(Cfr. www.almudi.org)
(1 Re 19,4-8) "Caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb"
(Ef 4,30-5,2) "Sed imitadores de Dios"
(Jn 6,41-51) "El que cree tiene vida eterna"
Homilía a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva
“Levántate y come, porque te queda
todavía mucho camino”. Estas palabras que el Ángel del Señor le dijo al
profeta Elías cuando se sintió cansado y deseó morir, nos las podría
dirigir hoy a nosotros invitándonos también a alimentarnos con el pan de
la Eucaristía. Y lo que el profeta no hubiera conseguido con sus
propias fuerzas , lo obtuvo con la ayuda del Señor: Elías “se levantó,
comió y bebió, y anduvo con la fuerza de aquella comida cuarenta días y
cuarenta noches hasta el monte de Dios”.
¡Nos cansamos y no tenemos un tónico recuperante que nos devuelva el
entusiasmo por las cosas de Dios! Las contrariedades van abriendo una
brecha por la que entra el desaliento, una visión más practica y
realista se va adueñando de la situación pues nuestro mundo es
endiabladamente difícil y comienzan las compensaciones, el regateo y las
componendas. El mismo paso del tiempo, que no transcurre sin pasar
factura, nos golpea y se alía de nuestros hábitos que se convierten
entonces en cómplices de nuestra rutina.
“Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no le atrae”, nos dice
el Señor en el Evangelio de hoy. La comunión frecuente con el Cuerpo y
la Sangre de Cristo es lo que nos permite levantarnos cuando el
cansancio se apodera de nosotros. Un inmensa corriente vital que brota
del seno de Dios, como esa agua viva de la que habla Jesús, inunda el
corazón del cristiano proporcionándole la fuerza necesaria para recorrer
el camino. “Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os
aliviaré” (Mt 11, 28), dice el Señor.
En la Sagrada Eucaristía recibimos el manantial de donde brota toda la
ayuda que precisamos, en Ella recibimos al autor mismo de la gracia: “El
que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él”. No hay
ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los
pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia
de todos los dones espirituales. S. Josemaría Escrivá, al hablar de la
Sagrada Comunión, veía al Señor como “el Amigo: vos autem dixi amicos,
dice. Nos llama amigos y El fue quien dio el primer paso; nos amó
primero. Sin embargo, no impone su cariño: lo ofrece… Era amigo de
Lázaro y lloró por él, cuando lo vio muerto: y lo resucitó. Si nos ve
fríos, desganados, quizá con la rigidez de una vida interior que se
extingue, su llanto será para nosotros vida: “Yo te lo mando, amigo mío,
levántate y anda”, sal fuera de esa vida estrecha, que no es vida”.
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