(Cfr. www.almudi.org)
Entrada triunfal en Jerusalen
“Cuando se acercaban a Jerusalén
y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos
discípulos, diciéndoles: -“Id a la aldea de enfrente encontraréis en
seguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si
alguien os dice algo contestadle que el Señor los necesita y los
devolverá pronto”.
Esto ocurrió para que se
cumpliese lo que dijo el profeta: «Decid a la hija de Sión: Mira a tu
rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de
acémila.»
Fueron los discípulos e hicieron lo que
les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron
encima sus mantos y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por
el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y
la gente que iba delante y detrás gritaba: -“¡Viva el Hijo de David!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!¡Viva el Altísimo!”
Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: “¿Quién es éste?”
La gente que venía con él decía: “Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea” (Mateo 21,1-11).
I. «Venid, y al mismo tiempo que
ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo, que
vuelve hoy de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su
venerable y dichosa pasión, para llevar a plenitud el misterio de la
salvación de los hombres».
Jesús sale muy de mañana de Betania.
Allí, desde la tarde anterior, se habían congregado muchos fervientes
discípulos suyos; unos eran paisanos de Galilea, llegados en
peregrinación para celebrar la Pascua; otros eran habitantes de
Jerusalén, convencidos por el reciente milagro de la resurrección de
Lázaro. Acompañado de esta numerosa comitiva, junto a otros que se le
van sumando en el camino, Jesús toma una vez más el viejo camino de
Jericó a Jerusalén, hacia la pequeña cumbre del monte de los Olivos.
Las circunstancias se presentaban
propicias para un gran recibimiento, pues era costumbre que las gentes
saliesen al encuentro de los más importantes grupos de peregrinos para
entrar en la ciudad entre cantos y manifestaciones de alegría. El Señor
no manifestó ninguna oposición a los preparativos de esta entrada
jubilosa. Él mismo elige la cabalgadura: un sencillo asno que manda
traer de Betfagé, aldea muy cercana a Jerusalén. El asno había sido en
Palestina la cabalgadura de personajes notables ya desde el tiempo de
Balaán.
El cortejo se organizó enseguida.
Algunos extendieron su manto sobre la grupa del animal y ayudaron a
Jesús a subir encima; otros, adelantándose, tendían sus mantos en el
suelo para que el borrico pasase sobre ellos como sobre un tapiz, y
muchos otros corrían por el camino a medida que adelantaba el cortejo
hacia la ciudad, esparciendo ramas verdes a lo largo del trayecto y
agitando ramos de olivo y de palma arrancados de los árboles de las
inmediaciones. Y, al acercarse a la ciudad, ya en la bajada del monte de
los Olivos, toda la multitud de los que bajaban, llena de alegría,
comenzó a alabar a Dios en alta voz por todos los prodigios que había
visto, diciendo: ¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en
el Cielo y gloria en las alturas!.
Jesús hace su entrada en Jerusalén como
Mesías en un borrico, como había sido profetizado muchos siglos antes. Y
los cantos del pueblo son claramente mesiánicos. Esta gente llana -y
sobre todo los fariseos- conocían bien estas profecías, y se manifiesta
llena de júbilo. Jesús admite el homenaje, y a los fariseos que intentan
apagar aquellas manifestaciones de fe y de alegría, el Señor les dice:
Os digo que si éstos callan gritarán las piedras.
Con todo, el triunfo de Jesús es un
triunfo sencillo, «se contenta con un pobre animal, por trono. No sé a
vosotros; pero a mí no me humilla reconocerme, a los ojos del Señor,
como un jumento: como un borriquito soy yo delante de ti; pero estaré
siempre a tu lado, porque tú me has tomado de tu diestra (Sal 72, 2324),
tú me llevas por el ronzal».
Jesús quiere también entrar hoy
triunfante en la vida de los hombres sobre una cabalgadura humilde:
quiere que demos testimonio de Él, en la sencillez de nuestro trabajo
bien hecho, con nuestra alegría, con nuestra serenidad, con nuestra
sincera preocupación por los demás. Quiere hacerse presente en nosotros a
través de las circunstancias del vivir humano. También nosotros podemos
decirle en el día de hoy: Ut iumentum factus sum apud te... «Como un
borriquito estoy delante de Ti. Pero Tú estás siempre conmigo, me has
tomado por el ronzal, me has hecho cumplir tu voluntad; et cum gloria
suscepisti me, y después me darás un abrazo muy fuerte». Ut iumentum...
como un borrico soy ante Ti, Señor..., como un borrico de carga, y
siempre estaré contigo. Nos puede servir de jaculatoria para el día de
hoy.
El Señor ha entrado triunfante en Jerusalén. Pocos días más tarde, en esa ciudad, será clavado en una cruz.
II. El cortejo triunfal de Jesús había
rebasado la cima del monte de los Olivos y descendía por la vertiente
occidental dirigiéndose al Templo, que desde allí se dominaba. Toda la
ciudad aparecía ante la vista de Jesús. Al contemplar aquel panorama,
Jesús lloró.
Aquel llanto, entre tantos gritos
alegres y en tan solemne entrada, debió de resultar completamente
inesperado. Los discípulos estaban desconcertados viendo a Jesús. Tanta
alegría se había roto de golpe, en un momento.
Jesús mira cómo Jerusalén se hunde en el
pecado, en su ignorancia y en su ceguera: ¡Ay si conocieras, por lo
menos en este día que se te ha dado, lo que puede traerte la paz! Pero
ahora todo está oculto a tus ojos. Ve el Señor cómo sobre ella caerán
otros días que ya no serán como éste, día de alegría y de salvación,
sino de desdicha y de ruina. Pocos años más tarde, la ciudad sería
arrasada. Jesús llora la impenitencia de Jerusalén. ¡Qué elocuentes son
estas lágrimas de Cristo! Lleno de misericordia, se compadece de esta
ciudad que le rechaza.
Nada quedó por intentar: ni en milagros,
ni en obras, ni en palabras; con tono de severidad unas veces,
indulgente otras... Jesús lo ha intentado todo con todos: en la ciudad y
en el campo, con gentes sencillas y con sabios doctores, en Galilea y
en Judea... También ahora, y en cada época, Jesús entrega la riqueza de
su gracia a cada hombre, porque su voluntad es siempre salvadora.
En nuestra vida, tampoco ha quedado nada
por intentar, ningún remedio por poner. ¡Tantas veces Jesús se ha hecho
el encontradizo con nosotros! ¡Tantas gracias ordinarias y
extraordinarias ha derramado sobre nuestra vida! «El mismo Hijo de Dios
se unió, en cierto modo, con cada hombre por su encarnación. Con manos
humanas trabajó, con mente humana pensó, con voluntad humana obró, con
corazón de hombre amó. Nacido de María Virgen se hizo de verdad uno de
nosotros, igual que nosotros en todo menos en el pecado. Cordero
inocente, mereció para nosotros la vida derramando libremente su sangre,
y en Él el mismo Dios nos reconcilió consigo y entre nosotros mismos y
nos arrancó de la esclavitud del diablo y del pecado, y así cada uno de
nosotros puede decir con el Apóstol: el Hijo de Dios me amó y se entregó
por mí (Gal 2, 20)».
La historia de cada hombre es la
historia de la continua solicitud de Dios sobre él. Cada hombre es
objeto de la predilección del Señor. Jesús lo intentó todo con
Jerusalén, y la ciudad no quiso abrir la puertas a la misericordia. Es
el misterio profundo de la libertad humana, que tiene la triste
posibilidad de rechazar la gracia divina. «Hombre libre, sujétate a
voluntaria servidumbre para que Jesús no tenga que decir por ti aquello
que cuentan que dijo por otros a la Madre Teresa: "Teresa, yo quise...
Pero los hombres no han querido"».
¿Cómo estamos respondiendo nosotros a
los innumerables requerimientos del Espíritu Santo para que seamos
santos en medio de nuestras tareas, en nuestro ambiente? Cada día,
¿cuántas veces decimos sí a Dios y no al egoísmo, a la pereza, a todo lo
que significa desamor, aunque sea pequeño?
III. Al entrar el Señor en la ciudad
santa, los niños hebreos profetizaban la resurrección de Cristo,
proclamando con ramos de palmas: «Hosanna en el cielo».
Nosotros conocemos ahora que aquella
entrada triunfal fue, para muchos, muy efímera. Los ramos verdes se
marchitaron pronto. El hosanna entusiasta se transformó cinco días más
tarde en un grito enfurecido: ¡Crucifícale! ¿Por qué tan brusca mudanza,
por qué tanta inconsistencia? Para entender algo quizá tengamos que
consultar nuestro propio corazón.
«¡Qué diferentes voces eran -comenta San
Bernardo-: quita, quita, crucifícale y bendito sea el que viene en
nombre del Señor, hosanna en las alturas! ¡Qué diferentes voces son
llamarle ahora Rey de Israel, y de ahí a pocos días: no tenemos más rey
que el César! ¡Qué diferentes son los ramos verdes y la cruz, las flores
y las espinas! A quien antes tendían por alfombra los vestidos propios,
de allí a poco le desnudan de los suyos y echan suertes sobre ellos».
La entrada triunfal de Jesús en
Jerusalén pide a cada uno de nosotros coherencia y perseverancia,
ahondar en nuestra fidelidad, para que nuestros propósitos no sean luces
que brillan momentáneamente y pronto se apagan. En el fondo de nuestros
corazones hay profundos contrastes: somos capaces de lo mejor y de lo
peor. Si queremos tener la vida divina, triunfar con Cristo, hemos de
ser constantes y hacer morir por la penitencia lo que nos aparta de Dios
y nos impide acompañar al Señor hasta la Cruz.
«La liturgia del Domingo de Ramos pone
en boca de los cristianos este cántico: levantad, puertas, vuestros
dinteles; levantaos, puertas antiguas, para que entre el Rey de la
gloria (Antífona de la distribución de los ramos). El que se queda
recluido en la ciudadela del propio egoísmo no descenderá al campo de
batalla. Sin embargo, si levanta las puertas de la fortaleza y permite
que entre el Rey de la paz, saldrá con Él a combatir contra toda esa
miseria que empaña los ojos e insensibiliza la conciencia».
María también está en Jerusalén, cerca
de su Hijo, para celebrar la Pascua. La última Pascua judía y la primera
Pascua en la que su Hijo es el Sacerdote y la Víctima. No nos separemos
de Ella. Nuestra Señora nos enseñará a ser constantes, a luchar en lo
pequeño, a crecer continuamente en el amor a Jesús. Contemplemos la
Pasión, la Muerte y la Resurrección de su Hijo junto a Ella. No
encontraremos un lugar más privilegiado.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal