El trabajo de Marta
«Cuando iban de
camino entró en cierta aldea, y una mujer llamada Marta le recibió en su
casa. Tenía ésta una hermana llamada María que, sentada también a los
pies del Señor, escuchaba su palabra. Pero Marta andaba afanada con los
múltiples quehaceres de la casa y poniéndose delante dijo: «Señor, ¿nada
te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile,
pues, que me ayude». Pero el Señor le respondió: «Marta, Marta, tú te
preocupas y te inquietas por muchas cosas. En verdad una sola cosa es
necesaria. Así, pues, María ha escogido la mejor parte, que no le será
arrebatada». (Lucas 10, 38-42).
I. Señor, si he hallado gracia a tus
ojos, no pases de largo junto a tu siervo; traeré un poco de agua, y
lavaréis vuestros pies, y reposaréis debajo del árbol; después seguiréis
adelante, pues habéis pasado junto a vuestro siervo. Son las palabras
que Abrahán dirigió a Yahvé cuando se le apareció, como peregrino, en el
encinar de Mambré, a la hora del calor. Abrahán le dio de comer y le
dispensó una buena acogida. Nunca olvidó Dios estas muestras de
hospitalidad de Abrahán. El Evangelio de la Misa narra la llegada de
Jesús con sus discípulos a casa de unos amigos en Betania: Marta, María y
Lázaro. Por éste lloró un día el Señor al enterarse de su muerte, y
luego lo resucitó. Jesús va de paso hacia Jerusalén y se detiene en
Betania, que está a unos tres kilómetros antes de llegar a la ciudad. En
casa de aquellos hermanos, a quienes Jesús ama entrañablemente, recaló
con sus discípulos para descansar después de una larga jornada; allí,
entre aquellos amigos, se encuentra el Señor a gusto. Le tratan bien, y
siempre es recibido con alegría y afecto. Así hemos de tratar y de
acoger nosotros a Jesús, que está en el Sagrario de las iglesias. No
tenemos otro amigo mejor ni más fiel. No existe persona alguna a la que
debamos tratar con mayor delicadeza y confianza.
En este clima de amistad, las hermanas
se desenvuelven con naturalidad y sencillez, y muestran actitudes
diversas. Marta andaba afanada con los múltiples quehaceres de la casa;
parece la mayor (San Lucas dice: una mujer llamada Marta le recibió en
su casa), y es la que se ocupa con todo esmero de atender al Señor y a
los que le acompañan; el trabajo debía de ser abundante. Atender aun
grupo tan numeroso, sobre todo si se presentaron de improviso, no era
tarea fácil. Y Marta deseaba hacer un recibimiento adecuado al Señor, y
se ocupaba con eficacia en preparar lo conveniente. Sabemos que, en un
momento determinado, pierde la paz y se agobia, porque le falta la
inicial rectitud de intención. María, en cambio, estaba sentada a los
pies del Señor escuchando su palabra, desentendida de los preparativos
de la comida. «Marta, en su empeño por prepararle al Señor de comer,
andaba ocupada en multitud de quehaceres. María, su hermana, prefirió
que le diese de comer a ella el Señor. Se olvidó de su hermana y se
sentó a los pies del Señor, donde, sin hacer nada, escuchaba su
palabra». Nosotros, con la ayuda de la gracia, tenemos que aprender la
armonía de la vida cristiana, que se manifiesta en la unidad de vida
-unir Marta y María- de forma que el amor a Dios, la santidad personal,
sea inseparable del afán apostólico y se manifieste en la rectitud de
nuestro trabajo.
II. La hermana mayor se dirige a Jesús
con gran confianza y cierto tono de queja: Señor, ¿nada te importa que
mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me
ayude. Durante muchos siglos se ha querido presentar a estas dos
hermanas como dos modelos de vida contrapuestos: en María se ha querido
representar la contemplación, la vida de unión con Dios; en Marta, la
vida activa de trabajo, «pero la vida contemplativa no consiste en estar
a los pies de Jesús sin hacer nada: esto sería un desorden, sino pura y
simple poltronería». En el trabajo, en el quehacer de cada uno, es
precisamente el lugar donde encontramos a Dios, «el quicio sobre el que
se fundamenta y gira nuestra llamada a la santidad», donde amamos a Dios
mediante el ejercicio de las virtudes humanas y de las sobrenaturales.
Sin un trabajo serio, hecho a conciencia, con prestigio, sería muy
difícil -quizá imposible-que pudiéramos tener una vida interior honda y
ejercer un apostolado eficaz en medio del mundo.
Durante mucho tiempo y con demasiado
énfasis se ha insistido en las dificultades que las ocupaciones
terrenas, seculares, pueden representar para la vida de oración. Sin
embargo, es ahí, en medio de esos trabajos y a través de ellos, no a
pesar de ellos, donde Dios nos llama a la mayoría de los cristianos para
santificar el mundo y santificarnos nosotros en él, con una vida llena
de oración que vivifique y dé sentido a esas tareas. Fue ésta una
predicación continua del Fundador del Opus Dei, que enseñó a miles de
personas a encontrar a Dios a través de su quehacer diario. En cierta
ocasión, dirigiéndose a un numeroso grupo de personas, les decía:
«Debéis comprender ahora-con una nueva claridad- que Dios os llama a
servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida
humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el
cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el
campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del
trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo,
divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de
vosotros descubrir (...).
»No hay otro camino (...): o sabemos
encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos
nunca. Por eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver -a la
materia y alas situaciones que parecen más vulgares- su noble y original
sentido, ponerlas al servicio del Reino de Dios, espiritualizarlas,
haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo con
Jesucristo». Poner el amor de María mientras se lleva a cabo el trabajo
de Marta.
Jesús responde a esta mujer en tono
familiar: Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas.
En verdad una sola cosa es necesaria. Así, pues, María ha escogido la
mejor parte, que no le será arrebatada. Es como si le dijera: Marta,
estás ocupada en muchos menesteres, pero te estás olvidando de Mí; estás
desbordada por muchas tareas necesarias, pero estás descuidando lo
esencial: la unión con Dios, la santidad personal. Esa inquietud, ese
ajetreo, no pueden ser buenos cuando te hacen perder la presencia de
Dios mientras trabajas; aunque el trabajo en sí es bueno y necesario.
Jesús no hace una valoración de toda la
actitud de Marta, ni tampoco de todo el comportamiento de María. Cambia
con hondura la cuestión y apunta a algo más esencial: a la actitud
interna de Marta; tan metida está en el trabajo y anda tan preocupada
por él, que se llega casi a olvidar de lo más importante: la presencia
de Cristo en aquella casa. ¡Cuántas veces nos podría hacer el Señor el
mismo cariñoso reproche! Afanes, trabajos necesarios, que no pueden
justificar nunca el olvido de Jesús presente en nuestras tareas, aun las
más santas, pues, como se ha dicho, no podemos dejara un lado al «Señor
de las cosas» por «las cosas del Señor»; no se puede relativizar la
importancia de la oración con la excusa de que quizá estemos trabajando
en tareas apostólicas, de formación, de caridad, etc.
III. Debemos tener tal unidad de vida
que el mismo trabajo nos lleve a estar en presencia de Dios y, a la vez,
los ratos expresamente dedicados a hablar con el Señor nos ayuden a
trabajar mejor, pues «entre las ocupaciones temporales y la vida
espiritual, entre el trabajo y la oración, no puede existir sólo un
"armisticio" más o menos conseguido; tiene que darse plena unión, fusión
sin residuo. El trabajo alimenta a la oración y la oración "embebe" el
trabajo. Y esto hasta el punto de que el trabajo en sí mismo, en cuanto
servicio hecho al hombre y a la sociedad -y, por tanto, con las más
claras exigencias de profesionalidad-, se convierte en oración agradable
a Dios».
Para lograr la presencia del Señor
mientras trabajamos tendremos que recurrir a industrias humanas, cosas
que nos recuerden que nuestro trabajo es para Dios y que Él está cerca
de nosotros, contemplando nuestras obras; es un testigo de excepción de
nuestra actividad. Muchas veces nos ayudará la consideración de que está
muy cerca, quizá a pocas decenas o a unos centenares de metros, en un
oratorio o en la iglesia más cercana. «Ahí, desde ese lugar de trabajo,
haz que tu corazón se escape al Señor, junto al Sagrario, para decirle,
sin hacer cosas raras: Jesús mío, te amo.
»-No tengas miedo a llamarle así -Jesús mío- y de repetírselo a menudo».
Todas las ocupaciones, hechas con
rectitud de intención, pueden ser el lugar donde cada día vivamos la
caridad, la mortificación, el espíritu de servicio a los demás, la
alegría y el optimismo, la comprensión, la cordialidad, el apostolado de
amistad... Es el medio, en definitiva, con el que nos santificamos. Y
esto es verdaderamente lo que importa: encontrar a Jesús en medio de
esos diarios quehaceres, no olvidar en momento alguno «al Señor de las
cosas»; menos aún cuando esos quehaceres hacen referencia más directa a
Él, pues, de lo contrario, quizá terminaríamos llevándolos a cabo por
nosotros mismos, buscando en ellos solamente la realización personal o
la mera satisfacción de un deber cumplido, dejando a un lado la rectitud
de intención, olvidando al Maestro.
Le pedimos a la Virgen, al terminar la
oración, tener el espíritu de trabajo de Marta y la presencia de Dios de
María mientras, sentada a los pies de Jesús, escuchaba embebida sus
palabras.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.