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(Is 11,1-10) "Y reposará sobre él el espíritu del Señor"
(Rom 15,4-9) "Te confesaré, Señor, entre las gentes, y cantaré tu nombre"
(Mt 3,1-12) "Haced penitencia, porque se acerca el Reino de los cielos"
Homilia con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II
Homilía en la parroquia de Sta. Francisca Javiera Cabrini (4-XII-1983)
--- La figura de San Juan Bautista
Este II domingo de Adviento gira en totalmente en torno a la venida de Cristo y a la preparación necesaria para este maravilloso acontecimiento.
En este centro de la liturgia está la persona de Juan Bautista. El Evangelista Mateo lo describe como hombre de oración intensa, de penitencia austera, de fe profunda: efectivamente, es el último de los Profetas del Antiguo Testamento, que da paso al Nuevo, señalando en Jesús al Mesías esperado por el pueblo judío. En las riberas del río Jordán, Juan Bautista confiere el bautismo de penitencia: “Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán; confesaban los pecados y él los bautizaba” (Mt 3,5-6). Este bautismo no es simple rito de adhesión, sino que indica y exige el arrepentimiento de los propios pecados y el sincero sentido de espera del Mesías.
Y Juan enseña. Predica la conversión: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”.
Juan enseña. Y, conforme al anuncio de Isaías, “allana los senderos” para el Señor (cfr. Mt 3,1-3).
Estas palabras resuenan hoy para nosotros.
¿Quién es el Señor que debe venir? Por sus mismas palabras podemos calificar la persona, la misión y la autoridad del Mesías.
Juan Bautista enmarca ante todo claramente “su persona”. “Él -dice del Bautista- puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias” (Mt 3,11). Con estas expresiones, típicamente orientales, reconoce la distancia infinita que hay entre él y Aquel que debe venir, y subraya también su misión de preparar inmediatamente el gran acontecimiento.
--- Sensibles al Espíritu Santo
Luego, señala la misión del Mesías: “Os bautizará con el Espíritu Santo y fuego” (Ib.3,12). Es la primera vez, después del anuncio del ángel a María, que aparece la impresionante palabra “Espíritu Santo”, que luego formará parte de la fundamental enseñanza trinitaria de Jesús. Juan Bautista, divinamente iluminado, anuncia que Jesús, el Mesías, continuará confiriendo el bautismo, pero este rito dará la “gracia” de Dios, el Espíritu Santo, entendido místicamente como un “fuego” místico, que borra (quema) el pecado e inserta en la misma vida divina (enciende de amor).
--- La divinidad del Mesías
Finalmente, el Bautista esclarece la autoridad del Mesías: “Tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga” (Ib. 3,12). Según la palabra de la enseñanza de Juan, el que vendrá es el “juez de las conciencias”; en otras palabras, es el que determina lo que está bien y lo que está mal (el grano y la paja), la verdad y el error; es el que determina cuales son los árboles que dan frutos buenos y cuales los que, en cambio, dan frutos malos y deben ser talados y quemados. Con estas afirmaciones Juan Bautista anuncia la “divinidad” del Mesías, porque sólo Dios puede ser el árbitro supremo del bien, señalar con absoluta certeza el camino positivo de la conducta moral, juzgar las conciencias, premiar o condenar.
De ahí la necesidad de preparar la venida del Mesías. La Navidad es ciertamente un día de gran alegría y de sereno júbilo, incluso externo; pero, ante todo, es un acontecimiento sobrenatural y determinante, para el que se necesita seria preparación moral: “Preparad el camino del Señor; allanad su senderos”. En las palabras de Juan está toda la heredad profunda de la Antigua Alianza.
Pero al mismo tiempo, se abre con ellas la Nueva Alianza: en aquel que debe venir “toda carne verá la salvación de Dios” (Lc 3,6).
Aquel que viene -Cristo-, es enviado a fin de acogeros para gloria de Dios” (Rom 15,7).
Viene a demostrar la “fidelidad de Dios; cumpliendo las promesas hechas a los Patriarcas...” (Rom 15,8).
Viene para revelar que el Señor “el Dios de toda paciencia y consuelo” (Rom 15,5).
Viene a fin de “acogeros para gloria de Dios” (Rom 15,7).
Y el que viene, pues, debe hacer que vosotros “os acojáis mutuamente” (Rom 15,7). En efecto, Él señala la verdadera y auténtica conducta moral, que consiste en dar gloria a Dios Padre, a su ejemplo y con sus mismos sentimientos, y en amar al prójimo. San Pablo, al escribir a los Romanos, tenía en la mente tanto a los convertidos del judaísmo como a los del paganismo; pero hablaba para todos del compromiso de la “acogida”: el Verbo de Dios, que viene, debe hacer que tengáis “los unos con los otros los mismos sentimientos a ejemplo de Cristo Jesús” (cf. Rom 15,5); “para que unánimes, a una voz, alabéis al Dios y Padre” (Ib. 15,6).
Así, pues, el “preparar los senderos”, que predica Juan Bautista, se convierte, a la luz de la enseñanza de San Pablo en la Carta a los Romanos, en acoger todo el programa mesiánico del Evangelio: el programa de la adoración a Dios -¡la gloria!- mediante el amor al hombre, el amor recíproco.
En este espíritu la Iglesia anuncia el Adviento como la dimensión continua de la existencia del hombre hacia Dios: hacia ese Dios, “que es, que era, que viene” (Ap 1,4).
Esta dimensión esencial de la existencia cristiana del hombre corresponde a la “preparación” enseñada por la liturgia de hoy. El hombre debe remontarse siempre al corazón, a la conciencia, para estar en la perspectiva de la “Venida”.
Para realizar esta exigencia, el cristiano debe ser también sensible a la acción del Espíritu Santo; Él que viene, viene en el Espíritu Santo, como anunció Isaías: “Sobre Él se posará el espíritu del Señor: espíritu de ciencia y discernimiento, espíritu de consejo y valor, espíritu de piedad y temor de Dios” (Is 11,2). Con el Mesías y con la presencia del Espíritu Santo entra en la historia del hombre la justicia y la paz, como dones del reino de Dios: así se abre la perspectiva de la reconciliación “cósmica” en toda la creación -en el hombre y en el mundo- que se había perdido a causa del pecado.
“Ven, Señor, rey de justicia y de paz”: hemos pedido juntos en el Salmo responsorial.
Doy gracias a Jesucristo, el Verbo Eterno, porque me ha permitido anunciar el mensaje litúrgico del II domingo de Adviento en vuestra parroquia: “Preparad el camino del Señor”. Este mensaje es actual siempre y para todos. Efectivamente, todos vivimos en la dimensión del adviento de Dios. Nuestra vida es una continua “preparación”
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