Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

18 mayo 2021

Homilía Domingo Ascensión del Señor (B)

 (Cfr. www.almudi.org)

 


(Hch 1,1-11) "Galileos, ¿qué hacéis mirando al cielo?"
(Ef 1,17-23) "Y todo lo puso bajo sus pies"
(Mc 16,15-20)"Id al mundo entero y proclamad el Evangelio"

Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II


--- Ascensión

“Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre” (Jn 16,28).

Son las palabras que pronunció Cristo la víspera de su pasión y muerte en la cruz cuando, en el Cenáculo, se despedía de los Apóstoles (Hch 1,3). A estos mismos, después de su pasión, se les presentó dándoles muchas pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca de lo referente al Reino de Dios. El Salmo nos invita a proclamar: “Sube Dios entre aclamaciones” (Sal 47,6).

Los autores sagrados describen la vuelta de Cristo al Padre. “El Señor -dice San Marcos-(...) fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios” (Mc 16,19). En los Hechos de los Apóstoles, el Evangelista San Lucas escribe: “Fue levantado en presencia de ellos (de los discípulos), y una nube lo ocultó a sus ojos” (Hch 1,9). En el AT la nube era señal de la presencia de Dios (cf. EX 13,21-22; 40,34-35), por lo que Jesucristo, saliendo del mundo visible, es envuelto por esta presencia divina. Termina su presencia visible en la tierra, el Hijo unigénito hecho hombre vive en el seno trinitario con el Padre y el Espíritu Santo.

San Pablo, por su parte, en la Carta a los Efesios, comenta de este modo el misterio de la Ascensión: “¿Qué quiere decir «subió» sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Éste que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo” (Ef 4,9-10). Así se cumplieron las palabras del Señor: “Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre”.

En la Ascensión, Jesucristo “sube” a fin de completar todas las cosas: el mundo entero, todas las criaturas, y la historia del hombre.

--- ”Id por todo el mundo”: el Espíritu Santo

En esta perspectiva se explica el último mandato que Jesús dio a sus Apóstoles antes de ir al Padre: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15). Así escribe el evangelista San Marcos, mientras que en los Hechos de los Apóstoles, San Lucas refiere: “Seréis mis testigos -dice el Señor- en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). Predicar el Evangelio quiere decir dar testimonio de Cristo: de aquél que “pasó haciendo el bien” (cf. Hch 10,38), de aquél que fue crucificado por los pecados del mundo, de aquél que resucitó y vive para siempre.

La predicación del Evangelio, esto es, dar testimonio de Cristo es deber de todas las personas bautizadas en el Espíritu Santo. Antes de volver al Padre, el Señor Jesús subraya exactamente este hecho, al ordenar a los Apóstoles que esperaban el cumplimiento de la promesa del Padre: “Que Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días... Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,5.8).

La Iglesia sólo con la fuerza del Espíritu Santo puede dar testimonio de Cristo. Sólo con su fuerza puede predicar el Evangelio a toda criatura.

La Ascensión del Señor está ligada íntimamente a Pentecostés, y la Iglesia dedica los días intermedios entre ambas a la novena al Espíritu Santo, cuyo inicio tuvo lugar en el Cenáculo de Jerusalén.

Jesucristo subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Esta plenitud del mundo creado se realiza en virtud del Espíritu Santo. Esta obra tiene lugar en la historia terrena de los hombres: el Espíritu Santo plasma de manera invisible pero real, lo que el Apóstol San Pablo llama el Cuerpo de Cristo, refiriéndose a él con los siguientes términos: “Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos” (Ef 4,4-6).

De este modo la Ascensión del Señor no es solamente una despedida; más bien es el inicio de una nueva presencia y de una nueva acción salvífica: “Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo” (Jn 5,17). Este obrar con la fuerza del Espíritu Santo, del Espíritu Paráclito que descendió en Pentecostés, da la fuerza divina a la vida terrena de la humanidad en la Iglesia visible. Con la fuerza del Espíritu Santo, Cristo glorificado a la derecha del Padre, el Señor de la Iglesia, concede “a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo” (Ef 4,12). Estos son los criterios esenciales de la constante vitalidad de la Iglesia.

--- Espera activa

La Pascua es una nueva creación del mundo y del hombre. Todo lo celebramos en la Eucaristía dominical: lo nuevo, lo creativo, y lo que hace descansar, “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo” (Ordinario de la misa).

“Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Éste que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como lo habéis visto subir al cielo” (Hch 1,11). Con estas palabras termina el relato de la Ascensión del Señor. Antes, Cristo mismo había dicho: “No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros” (Jn 14,18), afirmación que alguno podría considerar referida sólo a las apariciones en aquellos cuarenta días, después de la resurrección. ¡Pero no! De hecho, cuando ya subía definitivamente al Padre, dijo: “Y he aquí que estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 18,20).

Este “yo estoy” tiene la fuerza del nombre de Dios. “Yo estoy” como hijo en el Padre (o, a la diestra del Padre), y “estoy con vosotros” (quiere decir con la Iglesia y con el mundo), en el poder del Espíritu Santo. Gracias a este poder, nuestra permanencia en la fe cristiana tiene carácter de espera de su venida: la segunda definitiva venida de Cristo Salvador.

Pero esta espera no es pasiva: constituye la edificación del Cuerpo de Cristo. La humanidad debe dar este “Cuerpo” definitivo y escatológico a aquél que asumió el cuerpo, haciéndose hombre en el seno de la Virgen María. ¡No permanezcamos, pues, pasivamente a su espera! En todos lados, en el trabajo o durante el tiempo libre, en tu tierra o viajando por otros lugares, cuando acoges a otros o aceptas su hospitalidad, ¡eres heraldo itinerante de Cristo! Debemos llegar “todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios”. Debemos llegar al estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo (Ef 4,13).

La Ascensión del Señor es, a la luz de la liturgia de hoy, la solemnidad de la maduración del Espíritu Santo para “la plenitud de Cristo”. Jesús nos conduce al Padre eterno de nuestras almas (cf. 1 P 2,25).

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