(Cfr. www.almudi.org)
Durante la catequesis de hoy sobre la oración el Papa ha reflexionado sobre “algunas de las dificultades más comunes que pueden surgir en la vida de oración”
Catequesis del Santo Padre en españolhttps://youtu.be/TzzBIfOCoO0
Texto completo de la catequesis del Santo Padre traducida al español
Siguiendo la falsilla del Catecismo, en esta catequesis nos referimos a la experiencia vivida en la oración, procurando mostrar algunas dificultades muy comunes, que es bueno conocer y superar. Rezar no es fácil: hay tantas dificultades que vienen en la oración. Hay que conocerlas, individuarlas y superarlas.
El primer problema que se presenta a quien reza es la distracción (cfr. CCC, 2729). Empiezas a rezar y luego la mente da vueltas y vueltas por todas partes; tu corazón está ahí, la mente está ahí… la distracción de la oración. La oración suele convivir con la distracción. De hecho, a la mente humana le cuesta pararse mucho en un solo pensamiento. Todos experimentamos ese continuo torbellino de imágenes e ilusiones en constante movimiento, que nos acompaña incluso durante el sueño. Y todos sabemos que no es bueno “dar cuartelillo” a esa inclinación desordenada.
La lucha por conquistar y mantener la concentración no se refiere solo a la oración. Si no se logra un suficiente grado de concentración, no se puede estudiar con aprovechamiento ni trabajar bien. Los atletas saben que las competiciones no se ganan solo con entrenamiento físico, sino también con disciplina mental: especialmente con la capacidad de estar concentrados y mantener la atención.
Las distracciones no son culpables, pero deben combatirse. En el patrimonio de nuestra fe hay una virtud que a menudo se olvida, pero que está muy presente en el Evangelio. Se llama “vigilancia”. Y Jesús lo dice mucho: “Velad. Orad”. El Catecismo lo cita explícitamente en su exposición sobre la oración (cfr. n. 2730). A menudo Jesús recuerda a los discípulos el deber de una vida sobria, guiada por el pensamiento de que tarde o temprano volverá, como un novio de una boda o un amo de un viaje. Sin embargo, al no saber el día ni la hora de su vuelta, todos los minutos de nuestra vida son preciosos y no deben perderse en distracciones. En un instante que no sabemos resonará la voz de nuestro Señor: en ese día, bienaventurados los siervos que encuentre trabajando, concentrados en lo que realmente importa. No se han distraído en busca de cualquier atractivo que se les venía a la cabeza, sino que han procurado caminar por el sendero correcto, haciendo el bien y cumpliendo su trabajo. Esa es la distracción: que la imaginación da vueltas y vueltas... Santa Teresa llamaba a esa imaginación que da vueltas y vueltas en la oración, “la loca de la casa”: es como una loca que te hace dar vueltas y vueltas. Debemos detenerla y encerrarla, con atención.
Un discurso distinto merece el tiempo de la aridez. El Catecismo lo describe así: «el corazón está desprendido, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro» (n. 2731). La aridez nos hace pensar en el Viernes Santo, en la noche y en el Sábado Santo, todo el día: Jesús no está, está en la tumba; Jesús ha muerto: estamos solos. Y ese es el pensamiento madre de la aridez. A menudo no sabemos cuáles son las razones de esa sequedad: puede depender de nosotros, pero también de Dios, que permite ciertas situaciones de la vida exterior o interior. O, a veces, puede ser un dolor de cabeza o de hígado que te impide entrar en la oración. A veces no sabemos bien la razón. Los maestros espirituales describen la experiencia de la fe como un continuo alternarse de tiempos de consolación y de desolación; momentos en los que todo es fácil, mientras otros están marcados por una gran pesadez. Muchas veces, cuando encontramos a un amigo, decimos: “¿Cómo estás?” −“Hoy estoy regular”. Tantas veces estamos “regular”, o sea no tenemos sentimientos, no tenemos consuelos, no estamos para nadie… Son esos días grises… ¡y hay muchos en la vida! Y el peligro es tener el corazón gris: cuando ese “estar regular” llega al corazón y lo enferma…, y hay gente que vive con el corazón gris. Eso es terrible: ¡no se puede rezar, no se puede sentir el consuelo con el corazón gris! O no se puede sacar adelante una aridez espiritual con el corazón gris. El corazón debe estar abierto y luminoso, para que entre la luz del Señor. Y si no entra, hay que aguardarla con esperanza. Pero no encerrarla en lo gris.
Y otra cosa diversa es la pereza, otro defecto, otro vicio, que es una auténtica tentación contra la oración y, más en general, contra la vida cristiana. La acedia es «una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón» (CCC, 2733). Es uno de los siete “vicios capitales” porque, alimentado por la presunción, puede llevar a la muerte del alma.
Entonces, ¿qué hacer en este sucederse de entusiasmos y depresiones? Siempre hay que aprender a caminar. El verdadero progreso de la vida espiritual no consiste en multiplicar los éxtasis, sino en ser capaces de perseverar en tiempos difíciles: camina, camina, camina… Y si estás cansado, párate un poco y vuelve a caminar. Pero con perseverancia. Recordemos la parábola de San Francisco sobre la perfecta alegría: no se mide la habilidad de un fraile en las infinitas fortunas llovidas del cielo, sino en caminar con paso firme, incluso cuando no se es reconocido, incluso cuando se le maltrata, o cuando todo ha perdido el gusto de los comienzos. Todos los santos han pasado por ese “valle oscuro”, y no nos escandalicemos si, leyendo sus diarios, escuchamos el relato de tardes de oración apática, vividas sin gusto. Hay que aprende a decir: “Aunque Tú, Dios mío, parezcas hacer de todo para que yo deje de creer en Ti, yo en cambio continuo rezándote”. ¡Los creyentes nunca apagan la oración! A veces puede parecerse a la de Job, que no acepta que Dios lo trate injustamente, protesta y lo juzga. Pero, muchas veces, incluso protestar ante Dios es una forma de rezar o, como decía aquella viejecita, “enojarse con Dios también es una forma de rezar”, porque muchas veces el hijo se enfada con su padre: es una forma de relación con el padre; porque lo reconoce como “padre”, se enoja...
Y nosotros también, que somos mucho menos santos y pacientes que Job, sabemos que al final de ese tiempo de desolación, en el que hemos elevado al cielo gritos mudos y tantos “¿por qué?”, Dios nos responderá. No olvidar la oración del “¿por qué?”: es la oración que hacen los niños cuando empiezan a no entender las cosas y los psicólogos la llaman “la edad de los porqués”, porque el niño pregunta a su padre: “Papá, ¿por qué...? Papá, ¿por qué...? Papá, ¿por qué...?”. Pero atentos: el niño no escucha la respuesta del padre. El padre comienza a contestar y el niño llega con otro por qué. Solo quiere atraer la mirada del padre hacia él; y cuando nos enojamos un poco con Dios y comenzamos a decir por qué, estamos atrayendo el corazón de nuestro Padre hacia nuestra miseria, hacia nuestra dificultad, hacia nuestra vida. Pero sí, tened el valor de decirle a Dios: “¿Pero por qué…?”. Porque a veces, enojarnos un poco es bueno, porque nos hace despertar esa relación de hijo a Padre, de hija a Padre, que debemos tener con Dios. Y hasta nuestras expresiones más duras y amargas, Él las recogerá con el amor de un padre, y las considerará como un acto de fe, como una oración.
Saludos
Me alegra saludar a las personas de lengua francesa. En espera de Pentecostés, como los Apóstoles reunidos en el Cenáculo con la Virgen María, pidamos al Señor con fervor el Espíritu de consuelo y de paz para los pueblos martirizados que viven en situaciones difíciles. A todos mi bendición.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. Mientras nos preparamos para celebrar la solemnidad de Pentecostés, invoco sobre vosotros y vuestras familias los dones del Espíritu Santo. Dios os bendiga.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua alemana. En estos días de la novena de Pentecostés pidamos que el Espíritu Santo venga y llene los corazones de los fieles, y que nos dé también la fuerza de perseverar cuando rezar se hace difícil. Que el Espíritu Santo nos guíe en nuestro camino.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. En estos días de preparación a la Solemnidad de Pentecostés, pidamos al Señor que nos envíe los dones del Espíritu Santo para poder perseverar en nuestra vida de oración con humildad y alegría, superando las dificultades con sabiduría y constancia. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua portuguesa. En estos días de preparación a la fiesta de Pentecostés, pidamos al Señor que infunda en nosotros la abundancia de los dones de su Espíritu, para que, firmes en la oración, hallemos la fuerza de lo Alto que nos hace testigos de Jesús hasta los confines de la tierra. Gracias.
Saludo a los fieles de lengua árabe. En el mes de mayo, mes dedicado a la Virgen, se reza el Santo Rosario, compendio de toda la historia de nuestra salvación. El Santo Rosario es un arma poderosa contra el mal, y un medio eficaz para obtener la verdadera paz en nuestros corazones. Que el Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal.
Saludo cordialmente a los polacos. Queridos hermanos y hermanas, nos acercamos a la solemnidad de Pentecostés. Invoquemos con corazón abierto al Espíritu Santo. Él –como proclama la secuencia litúrgica– es verdadero «padre de los pobres, dador de dones, luz de los corazones, dulce huésped del alma». Pidámosle para que traiga «refrigerio y descanso» en medio de las fatigas, del trabajo de las manos y de la mente, en medio de las inquietudes y peligros del mundo contemporáneo. ¡Que el poder del Espíritu Santo sea vuestra fuerza!
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. La fiesta, ya cercana, de Pentecostés me da la oportunidad de animaros a implorar con más fervor al Espíritu Santo, para que colme con su amor el corazón de le personas, haga brillar en el mundo su luz, y suscites en todos propósitos y acciones de paz.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Invoco sobre cada uno el Espíritu Santo, para que con sus dones de gracia os sirva de apoyo y consuelo en el camino de la vida.
Fuente: vatican.va / romereports.com
Traducción de Luis Montoya
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