Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

14 octubre 2022

Meditación Domingo 29º t.o. (C)

 (Cfr. www.almudi.org)

 


El poder de la oración

«Les proponía una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desfallecer, diciendo: «En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. También había en aquella ciudad una viuda, que acudía a él diciendo: "Hazme justicia ante mi adversario". Y durante mucho tiempo no quería. Sin embargo, al final se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, ya que esta viuda está molestándome, le haré justicia, para que no siga viniendo a importunarme"». Concluyó el Señor: «Prestad atención a lo que dice el juez injusto. ¿Acaso Dios no hará justicia a sus elegidos que claman a Él día y noche, y les hará esperar? Os aseguro que les hará justicia sin tardanza. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿acaso encontrará fe sobre la tierra?» (Lucas 18, 1-8).

I. Los textos de la liturgia se centran en el poder que la oración perseverante y llena de fe tiene ante Dios. San Lucas, antes de narrarnos, en el Evangelio de la Misa (Lucas 18, 1-8), la parábola de la viuda y del juez inicuo, nos indica el fin que Jesús se propone: Les propuso esta parábola para hacerles ver que conviene perseverar en la oración sin desfallecer. La oración debe ser una manifestación continua de fe y de confianza en Nuestro Padre Dios, aunque parezca que guarda silencio. Jesús ha de ser nuestro Modelo: Padre, ya sé que siempre me escuchas (Juan 11, 42). Él nos escucha siempre. No debemos cansarnos de orar. Y si alguna vez nos sucediera, hemos pedir a quienes nos rodean que nos ayuden a seguir rezando, sabiendo que ya en ese momento el Señor nos está concediendo otras muchas gracias, quizá más necesarias que los dones que le pedimos. Examinemos hoy si nuestra oración es perseverante, confiada, insistente, sin cansarnos. Nada puede contra una oración perseverante.

II. En la parábola del juez inicuo y la viuda indefensa y desamparada, la razón por la que el juez termina por ceder, después de negarse muchas veces ante la solicitud de la viuda, es la petición insistente de la mujer. Nos hace ver que en el centro de la parábola no lo ocupa el juez inicuo, sino Dios, lleno de misericordia, paciente y celoso con los suyos. La razón, que da el Señor en esta parábola, de que nuestra oración sea siempre oída, es triple: la bondad y misericordia de Dios; el amor de Dios por cada uno de sus hijos; y el interés que nosotros mostramos perseverando en la oración. Hemos de acudir a Dios como hijos necesitados, además de poner los medios humanos que cada situación requiera. Sólo la misericordia divina puede socorrernos de tantos bienes de los que carecemos. Cuenta el Santo Cura de Ars que el fundador de un asilo de huérfanos le consultó sobre la oportunidad de atraer la atención y favor de la gente a través de la prensa. El Santo respondió: “En vez de hacer ruido en los diarios, hazlo en el Sagrario”

III. Una consecuencia directa de la fe es la oración, pero, a la vez, la oración presta mayor “firmeza a la misma fe” (SAN AGUSTÍN, De la ciudad de Dios). Ambas están perfectamente unidas. Por eso, todo lo que pedimos debe ayudarnos a ser mejores. Comprenderemos bien que cuando pedimos, lo que queremos en primer lugar no son esas cosas en sí mismas, sino al mismo Dios. El Santo Rosario es siempre una oración siempre eficaz para conseguir, a través de Nuestra Señora, todo aquello que necesitamos nosotros y aquellas personas que de alguna manera dependen de nosotros.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal

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