Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

27 septiembre 2022

Meditación Domingo 26º t.o. (C)

 (Cfr. www.almudi.org)

 

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«Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día celebraba espléndidos banquetes. Un pobre, en cambio, llamado Lázaro, yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de los desperdicios que caían de la mesa del rico y nadie se los daba. Y hasta los perros acercándose le lamían sus llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado. Estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando sus ojos vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno; y gritando, dijo: padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en estas llamas. Le contestó Abrahán: hijo, acuérdate que tú recibiste bienes durante tu vida y Lázaro, en cambio, males; ahora, pues, aquí él es consolado y tú atormentado. Además de todo esto, entre vosotros y nosotros hay interpuesto un gran abismo, de modo que los que quieren atravesar de aquí a vosotros, no pueden; ni pueden pasar de ahí a nosotros. Y le dijo: te ruego entonces, padre, que le envíes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos, para que les advierta y no vengan también a este lugar de tormentos. Pero le replicó Abrahán: Tienen a Moisés y a los Profetas. !Que los oigan! El dijo: no, padre Abrahán; pero si alguno de entre los muertos va a ellos, se convertirán. Y les dijo: si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno de los muertos resucite» (Lucas 16, 19-31).

I. A lo largo de la liturgia de este domingo se pone de manifiesto cómo el excesivo afán de confort, de bienes materiales y lujo, lleva en la práctica al olvido de Dios y de los demás, y a la ruina espiritual y moral. El Evangelio (Lucas 16, 19-31) nos describe a un hombre que no supo sacar provecho de sus bienes. En vez de ganarse con ellos el Cielo, lo perdió para siempre. Se trata de un hombre que tiene gran abundancia y espléndidos banquetes y muy cerca de él, un mendigo, cubierto de llagas a quien ni siquiera le llegan las sobras de la mesa del rico. Este hombre rico vive a sus anchas en la abundancia; no está contra Dios ni tampoco oprime al pobre. Únicamente está ciego para ver a quien le necesita. Ha olvidado lo que el Señor nos recuerda con frecuencia: no somos dueños de los bienes, sino administradores. Pensemos que todos tenemos a nuestro alrededor gente necesitada como Lázaro, con quien debemos compartir no solamente nuestros bienes, sino también afecto, amistad, comprensión, cordialidad, y palabras de aliento.

II. Con el ejercicio que hagamos de los bienes que Dios ha depositado en nuestras manos estamos ganando o perdiendo la vida eterna. Éste es tiempo de merecer. No sin un hondo misterio, dirá el Señor: Es mejor dar que recibir. (Hechos 20, 25) Si somos generosos, y descubrimos en los demás a hijos de Dios que nos necesitan, somos felices aquí en la tierra y más tarde en la vida eterna. La caridad es siempre realización del reino de Dios, y el único bagaje que sobrenadará en este mundo que pasa. Y hemos de estar atentos por si Lázaro está en nuestro propio hogar, en la oficina o en el taller donde trabajamos. Los cristianos hemos sido elegidos para ser levadura que transforme y santifique las realidades terrenas. Y al ver el afán que ponen tantos en las cosas materiales, tenemos que comprender que para ser fermento en medio del mundo hay que estar atentos para vivir el desprendimiento de lo que poseemos.

III. “La solidaridad es una exigencia directa de la fraternidad humana y sobrenatural” (Instr. Libertatis conscientia, 89), que nos llevará en primer lugar a vivir personalmente la pobreza que Jesús declaró bienaventurada, aquella que “está hecha de desprendimiento, de confianza en Dios, de sobriedad y disposición a compartir con los demás, de sentido de justicia, de hambre del reino de los cielos, de disponibilidad a escuchar la palabra de Dios y a guardarla en el corazón (Idem, 66). Al terminar nuestra oración, deberemos examinar si nuestro desprendimiento es real, con consecuencias prácticas, si somos ejemplares por la sobriedad en el uso de los bienes. Pidámosle ayuda a Nuestra Madre.

Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

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