(Cfr. www.almudi.org)
(Sam 5,1-3) "Tú serás el pastor de mi pueblo Israel"
(Col 1,12-20) "Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres"
(Lc 23,35-43) "Hoy estarás conmigo en el paraíso"
Fin Año Liturgico, Reinado de Cisto
Termina el Año Litúrgico con la Solemnidad de Cristo Rey. Pero ¿qué rey es éste que agoniza de forma tan atroz y humillante? Aparentemente todo parece un fracaso: las autoridades religiosas, el pueblo y los soldados romanos, ignorantes del misterio que presenciaban, se burlaban diciendo "A otros ha salvado, que se salve a sí mismo si él es el Mesías de Dios". También uno de los crucificados con Él se unió al coro de los blasfemos. Jesús sufre y calla porque Él reina desde la Cruz y no desde el poder. Su reino es de amor: "Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito" (Jn 3,16).
Debemos rogar al Espíritu Santo que no olvidemos esta gran lección: la entrega de nuestra vida hasta el último aliento por amor a Dios y a los demás, unida a la de Cristo en la Cruz, es lo que nos salva y nos asocia a la implantación del reinado de Cristo en este mundo. Lo que resulta escandaloso o mera locura, es fuerza y sabiduría de Dios, "porque la locura de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres" (1 Co 1,25).
Frente a la tentación de la fuerza y el poder de un reinado político, Jesús reina desde la Cruz. Su corona son las espinas. Su cetro y su púrpura una caña y un manto de burla. Sus armas la verdad. Su ley el amor. Ante el desafío para que emplee su poder divino bajando de la Cruz, el Señor calla. Pero su silencio también habla. Habla de un amor inmenso, grande como el mismo Dios. Allí nos salvó de la muerte y luego entregó su Espíritu.
Salvo María, la Madre de Jesús y nuestra, y quienes están más o menos cerca de la Cruz, tan sólo un pecador arrepentido -el buen ladrón que la tradición conoce con el nombre de Dimas- alcanza a ver algo del misterio de Jesús y, con humildad, le pide que se acuerde de él cuando llegue a su reino. "He repetido muchas veces, dice S. Josemaría Escrivá de Balaguer, aquel verso del himno eucarístico: peto quod petivit latro poenitens, y siempre me conmuevo: ¡pedir como el ladrón arrepentido! Reconoció que él sí merecía aquel castigo atroz. Y con una palabra robó el corazón a Cristo y se abrió las puertas del Cielo". Jesús, como de costumbre, le dio más de lo que pedía.
Hoy estarás conmigo en el paraíso. Cristo es Rey de un modo radicalmente distinto a los de esta tierra. Sí, existe un mundo en el que la verdad y la vida -como reza el Prefacio de hoy-, la santidad y la gracia, la justicia, el amor y la paz, contrastan con las perversiones que nos rodean. Cristo nos ha abierto las puertas de ese mundo. Es lo que hoy celebramos con toda la Iglesia. Que María nos consiga del Espíritu Santo el don de sabiduría para ver en los sinsabores y penas de la vida lo que va edificando el Reinado de Jesucristo.
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