Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

28 agosto 2023

Homilía Domingo 21º t.o. (A)

 (Cfr. www.almudi.org)

 

 


(Is 22,19-23) "Dará un trono glorioso a la casa paterna"
(Rm 11,33-36) "Él es el origen, guía y meta del universo"
(Mt 16,13-20) "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo"

 

Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Angelus, en Castelgandolfo (23-VIII-1981)

--- María, esclava y reina

“¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dedo primero para que él le devuelva? Él es origen, guía y menta del universo. A él la gloria por los siglos” (Rm 11,33-36).

En el abismo de generosidad, sabiduría y conocimiento de Dios, y en sus decisiones insondables se funda el hecho de que Ella, que no es sólo llamada “la sierva del Señor”, sino que lo fue realmente, tanto en el momento de la Anunciación que meditamos al rezar el Angelus, como en el momento de su elevación a la gloria, Ella obtuvo una parte singularísima en su Reino. De esta elevación de María nos habla la reciente solemnidad de la Asunción y asimismo la liturgia de la “coronación” en la gloria: memoria de Santa María Reina.

--- Servir a Dios y a los hermanos

¿Acaso no se ha hecho realidad en Ella —y sobre todo en Ella— la verdad de que “servir” a Dios quiere decir “reinar”?

Tal “reinar” es el programa de la vida cotidiana que nos enseña Cristo. A este propósito encontramos una enseñanza espléndida en los documentos del Concilio Vaticano II, en particular en la constitución sobre la Iglesia. Fijando, pues, la mirada en el misterio de la Asunción de María, de su “coronación” en la gloria, aprendemos diariamente a servir. A servir a Dios en nuestros hermanos. A expresar en nuestra actitud de servicio la “realeza” de nuestra vocación cristiana en todo estado o profesión, en todo lugar y tiempo. A traducir con esta actitud en la realidad de la vida diaria, la petición “venga a nosotros tu reino” que hacemos todos los días en la oración del Señor al Padre.

--- María, Reina de la paz

Que nuestra oración a María sea de nuevo un grito a la Reina de la Paz.

DP-161 1981

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Homilía II: a cargo de D. Justo Luis Rodríguez Sánchez de Alva

El Señor podría dirigirnos hoy esta misma pregunta: ¿Quién soy Yo para vosotros? La diversidad de opiniones de entonces con respecto a Jesús no sería muy distinta a la que existe hoy. Se admite que Jesús es un hombre admirable, un hombre de Dios, pero ¡Dios hecho hombre...! Aquellas palabras del escritor ruso: “¿puede un hombre culto, un europeo de nuestros días, creer aún en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios?” (Dostoyevski).

¡Confesemos la divinidad de Jesucristo, porque si la fe del centurión despertó en Él su admiración, la confesión de Pedro provocó un verdadero torrente de elogios: “¡Dichoso tú Simón...!”, y esta alabanza a Pedro nos alcanzará también a nosotros!

En su primer encuentro con Simón Pedro, Jesús le había adelantado que se llamaría Cefas, Roca en arameo (Cfr Jn 1,42). Ahora, años después, al volverlo a llamar así, los discípulos podían contemplar la roca sobre la que Herodes había construido un gran templo de mármol dedicado a Augusto. Al lado de aquella enorme construcción, Pedro, un modesto pescador de Galilea y cuya fragilidad queda patente en los Evangelios, podría parecer insignificante, y Jesús un soñador. Pero el tiempo ha dado la razón a Jesucristo.

“Tú eres Pedro”. Estas palabras cobran toda su fuerza para nosotros cuando se leen, como debe ser, en el contexto de todo el AT. La imagen de la roca, era una imagen clásica con la que se designaba a Yahveh, y muy próxima a la de templo. “Tú eres Pedro... aunque Yo soy la piedra inconmovible, la piedra angular..., sin embargo, también tú eres piedra (Pedro), porque eres consolidado por mi propia fuerza y porque las prerrogativas que son y siguen siendo mías, las compartes conmigo por la comunicación que Yo te hago de ellas” (S. León Magno Serm. 4).

“Te daré las llaves”. Las llaves del Reino le habían sido prometidas al hijo de David. En ese Reino, sólo el Mesías poseería las llaves con pleno derecho, como enseña el Apocalipsis (Cfr 3,7). Pedro debió quedar mareado ante esta promesa. Sin embargo, el sentido era claro: el Reino de los Cielos aquí en la tierra estaría en sus manos. Y para reforzar sus palabras, Jesús le asegura explícitamente que todos sus actos serán ratificados en los cielos. Jesús conoce la debilidad humana —como la de Pedro— y el escándalo que ella puede despertar cuando quienes le representan en la tierra no están a la altura de su misión. Con todo, ha querido que su mensaje de salvación sea difundido de modo infalible por su Iglesia. Pedro es el representante personal, el vicario de Cristo en la tierra, la Cabeza del Colegio Apostólico.

Dejemos a un lado las críticas y las reticencias hacia la Iglesia, como si Ella y sus enseñanzas estuvieran en contraste con lo que Jesús hizo y dijo. Nosotros no sabríamos hoy quién es Jesucristo, qué hizo y qué dijo a no ser por la Iglesia. Hay que ser consecuentes con la lógica de la Encarnación, por la que la divinidad se adapta a la debilidad humana. Para estar seguros de que tenemos el tesoro de la verdad salvadora de Cristo, hay que amar el vaso de barro que la contiene (Cfr 2

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