido. Llegué a creer que todo fue un trágico accidente. Y me pregunté: ¿podría volver a ocurrir?» KEN FOLLETT La crítica ha dicho:«Un thriller brutal. Puro Ken Follett».Jacinto Antón, El País «No pueden perderse Nunca. Lo van a pasar terriblemente bien».Pepa Fernández, RNE «Una de las mejores novelas de espías que he leído en bastante tiempo».Sergio Vila-Sanjuán, La Vanguardia «Follett tiene una de las imaginaciones más brillantes y desbordantes de la literatura contemporánea».Javier del Pino, Cadena SER «Un adictivo thriller político que ya se perfila como otro best seller mundial».El Mundo «Urgente y ferozmente apasionante».The Washington Post «Un thriller deslumbrante y una de las lecturas más emocionantes del año».Daily Express «Audaz en su escala y meticulosamente documentado, Nunca hace que el resto de libros de espionaje internacional parezcan apocados, perezosos y provincianos».The Sunday Times «Prepárense para una experiencia electrizante».CNN.com «Absolutamente fascinante... Un thriller inteligente, aterrador y muy plausible».Booklist «Fantástico... Una imponente y poderosa demostración de uno de los mejores escritores del género».Publishers Weekly «Las tramas de la historia te absorberán de tal manera que las seguirás a cualquier parte... y de pronto te darás cuenta de que has leído cientos de páginas. Por un lado es un entretenimiento fantástico; por otro, una ventana a una posibilidad que dará que pensar».Kirkus «Imprescindible. Una lectura que te sorprenderá hasta la última de sus páginas y que no vas a poder soltar en ningún momento».Telva Sobre el autor han dicho:«Follett es un maestro».The Washington Post «Sigo envidiando como el primer día la capacidad de Follett para entretener. Sus tramas funcionan siempre y te mantiene pegado a cada página».Juan Gómez Jurado, ABC «Follett es, sin lugar a dudas, uno de los escritores más exitosos de la actualidad».El Español

Más sobre

Follett, Ken

Ken Follet va néixer a Cardiff, Gal·les. Després de llicenciar-se en filosofia a la University College de Londres, va treballar de periodista per al South Wales Echo i l'Evening News de Londres, abans de convertir-se en un dels escriptors de best sellers més reconeguts del món. Les seves obres més importants són, entre d'altres, Eye of the Needle, The Man from St. Petersburg, Lie down with Lions, Els pilars de la Terra, L'últim vol, Alt risc i En el blanc, aquestes darreres publicades en català per Edicions 62.

 

El carácter decisivo de la escucha

 (Cfr. www.almudi.org)

 

 

Sólo quien es capaz de escuchar el mundo, y a las personas se hace apto para escrutar sus secretos más escondidos. La escucha: escuchar y ser escuchado, es esencial para el ser humano.

 Ignasi Fuster, omnesmag.com/

El Papa Francisco, desde el inicio de su pontificado, ha insistido en la necesidad de la escucha. En su momento escuchamos la llamada a ejercitar aquel “apostolado del oído”, al que se refería el Papa. Ahora se convierte en temática fundamental del nuevo Sínodo sobre la Iglesia sinodal.

Una Iglesia sinodal es una Iglesia que sabe escuchar. Así lo decía el Papa en la homilía de inauguración del Sínodo en Roma (10.10.2021): “El sínodo nos pide que nos pongamos a la escucha de las preguntas, de los afanes, de las esperanzas de cada Iglesia, de cada pueblo y nación. Y también a la escucha del mundo, de los desafíos y los cambios que nos pone delante”. Pero ¿por qué este escuchar humano puede ser tan decisivo?

Cuentan del pensador alemán Hegel, que cuando era joven paseaba por un camino junto a un amigo. Entonces, escucharon el eco sonoro de las campanas de la iglesia que sonaban con toque fúnebre por la muerte de alguien. Aquel sonido penetró para siempre en los oídos y el corazón del joven Hegel, que topó repentinamente con el misterio de nuestra sórdida finitud: al final de la existencia las luces se apagan, los ojos se cierran y los oídos dejan de vibrar. Dicen que toda su filosofía idealista (en busca del ideal de lo eterno), es un combate fehaciente contra los signos de la corrupción y de la muerte. Su filosofía es una glosa a la muerte y la finitud. Porque Hegel escuchó las campanas de la muerte, y quizás también el eco lejano de la inmortalidad que resuena en el corazón del hombre.

Alguien me contó que tuvo la suerte de asistir a las clases del filósofo Martin Heidegger. Heidegger, según relata el testigo, se dirigía al auditorio con una voz fina y difícil de percibir. Y, sin embargo, su voz suave revelaba un agudo sentido del oído. Heidegger con su meditación filosófica se adentraba en los misterios de la realidad y del mundo. Tanto es así, que concebía el pensar como una acción de gracias por los secretos del mundo y de la historia. Sólo quien es capaz de escuchar el mundo se hace apto para escrutar sus secretos más escondidos. Así Heidegger se revelaba como un pensador profundo que desarrolló una delicada filosofía de la existencia humana en medio de las vicisitudes del mundo.

Pero Heidegger y Hegel recogen intuiciones antiguas, ya presentes en el pensamiento mítico griego, así como en el sentir de la revelación judía. Ya decía el oscuro Heráclito que los hombres están llamados a tener “el oído atento al ser de las cosas”. ¿Y qué define Israel, aquel Pueblo receptor de la Revelación de Dios, sino el ser un Pueblo de la escucha de Dios y de sus presagios? De nuevo, en medio de nuestro tiempo de la palabra y de la técnica, se hace necesario instar a las nuevas generaciones a aprender el silencio, la soledad y la escucha –una tríada seguramente fecunda-. Pero no sólo la escucha de la palabra, de la noticia, de la conversación, del canto o del texto. Sino sobre todo, la escucha de las cosas que no hablan pero que nos abren al misterio de sentido que encierran.

La escucha que no ve (y sabe cerrar los ojos ante el mundo) parece aportar una visión distinta del mundo y de la historia. Las descripciones del vidente describe parecen otorgar poder sobre una realidad que se convierte en escenario. La realidad penetrada por los ojos deviene un campo de exploración y experimentación, sujeto a la manipulación y la transformación.

El hombre vidente de nuestro tiempo ha visto el futuro de un hombre nuevo, mezcla de carne y de técnica, capaz de desarrollar sus potencias físicas, psíquicas y espirituales hasta el extremo. Pero, si complementamos la vista con el oído, y aunamos la visión y la escucha en una síntesis armónica, otro mundo aparece: es un mundo ciertamente cognoscible, pero a su vez llamado a ser escuchado, es decir, rozado por la suave caricia de una escucha que nos posibilita adentrarnos paulatinamente en el claro oscuro de la existencia.

Decía Agustín que “el tacto define el conocimiento». Es cuando emerge la pregunta por la licitud de nuestra forma contemporánea de tratar el mundo. ¿Es lícito o no tratar de este modo el misterio de la naturaleza? La luz ilumina, los colores se admiran, las figuras se observan, los rostros se contemplan, los movimientos se ven. Pero el bien y el mal que resuenan en la conciencia no se visionan, sino que se oyen en las profundidades de uno mismo. Es cuando emerge el sentido ético del mundo y de nuestras relaciones variopintas con el mundo.

Entonces, ¿qué debemos hacer? Fue la lejana pregunta que algunos hicieron a aquel profeta del desierto que anunciaba la llegada de los tiempos nuevos. Juan el Bautista había escuchado en el silencio y la soledad del desierto la voz de Dios y los gemidos del hombre. Si la humanidad no se vuelve a hacer apta para la escucha, se hará incapaz de percibir los signos de los tiempos que anuncian la Última Venida del Hijo del Hombre. Sólo la actitud de escucha como lugar antropológico permite escrutar los signos de los tiempos, como aquel viento que anuncia la tormenta o aquel canto que presagia la primavera. El oído se consagra como el intérprete de los significados de la existencia. El arte de la escucha nos puede preservar del nihilismo que se halla sin fuerzas para volver a comprender el significado del mundo.

PELICULA DE LA SEMANA (21 Ene): La Casa Gucci

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Título original
House of Gucci
Año
Duración
157 min.
País
Estados Unidos Estados Unidos
Dirección
Guion
Roberto Bentivegna, Becky Johnson. Libro: Sara Gay Forden. Historia: Becky Johnston
Música
Harry Gregson-Williams
Fotografía
Dariusz Wolski
Reparto
Productora
Coproducción Estados Unidos-Canadá;
Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), Scott Free Productions, Bron Studios
Género
Drama | Familia. Crimen. Moda. Basado en hechos reales. Años 70. Años 80. Años 90
Sinopsis
Drama criminal en torno al asesinato en 1995 de Maurizio Gucci, nieto del fundador del imperio de la moda Gucci, que apareció asesinado por orden de su exmujer Patrizia Reggiani, conocida como la "viuda negra de Italia". Adaptación del libro de Sara Gay Forden, publicado en 2001, 'The House of Gucci: A Sensational Story of Murder, Madness, Glamour, and Greed'. (FILMAFFINITY)
Posición en rankings FA
Premios
2021: Globos de Oro: Nominada a mejor actriz principal drama (Lady Gaga)
2021: Critics Choice Awards: 4 nominaciones incluyendo mejor actriz (Lady Gaga)
2021: Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor actriz (Lady Gaga)
2021: Sindicato de Actores (SAG): Nominada a mejor reparto, actriz y actor sec.
2021: Satellite Awards: 2 nominaciones, incluyendo mejor actriz drama (Lady Gaga)
Críticas

 

Meditación Domingo 3º t.o. (C)

 (Cfr. www.almudi.org)

 

Formación doctrinal

“Ilustre Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el Libro del Profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor»
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: -Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lucas 1,1-4; 4,14-21).

I. La Primera lectura de la Misa nos narra con gran emotividad la vuelta a Judea del pueblo elegido, después de tantos años de destierro en Babilonia. En suelo judío, un sacerdote, Esdras, explica al pueblo el contenido de la Ley que habían olvidado en aquellos años pasados en "tierra extraña". Leyó el libro sagrado desde el amanecer hasta el medio día, y todos, de pie, seguían atentamente las enseñanzas, y el pueblo entero lloraba. Es un llanto en el que se mezclan la alegría por reconocer de nuevo la Ley de Dios, y la tristeza, porque su anterior olvido de la Ley les acarreó el destierro.

Cuando nos congregamos para participar en la Santa Misa escuchamos de pie, en actitud de vigilancia, la Buena Nueva que siempre nos trae el Evangelio. Hemos de oírlo con una disposición atenta, humilde y agradecida, porque sabemos que el Señor se dirige a cada uno en particular. "Nosotros -escribía San Agustín- debemos oír el Evangelio como si el Señores tuviera presente y nos hablase. No debemos decir: "felices aquellos que pudieron verle". Porque muchos de los que le vieron le crucificaron; y muchos de los que no le vieron creyeron en Él. Las mismas palabras que salían de la boca del Señor se escribieron y se guardaron y conservaron para nosotros".

Sólo se ama a quien se conoce; por eso, muchos cristianos dedican además, cada día, unos minutos a leer y meditar el Santo Evangelio, que nos conduce como de la mano al conocimiento y a la contemplación de Jesucristo. Nos enseña a verlo como lo vieron los Apóstoles, a observar sus reacciones, su modo de comportarse, sus palabras llenas siempre de sabiduría y autoridad; nos lo muestra compasivo ante la desgracia en unas ocasiones, santamente enfadado en otras, comprensivo con los pecadores, firme ante los fariseos falsificadores de la religión, lleno de paciencia con aquellos discípulos que no entienden muchas veces el sentido de sus palabras...

Nos sería muy difícil amar a Jesucristo, conocerle de verdad, si no escucháramos frecuentemente la Palabra de Dios, si no leyéramos con atención, cada día, el Santo Evangelio. Esa lectura -quizá unos pocos minutos- alimenta nuestra piedad.

Al terminar el sacerdote cada una de las lecturas de la Sagrada Escritura, dice: Palabra de Dios. Y todos los fieles contestan: ¡Te alabamos, Señor! Y ¿cómo le alabamos? El Señor no se contenta con nuestras palabras: quiere también una alabanza con obras. No podemos arriesgarnos a olvidar la ley de Dios, a que las enseñanzas de la Iglesia queden en nosotros como verdades difusas e inoperantes, o conocidas sólo superficialmente; eso supondría para nuestra vida un destierro mucho más amargo que el de Babilonia. El gran enemigo de Dios en el mundo es la ignorancia, "que es causa y como raíz de todos los males que envenenan los pueblos y perturban a muchas almas".

Y sabemos bien que el mal que afecta a gran número de cristianos es la falta de formación doctrinal. Es más, muchos están inficionados del error, enfermedad más grave que la misma ignorancia. ¡Qué pena si nosotros, por falta de la necesaria doctrina, no supiéramos darles a conocer a Cristo y la luz necesaria para que comprendan sus enseñanzas!

II. En la Misa de hoy leemos el comienzo del Evangelio de San Lucas, quien nos dice que ha resuelto poner por escrito la vida de Cristo para que conozcamos la solidez de las enseñanzas que hemos recibido. La obligación de conocer con profundidad la doctrina de Jesús, cada uno según las circunstancias de su vida, atañe a todos y dura mientras continúe nuestro caminar sobre la tierra. "El crecimiento de la fe y de la vida cristiana, y más en el contexto adverso en que vivimos, necesita un esfuerzo positivo y un ejercicio permanente de la libertad personal. Este esfuerzo comienza por la estima de la propia fe como lo más importante de nuestra vida. A partir de esta estima nace el interés por conocer y practicar cuanto está contenido en la fe en Dios y el seguimiento de Cristo en el contexto complejo y variante de la vida real de cada día". Nunca hemos de considerarnos con la suficiente formación, nunca deberemos conformarnos con el conocimiento de Jesucristo y de sus enseñanzas que hayamos adquirido. El amor pide siempre conocer más de la persona amada. En la vida profesional, un médico, un arquitecto o un abogado, si son buenos profesionales, no dan por terminado su estudio al acabar la carrera: siempre están en continua formación. Lo mismo ocurre con el cristiano. También a la formación doctrinal se le puede aplicar aquella sentencia de San Agustín: "¿Dijiste basta? Pereciste".

La calidad del instrumento -eso somos todos: instrumentos en manos de Dios- puede mejorar, desarrollar nuevas posibilidades. Cada día podemos amar un poco más y ser más ejemplares. Esto no lo conseguiremos si nuestro entendimiento no recibe continuamente el alimento de la sana doctrina. "No sé cuántas veces me han dicho -comenta un autor de nuestros días- que un anciano irlandés que no sepa más que rezar el Rosario puede ser más santo que yo, con todos mis estudios. Es muy posible que así sea; y, por su propio bien, espero que así sea. No obstante, si el único motivo para hacer tal afirmación es el de que sabe menos teología que yo, ese motivo no me convence; ni a mí ni a él. No le convencería a él, porque todos los ancianos irlandeses con devoción al Santo Rosario y al Santísimo que he conocido (...) estaban deseosos de conocer más a fondo su fe. No me convencería a mí, porque si bien es evidente que un hombre ignorante puede ser virtuoso, es igualmente evidente que la ignorancia no es una virtud. Ha habido mártires que no hubieran sido capaces de anunciar correctamente la doctrina de la Iglesia, siendo el martirio la máxima prueba de amor. Sin embargo, si hubieran conocido más a Dios, su amor hubiera sido mayor".

La llamada "fe del carbonero" (lo creo todo, aunque no sepa qué es) no es suficiente para el cristiano que, en medio del mundo, encuentra cada día confusión y falta de luz en cuanto a la doctrina de Jesucristo -la única salvadora- y a los problemas éticos, nuevos y antiguos, con que se tropieza en el ejercicio de su profesión, en la vida familiar, en el ambiente en que se desarrolla su vida.

El cristiano debe conocer bien los argumentos que le permitan contrarrestar los ataques de los enemigos de la fe y saber presentarlos de forma atrayente (no se gana nada con la intemperancia, la discusión y el malhumor), con claridad (sin poner matices donde no los puede haber) y con precisión (sin dudas ni titubeos).

La "fe del carbonero" puede salvar quizá al carbonero, pero en otros cristianos la ignorancia del contenido de la fe significa generalmente falta de fe, desidia, desamor: "frecuentemente la ignorancia es hija de la pereza", repetía San Juan Crisóstomo. Es de gran importancia en la lucha contra la incredulidad poseer un conocimiento preciso y completo de la teología católica. Por eso "cualquier chico bien instruido en el Catecismo es, sin él sospecharlo, un auténtico misionero". Con el estudio del Catecismo, verdadero compendio de la fe, y de las lecturas que nos aconsejen en la dirección espiritual, combatiremos la ignorancia y el error en muchos lugares y en muchas personas, que podrán hacer frente a tantas doctrinas falsas y a tantos maestros del error.

III. La buena formación requiere tiempo y constancia. La continuidad ayuda a comprender y a incorporar, a hacer vida propia la doctrina que llega a nuestro entendimiento. Para eso, debemos procurar, en primer lugar, que los canales estén expeditos y circule por ellos la sana doctrina: dedicar el interés necesario a nuestra formación, convencidos de la trascendental importancia que tiene para nosotros cuidar con esmero la práctica de la lectura espiritual, de acuerdo a un plan bien orientado, de modo que su contenido deje continuo poso en nuestra alma.

Se ha dicho que para curar a un enfermo basta ser médico; no es preciso contraer la misma enfermedad. Nadie debe ser "tan ingenuo como para pensar que, si se quiere tener formación teológica, es necesario tomarse todo tipo de brebajes..., aunque sean emponzoñados. Esto es de sentido común, no sólo de sentido sobrenatural, y la experiencia de cada uno podría corroborarlo con muchos ejemplos". Por este motivo, pedir consejo en las lecturas de libros es parte importante de la virtud de la prudencia, de modo muy particular si se trata de libros teológicos o filosóficos, que pueden afectar esencialmente a nuestra formación y a la misma fe. ¡Qué importante es acertar en la lectura de un libro! Pero esta importancia se acrecienta en aquellos libros que específicamente deben estar destinados a la formación de nuestra alma.

Si somos constantes, si cuidamos aquellos medios por los que nos llega la buena doctrina (lectura espiritual, retiros, círculos de estudio, charlas de formación, dirección espiritual...), nos encontraremos, casi sin darnos cuenta, con una gran riqueza interior que incorporaremos poco a poco a nuestra vida. Por otra parte, cara a los demás nos hallaremos, como el labriego, con el cesto de la siembra repleto ante el campo en barbecho dispuesto a recibir la buena semilla, pues aquello que recibimos es útil para nuestra alma y para transmitirlo a otros. La semilla se pierde cuando no se hace fructificar, y el mundo es un inmenso surco en el que Cristo quiere que sembremos su doctrina.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Homilía Domngo 3º t.o. (C)

 (Cfr. www.almudi.org)

 


(Neh 8,2-4.5-6.8-10) "Y postrados en tierra adoraron al Señor"
(1 Cor 12,12-30) "En un mismo Espíritu hemos sido todos bautizados"
(Lc 1,1-4; 4,14-21) "El Espíritu del Señor sobre mí, por lo que me ha ungido"

Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

Cristo anuncia la liberación de los pobres, los cautivos y los ciegos, carencias que engloban todas las necesidades humanas tanto corporales como espirituales. Ella abarca la totalidad de las ataduras humanas, pero, especialmente, la del pecado. No existe ningún fundamento bíblico que lleve a confundir la salvación cristiana con las propuestas de signo político, con los programas económicos o de promoción social y cultural, aunque éstas no sean ignoradas. ¿Es preciso recordar con sencillez que Cristo no fundó ningún dispensario médico, por ofrecer un ejemplo, aún cuando curó a muchos?

La misión de la Iglesia es de naturaleza eminentemente espiritual, aunque a lo largo de su historia ha creado y promovido innumerables organismos de ayuda de todo signo. Los primeros cristianos manifestaron su amor a todos atendiendo a las necesidades materiales de todos sin olvidar las del alma. No daban sólo lo que les sobraba, eran generosos y espléndidos, sino que se daban “a sí mismos, primeramente al Señor y luego, por voluntad de Dios, a nosotros” (2 Cor 2,5). Con toda probabilidad alude S: Pablo aquí a la evangelización. Comentando este pasaje, S: Tomás dice: “así debe ser el orden en el dar: que primero el hombre sea aprobado por Dios, porque si no es grato a Dios, tampoco serán recibidos sus dones”.

Hemos de ser sensibles a estas necesidades. “No puede un cristiano conformarse con un trabajo que le permita ganar lo suficiente para vivir él y los suyos: su grandeza de corazón le impulsará a arrimar el hombro para sostener a los demás, por un motivo de caridad, y por un motivo de justicia” (S. Josemaría Escrivá).

Pero hay una pobreza cultural religiosa, una esclavitud y una ceguera del alma, que deben ser atendidas con mayor desvelo aún. “El que ama a su prójimo, debe hacer tanto bien a su cuerpo como a su alma”, sentencia S. Agustín. Preguntémonos: ¿me preocupan quienes me rodean, su falta de formación, su confusión doctrinal, su vacío, su tristeza? ¿Olvido que si ayudo a los demás a conocer a Jesucristo y seguirle pondré remedio a asuntos que no se solucionan con remedios humanos sólo y contribuiré a que, como en la sinagoga de Nazaret, muchos alaben a Jesucristo?

Recordando a S. Pablo, podríamos concluir que ya podemos distribuir todos nuestros bienes a los pobres, que si nos faltara el amor a Dios y, por él, a todos los hombres y a todo el hombre, no seríamos sino una campana que suena, alguien que se movió un poco, pero cuyo eco se pierde en el silencio del tiempo, como el tañido de las campanas cuando muere la tarde.