(Cfr. www.almudi.org)
(Hch 6,1-7) "No nos parece bien descuidar la palabra de Dios"
(1 Pe 2,4-9) "Vosotros sois una raza elegida"
(Jn 14,1-12) "Yo estoy en el Padre, y el Padre en mí"
Homilía con textos de homilías pronunciadas por S.S. Juan Pablo II.
Homilía en la parroquia de Stª. María Auxiliadora (20-V-1984)
--- Alegría de la Resurrección
“Yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14,6).
La alegría de la Pascua se deriva del hecho de que Cristo, con la potencia de su cruz y de su resurrección, nos lleva al Padre. Y en la casa de su Padre hay muchas moradas. Él va a preparar una morada para nosotros (Jn 14,1).
La alegría de la resurrección se transforma ya claramente en la espera del retorno de Cristo al cielo. Y esto suscita cierta tristeza y cierto miedo. Por lo cual, el Salvador dice: “No perdáis la calma” (Jn 14,1).
La resurrección del Señor ha abierto una perspectiva clara de los destinos últimos del hombre en Dios. Cristo nos guía hacia estos destinos con la potencia del Espíritu Santo. Nos preparamos a la Ascensión y juntamente a Pentecostés.
--- Camino al Padre
Cristo es el camino: nadie va al Padre sino por Él (cf. Jn 14,6).
El Apóstol Felipe, con sencillez pero también con curiosidad ansiosa, pide al maestro Divino: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Da la impresión de estar escuchando la pregunta que atormenta al hombre de siempre, necesitado de certidumbre y seguridad, deseoso de encontrarse con Dios. Jesús responde con firme autoridad: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre que permanece en mí, Él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí”. Jesús subraya la perfecta identidad de naturaleza entre Él y el Padre, y por lo tanto, la identidad de pensamiento (lo que yo os digo no lo hablo por mi cuenta) y de acción (el Padre que permanece en mí, Él mismo hace las obras), aun dentro de la distinción de las divinas Personas.
Jesús parece reprochar a Felipe por su pregunta: “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?” Pero más que un reproche, era una constatación de las dificultades que la razón humana experimenta ante el misterio. Efectivamente, nos encontramos aquí en la cumbre del misterio trinitario y sólo conociendo profundamente a Jesucristo y aceptando todo su mensaje, es posible conocer a Dios como Padre, que revela su amor con la creación y la redención. Sólo Jesús es el camino hacia el Padre; sólo Jesús nos hace conocer el misterio trascendente de la Santísima Trinidad y el misterio inmanente de la Providencia de Dios, que está presente en la historia de los hombres con el proyecto de salvación, que nos trae su amor, su misericordia y su perdón.
El Apóstol Tomás plantea luego, con idéntica sencillez, la segunda pregunta igualmente fundamental, referente al destino del hombre: “Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?”. Jesús responde, con igual claridad, que Él retorna al Padre, a la casa del Padre, adonde todos están llamados a entrar, porque para todos hay un lugar asignado. El camino es Él mismo, con la verdad que ha revelado y la gracia sacramental que ha traído con la encarnación y la redención. La concepción cristiana de la vida es radicalmente escatológica, es decir, proyectada más allá del tiempo y de la historia: cada uno debe negociar apasionadamente los talentos propios durante la existencia, en espera del lugar feliz y eterno en la casa del Padre: “Volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros”. Y Jesús concluye dirigiéndonos también a nosotros su palabra decisiva: “Creed en Dios y creed también en mí”. Unicamente Jesús es la luz. ¡Él sólo es la Verdad!
--- Cristo, piedra angular
Cristo nos lleva al Padre, convirtiéndose en piedra angular de la Iglesia, esto es, del templo espiritual.
La segunda lectura, tomada de la primera Carta de San Pedro, nos hace meditar en la Iglesia y en la misión de los laicos en la Iglesia.
Jesús quiso elegir a Pedro y a los Apóstoles y fundar sobre ellos y sus sucesores la Iglesia, dándoles sus mismos poderes divinos y entregándoles la Verdad revelada, para su transmisión íntegra, su desarrollo con la asistencia del Espíritu Santo y su defensa contra los errores. Pero es también evidente, como dice Pedro, que la “Piedra angular” del edificio espiritual es Él, Cristo: piedra viva, escogida, preciosa y “el que crea en ella no quedará defraudado”. En otro contexto, también San Pablo afirma “... la piedra era Cristo” (1 Cor 10,4). Sobre esta “piedra angular”, que por desgracia muchos rechazan con daño común, ya que no puede ser eliminada, todos los seguidores de Cristo están llamados a ser piedras vivas para la construcción del edificio espiritual, “formando un sacerdocio sagrado para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo”. Grande es, pues, la dignidad y grande la responsabilidad de cada uno de los cristianos. “El honor es para vosotros los creyentes -escribe San Pedro-. Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de las tinieblas y a entrar en su luz maravillosa”.
Así, pues, Cristo es el camino y nosotros caminamos en Él hacia el Padre, hacia la casa del Padre. En Él: con la fuerza de su cruz y de la resurrección. Con la fuerza de su Evangelio y de la Eucaristía.
Y simultáneamente Cristo es piedra angular: nos lleva al Padre en la comunidad del Pueblo “adquirido por Dios” (1 Pe. 2,9), haciéndonos “piedras vivas para la construcción de un edificio espiritual” (1 Pe 2,5).
Cristo nos conduce a los destinos definitivos en Dios por medio de la misma Iglesia, que Él fundó sobre los Apóstoles, como lo testimonia la primera lectura.
Mediante una múltiple participación de la diaconía de la Iglesia construimos, como piedras vivas, un edificio espiritual. La piedra angular sigue siendo siempre la redención: el servicio de la cruz y de la resurrección de Cristo. De ella sacamos todos la vida y la salvación.
Conservad profundamente en el corazón la verdad salvífica que la Iglesia proclama en el V domingo de Pascua.
Que se consolide en vuestra conciencia.
Que guíe vuestro comportamiento.
Cristo es el camino, la verdad y la vida.
¡Caminemos por este camino!
¡Amemos esta verdad!
¡Vivamos esta vida!
“Que no se turbe vuestro corazón” (Jn 14,1,27).
Dejad que os impregne esta fortaleza que brota de la resurrección del Señor.
La victoria es nuestra fe (cf. 1 Jn 5,4).
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