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En el tiempo de descanso
“En aquel tiempo, los
apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que
habían hecho y enseñado. Él les dijo: -«Venid vosotros solos a un sitio
tranquilo a descansar un poco.» Porque eran tantos los que iban y venían
que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio
tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron;
entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y
se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio
lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a
enseñarles con calma” (Marcos 6, 30-34).
I. En la Primera lectura nos dice el
Profeta Jeremías: Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas (...) y las
volveré a traer a sus dehesas para que crezcan y se multipliquen. La
profecía hace referencia al cuidado y atención del Mesías con todos los
hombres y cada uno de ellos. Me conduce hacia fuentes tranquilas y
repara mis fuerzas, leemos en el Salmo responsorial.
El Evangelio muestra la solicitud de
Jesús con sus discípulos, cansados después de una misión apostólica por
las ciudades y aldeas vecinas. Venid vosotros solos a un sitio tranquilo
a descansar un poco, les dice. Y explica el Evangelista que eran tantos
los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se
marcharon, pues, en la barca a un lugar apartado ellos solos. «¡Qué
cosas les preguntaría y les contaría Jesús!».
Nuestra vida, que es también servicio a
Cristo, a la familia, a la sociedad, está repleta de trabajo y de
dedicación a los demás. Por eso no podemos extrañarnos si experimentamos
la fatiga y sentimos la necesidad de descansar. En el tiempo libre
recuperamos fuerzas para servir mejor y evitamos daños innecesarios a la
salud que, entre otras cosas, repercutirían en quienes nos rodean, en
la calidad de lo que ofrecemos a Dios y en la propia tarea apostólica:
en la atención debida a los hijos, a la mujer, al marido, a los
hermanos, a los amigos; afectaría a la dedicación a esa labor de
apostolado, a la atención y formación de las personas que quizá el Señor
nos ha encomendado.
En ocasiones, el oportuno reposo
constituirá un deber grave. «La cuerda no puede soportar una tensión
ininterrumpida, y las extremidades del arco necesitan un poco de
relajación, si se quiere poder tensar el arco de nuevo sin que se haya
vuelto inútil para el arquero». El Señor quiere, en lo que depende de
nuestra parte, que pongamos los medios para estar en buenas condiciones
físicas, pues es mucho lo que espera de todos. «¡Cuánto nos ama Dios,
hermanos ‑exclamaba San Agustín-, pues cuando descansamos nosotros,
llega a decir que descansa Él!». Pero hemos de distraernos como buenos
cristianos, santificando, en primer lugar, esa pérdida de fuerzas,
amando a Dios en la fatiga, aun prolongada, cuando por determinadas
circunstancias debamos seguir en la tarea de siempre. Entonces nos
consolará, de modo muy particular, acudir al Señor, que en tantas
ocasiones terminaba sus jornadas extenuado. Él nos comprende bien.
II. Muchos días, quizá en largas
temporadas, sentiremos la dureza de no encontrarnos bien y de tener que
sacar adelante el negocio, la casa, el estudio... No nos debe
desconcertar nuestra situación: es parte de la flaqueza humana y señal
muchas veces de que trabajamos con intensidad. «Vienen días -confesaba
Santa Teresa con gran sencillez- que sola la palabra me aflige y querría
irme del mundo, porque me parece me cansa todo». También esos momentos
deben ser para Dios, también en esas situaciones el Señor está muy
cerca, y quiere que tomemos las medidas que en cada caso sean oportunas:
acudir al médico, si es necesario, y obedecer sus indicaciones; dormir
un poco más; dar un paseo o leer un libro sano... Son circunstancias que
el Señor permite para que ahondemos en el desprendimiento de la propia
salud, para crecer en caridad, esforzándonos por sonreír, aunque nos
resulte costoso, incluso muy costoso. El ofrecimiento de esa situación a
Dios puede ser de un valor sobrenatural de gran mérito, aunque el
corazón parezca seco y sin fuerzas para los actos de piedad.
Venid vosotros... y descansad un poco,
nos dice el Maestro. Lejos de centrar la atención en el propio yo,
también en el descanso buscamos a Cristo, porque en el Amor no existen
vacaciones. «A cualquier lugar que se dirija el hombre, si no se apoya
en Dios, hallará siempre dolor», nos advierte San Agustín. Al menos el
dolor de haberle dejado a Él a un lado.
El tiempo de vacaciones no debemos
emplearlo en no hacer nada. «Descanso significa represar: acopiar
fuerzas, ideales, planes... En pocas palabras: cambiar de ocupación,
para volver después -con nuevos bríos- al quehacer habitual». Ese tiempo
ha de suponer un enriquecimiento interior, consecuencia de haber amado a
Dios, de haber cuidado con esmero las normas de piedad, y de haber
vivido también la entrega a los demás, tratando de fomentar el olvido de
nosotros mismos; deben ser días en los que especialmente procuramos
hacer la vida más amable a quienes nos rodean. Su alegría y su felicidad
constituirán una buena parte de nuestro descanso.
Hoy son muchos quienes dejan su vida
sobrenatural a un lado al elegir, imprudentemente, lugares de vacaciones
donde el ambiente moral se ha degradado de tal modo que un buen
cristiano no puede frecuentarlo, si desea ser consecuente con su vida
cristiana. Sería triste que una persona que habitualmente vive de cara a
Dios aprobase con su presencia el triste espectáculo de esos ambientes y
se expusiera gravemente a ofender al Señor. Más grave sería, si se
tratara de unos padres, cooperar a que sus hijos y las personas que de
ellos dependen sufrieran en sus almas un daño, muchas veces irreparable:
cargarían sobre sus conciencias los pecados propios y los de los hijos.
A muchos podría decir el Señor: «¿Por
qué sigues caminando por caminos difíciles y penosos? El descanso no
está donde tú lo buscas. Haces bien en buscar lo que buscas; pero debes
saber que no está donde lo buscas. Buscas la vida feliz en la región de
la muerte. ¡No está allí! ¿Cómo es posible que haya vida feliz donde ni
siquiera hay vida?».
Aunque en algunos ambientes se haya
olvidado la doctrina moral de la cooperación al mal, nosotros, que
deseamos ser buenos cristianos y que muchos otros lo sean, la
recordaremos, con oportunidad y con espíritu positivo, a nuestros amigos
y compañeros. No olvidemos que, aunque el descanso es un deber, no lo
es de un modo absoluto, y que el bien del alma, propia y ajena, está por
encima del bien corporal. En un cristiano que desea conducirse en
unidad de vida, no quiere Dios un tiempo en el que reponerse físicamente
significara para el alma quedar enferma, rota o, al menos, empobrecida.
Además, con un poco de buena voluntad, siempre será posible encontrar o
crear lugares y modos en los que se pueda descansar teniendo a Dios muy
cerca, en nuestra alma en gracia, aprovechar el tiempo para reforzar
amistades y realizar un apostolado fecundo.
III. «Los cristianos deben colaborar
para que las manifestaciones culturales y las actividades colectivas,
que son características de nuestro tiempo, se impregnen de espíritu
humano y cristiano». Es tarea nuestra abrir horizontes nobles y gratos a
una sociedad en la que muchas personas gozan de más tiempo libre debido
a la tendencia de las legislaciones a disminuir la jornada de trabajo,
con fines de semana más largos, mayor tiempo de vacaciones, etc. Hemos
de enseñar también el sentido esencialmente religioso que tienen las
fiestas, sin el cual quedarían vacías de contenido: Navidad, Semana
Santa, domingos y demás fiestas del Señor y de la Virgen. Éste es un
apostolado que nos urge, pues cada vez son más los que aprovechan estos
días para evadirse de los deberes cotidianos y, quizá, para alejarse más
de Dios.
Las fiestas tienen una importancia
decisiva «para ayudar a los cristianos a recibir mejor la acción de la
gracia divina y permitirles responder a ella más generosamente». La
Santa Misa es «el corazón de la fiesta cristiana», y en ella hemos de
ofrecer todo lo que constituye el día. Nada tendría sentido si se
descuidara este primer deber para con Dios, o si se relegara a una hora
que sólo llenara un hueco del día, repleto de otras actividades a las
que se consideraría como más importantes. Revelaría al menos poco amor
de Dios en un cristiano que quiere tener a Dios como verdadero centro de
su vida. Para Él ha de ser lo mejor, especialmente cuando celebramos
una fiesta, aunque para eso tengamos que llevar a cabo un cambio de
planes. Si somos generosos, sentiremos la alegría profunda de quien ha
correspondido al amor de su Padre Dios.
Cuando Jesús se dirigió en una barca con
los suyos a un lugar apartado -continúa el Evangelio de la Misa-,
muchos los vieron marchar y fueron allá a pie, y llegaron antes que
ellos. Al desembarcar, vio Jesús una gran multitud, y se llenó de
compasión, porque estaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles
muchas cosas. No pudieron descansar aquel día, ni Jesús ni sus
discípulos. Nos enseña aquí el Señor con su ejemplo que las necesidades
de los demás están por encima de las nuestras. También nosotros, ¡en
tantas ocasiones!, habremos de dejar el descanso para otro momento,
porque otros esperan nuestra atención y nuestros cuidados. Hagámoslo con
la alegría con que el Señor se ocupó de aquella multitud que le
necesitaba, dejando a un lado los planes que había proyectado. Es un
buen ejemplo de desprendimiento que debemos aplicar a nuestras vidas.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal