Mil y una Fábulas (Latín-Inglés)

12 enero 2024

Homilía 2º Domingo t.o. (B)

 (Cfr. www.almudi.org)

 

 


(1Sm 3,3b-10.197) "Habla, Señor, que tu siervo te escucha"
(1Cor 6,13c-15a.17-20) "Vuestros cuerpos son miembros de Cristo"
(Jn 1,35-42) "Vieron dónde vivía y se quedaron con él"

 

Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II

Homilía en la parroquia romana de Santa Mª Liberadora (14-I-1979)


--- La vocación de los Apóstoles

Hemos escuchado la palabra de Dios en la liturgia de hoy, que nos habla con el lenguaje del libro de Samuel, de la Carta de San Pablo a los Corintios y del Evangelio de San Juan. A pesar que estos lenguajes que hemos oído sean muy diversos, la Palabra de Dios en este domingo nos habla de un tema: “la vocación”, la “llamada”. Esto se acentúa en la descripción contenida en el libro de Samuel: Dios llama por su nombre a un joven; lo llama con voz perceptible, pronunciando su nombre. Samuel oye la voz y despierta tres veces del sueño, y por tres veces no logra comprender de quién es la voz que lo llama por su nombre. Sólo la cuarta vez, aleccionado por Helí, da una respuesta oportuna: “Habla Yavé, que tu siervo escucha” (1 Sam 3,9).

Este pasaje del libro de Samuel nos permite comprender más a fondo la vocación de los primeros Apóstoles: de Andrés y de Pedro, llamados por Jesucristo. También ellos aceptan la llamada, siguen a Jesús; primero Andrés que anuncia a su hermano: “Hemos hallado al Mesías”; luego, a su vez, Simón, a quien Jesús, en este primer encuentro, predice su nuevo nombre: “Cefas” (“que quiere decir Pedro”, Jn 1,42).

--- La vida humana como vocación

Cuando seguimos después el pensamiento que expone San Pablo en su Carta a los Corintios, nuestro tema parece abrirse a una dimensión ulterior. El Apóstol escribe a los destinatarios de su Carta: “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que, por tanto, no os pertenecéis? Habéis sido comprados a gran precio” (1 Cor 6,19-20).

Dios que llama al hombre a su servicio y le asigna una tarea, tiene sobre él el derecho fundamental, porque es Creador y Redentor de cada uno de nosotros. Si nos llama, si nos invita a seguir un determinado camino, lo hace para que no desvirtuemos su obra, para que respondamos con nuestra misma vida al don que recibimos de Él, para que vivamos de manera digna del hombre que es “templo de Dios”, para que seamos capaces de cumplir el deber particular que quiere confiarnos.

--- La parroquia, lugar de la llamada divina

La parroquia, que es –según afirma el Concilio Vaticano II- “como la célula” de la diócesis (cf. Apostolicam actuositatem, 10), es precisamente el ambiente en el que el cristiano debe sentir la llamada que le dirige Dios, acogerla y realizarla: y en esto le ayudan ciertamente la fe y la vida de fe de toda la vida parroquial. Vida de fe que comienza en la familia, inserta dinámicamente en la parroquia, y que se desarrolla desde el bautismo hasta el encuentro con Cristo en la muerte, siguiendo el principio de estrecha colaboración entre familia y parroquia, que cooperan conjuntamente a la formación del cristiano consciente y maduro.

He aquí, pues, la necesidad insuprimible de la catequesis parroquial, que integra y completa la enseñanza de la religión impartida en la escuela, y vincula los conocimientos religiosos con la vida sacramental.

Exactamente en este contexto, cada uno de los feligreses –especialmente si son jóvenes- deben hacerse, con plena conciencia, la pregunta fundamental de su propia existencia cristiana: “¿A qué me llama Dios?” Podrá ser la llamada a una determinada profesión puesta al servicio de los otros y de la sociedad, como médico, maestro, abogado, profesional, obrero…; o la vocación a la vida familiar, mediante el sacramento del matrimonio; o, para algunos, la llamada al servicio exclusivo de Dios, como –nos lo recuerda la liturgia de hoy- sucedió a Samuel, Andrés, Simón. Pero toda la vida del hombre cristiano, fruto del amor infinito de Dios Padre, es una “vocación”, que abraza las diversas etapas de la existencia y da sentido a las diversas situaciones, incluso al sufrimiento, a la enfermedad, a la vejez. Siempre y en todas las circunstancias, el cristiano debe saber repetir, con fe y convicción, las palabras del joven Samuel: “Habla, Yavé, que tu siervo escucha” (1 Sam 3,9)

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