(Cfr. www.almudi.org)
Dar consejos y recibirlos es una de las actividades más hondamente humanas y, por tanto, de las más difíciles de realizar con delicadeza y aprovechamiento. Aquí van algunos... consejos
Ha querido mi buena suerte o la siempre mejor providencia que me siente a escribir este artículo en el día de Pentecostés, festividad ni pintiparada para pedir… ¡el don de consejo! Soy un firme partidario de ellos, de recibirlos, oh, y de darlos, ay, pero sé que rozo una materia muy delicada. Por eso, todo don de consejo será poco.
Materia tan delicada es y tan inflamable que la sabiduría popular prefiere dar sus consejos en la forma más femenina y sutil de las consejas. El nombre es una joya. Vale para las pequeñas historias tradicionales, pero también para los grandes libros e incluso para las parábolas. Se trata de contar una historia con personajes inventados con la esperanza de que los oyentes reales sean capaces de escarmentar en cabeza ficticia.
Otras veces se requieren los consejos directos y concretos, personales e intransferibles, qué remedio. Darlos y/o recibirlos requiere un arte distinto del literario de las consejas: el mismo verbo, pero también tacto.
Lo más difícil para el que los da es no darlos. Consejo bueno solo lo es cuando te lo solicitan. Esto crea una dificultad de segunda generación: ¿qué hace quien ejerce un puesto de consejero, pero no se lo piden? Encima, los consejos no pueden darse a tontas y a locas, como muchas veces decidimos actuar nosotros lanzándonos al espíritu de la aventura o, de nuevo, a las manos de la providencia. Para el otro, hay que andar con el racionalismo que quizá no guardamos para nosotros. A pesar del gasto extra en reflexión, la clave del consejero es recordar siempre que su consejo no es una orden. Podemos molestarnos si nuestro consejo no se tuvo en consideración, pero no si se consideró no seguirlo.
Debe advertirse (advertirlo uno mismo y advertírselo al otro) de que el consejo va con sesgo. Por ejemplo, yo, entre perezoso y conservador, tiendo a tenderme en el statu quo. Tengo que verlo todo muy incómodo para proponer un cambio drástico. Un consejo infaliblemente bueno es que el aconsejado se busque, además, otros consejeros con sesgos alternativos.
A toro pasado, el que da consejos jamás puede soltar el repelente «Ya te lo dije» si no siguieron sus indicaciones. A veces cuesta. Tampoco vanagloriarse del acierto del consejo que sí le siguieron. En cambio, está bien celebrar sinceramente el éxito de quien no siguió tu opinión y acertó.
Como es fácil deducir, tampoco es fácil recibirlos. Primero hay que pedirlos… con interés. Si lo que se quieren son elogios, que hacen también mucha falta —si lo sabré yo—, pídanse elogios o practíquese un cuco fishing for compliments, pero no se manosee el sacro don de consejo. Al que se le pide hay que admirarlo. Ya que no se le va a otorgar la potestad de decidir, se le tiene que reconocer la autoridad. Estas cosas, a los que estudiamos en Navarra con don Álvaro d’Ors, nos quedaron meridianamente claras, pero mi experiencia es que hay que explicárselas con detenimiento a los demás.
Hablando de explicar, quien pide consejo tiene que exponer bien todas las circunstancias y sus derivadas. Es una falta de respeto con el consejero y una pérdida de tiempo para todos pedir consejos a quien no se le ha dado la panorámica completa. De otra tentación latente conviene advertir: el rencor al consejero. Todavía hoy la inteligencia tiene más prestigio que la decisión, que la puesta en práctica y que la responsabilidad, y puede que a uno le asalte el resquemor de tener que recibir cierta enseñanza. Hay que rechazar esos resquemores tan pequeños de un manotazo, como quien se aparta las moscas.
Queda el pecado mortal del aconsejado: el rencor porque se siguió un consejo que no salió bueno. Fue él quien decidió y la responsabilidad es solo suya. Pedir consejo no es adquirir una carta de irresponsabilidad. Al contrario, sin embargo, no: es precioso agradecer al consejero la advertencia que salió redonda.
¿Parecen muchas dificultades? Sí, y aun así compensa. Arrastramos tantas carencias que pedir consejo es la manera más inteligente de tomar decisiones. Si me piden un último consejo, lo doy: pidan consejos.
Enrique García-Máiquez en nuestrotiempo.unav.edu/es
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