(Cfr. www.almudi.org)
La vicepresidenta de la Fundación Vaticana Juan Pablo I, Stefania
Falasca, recuerda la figura y la obra del Papa de la sonrisa a poco
antes de su beatificación prevista para el próximo 4 de septiembre.
«Cercanía, humildad, sencillez, pobreza e
insistencia en la misericordia y la ternura de Jesús: estos son los
rasgos más destacados de su magisterio, que hace más de 40 años
suscitaron atracción y que hoy siguen más vigentes que nunca». Stefania
Falasca, vicepresidenta de la Fundación Vaticana Juan Pablo I, recuerda
la figura y la obra del Papa de la sonrisa, en vista de su beatificación
prevista para el próximo 4 de septiembre.
La ocasión la ofreció el habitual
encuentro que la Asociación ISCOM promueve con vaticanistas y
profesionales de la información interesados en la actualidad de la
Iglesia católica: un desayuno de trabajo al que asistieron esta mañana,
en un local a dos pasos de San Pedro de Roma, una treintena de
periodistas de medios.
Falasca, vaticanista y escritora, ha
trabajado desde 2006, cuando concluyó la investigación diocesana, como
vicepostulador de la causa de beatificación de Juan Pablo I, junto a los
postuladores salesianos Don Pasquale Liberatore y Monseñor Enrico Dal
Covolo, y luego el Cardenal Beniamino Stella, que se han sucedido en el
cargo hasta hoy. Un largo y exigente estudio de las fuentes documentales
sobre Albino Luciani, que la llevó a destacar, durante el encuentro
ISCOM, en primer lugar la «sencillez evangélica» del Papa, y su
capacidad de comunicar «la sustancia del Evangelio» a todos, «en la
absoluta coincidencia entre lo que enseñaba y lo que vivía».
Un viaje de nada menos que 15 años, con
una investigación en la que han intervenido más de 70 archivos en
diferentes lugares, de profundo calado histórico e historiográfico.
Inmediatamente después de su muerte»,
observa Falasca, «fue el profesor Vittore Branca, que estuvo cerca de
Luciani durante los años de su patriarcado en Venecia, quien se centró
en la actitud pastoral del Papa: una gran sencillez. Un Papa fiel a la
doctrina de San Francisco de Sales, un santo que le era muy querido
desde su adolescencia, cuando leía la Filotea y el Tratado del amor de
Dios. Luciani fue el pastor alimentado por la sabiduría humana, que
vivió todas las virtudes evangélicas. Un pastor que precede y vive en el
rebaño con el ejemplo, sin ninguna separación entre la vida espiritual y
el ejercicio del gobierno».
Sobre el papel de la Iglesia al servicio
de la humanidad, conviene recordar las palabras pronunciadas por el
propio Luciani en su homilía de inicio de pontificado (3 de septiembre
de 1978): «Que la Iglesia, humilde mensajera del Evangelio a todos los
pueblos de la tierra, contribuya a crear un clima de justicia,
fraternidad, solidaridad y esperanza, sin el cual el mundo no podría
vivir».
Más cerca del dolor de la gente, «una
Iglesia», concluye Falasca, «no autorreferencial, que tiene sus raíces
en ese tesoro nunca olvidado de una Iglesia antigua, sin triunfos
mundanos, que vive de la luz reflejada de Cristo». Cerca de la enseñanza
de los grandes Padres y a la que el Concilio había vuelto».
La herencia del Concilio Vaticano II
constituye, pues, la inspiración y la huella de un pontificado efímero
-un infarto acabó con la vida de Luciani, según la reconstrucción de la
historia y la documentación clínica, así como las deposiciones
adquiridas durante el proceso- y al mismo tiempo de rigurosa actualidad.
Así lo atestiguan elocuentemente los seis «queremos» del mensaje
radiofónico Urbi et orbi pronunciado en latín por Juan Pablo I al día
siguiente de su elección, el 27 de agosto de 1978.
Falasca los recuerda puntualmente:
«Queremos seguir en la continuidad de la herencia del Concilio Vaticano
II (…) impulso de renovación y vida»; «Queremos mantener intacta la gran
disciplina de la Iglesia (…) tanto en el ejercicio de las virtudes
evangélicas como en el servicio a los pobres, a los humildes, a los
indefensos (…). Queremos recordar a toda la Iglesia que su primer deber
es la evangelización (…). Queremos continuar el compromiso ecuménico con
atención a todo lo que pueda favorecer la unión (…). Queremos continuar
con paciencia y firmeza en ese diálogo sereno y constructivo que Pablo
VI puso como fundamento y programa de su acción pastoral […]. Por
último, queremos alentar todas las iniciativas que puedan salvaguardar y
aumentar la paz en un mundo agitado».
Prioridades que han alimentado los
treinta y cuatro días de un trono pontificio volcado en la colegialidad
episcopal, en el servicio a la pobreza eclesial, en la búsqueda de la
unidad de los cristianos, en el diálogo interreligioso y con el mundo
contemporáneo, a favor de la justicia y la paz.
Perspectivas que resuenan con claridad
hoy en día, en opinión de la Vicepresidente de la Fundación Vaticana
Juan Pablo I: «Estos seis que queremos ayudan a destacar a un Papa como
punto de referencia en la historia de la Iglesia universal. A la luz de
los papeles de los archivos privados, de los textos y de las
intervenciones del pontificado, ahora es más fácil profundizar en las
líneas maestras del magisterio de Albino Luciani para una Iglesia
conciliar cercana a la gente y a su sed de caridad».
Antonino Piccione, en omnesmag.com/
rg)