(Cfr. www.almudi.org)
Los hijos de la luz
«Decía también a los discípulos:
«Había un hombre rico que tenía un administrador, al que acusaron ante
el amo de malversar la hacienda. Le llamó y le dijo: "¿Qué es esto que
oigo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir
administrando". Y dijo para sí el administrador: "¿Qué haré, puesto que
mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo: mendigar, me
avergüenza. Ya sé lo que haré para que me reciban en sus casas cuando
sea retirado de la administración". Y, convocando uno a uno a los
deudores de su amo, dijo al primero: "¿Cuánto debes a mi señor?". El
respondió: "Cien medidas de aceite". Y le dijo. "Toma tu recibo; aprisa,
siéntate y escribe cincuenta". Después dijo a otro: "¿Tu, cuánto
debes?". El respondió: "Cien cargas de trigo". Y le dijo: "Toma tu
recibo y escribe ochenta". El dueño alabó al administrador infiel por
haber actuado sagazmente; porque los hijos de este mundo son más sagaces
en lo suyo que los hijos de la luz.
Y yo os digo: «Haceos amigos con las riquezas injustas, para que, cuando falten, os reciban en las moradas eternas.
Quien es fiel en lo poco también es fiel en lo mucho; y quien es injusto en lo poco también es injusto en lo mucho.
Por tanto, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os
confiará la verdadera? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os
dará lo vuestro?
Ningún criado puede servir a dos
señores, pues odiará a uno y amará al otro, o preferirá a uno y
despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero» (Lucas 16, 1-13).
I. El Evangelio de la Misa (Lucas 16, 1-13) nos habla de la habilidad de un administrador que es llamado a cuentas por el amo, acusado de malversar su hacienda. Jesús, a propósito de esta sagacidad, añadió con tristeza: los hijos de este mundo son más sagaces en lo suyo que los hijos de la luz. No alaba el Señor el Señor la inmoralidad del intendente que se prepara, en el poco tiempo que le queda antes de que lo despidan, unos amigos que luego lo reciban y ayuden, sino que alabó la capacidad de resolver una situación difícil. No es raro ver el esfuerzo y los incontables sacrificios que muchos hacen para obtener más dinero, poder, o subir en la escala social. Pues el mismo empeño hemos de poner los cristianos en servir a Dios, multiplicando los medios humanos para hacerlos rendir a favor de los más necesitados.
II. Ningún ideal es comparable al de servir a Cristo, utilizando los talentos recibidos como medios para un fin que sobrevive más allá de este mundo que pasa. No tenemos más que un solo Señor, y a Él hemos de encaminar, sin excepción, los actos de la vida: el trabajo, los negocios, el descanso. Para ser un administrador de los talentos que ha recibido, de la hacienda de la que debe dar cuenta a su Señor, el cristiano ha de dirigir sus acciones a promover el bien común, encontrando las soluciones adecuadas, con ingenio, con interés, con profesionalidad, sacando adelante empresas y obras buenas en servicio de los demás, teniendo la seguridad de que su quehacer vale más la pena que el negocio más atrayente. “Ya lo dijo el Maestro: ¡ojalá los hijos de la luz pongamos, en hacer el bien, por lo menos el mismo empeño y la obstinación con que se dedican a sus acciones, los hijos de las tinieblas! No te quejes: ¡trabaja, en cambio, para ahogar el mal en abundancia de bien!” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja)
III. Aunque es la gracia la que cambia los corazones, el Señor quiere que utilicemos medios humanos en el apostolado, y los procedimientos lícitos que estén a nuestro alcance. Enseña Santo Tomás de Aquino (Suma Teológica) que sería tentar a Dios no hacer lo que podemos y esperarlo todo de Él. No somos instrumentos inertes. Los hijos de la luz han de poner también –junto a los medios sobrenaturales- su interés, su capacidad humana, su ingenio, su afán... al conquistar un alma para Cristo. Jesús mismo, para realizar su misión divina, quiso servirse muchas veces, de medios terrenos: unos cuantos panes y peces, un poco de barro... Pidamos al Señor, que apoyados en su gracia, tengamos la audacia del administrador infiel, en nuestra misión apostólica.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal
No hay comentarios:
Publicar un comentario