(Cfr. www.almudi.org)
Los invitados al banquete
«Jesús les habló de nuevo en parábolas diciendo: El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró las bodas de su hijo, y envió a sus criados a llamar a los invitados a las bodas; pero éstos no querían acudir. Nuevamente envió a otros criados ordenándoles: Decid a los invitados: mirad que tengo preparado ya mi banquete, se ha hecho la matanza de mis terneros y reses cebadas, y todo está a punto; venid a las bodas. Pero ellos, sin hacer caso, se marcharon uno a sus campos, otro a sus negocios; los demás echaron mano a los siervos, los maltrataron y dieron muerte. El rey se encolerizó y enviando a sus tropas, acabó con aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad. Luego dijo a sus criados: Las bodas están preparadas pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y llamad a las bodas a cuantos encontréis. Los criados, saliendo a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos; y se llenó de comensales la sala de bodas. Entró el rey para ver a los comensales, y se fijó en un hombre que no vestía traje de boda; y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin llevar traje de boda? Pero él se calló. Entonces dijo el rey a sus servidores: Atadlo de pies y manos y echadlo a las tinieblas de afuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos.» (Mateo 22, 1-14)
I. La liturgia de este domingo presenta la salvación como un banquete regio, símbolo de todos los bienes, al que Dios nos invita. Desde antiguo, y mediante símbolos fácilmente comprensibles, los Profetas habían anunciado el Cielo como destino definitivo de la humanidad. El Salmo responsorial nos dice: El Señor es mi pastor, me conduce hacia fuentes tranquilas. Me guía por el sendero justo. (Salmo 22) Jesús es nuestro Pastor y de mil maneras nos invita a seguirle, pero no quiere obligarnos a ir contra nuestra voluntad. Y aquí está el misterio del mal: los hombres podemos rehusar este ofrecimiento. El Evangelio nos habla de este rechazo: El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Pero los invitados no quisieron asistir al banquete a pesar de la insistencia del rey. El Señor ofrece bienes inimaginables, y los hombres en muchas ocasiones no los valoramos. Los convidados pueden estar representados hoy por esos hombres que, sumergidos en sus asuntos y negocios, parecen no necesitar para nada a Dios.
II. Una y otra vez se repite, a través de las Escrituras, la solicitud de Dios, el afán divino por una intimidad mayor con el hombre, que culminará en el encuentro definitivo con Él en el Cielo, dentro de un tiempo, quizá no muy largo. ¿Cómo es nuestra correspondencia a las mil llamadas que nos hace llegar el Señor? ¿Cómo es nuestra oración, que nos adentra en la intimidad con Dios, pues el Cielo comienza ya aquí en la tierra? ¿Nos excusamos fácilmente ante un compromiso de un mayor amor, de una honda correspondencia? ¿Nos sentimos responsables de que llegue a muchos la invitación divina? ¿Nos interesa y nos preocupa la salvación de todos aquellos que conocemos? Ante la salvación, bien absoluto, no hay ninguna excusa que sea razonable. Es muy grave rechazar la invitación divina, vivir como si Dios no fuera importante y el encuentro definitivo con Él estuviera tan lejano que no mereciera la pena prepararse para él.
III. Id pues, a los cruces de los caminos y llamad a las bodas… Son las palabras dirigidas a nosotros, a todos los cristianos, pues la voluntad salvadora de Dios es universal (1 Tim 2, 4): abarca a todos los hombres de todas las épocas. Cristo, en su Amor por los hombres, busca la conversión de cada alma con infinita paciencia, hasta el extremo de morir en la Cruz. Como a Jesús, nos ha de interesar la salvación de todas las almas, llevarlas una a una hasta el Señor. Nadie puede pasar a nuestro lado sin hablarles de Dios. Nuestra Madre Santa María nos enseñará a tratar a cada persona con el interés y el aprecio con que la mira su Hijo.
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