(Cfr. www.almudi.org)
Una etapa a veces difícil de vivir...
Buscamos la razón última de nuestra vida ante la muerte, que se hace más presente. Esta impotencia frente al paso de la vida obliga a la persona a enfrentarse a una realidad hasta ahora desconocida.
Este beneficioso desierto del corazón le hace renunciar a la popularidad y al prestigio. La insatisfacción sentida en sus cuarenta años produce un cambio que se asemeja a una especie de conversión.
En efecto, la experiencia de conversión, ya sea intelectual, moral o religiosa, se manifiesta al principio con insatisfacción, ansiedad, angustia.
Es un paso de la muerte a la vida, tan querido por el cristianismo, una descentralización del yo en nombre del amor. La Pascua es la última referencia.
En el momento de la crisis de los cuarenta, el desasosiego espiritual del creyente es a veces comparable, según usted, a una “noche mística”…
La noche mística surge del fondo de nuestra miseria humana, de la crisis del deseo vivida en los cuarenta.
El creyente confía en Dios. Su fe le hace comprender misteriosamente que Dios es quien actúa en él. Le invita a la paz del corazón haciéndolo pasar por la noche del escrutinio.
Dios sumerge su corazón en el vacío y la sequía, mostrándole lo que es falso y sombrío: el egoísmo, el orgullo, la agresividad, la dependencia, los celos. El Todo ilumina su lado destructivo. Saberse indigno de tal amor conlleva un gran dolor.
La noche mística está más allá de cualquier cosa que podamos decir. Marca un tránsito, y los creyentes que lo atraviesan conscientemente pasan de la noche a la aurora.
La fe se vuelve entonces más íntima y universal, pero también más oscura, como tan bien la describe el místico por excelencia de la noche y de la unión con Dios, Juan de la Cruz.
Él muestra que la fe da una luz que va más allá de lo que la razón y los sentidos pueden captar. Además, siendo el término mismo de esta fe el Dios invisible, nosotros permanecemos en la noche aquí abajo.
Experimentamos esta noche en la fe y el amor purificados en el fuego del escrutinio y de la oración. Esta oración de simple presencia se vive en el desierto del corazón. A menudo es árida y silenciosa.
El creyente en la cuarentena se convierte en un inmenso ojo de oración. No se desespera en su larga Cuaresma, sabe que tras una cierta mañana de Pascua, Dios trabaja en secreto en la parte más íntima de su noche.
La imagen de Dios brilla cada vez más en sus ojos. Se ha transformado.
En la tradición cristiana, la noche mística comienza donde comienza la contemplación. Como ya no es capaz de meditar con sus sentidos y facultades, la persona permanece en paz y en silencio. Se deja amar por su Señor y bebe de la fuente sin esfuerzo. Se trata solamente de estar ahí, disponible.
Las técnicas de meditación pueden ayudar a suspender los pensamientos, pero no pueden llenar el vacío creado por esta noche.
Solo Dios, que trae esta noche, se encarga de habitarla de una manera tan desconcertante. Cristo se convierte en el modelo de unión con Dios y el lugar donde la experiencia de Dios arraiga.
Cristo es para el cristiano lo más humano y divino que hay en él. Es el compañero de sus luchas, el apoyo de su ser sin fondo.
Nos invita a servir a Dios no usándolo como una causa que defender, sino como una necesidad que llenar, una imagen que amar, un sueño que realizar.
Jacques Gauthier, en aleteia.org/
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