Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

16 diciembre 2022

Homilía Domingo 4º Adviento (A)

(Cfr. www.almudi.org)

 

 

 


(Is 7,10-14) "He aquí que concebirá una Virgen"
(Rom 1,1-7) "Gracia a vosotros, y paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo"
(Mt 1,18-24) "Lo que en ella ha nacido de Espíritu Santo es"

 

Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en la parroquia de San Jorge (18-XII-1983)


--- El Señor está cerca

"¿Quién puede subir al monte del Señor?/ ¿Quién puede estar en el recinto sacro?/ El hombre de manos inocentes/ y puro corazón" (Sal 23/24,3-4).

La liturgia de este domingo IV de Adviento insiste sobre el tema de la cercanía, recordando la llegada inminente del que debe venir, y trazando al mismo tiempo las características de quien, con motivo de esta venida, se acerca, a su vez, a Dios.

Desde los primeros versículos, el Salmo responsorial nos lleva a lo alto, al que es Señor de la tierra, de cuanto la llena, del universo y de sus habitantes. Dios creó todo para regalárselo al hombre, a fin de que éste, por la contemplación de lo creado, pueda reconocerlo y acercarse a Él.

Según la expresión del Salmista, Dios, por lo mismo que transciende todo el universo material, está "por encima" del mundo; y así, el acercamiento a Él se presenta como un "subir". Pero no se trata de un desplazamiento material en el espacio, sino de una apertura, una orientación del espíritu; una actividad "santa", propia de los buscadores de Dios, "el grupo que busca al Dios de Jacob".

--- La Virgen en el Antiguo Testamento

Hoy la liturgia nos hace ver concretamente las dos figuras a las que les fue dado acercarse más a quien tenía que venir: María y José. Son las dos personas culminantes del tiempo de Adviento, situadas en la etapa de la cercanía más grande de Dios mismo.

La figura de María, en la presente liturgia, queda dileneada en dos pasajes de la Escritura: en el Antiguo Testamento, como prefigurada con el texto de Isaías (Is 7,10-14); en el Nuevo, como realización, con el texto de Mateo (Mt 1,18-24).

Los libros del Antiguo Testamento, al describirnos la historia de la salvación, ponen de relieve, paso a paso -como observa el Concilio (LG 55)-, cada vez más claramente a la Madre del Redentor. Bajo este haz de luz Ella queda proféticamente bosquejada en la imagen de la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, cuyo nombre será Emmanuel, que quiere decir "Dios con nosotros". Es apenas una anticipación, eficaz para prefigurar un ser sin igual, predestinado por Dios, el cual, ya con anticipo de bastantes siglos, comienza a proyectar sobre nosotros algunos rasgos de su grandeza.

Este texto de Isaías, durante el curso de los siglos, se lee y entiende en la Iglesia a la luz de la revelación ulterior. Lo que en el Antiguo Testamento, con sus aperturas mesiánicas, era un comienzo, se convierte en claridad dentro del Nuevo Testamento. San Mateo reconoce en las palabras de Isaías a la mujer que, por obra del Espíritu Santo, concibió virginalmente, con exclusión de intervención del hombre.

Jesús es el que salvará al pueblo de sus pecados. Y Ella, María, es la madre de Jesús. El Hijo de Dios "viene" a su seno para hacerse hombre. Ella lo acoge. Jamás Dios se acercó tanto al ser humano como en este caso de realización de relaciones entre Hijo y Madre.

--- La figura de San José

Al mismo tiempo, Mateo tiene cuidado de poner ante los ojos la acogida consciente y amorosa de parte de José.

Él, el esposo, que por sí solo no puede explicarse el acontecimiento nuevo que se realizaba bajo sus ojos, es iluminado por la intervención del Ángel del Señor sobre la naturaleza de la maternidad de María. "La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo".

De esta manera, José es puesto al corriente de los hechos y es llamado a meterse en el designio salvífico de Dios. Ahora él sabe quien es el Niño que ha de nacer y quien es la madre. De acuerdo de la invitación del Ángel, llevó consigo a su esposa, no la repudió. "Al acoger" a María, acoge también al que en Ella ha sido concebido por obra admirable de Dios, para quien nada es imposible.

La liturgia, concentrándose en estos dos pasajes del Adviento, nos conduce ya al terreno de la Navidad.

Ahora quedamos en escucha de la segunda lectura, tomada de la carta dirigida por el Apóstol Pablo a los Romanos. Ella nos habla precisamente a nosotros como si -también hoy- estuviera dirigida a nosotros, habitantes de la Roma moderna.

El Apóstol Pablo proclama la venida de Cristo precisamente a Roma; es la venida mediante el Evangelio: "Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro. Por Él hemos recibido este don y esta misión (Rom 1,1-5)".

Desde que el Apóstol Pablo escribió estas palabras, han pasado casi dos mil años. Pero son siempre actuales, y todavía dirigidas a los romanos.

No nos queda más que ponemos en actitud de disponibilidad para acoger a Jesucristo por medio del Evangelio que anuncia la Iglesia, del mismo modo que lo acogieron los primeros cristianos...cuya fe era conocida en todo el mundo.

Queremos acogerlo, por utilizar la expresión del Apóstol, en toda la verdad de su Divinidad y de su Humanidad.

Recibámoslo la noche de Belén en el conjunto de su misterio pascual. "Por su resurrección de la muerte" Cristo ha sido "constituido, según el Espíritu Santo, Hijo de Dios con pleno poder". Mediante el misterio Pascual se ha revelado plenamente al filiación divina del que nació la noche de Belén.

Acojamos a Cristo, Hijo de Dios, el que debe venir, y, al acogerlo, esforcémonos por asemejarnos a María y a José, quienes fueron los primeros en acogerlo mediante la fe con la fuerza del Espíritu Santo.

Efectivamente, en ellos se manifiesta la plena madurez del Adviento.

"Por Él hemos recibido este don y esta misión".

"Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un Hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa: Dios con nosotros" (Mt 1,23).

Que el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, se convierta en la alegría y en la esperanza de todos los corazones humanos

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