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Dar la vida por Cristo es recobrarla de un modo pleno, beber su cáliz es participar en su gloria
En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó:
«¿Qué deseas?».
Ella contestó:
«Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
Pero Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?».
Contestaron:
«Podemos».
Él les dijo:
«Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi
izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo
tiene reservado mi Padre».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos.
Y llamándolos, Jesús les dijo:
«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen.
No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre
vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre
vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha
venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por
muchos». (Mt 20, 20-28)
I. Pasando Jesús junto al lago de Galilea vio a Santiago, hijo de
Zebedeo, y a Juan, su hermano, que estaban repasando las redes, y los
llamó, y les dio el nombre de "Boanerges", que significa "hijos del
Trueno".
"Todo comenzó cuando algunos pescadores del lago de Tiberiades fueron
llamados por Jesús de Nazareth. Acogieron esta llamada, lo siguieron y
vivieron con Él cerca de tres años. Fueron partícipes de Su vida
cotidiana, testigos de Su plegaria, de Su bondad misericordiosa con los
pecadores y con los que sufrían, de Su poder. Escucharon atentos Su
palabra, una palabra jamás oída". En este tiempo, los discípulos
tuvieron el conocimiento "de una realidad que, desde entonces, les
poseerá para siempre; precisamente la experiencia de la vida con Jesús.
Se había tratado de una experiencia que había roto la trama de la
existencia precedente; habían tenido que dejar todo, familia, profesión,
posesiones. Se había tratado de una experiencia que les había
introducido en una nueva manera de existir".
Un día el invitado a seguirle fue Santiago, hijo de Salomé, una de
las mujeres que servían a Jesús con sus bienes y que estuvo presente en
el Calvario, y hermano de Juan. El Apóstol conocía ya al Señor antes de
que éste le llamara definitivamente, y gozó de una particular
predilección, junto a Pedro y a su hermano: estuvo presente en la
glorificación del Tabor, presenció el milagro de la resurrección de la
hija de Jairo y fue uno de los tres que el Maestro tomó consigo para que
le acompañaran en Getsemaní en el comienzo de la Pasión. Por su celo
impetuoso, el Señor dio a estos dos hermanos el sobrenombre de
Boanerges, los hijos del trueno.
El Evangelio de la Misa nos narra un acontecimiento singular de la
vida de este Apóstol. Jesús acababa de hablar de la proximidad de su
Pasión y Muerte en Jerusalén: subimos a Jerusalén -les había dicho- y el
Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a
los escribas, le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles
para burlarse de él y azotarlo y crucificarlo, pero al tercer día
resucitará. El Maestro siente la necesidad de compartir con los suyos
estos sentimientos que embargan su alma. Y es en estas circunstancias
cuando se acercó a Él la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y
se postró para hacerle una petición. Le ruega que reserve para ellos dos
puestos eminentes en el nuevo reino, cuya llegada parece inminente.
Jesús se dirige a los hermanos y les pregunta si pueden compartir con Él
su cáliz, su misma suerte. Ofrecer la propia copa a otro para beber era
considerado en la antigüedad como una gran prueba de amistad. Ellos
respondieron: ¡Podemos!. "Era la palabra de la disponibilidad, de la
fuerza; una actitud propia no sólo de gente joven, sino de todos los
cristianos, y especialmente de todos los que aceptan ser apóstoles del
Evangelio". Jesús aceptó la respuesta generosa de los dos discípulos y
les dijo: Mi cáliz sí lo beberéis", participaréis en mis sufrimientos,
completaréis en vosotros mi Pasión. Poco tiempo más tarde, hacia el año
44, Santiago moriría decapitado por orden de Herodes, y Juan sería
probado con innumerables padecimientos y persecuciones a lo largo de su
vida.
Desde que Cristo nos redimió en la Cruz, todo sufrimiento cristiano
consistirá en beber el cáliz del Señor, participar en su Pasión, Muerte y
Resurrección. Por medio de nuestros dolores completamos en cierto modo
su Pasión, que se prolonga en el tiempo, con sus frutos salvíficos. El
dolor humano se convierte en redentor porque se halla asociado al que
padeció el Señor. Es el mismo cáliz, del que Él, en su misericordia, nos
hace partícipes. Ante las contrariedades, la enfermedad, el dolor,
Jesús nos hace la misma pregunta: ¿podéis beber mi cáliz? Y nosotros, si
estamos unidos a Él, sabremos responderle afirmativamente, y llevaremos
con paz y alegría también aquello que humanamente no es agradable. Con
Cristo, hasta el dolor y el fracaso se convierten en gozo y en paz.
"Ésta ha sido la gran revolución cristiana: convertir el dolor en
sufrimiento fecundo; hacer, de un mal, un bien. Hemos despojado al
diablo de esa arma...; y, con ella, conquistamos la eternidad".
II. Desde que Santiago manifestó sus ambiciones, no del todo nobles,
hasta su martirio hay un largo proceso interior. Su mismo celo, dirigido
contra aquellos samaritanos que no quisieron recibir a Jesús porque
daba la impresión de ir a Jerusalén, se transformará más tarde en afán
de almas. Poco a poco, conservando su propia personalidad, fue
aprendiendo que el celo por las cosas de Dios no puede ser áspero y
violento, y que la única ambición que vale la pena es la gloria de Dios.
Cuenta Clemente de Alejandría que cuando el Apóstol era llevado al
tribunal donde iba a ser juzgado fue tal su entereza que su acusador se
acercó a él para pedirle perdón. Santiago... lo pensó. Después lo abrazó
diciendo: "la paz sea contigo"; y recibieron los dos la palma del
martirio.
Al meditar hoy sobre la vida del Apóstol Santiago nos ayuda no poco
comprobar sus defectos, y los de aquellos Doce que el Señor había
elegido. No eran poderosos, ni sabios, ni sencillos. Los vemos a veces
ambiciosos, discutidores, con poca fe. Santiago será el primer Apóstol
mártir. ¡Tanto puede la ayuda divina! ¡Cuántas gracias dará en el Cielo a
Dios por haberlo llevado por caminos tan distintos de los que él había
soñado! Así es el Señor: porque es bueno e infinitamente sabio, y nos
ama, en muchas ocasiones no nos da aquello que le pedimos, sino lo que
nos conviene.
Santiago, como los demás Apóstoles, tenía defectos y flaquezas que se
pueden ver con claridad en los relatos de los Evangelistas. Pero, junto
a estas deficiencias y fallos, tenía un alma grande y un gran corazón.
El Maestro fue siempre paciente con él y con todos, y contó con el
tiempo para enseñarles y formarlos con una sabia pedagogía divina.
"Fijémonos -escribe San Juan Crisóstomo- en cómo la manera de interrogar
del Señor equivale a una exhortación y a un aliciente. No dice:
"¿Podéis soportar la muerte? ¿Sois capaces de derramar vuestra sangre?",
sino que sus palabras son: ¿Podéis beber el cáliz? Y, para animarlos a
ello, añade: Que yo tengo que beber; de este modo, la consideración de
que se trata del mismo cáliz que ha de beber el Señor había de
estimularlos a una respuesta más generosa. Y a su Pasión le da el nombre
de bautismo, para significar con ello que sus sufrimientos habían de
ser causa de una gran purificación para todo el mundo".
También a nosotros nos ha llamado el Señor. No demos entrada al
desaliento si alguna vez las flaquezas y los defectos se hacen patentes.
Si acudimos a Jesús, Él nos alentará para seguir adelante con humildad,
más fielmente. También el Señor tiene paciencia con nosotros, y cuenta
con el tiempo.
III. En la Segunda lectura de la Misa, San Pablo nos recuerda: Este
tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza
tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. Somos algo
quebradizo, de poca resistencia, que sin embargo puede contener un
tesoro incomparable, porque Dios obra maravillas en los hombres, a pesar
de sus debilidades. Y precisamente para que se vea que es Él quien
actúa y da la eficacia, ha querido escoger a los flacos para confundir a
los fuertes, y a las cosas viles y despreciables del mundo y a aquellos
que eran nada para destruir a los que son, a fin de que ningún mortal
se jacte ante su acatamiento. Esto escribe quien en otro tiempo
persiguió a la Iglesia. Los cristianos, al llevar a Dios en el alma,
podemos vivir a la vez "en el Cielo y en la tierra, endiosados; pero
sabiendo que somos del mundo y que somos tierra, con la fragilidad
propia de lo que es tierra: un cacharro de barro que el Señor se ha
dignado aprovechar para su servicio. Y cuando se ha roto, hemos acudido a
las lañas, como el hijo pródigo: he pecado contra el Cielo y contra
Ti...". Esas lañas que se ponían antiguamente a las vasijas que se
rompían, para que siguieran siendo útiles.
Dios hace eficaz a quien tiene la humildad de sentirse como una
vasija de barro, a quien lleva en su cuerpo la mortificación de Jesús, a
quien bebe el cáliz de la Pasión, el mismo que Jesús bebió y al que
invitó a Santiago.
La tradición nos habla de este Apóstol predicando en España. Su afán
de almas le llevó hasta el extremo del mundo conocido. La misma
tradición nos cuenta las dificultades que encontró en estas tierras en
los comienzos de su evangelización, y cómo Nuestra Señora se le apareció
en carne mortal para darle ánimos. Es posible que a nosotros también
nos llegue el desaliento en alguna ocasión y que nos encontremos algo
abatidos por los obstáculos que dificultan nuestros deseos de llevar a
Cristo a otras almas. Podemos incluso encontrar incomprensiones, burlas,
oposiciones. Pero Jesús no nos abandona. Acudiremos a Él, y podremos
decir con San Pablo: Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan;
estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no
abandonados.... Y acudiremos a Santa María, y en Ella, como el Apóstol
Santiago, encontraremos siempre aliento y alegría para seguir adelante
en nuestro camino.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal